2,1-11
Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».
¡Palabra de Dios!
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La semana pasada, celebrando la Ascensión, el Señor nos invitaba a quedarnos en casa a la espera del Espíritu. “Les ordenó que no se alejaran de Jerusalén" (Hch 2,4). Hoy, tras unos días de espera en oración, celebramos el envío y recepción del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es la persona más desconocida de la Santísima Trinidad. Y no sólo por ser la más difícil de dibujar o imaginar mentalmente. Es una persona que se resiste a ser cosificada. Pintamos al Padre como un abuelo sabio, canoso e indulgente, con reminiscencias manidas adquiridas desde la parábola del hijo pródigo. Al hijo le solemos representar con un rostro de atractiva humanidad. Pero para el Espíritu Santo nos faltan imágenes de referencia; para describirlo recurrimos a símbolos: paloma, agua, viento, rocío, fuego, aceite, etc., que evocan, pero que no logran definir por sí mismas el Misterio de Dios.
Una de las gracias que tiene la tercera Persona de la Santísima Trinidad es que es difícil de objetivar en una concreta imagen externa. Las representaciones materiales son fácilmente manipulables; el cuadro o imagen del santo o la santa a quien acude el devoto permanece siempre el mismo (¡que no nos cambien el santo!), los símbolos, sin embargo, se disipan o se consumen, quedando sólo la referencia a lo simbolizado; de este modo remiten siempre a un reconocimiento más espiritual que material.
Al Espíritu Santo no le solemos dar culto sacando una enorme paloma en andas procesionales, ni poniendo cañones de aire que ventilen artificialmente los templos y las calles. Tampoco idolatrando un cirio, una hoguera o una pila de agua bendita; aunque algunos lo intenten. El Espíritu (mayúsculas) sólo puede ser adorado y reconocido en el espíritu (minúscula). Sin cultivo de una espiritualidad genuina, sin vida interior, no hay culto a Dios. La dificultad para acercarnos a Dios-Espíritu-Santo no está tanto en la imposibilidad para imaginarlo sino en la poca relevancia que solemos darle en la vida personal y en la vida de la comunidad. Nos parece más cómodo adorar a un Dios arriba (Padre) oa un Dios al lado (Hijo) que a un Dios adentro (Espíritu Santo) al que, soltando nuestros apegos mundanos, le damos las riendas de nuestra vida.
Como realidad espiritual Dios Espíritu Santo nos previene de la idolatría material de las imágenes (cf Ex 20,3-4) e invita a ser conocido desde la fe que se nutre en la experiencia, a ser adorado como Presencia (presente) en el corazón del creyente, y en el halo de divinidad que envuelve a toda la creación. “Se acerca la hora, ya está aquí, –dijo Jesús a la Samaritana- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así. Dios es espíritu, y los que adoran deben hacerlo en espíritu y verdad». (Jn 4, 23-24).
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2. ORAR CON EL ESPIRITU SANTO
Te invito a hacer un momento de silencio u oración contemplativa invocando al Espíritu Santo en este tiempo de Pentecostés. Pide el don del Espíritu para ti, para la Iglesia y para el mundo. Este Soplo divino es la clave secreta, escondida, misteriosa, para alcanzar la paz, el progreso y el entendimiento entre todos los seres de la tierra; porque "hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Dios que obra todo en todos" (1 Cor 12,4-6).
Comienza recitando despacio la secuencia de Pentecostés:
¡Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno!
Amén.
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“El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rm 8,16). El Espíritu te lleva a la contemplación y disfrute de lo que eres: Hijo, hija, de Dios. Ser contemplativo no es sino percibir y gustar con los sentidos del cuerpo (vista, oído, olfato, gusto, tacto) y del alma (memoria, inteligencia y voluntad) que también soy espíritu (con minúscula); y esa chispa divina espiritual que chisporrotea en mi centro anhela arder en fusión (que no confusión) con el fuego divino.
Decir “ven, Espíritu divino” es expresar un anhelo que nace en el centro. No es deseo de nada exterior sino necesidad interior. Me gusta distinguir entre el deseo, que refiero a algo que está fuera y quiero alcanzar con esfuerzo para mi satisfacción, y el anhelo, fuerza interior espontánea que me invita a completarme en Cristo.
La oración de contemplación me dispone en libertad para que el Espíritu Santo llene totalmente mi vida en el encuentro del Espíritu con tu espíritu. Anhelo que el Espíritu de Dios tome las riendas de mi espíritu y sea el motor de mi alma (mis pensamientos, mis sentimientos, mis aspiraciones) hacia la plenitud de la verdad (cf Jn 16,13).
Desde ese anhelo me nace la exclamación: ¡Ven, Espíritu divino!
MEDITACIÓN PRÁCTICA
(Pautas para orar)
1. Toma la postura adecuada en el lugar más apropiado que tengas para meditar.
2. Haz unas breves inspiraciones y espiraciones (recuerda que eres espiración del Espíritu “Dios sopló en la nariz de Adán y cobró vida” (Gn 2,7).
3. Escanea tu cuerpo relajando cada parte. Sin prisas.
4. Céntrate unos minutos en la respiración “dejando ir” sin juicios ni condenas tus pensamientos o sentimientos, sean alegres o tristes.
5. Toma conciencia de todo tu ser corporal (tacto): volumen, peso, temperatura roce de la piel… Todo tú presente en tu cuerpo.
6. Vuelve a la respiración y repite interiormente o susurrando: ¡VEN, ESPÍRITU DIVINO! Mantén una actitud de apertura, de corazón abierto, y si te ayuda también de brazos abiertos, anhelando recibir el soplo del Espíritu. Permanece así al menos diez minutos. Si te distraes vuelve a la jaculatoria: ¡Ven, Espíritu divino!
7. Puedes concluir con la audición del veni creator spiritus.
8. Haces tres inspiraciones profundas y sales suavemente del ejercicio.
9. Finalmente, puedes pararte y tomar nota de lo vivido y de las mociones (deseos de cambiarte o cambiar algo) sentidas.
Y no olvides dedicar tu oración para bien de todos y de todo.
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¡FELIZ PASCUA DE PENTECOSTÉS!
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Junio 2025
Casto Acedo.
Las citas bíblicas me han conmovido. Es una meditación muy rica para usar en una noche de vigilia al Espíritu Santo. Gracias.
ResponderEliminarQue lejos del espíritu y que cerca de las imágenes más o menos artísticas que nos acompañan en nuestros templos.
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