viernes, 24 de junio de 2022

Al hilo de la Palabra (26 de Junio, 13º Ord C)

EVANGELIO (cf Lc 9,51-62)
Mientras iba de camino le dijo uno a Jesús: "Te seguiré a donde quiera que vayas". Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" ... A otro le dijo: "Sígueme". El le respondió: "Señor, déjame primero ir a enterrar a mi Padre". Le contestó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vente a anunciar el reino de Dios""Nadie que pone la mano el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios". (cf Lc 9, 51-52)

Dice san Pablo que “para la libertad nos ha liberado Cristo” (Gal 5,1). Muy pocos llegan a calar en la hondura de esta afirmación. Para ello hace falta desmontar los patrones de comportamiento que impregnan nuestra cultura, que ha conseguido lo impensable hace años: hacer de la palabra libertad una sutil cadena a la que nos atamos gustosamente.

Lo dice el filósofo Byung-Chul Han [1]: “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”; hemos perdido la conciencia de ser dominados, porque ya no hay un explotador ajeno; cada uno se somete a sí mismo en la exigencia de alcanzar cada vez mayores niveles de rentabilidad, de fama, de prestigio; y los medios (wasap, facebook, instagram, etc. ) ofrecen amablemente  la oportunidad de abrazar los grilletes de la soberbia, la avaricia, la envidia, la lujuria, etc., que acaban encadenando la voluntad a sus caprichos. Es común hoy la “alienación y explotación por uno mismo”;  se vive tan alegremente sometidos a la dictadura del "yo más original e importante que nadie" que el simple hecho de darse cuenta y reconocerlo es ya una odisea.

En un mundo así resuena hoy la palabra de Jesús y la de san Pablo invitando a una liberación que podemos resumir con un verbo: soltar. Deja todo, decídete a despojarte de aquello que te impide realizarte plenamente, suelta las personas y las cosas que te atan, rompe los hilos que te impiden remontar el vuelo, trascenderte, ir más allá de tu pobre mente consumista. 


Hay quienes piensan que la llamada de Jesús es dolorosa en el sentido de que te ata a una serie  de penosas prácticas morales imposibles de cumplir. Se equivocan. Lo realmente imposible es nadar y guardar la ropa, es una falacia vivir en felicidad ocupando la vida en ambiciones que sólo aumentan el deseo de más y más, no dejando espacio al gozo de vivir. Apenas alcanzado un deseo ya acecha el sufrimiento que genera el siguiente. Quizá suene raro, pero Jesús llama al disfrute, al deleite, a vivir el placer del momento presente sin dejarse atrapar por la mayor o menor ansiedad que lleva implícita el deseo.

Aunque me he propuesto no alargarme en estas reflexiones, no puedo evitar transcribir aquí  la fábula de los dos pescadores que cuenta Toni de Mello:
El rico industrial del Norte se horrorizó cuando vio a un pescador de Sur tranquilamente recostado contra su barca y fumando una pipa.
¿Por qué no has salido a pescar?, le preguntó el industrial.
-Porque ya he pescado bastante por hoy, respondió el pescador.
-¿Y por qué no pescas más de lo que necesitas? Insistió el industrial.
-¿Y qué iba a hacer con ello?, preguntó a su vez el pescador.
-“Ganarías más dinero, fue la respuesta. De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Entonces podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comparte unas redes de nylon, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas… y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo”.
-“¿Y qué harías entonces?” preguntó de nuevo el pescador.
-“Podrías sentarte y disfrutar de la vida” respondió el industrial.
- “¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?” Respondió el satisfecho pescador.
Parece un desatino decir que la llamada de Jesús es estarse ahí, quieto, como el "pescador del Sur", descansando sin hacer nada. ¿No nos llama Jesús a trabajar sin descanso por su Reino? Cierto. Pero ese trabajo no es posible sin antes no aquietar el corazón soltando la obsesión enfermiza por consumir y consumir. Quietud sí, quietismo no. 

"Caminad según el Espíritu y no realicéis los deseos de la carne", dice hoy  Pablo san (Gal 5,16). Un corazón lleno de deseos y ambiciones mundanas no tiene espacio para el Reino, y acaba siendo un motivo de inquietud y discordia que lleva a devorarnos los unos a los otros por el ansia de sobresalir (cf Gal 5,15). Quien no lleva dentro el Espíritu no puede darlo a otros. Quién no saborea y disfruta el Reino en el quieto descanso de la contemplación no está capacitado para hacerlo presente. Una lámpara sin aceite no puede dar luz. 

Así pues el primer paso para seguir a Jesús consiste en vaciar la alcuza del alma de todo lo que no es  aceite; soltar lo que no te deja ser.  ¿Qué soltar? Lo que bloquea tu corazón,  los bienes o personas a los que has dado el poder de hacerte feliz y que no pueden proporcionarte mas que placeres efímeros. ¿Crees que de verdad te darán algún día la plena felicidad? Cuando tu seguimiento se empeña en ser compatible con tus apegos mundanos terminas  por hacer de la religión un consumo más, un gusto momentáneo sin vocación de plenitud y eternidad.

Suelta tus bueyes, como Eliseo (1 Re 19,19-21); “deja que los muertos entierren a sus muertos -dice Jesús-; tú -sigue diciendo- “ven y sígueme a mí, que no tengo ni siquiera donde reclinar la cabeza. Puedes ser tan libre como yo, que no estoy aferrado a nada. No te pido que no poseas nada; necesitas alimento, vestido, casa, familia y amigos para vivir. No te pido que no tengas posesiones, pero sí que nada te posea a ti, que seas libre para darte generosamente. Sólo poseyéndote te puedes dar, y sólo dándote puedes disfrutar el placer de ser auténtico. Vaciándote de todo puedes ser el amor que eres.

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Puedes aprovechar esta semana para hacer una lista de las llamadas al consumo que cada día te propone “el rico industrial del Norte”; son atractivas pero engañosas. No renuncies a una sana autocrítica. Anota en tu cuaderno espiritual todo aquello de lo que puedes prescindir sin que se resienta tu vida. Suelta juicios, prejuicios, odios, recelos, posesiones, relaciones tóxicas, seguridades económicas, sociales y religiosas, etc. Y quédate en pobreza con Jesús. Si haces esto ya le estás siguiendo, ya puedes afrontar con éxito lo que la vida te ponga por delante.

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Otro comentario más amplio y variado sobre la liturgia de la Palabra de este domingo en:


sábado, 18 de junio de 2022

Al hilo de la Palabra (Corpus Christi)

Día de Corpus Christi, fiesta que huele a flores e incienso. Día del Señor. Día en que los cristianos nos alegramos porque el mismo Jesús, en el Sacramento de la Eucaristía, pasa por nuestras calle y bendice nuestros hogares. Día de caridad.

Este año Cáritas nos propone un lema muy rico en contenido: “SOMOS LO QUE DAMOS, SOMOS AMOR”. No es un simple juego de palabras para motivarnos a ser  generosos en nuestra aportación en la colecta del día, que en esa ocasión es para Cáritas. Decir y creer que ”somos lo que damos, somos amor”, es hacer una afirmación de fe. Porque en realidad somos imagen de Dios, que es amor; soy amor; el amor es lo único que me hace ser yo mismo.

En el tiempo que vivimos, marcado por un creciente individualismo y consumismo, donde se educa para sobresalir y triunfar acaparando bienes, poder e influencia, resulta desconcertante que Jesús de Nazaret nos diga que los bienaventurados son los pobres (Mt 5,3), que el más grande de todos sea vuestro servidor, porque para ser el primero debes aprender a ser el último (cf Mc,9.35). El camino del amor, el ,ás grande. ¡qué paradoja!, no es el de ascenso al cielo  sino el de descenso a los infiernos del mundo.

¡Qué sutil es la tentación del prestigio-poder-honra! La supervivencia del ego necesita de eso; y se agarra a ello con ahínco. Mi  yo pecador me dice que sin eso no soy nadie. ¡Qué mentira! Ya tengo edad suficiente para haberme dado cuenta. Pero soy terco y mi tendencia, como débil que soy, es la de seguir confiando en esas cosas que ocupan, o más bien esclavizan, mis días.

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Comienzo mi meditación soltando todo lo que se apega a mi ser, todo lo que me produce estrés, preocupaciones y problemas. Luego procuro hacer silencio de todo lo que desde fuera llama mi atención. Es el primer paso para alcanzar quietud y estabilidad interior. Busco estar en mi centro, donde está conmigo el Espíritu de Jesús.  No rechazo los sonidos, pensamientos o sensaciones que me vienen de fuera, intento que las realidades exteriores, personas y cosas, estén ahí; pero no me dejo enganchar por ellas; las dejo ir sin juzgarlas, dejando que sean lo que son, contemplándolas en lo que son, amándolas. Finalmente, en un acto consciente de mi voluntad y con la ayuda del Espíritu, activo mi corazón compasivo y expando mi amor a toda la creación, especialmente a los más necesitados.

Es un ejercicio hermoso y gratificante; pero no es el todo, y por supuesto no es la meta, de mi vida cristiana. Es sólo el principio. En la oración me abraza la misericordia de Dios y aprendo a soltar prejuicios, ambiciones, deseos. Necesito sentir que mi vida no la alimentan esas cosas que suelto, sino sólo el amor de Jesús.

Luego, cuando dejo mi espacio de oración y salgo a la calle a batallar, viene la prueba de fuego. Ahí, en mis relaciones, en el modo de encarar el día a día, es donde se dilucida la verdad de mi vida espiritual. Me es fácil amar y darme en espíritu a otros en el momento de la oración; pero esa donación no es completa si no me doy también en cuerpo. Aquí la pereza, el miedo, la incertidumbre ponen a prueba mi fe. Obras son amores y no buenas razones; tampoco buenas oraciones.

Me llama la atención que Jesús, en la última cena, al instituir la Eucaristía no diga. “Tomad y comed todos de él; esto es mi espíritu”. No. Dice “esto es mi cuerpo”. Podría haber dicho lo primero, pero dice lo segundo. Y no es que no entregara también su espíritu; porque la persona no es dualidad sino unidad de cuerpo y espíritu. Pero para dar a entender a otros el amor lo mejor es hacerlo visible y palpable; por eseo Jesús dijo "mi cuerpo". “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo. ....  Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el comienzo del libro acerca de mi- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.”  (Hb 10,6-7).


El cuerpo de Cristo es su realidad total presente de modo palpable. El sacrificio espiritual es dudoso y oscuro si no se ilumina con el sacramento del cuerpo. La caridad se ve en los actos, no es invisible. Y en signos visibles se ha querido quedar con nosotros el Señor. Cuerpo entregado y sangre derramada. La conexión de su oración en Getsemaní y su entrega en la Cruz forman un todo. Jesús, al darse todo en la cruz, hace visible el amor divino. Y de paso me enseña el camino del amor humano: “Nadie tiene más amor -nadie es más humano- que el que da la vida por su amigos” (Jn 15,13).

Soy cuerpo (y alma y espíritu). Y todo lo que soy se me da para darlo. No debo limitarme a dar cosas; he de darme yo, entero, sin reservas. Y dándome vivo, porque entro en sintonía con mi ser profundo. “Somos lo que damos”. ¡Qué gran verdad! Quién más da, más es; Dios lo da todo en Jesucristo, por eso Dios es en Jesucristo. Adorar la Hostia Santa el día del Corpus es reconocer que quien se da totalmente en alimento para la vida del mundo, realiza plenamente su vida. Eso hizo Jesús; se entregó totalmente, y su Cuerpo clavado en la cruz y luego resucitado, es el lenguaje con que nos da a conocer su amor.

Celebraré la fiesta del Corpus tomando conciencia de que la Eucaristía es el mayor don que se me puede dar. Es el don, la donación de quien es “todo en todos”. Dios es y me hace ser en la Eucaristía. Me adentro en su Misterio y permito que mi cuerpo, alma y espíritu bailen al ritmo de su presencia; me permito ser lo que soy: Corpus Christi, Iglesia, “porque ella es su cuerpo, plenitud del que llena todo en todos” (Ef 1,23).

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Otra reflexión sobre el Corpus Christi en

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2022/06/un-sacramento-es-un-signo-visible-de-la.html

Feliz día de Corpus Christi.

Junio 2022

Casto Acedo 

viernes, 10 de junio de 2022

Al hilo de la Palabra (12 de Junio, Santísima Trinidad)

 


EVANGELIO 
Jn 16, 12-15

Dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

* * *

“El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" . Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos. (Catecismo de la Iglesia Católica, 234)
Dios es Uno, y sin embargo son tres Personas. Dogma de fe. Durante mucho tiempo miré los dogmas como muros que encorsetaban mi mente, obstáculos insalvables que impedían el progreso de mi vida espiritual, imposiciones que limitaban mi libertad y ansias de volar.

Me costó tiempo descubrir que los dogmas no son jaulas donde se encierran las verdades acerca de Dios, sino puertas abiertas a la búsqueda de algo o de alguien siempre mayor.

La luz me vino al descubrir que los grandes dogmas de fe cristiana, tales como el de la naturaleza divina y humana de Cristo, la muerte y resurrección de Jesús, o la afirmación de que en Dios Uno hay una Trinidad de Personas, no son verdades impuestas a mi conciencia, sino todo lo contrario, una invitación a buscar y a creer en Dios como Misterio siempre abierto.

Tiendo a encerrar en mis propios esquemas mentales todo lo que vivo. Deseo comprenderlo todo, dominarlo con mi mente, sumarlo a mi modo particular de ver el mundo.   Cuando mis experiencias no encajan con mis ideales, desespero,  y al no estar dispuesto a vivir en la incertidumbre acabo inventando una explicación propia para el misterio de mi vida y el Misterio de Dios; es decir, acabo fabricando un ídolo, una imagen de Dios a mi gusto y manera, un “dogma personal”; y todo porque me cuesta aceptar que algo  escape a mi control y mis expectativas. Soberbia.

Aceptar un dogma de fe es un acto de humildad. El dogma me dice que para entrar en el Misterio modere las pretensiones de mi ego y me adhiera a una tradición, es decir, a una corriente de vida espiritual que lleva siglos fluyendo; me aconseja que me fíe de los santos que han creído y vivido en Dios y luego han querido expresar con palabras precisas en qué Dios han vivido y creído.

Como supongo que le  ocurre a cualquier persona, a mí también me parece racionalmente absurdo decir que “Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero”; 1+1+1 siempre han sido tres. Afirmar lo contrario es irracional. ¡Que me lo expliquen! Sin embargo, la experiencia de mi vida espiritual me dice que, aunque irracional, el Misterio parece “razonable”, es decir, puedo intuir que tres personas pueden amarse hasta el extremo de  formar una sola piña de amor sin dejar de ser ellas mismas. 

¿No es razonable que se pueda hablar de una única familia con muchos y variados miembros? ¿Es de locos admitir lo que la Biblia afirma sobre la pareja humana: “dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”? (Gn 2,24). Si miramos la vida sólo con los ojos de la ciencia la Trinidad es un absurdo, pero si miramos con los ojos del corazón, lo que parece irracional puede ser razonable.

Hoy para mí no supone un problema creer en la Santísima Trinidad. Cuando me paro a meditar o contemplar dirijo indistintamente mis pensamientos al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo. Pero hay momentos en los que se desdibujan las imágenes concretas de las personas, y mi oración fluye en el Todo, el Dios Único que envuelve toda la creación. Y esta doble visión no me crea problemas; no la veo opuesta sino complementaria. Como cuando intento ser compasivo con un hermano o hermana concreto y esa compasión la vivo como dirigida a todos y a todo lo creado. Intuyo que desde la orilla del Misterio se ven las realidades divinas y humanas con más simpleza, sencillez y claridad.


Se me antoja decir que los dogmas de la Iglesia, y sobre todo éste de la Trinidad, el más importante de todos, son koans, definiciones absurdas e incomprensibles que hay que meditar, y que sólo pueden ser entendidas desde la revelación (“iluminación” diría un budista). La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto” (Vaticano I). 

Tomaré el dogma que hoy celebramos como una invitación a meditar descifrando  el koan que reza “Tres son Uno, Uno son Tres”. Sólo me será posible dilucidarlo yendo más allá de  palabras y conceptos, sumergiéndome en el silencio, soltando el lastre de mis pensamientos y dejándome llevar por el vuelo del Espíritu. Sé que éste me  “llevará hasta la Verdad plena”. En el resplandor de esta Verdad, si Él lo permite, conoceré a Dios y me reconoceré a mi mismo en Él.

Cada vez cala más en mi ánimo el convencimiento de que el Misterio de Dios Trino guarda el secreto de mi propia identidad; creo que para conocerme he de adentrarme en Dios, o dicho desde otra perspectiva: he de permitir que la Santísima Trinidad se adueñe de mí y ocupe el lugar que le corresponde en el centro de mi ser. Que Él sea en mí.  Creado a su imagen, también yo soy misterio para mí mismo. Y en verdad que el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio de Dios. Pero esta es una cuestión para ser abordada en otro momento.

A todos mis feligreses de Trujillanos, felicidades en el día de su Patrona, ¿o es Patrón?, la Santísima Trinidad. Que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo os bendiga y reciba siempre de vosotros la alabanza y la gloria que le son propias y nunca le habéis negado.

* * *

Un comentario más amplio a la liturgia de hoy en: 


Junio 2022
Casto Acedo

sábado, 4 de junio de 2022

Al hilo de la Palabra (5 de Junio)


EVANGELIO 
"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 19-23)

Me coloco en una postura cómoda para mantener la quietud física el mayor tiempo posible. Hago tres inspiraciones profundas. Tomo conciencia de la postura de mi cuerpo, del peso, de la atracción de la gravedad que me fija en mis puntos de apoyo, de su volumen, de su temperatura, de las sensaciones de mi piel, ¿calor? ¿frio?

Ahora vuelvo a inspirar profundamente y siento un placer exquisito, el que produce sentir cómo el oxígeno entra por la nariz, pasa por la tráquea y llega a los pulmones … Imagino que se expande por todo mi cuerpo. Mi pecho se expande con la inspiración,  y la espiración deja salir el aire hasta sentir que me falta. Y vuelvo a inspirar y a espirar. 

Viene a mi mente la imagen de Dios insuflando aliento en la nariz de Adán, llamándole a la vida. También veo a Jesús resucitado soplando sobre los apóstoles: “recibid el Espíritu Santo”

* * *

¿He hecho un ejercicio corporal? ¿O es espiritual? Creo que ambos. Me siento bien y pienso que vivir es algo tan simple como recibir aire puro y limpio y expulsar aire viciado, inspirar el Espíritu de Dios y espirar los malos espíritus que me estresan y agotan. 

Mi ejercicio de respiración es la irrupción del Espíritu en la casa donde están reunidos los apóstoles; el aire del Espíritu invade cada rincón de mi estancia interior arrojando hacia afuera los miedos y complejos, purificando e iluminando mi mente con la calidez de su llama y haciendo que me sienta más yo; y  más Iglesia. La vida se esclarece con la irrupción del Espíritu. Me siento elegido y acompañado, abierto a abrazar al mundo y a otros. Es hermoso compartir con otros la borrachera del Espíritu.

Hoy es Pascua de Pentecostés. El Espíritu Santo, esquivo a ser captado por mi mente, se muestra amable en mi oración. Acaricia con su brisa cada rincón de mi alma. Lo intuyo. Lo contemplo con el ojo interior del amor. El corazón tiene razones que la razón no comprende. Lo dijo B. Pascal, ahora lo sé. Me invade la misma alegría que a los discípulos al ver al Señor resucitado. 

No necesito palabras para retener esta experiencia. Las palabras matan la realidad, la vida es lo que cuenta. No sé explicar lo que siento, y sé que el silencio es la mejor respuesta a cualquier pregunta que pueda surgir. Algo en mis entrañas me dice: no busques explicaciones, no hables, no intentes retener nada. Simplemente, da gracias y sigue adelante; sin distracciones, sin vanidad. Que no te atrapen  ni los gozos ni el éxito de las técnicas de oración. Deja ir todo.

* * *


Cada día me cuesta menos disponerme a respirar, o mejor, disponerme a ser consciente de mi respiración. Ya es para mí un rito que trasciende el mero ejercicio. Inspiro, espiro y siento que estoy respirando. Inspiro, espiro y permito que mis pensamientos pasen de largo sin dejarme atrapar por ellos. Inspiro y siento que estoy vivo. Espiro largamente y palpo la cercanía de la muerte. Inspiro con fruición y sé que el Espíritu Santo entra en el espacio sagrado de mi alma inundándola de luz; espiro y veo como el mismo Espíritu echa fuera  mil  cosas que estorban a mi ser.

Vivir Pentecostés es hacer un ejercicio de respiración. Tan simple como respirar. Respirar consciente. Claro que esto solo lo saben los sencillos de corazón, no los sabios de este mundo. Estos están locos, han perdido el centro; acumulan bienes, títulos y saberes, e ignoran que hay momentos en la vida que no tienen precio. La mayoría nos daremos cuenta momentos antes de que cese la respiración. ¿No daríamos entonces todo lo que tenemos para poder siquiera inspirar y espirar una vez más?

¡Qué ciego soy para comprender lo que vale de veras! Si no respiro me muero; si no abro mi puerta al aire del Espíritu Santo también. Y no sé cual de las dos muertes es peor, la del cuerpo que ha llegado a su límite o la del alma que vaga desesperada entre oscuridades.


Es un buen día para meditar la “secuencia de Pentecostés”. Tarea para hoy: inspirar, espirar.  Inténtalo. Relaja tu cuerpo. Pon a un lado tus preocupaciones pasadas y tus inquietudes de futuro. Silénciate. Simplemente respira, sin prisas, a tu ritmo habitual, y ora respirando:

Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.

Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.

¡FELIZ PASCUA DE PENTECOSTÉS!

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Junio 2022
Casto Acedo

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