miércoles, 15 de octubre de 2025

29º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C (19 de Octubre)

EVANGELIO Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.

Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».

Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.

Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

¡Palabra del Señor!

* * *

El domingo pasado, a partir de la narración de la curación de los diez leprosos, de los cuales sólo uno volvió para dar gracias, veíamos dos modos de oración: la de petición “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”, y la de acción de gracias, uno de los diez leprosos curados “se volvió y se postró a los pies de Jesús dándole gracias”

Hoy el evangelio nos indica otra cualidad importante en la oración y por extensión a la vida cristiana: la perseverancia, que junto a la humildad, que se dejará ver en el evangelio del próximo domingo, completan toda una lección para quienes desean llevar una vida según Cristo.

Hablar de perseverancia en la sociedad que el Papa Francisco llamó de la "rapidación”, donde se vive de manera acelerada y teniendo el consumo como objetivo prioritario, parece un atrevimiento mayúsculo; porque la perseverancia requiere paciencia, virtud poco amada por una cultura que lo quiere todo ya mismo y no se resigna a esperar a mañana. 

La mayoría de los fracasos en la vida espiritual suelen tener como trasfondo la impaciencia. Se comienza a caminar en solitario, o en grupos de fe, con ilusión; algo normal si se tiene en cuenta que a la entrada en religión le suele preceder una vida de "cansancio vital". Pero más tarde o más temprano, el ideal de vida feliz que se esperaba de lo espiritual muestra su cara oculta: el aburrimiento y el hastío. 

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La sociedad de consumo lo invade todo. No podemos negar que esta sociedad transforma a los alumnos de la universidad en proyectos de rentabilidad,  a los ancianos en clientes de geriátrico, al obrero en máquina de producción, al periodista en propagandista, al político en clérigo del bienestar o al intelectual en inventor de slogans. Lo dicho: todo para "ya mismo"; y la madurez requiere tiempo.

La espiritualidad y la religión no escapan a esta contaminación consumista. ¿No son consumistas las primeras comuniones, las bodas, los bautizos, e incluso las confirmaciones? La celebración de los sacramentos está cada vez más como orientada al consumo, y como tal requiere rapidez, desconexión con el espíritu crítico y sometimiento a los deseos superficiales de quien los recibe y al beneficio de quienes negocian con ellos. Es duro decirlo, pero muchos sacramentos de la Iglesia (bautismos, bodas, comuniones) giran más sobre el consumo material que sobre la fe. No hay tiempo (falta paciencia) para interiorizar con una preparación adecuada y discernida espiritualmente. El tiempo es oro, un capital necesario para crecer espiritualmente, pero lo hemos corrompido al hacer de él un instrumento al servicio de un rápido enriquecimiento. Así lo denunciaba Amós hace unos domingos: Ay de los explotadores que "exprimen al pobre y despojan a los miserables diciendo:¿cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para vender el grano?" (Am 8,5). Sufren la lentitud del calendario, tienen prisas para hacer el mal, les falta paciencia y perseverancia para el bien.

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Una vida espiritual auténtica sólo es posible desde la perseverancia en la fe. Santa Teresa insiste en ello:  "Tornando a los que quieren ir por él (camino de perfección o viaje divino) y no parar hasta el fin, ... digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo..." (Camino, 21,2). Parece que la santa está describiendo la tenacidad de la viuda frente al juez injusto.

Sin perseverancia no hay avance en la vida interior. La viuda del evangelio espera justicia, pero las circunstancias no son las más apropiadas. La definición que por dos veces se da del juez de la parábola es lacónica y pone en evidencia el muro con el que se encuentra la fe, la realidad de un mundo “que ni cree en Dios, ni le importan los hombres”. ¿No es el ateísmo y la indiferencia una buena definición del ser íntimo del consumismo? Sólo me importo yo y mis intereses.

Queda claro que el mundo del consumo no está por la labor de mirar a Dios y potenciar el espíritu fraternal de la comunión de bienes. Por eso, como el juez de la parábola, no hace caso al Evangelio. 

Pues bien, en un mundo de increencia e indiferencia toca hoy ser cristianos. ¿Cómo? Con ingenio y perseverancia en buscar y practicar lo que es justo y verdadero. Esto sólo es posible desde la constancia en la escucha orante de la Palabra de Dios; la oración constante para no dejar resquicio al diablo (Ef 4,27) es un buen  antídoto para afrontar la seducción del consumismo; y sólo desde la perseverancia en ella tendrá éxito la lucha por la justicia más allá de los convencionalismo políticos y sociales.

* * *


La viuda tenía motivos para desilusionarse y abandonar su militancia espiritual, pero no lo hizo, y siendo persistente día a día en su clamor logró derribar el muro del ateísmo y la desidia que parecían infranqueables. 

La conclusión de la parábola es clara: la perseverancia, hija predilecta de la fe, todo lo alcanza.  Viene muy bien aplicar esto a nuestra vida personal (formación, oración, práctica de la caridad), eclesial (¿quién ha dicho que un persistente anuncio del evangelio no puede derribar el individualismo y el consumismo sacramental?) y social (si quieres puedes, quien no cesa en su empeño por cambiar el mundo lo puede lograr).

Termina el texto evangélico, y yo termino este comentario, lanzando al aire la misma enigmática pregunta de Jesús tras ensalzar la perseverancia de la viuda. “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Para pensárselo. 

¡Feliz domingo!
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Octubre 2025
Casto Acedo. 

jueves, 9 de octubre de 2025

28º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C (12 de Octubre)

Hoy prevalece el domingo sobre la fiesta de la Nuestra Señora  del Pilar. No obstante, por motivos pastorales se puede celebrar la fiesta mariana en la liturgia del domingo. Al final van unas notas que pueden ayudar a enfocar el evangelio desde la figura de la Virgen María.  

EVANGELIO 
Lc 17,11-19

“Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían:
-«Jesús, maestro, ten compasión de nosotros».
Al verlos, les dijo:
-«Id a presentaros a los sacerdotes».
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias.
Este era un samaritano.
Jesús, tomó la palabra y dijo:
-«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?».
Y le dijo:
-«Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

¡Palabra del Señor!

* * *

Jesús, maestro. Ten compasión de nosotros”. Hermosa oración para ser pronunciada con los labios del cuerpo o del alma acosados por la enfermedad. “¡Jesús, maestro, ten piedad de mi!”. ¿Quién no ha gritado así alguna vez pidiendo ayuda a Dios? ¿Y quién no ha sabido alguna vez que su grito fue escuchado, que el cuerpo sanó tras la enfermedad, el alma se calmó tras la tormenta o el ambiente de nubarrones se despejó?

Las experiencias de sanación física o espiritual forman parte de nuestra vida; por ello deberíamos mirar el pasar de los días con ojos cada vez más positivos. Porque muy a menudo caemos en la negatividad del “todo está muy mal”, “la cosa se está poniendo  fea”,  “hasta dónde vamos a llegar”, etc. Lo negativo ejerce sobre nosotros una atracción que, curiosamente, no le permitimos a lo positivo.

Parece ser un vicio muy humano el de vivir instalados en la cultura de la queja, cerrando la puerta a la luz que proporciona la mística del agradecimiento. El evangelio de hoy parece ratificar esa tendencia mayoritaria a no disfrutar lo que recibimos; diez son curados de la lepra física, pero sólo uno se curó de su propio egoísmo. “¿No han quedado limpios los diez? Los otros nueve, dónde están?.

Sólo uno de los leprosos fue lo suficientemente contemplativo como para darse cuenta de que su curación  no fue a consecuencia, ni de su grito oracional ni del cumplimiento del rito de presentarse a los sacerdotes; sólo uno trascendió su mente y percibió en el corazón que fue el poder de Jesús, la confesión de su nombre, la causa de su sanación. Diez fueron insistentes en su oración de petición, sólo uno, el contemplativo, meditó en lo recibido y alabó a Dios dándole gracias. Diez tuvieron delante a  Dios, sólo uno lo vio.

* * *

Cada día despierto al milagro de la vida. Sale el sol, o el cielo gris cubre el firmamento y me bendice con la lluvia; puedo levantarme de la cama por mi pie; desayuno permitiéndome elegir tomar unas tostadas con café solo o con leche, o té, o zumo de frutas; salgo a la calle y me encuentro con amigos a los que dar los buenos días; me traslado al trabajo con comodidad andando, tomando el autobús o conduciendo mi propio vehículo; realizo mi trabajo y tomo una pausa para tomar un refrigerio; regreso a casa donde me espera la familia para compartir el almuerzo; luego de recoger todo disfruto un ligero y distendido descanso en el sofá hasta el momento de distraer la tarde compartiendo juego o deberes con mis hijos, dedicado a alguna afición, haciendo alguna compra fuera, o tomando algo en el bar de la esquina;  al caer la noche ceno en familia, veo un poco de televisión y me retiro a descansar.

No me falta nada, tengo todo lo necesario para vivir; o eso me parece. Pero hay algo esencial que falta en mi día a día. En mi andadura diaria, tal como la he presentado, faltan tiempos de silencio y oración, momentos de pausa en medio del ajetreo para percibir que mi vida no es una rutina programada; faltan espacios de serenidad para abrir los ojos y ser consciente del milagro de la vida que se me está concediendo. Echo de menos ahí un tiempo de oración para dar gracias. Puede ser la celebración de la misa -eucaristía es acción de gracias- u oración personal en casa o en alguna iglesia, capilla o ermita. En todo caso, momentos de despertar al presente con gratitud.

Sólo uno de los diez leprosos se volvió a dar gracias; lo cual indica que sólo uno de diez despertó al milagro de vivir. Sólo uno era hombre de oración contemplativa. Su acción de gracias le abrió a la sanación espiritual que está más allá de lo que se ve a simple vista; “levántate, vete, tu fe te ha salvado”, 

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El evangelio de hoy te está invitando a abrir en tu vida espacios de oración, a hacer pausas para mirar dónde estás, para abrir los ojos y ver la suerte que tienes al estar aquí, ahora, vivo; momentos para pararte, vivir el instante, y estar agradecido por todo lo que recibes sin ni siquiera merecerlo. Tu horario, para ser completo, debería incluir tiempos para la oración, para alimentar, además del cuerpo y la mente, el espíritu que eres. No te basta vivir como un vegetal o un animal. Además de carne e instinto de supervivencia, Dios te ha dado también un espíritu que participa del suyo, que te hace libre y capaz de tomar tus propias decisiones. La vida no se te da predeterminada sino abierta a un futuro que puedes elegir. Pararte y hacer silencio, orar y meditar, es tomar consciencia de los dones recibidos, es sonreír mientras te disfrutas vivo y miras con entusiasmo el horizonte a fin de seguir caminando por las sendas de la gratitud.

Insisto: diez fueron curados, sólo uno vuelve para dar gracias. Curiosamente un samaritano, el que menos esperaba un judío que fuera virtuoso. Los otros nueve volvieron a su vida anterior; seguramente olvidaron pronto el don recibido, o simplemente lo asimilaron como algo que merecieron por sus méritos. Nueve volvieron a su vida de siempre, sin haber logrado una mirada profunda sobre ella. Tras la alegría del momento resurgiría la insatisfacción y su ser profundo, que no había cambiado en la prueba de la enfermedad, volvería a la queja; ahora no por la lepra sino por cualquier otra causa. Cuando el fondo no cambia, la vida tampoco. ¡Siempre encontramos razones para la queja! Ay, si…

Este domingo Jesús quiere que hagas balance de tus quejas y tus gratitudes. Mira que tienes más razones para agradecer que para quejarte, aunque ya sabes que te has educado para lo segundo. Tus automatismos mentales son comunes a los de tu sociedad: “el que no llora no mama”, “el que no se queja no saca nada”, … ¡Qué triste!. No te fíes de esta filosofía;  despierta a la vida y mira por cuántas cosas puedes dar gracias hoy.

¿Quién es más feliz? ¿El que se queja de todo o el que todo lo agradece? Responde tú mismo o tú misma a la pregunta y extrae de tu respuesta la sabiduría que necesitas para ser feliz. Esto es orar, abrir los ojos a la realidad presente y hacer ejercicios de agradecimiento.

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Otro comentario a la liturgia de este domingo 

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Fiesta de Nuestra Señora del Pilar 

Celebramos a la Virgen María como patrona de la Hispanidad; y al hilo del Evangelio de este domingo, que nos incita a la gratitud y la generosidad, no podemos menos que dar gracias a Dios por el don de la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra.

Damos gracias a Dios porque María es para nosotros “salud”, y podemos dirigir a ella la misma oración de los leprosos a Jesús: “Señora nuestra, ten compasión de nosotros”.  Jesús orienta a los leprosos para que se dirijan a los sacerdotes; María nos dirige a su Hijo: "Haced lo que Él os diga" (Jn 2,5)

Tuvieron fe los leprosos, y ni siquiera hubieron de llegar a los sacerdotes para quedar limpios. ¡Qué importante es la fe! Por la fe en la palabra de Jesús se realiza el milagro de la curación, algo que nos recuerda las enseñanzas del domingo pasado: “El justo vivirá por su fe” (Hbc 2,4). “«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería” (Lc 17,6). 

Cuando hablamos de “Virgen del Pilar” estamos hablando de María, imagen y ejemplo de fe. El pilar es Cristo, y María se asienta en la fe en la promesa de que Dios, revelado en su Hijo, no defrauda. “Fíat. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). La fe facilita y colabora a hacer posible el milagro de la Encarnación; asentarnos en la Roca que es Cristo (1 Cor 10,4), creer su Evangelio, es el principio de toda sanación-salvación; "la fe es garantía de las cosas que esperamos y certeza de las realidades que no vemos" (Hb 11,1). La fe, algo aparentemente banal, es garantía de seguridad y prosperidad en el futuro; con fe podemos salir adelante en todos los proyectos que nos propongamos,  algo que pedimos hoy a la Virgen como Patrona de la Hispanidad.

La fiesta de hoy está muy unida a la Solemnidad del apóstol de Santiago que celebramos como  patrón de España el 25 de julio; de él se dice en su Prefacio que “con su guía y patrocinio se conserva la fe en España y en los pueblos hermanos y se dilata por toda la tierra”. Fe y misión son las palabras claves que definen a Santiago, las mismas palabras que definen a María del Pilar: asentada en la Roca con su fiat, y misionera que acerca al mundo la salvación.

Pidamos para España y los pueblos hermanos profundizar en la fe que recibimos del Apóstol, y en la cual la Virgen nos acompaña; y no dejemos de solicitar y actuar el impulso misionero que difundió el Evangelio en Hispanoamérica; que la fe recibida se conserve y acreciente a pesar de las dificultades de los tiempos que vivimos.

Como el leproso que volvió a Jesús tras su curación, hagamos del día de hoy una acción de gracias; no cabe duda de que el legado del Evangelio sigue presente en España;  reconozcamos todo lo que de Jesús y María, hemos recibido. Lo que tenemos no ha salido de la nada; todo es don de Dios, ¡Demos gloria a Dios! De los diez leprosos que se beneficiaron de la curación sólo uno volvió a dar gracias. Toda España y la humanidad entera se beneficia del amor y la misericordia de Dios, pocos lo reconocen y vuelven su mirada agradecidos a Él.  Pero quién despierta a la fe y adquiere un espíritu de gratitud no sólo se beneficia de la salud material, también tiene la dicha de vivir una intensa renovación espiritual. 

En estos tiempos en que parece que la fe anda en crisis y flaquea la misión, volvamos hoy la mirada a Cristo y a su Madre y escuchemos la Palabra de Jesús y María que dice: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

Octubre  2025
Casto Acedo

jueves, 2 de octubre de 2025

27º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C (5 de Octubre)

 

EVANGELIO 
(Lc 17,5-6)

En aquel tiempo, los apóstoles le dijeron al Señor:
-«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
-«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera:
“Arráncate de raíz y plántate en el mar», y os obedecería.

¡Palabra del Señor!

* * *

El tema central de las lecturas de este domingo es la fe. El cierre de la primera lectura suele descolocar a muchos: “El justo vivirá por su fe" (Hab, 1,4b). El texto es retomado por san Pablo en su Carta a los Romanos (1,17; 3,22), y ocupó un lugar central  en las polémicas entre Lutero y la Iglesia del siglo XVI que condujeron a la separación entre la Iglesia Católica y la Reformada (protestante).

A nosotros, como buenos católicos, se nos enseñó que, entre las tres virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- la más importante es la tercera: el amor. Tras el cisma protestante a los católicos se nos adoctrinó sobre el peligro que supone centrar la vida en la virtud de la fe; bastaba saber que es "creer lo que no se ve". Lo importante era cumplir los mandamientos (obras). Esto explica que el acceso a las fuentes de la fe (Sagrada Escritura) estuviera vetado a los fieles laicos; de la Biblia sólo se permitían traducciones en latín, de modo que la lectura de la misma sólo era accesible al clero erudito, que la explicaba e interpretaba. Se consideraba que el acceso del pueblo fiel a la literatura espiritual, Biblia incluida, podría generar grupos de iluministas fanáticos. Ya se habían dado algunos casos. 

¿Qué consecuencias tuvo toda esa reacción? El desconocimiento de la Escritura por parte de los católicos, la casi obligación de relacionarse con Dios sólo desde la plataforma de la institución eclesial, hizo sospechosa cualquier relación-oración personal con Dios.  Los místicos, muchos de ellos hoy canonizados como santos, fueran vigilados y controlados por la inquisición en sus modos de orar y sus enseñanzas. 

Por su parte, las iglesias protestantes, extremaron la postura contraria. Sólo la fe salva (sola fides); por tanto, cualquier obra buena realizada carece de valor, sólo salva la gracia de Dios (sola gratia); el hombre no puede hacer nada para salvarse. Así las cosas, ambos grupos perdieron mucho. El mundo protestante, por ejemplo, demonizó la vida monástica, considerándola como una manera de querer imponer a Dios la obligación de revelarse y dejarse ver a quienes realizan determinados ejercicios ascéticos. Cualquier camino de contemplación está en juicio para las iglesias protestantes; algo curioso, porque también entre ellos hay místicos.


* * *

Pero ¿qué es lo que hay que aprender de todo esto? Lo primero es que el olvido de la importancia de la fe ha sido desastroso para la Iglesia. La expresión tan católica “lo importante es ser bueno y hacer el bien”, es decir, "lo importante son las obras", es una afirmación excelente si de veras respondiera a la realidad de un corazón sometido a Dios con una fe incondicional, pero suele ser dicha casi siempre por quienes minimizan la importancia de la fe transmitida por la Palabra y la doctrina de la Iglesia; insistir tanto en las obras suele ser una forma de escabullirse del deber de formarse por el estudio de la biblia, la catequesis y el aprendizaje de la oración. Esconder la propia ignorancia religiosa tras la máxima de que "doctores tiene la santa Madre Iglesia que le sabrán responder", no es sino una huida hacia atrás, aunque muy propio de católicos.

Dice el evangelio que “el que escucha la Palabra y la pone en práctica”, edifica su vida sobre algo sólido (cf Mt 7,24), que no es sino la roca de la fe, “y la roca es Cristo” (1 Cor 10,4). Date cuenta de la invitación: escuchar la Palabra para alimentar la vida de fe, y obrar para exteriorizar lo aprendido en la escucha. Lo que salva es la fe;  eso sí, es obvio  que toda fe verdadera  se despliega en buenas obras. 

Fe en la misericordia de Dios y obras que predican esa misericordia; aquí está el equilibrio de una vida cristiana sana.  Reducir el ser cristiano a creer -“yo tengo mucha fe” dicen algunos- es cosa de beatos iluminados; y por el otro extremo: hacer de las obras la clave de todo suele conducir a la soberbia de quien cree que tras sus obras solo está su decisión personal y su valía 

Verdad es que “la fe sin obras está muerta” (Sant 2.26), pero también lo es que las obras sin fe no justifican a nadie por sí mismas. Me explico: se pueden hacer grandes obras, realizar grandes proyectos que beneficien a la humanidad, pero hay que mirar el por qué se  hacen. Puede que el motor de las grandes obras sea el interés personal, económico o político. En este caso las obras pueden ser buenas, pero no hacen justo o santo a quien las realiza, porque "el altanero no triunfará" (Hab, 1,4a). Y además, si valoramos a las personas por la grandeza material de lo que hacen, ¿no estaríamos minusvalorando a quienes por minusvalía física o psíquica u otras razones económico-sociales no pueden hacer obras magníficas?; los que tuvieran el poder de hacer obras cualitativa y cuantitativamente grandes serían más santos que quienes no pueden acceder a su nivel. Pero la esencia no está en la materialidad de las obras sino en las actitudes de fe con que se realizan.

En el medio está la virtud. Son importante las obras, pero Dios mira también la fe desde la que se actúa. Puede ser una fe egoísta, que sólo confía en sí mismo, pero también puede ser la fe generosa de quien obra dejándose llevar por criterios evangélicos buscando ante todo el bien del prójimo y el de toda la creación. Aquí está la clave. El creyente sabe de su deber de amar, pero también sabe que el amor mismo es un don de Dios, y amando es consciente de que no hace nada extraordinario sino lo que debe hacer. Asó lo expresa el evangelio de hoy:
«¿Quién de vosotros, si tiene un criado labrando o pastoreando, le dice cuando vuelve del campo: “Enseguida, ven y ponte a la mesa”? ¿No le diréis más bien: “Prepárame de cenar, cíñete y sírveme mientras como y bebo, y después comerás y beberás tú”? ¿Acaso tenéis que estar agradecidos al criado porque ha hecho lo mandado? Lo mismo vosotros: cuando hayáis hecho todo lo que se os ha mandado, decid: “Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”» (Lc 17,7-10)
La fe da la humildad necesaria para obrar justamente procurando la gloria de Dios y el bien de los hermanos, y al mismo tiempo justifica, es decir, hace santo, porque el corazón crece en compasión y amor con la adhesión de fe a Jesucristo. Hay, además, obras que sin fe son difíciles de realizar. Es muy conocida la anécdota de santa Teresa de Calcuta, cuando una periodista, viendo la ternura con la que cuidaba a un enfermo cuyo olor y aspecto invitaban a volver la mirada hacia otro lado le comentó: “Yo no sería capaz de hacerlo ni por todo el oro del mundo", a lo que ella respondió: “Yo tampoco”. ¿Qué quiso decir con esto? Que sólo una vida de fe profunda y coherente, acompañada de una oración perseverante, capacita para realizar obras que parecen imposibles.

Eso es lo que quiere decir el evangelio con eso de “Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: ´Arráncate de raíz y plántate en el mar´, y os obedecería”. Arquímedes descubrió el principio de la palanca, y dijo “dadme un punto de apoyo y moveré el mundo”. Pues bien, para la vida espiritual ese punto de apoyo es la fe.

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"Del viejo viene el consejo". Como ya voy entrando en una etapa madura de la vida, permíteme unas orientaciones finales desde la Palabra de hoy. Y como creo que como católico consideras que lo esencial para el cristiano son las obras, a fin de que equilibres tu vida con el "ora et labora" benedictino te recomiendo especialmente que, junto a las buenas obras  cultives también la fe. Para ello:

1. No reduzcas tu vida cristiana a “hacer obras buenas” sin profundizar en si realmente lo son para tu espíritu. ¿Desde dónde las haces? ¿Desde la humildad de tu ser o desde tu ego? ¿Qué sientes después de realizarlas: sencilla satisfacción o soberbio orgullo?Es muy importante valorar esto.

2. Toma conciencia de que tienes poca formación bíblica. Crees conocer bien a Jesús, pero no es cierto. Por tanto, déjate evangelizar. Dice san Juan de la Cruz que Jesú“es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término" (Cant 35,3); cuanto más profundices en la lectura del Evangelio más puertas se te abrirán al conocimiento de Jesucristo y más posibilidades para tu acción en favor del mundo.

3. Aprende a orar, a ponerte a la escucha de la Palabra, a dejar que cale en tu interioridad. Pide: "¡Señor, auméntame la fe!". La fe es un don de Dios. Apoyarte en ella es un acierto para llevar adelante tu vida cristiana. Confía en Dios y aprende a estar personalmente con Él en la oración; sin narcisismos ni tonterías intimistas; con el tiempo verás cómo  tu inserción en Cristo por la fe suaviza las asperezas de tus quehaceres.

4. No olvides que la misa del domingo es un acto de fe, no una penosa obligación. Participa con alegría en la oración comunitaria suprema que es la Eucaristía. Sólo si te acercas a la mesa del Señor como un pobre siervo que hace sencillamente lo que tiene que hacer, y lo haces con corazón agradecido hacia quien -oh maravilla- te sienta a su mesa y te sirve (cf Lc 12,37), podrás disfrutar de la misa, te será provechosa,  y ganarás en fortaleza para llevar adelante las obras de la semana.

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Otro comentario con más o menos los mismos contenidos, pero con una redacción
distinta en : 

¡Feliz domingo!

Octubre 2025

Casto Acedo

miércoles, 24 de septiembre de 2025

26º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C (28 de septiembre)

 

EVANGELIO. 

 Lc 16,19-31

En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico. Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.

Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. Murió también el rico y fue enterrado. Y, estando en el infierno, en medio de los tormentos, levantó los ojos y vio de lejos a Abrahán, y a Lázaro en su seno, y gritando, dijo:

-“Padre Abrahán, ten piedad de mí y manda a Lázaro que moje en agua la punta del dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.

Pero Abrahán le dijo: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en tu vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso ahora él es aquí consolado, mientras que tú eres atormentado. Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.

Él dijo: “Te ruego, entonces, padre, que le mandes a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”.

Abrahán le dice: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. 

Pero él le dijo: “No, padre Abrahán. Pero si un muerto va a ellos, se arrepentirán”.

Abrahán le dijo: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto”.

¡Palabra de Dios!

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En línea con el evangelio de la semana pasada, este relato de Jesús sigue mostrando el poder e influencia que ejerce la riqueza sobre quienes la poseen, y las consecuencias que se derivan de una mala relación con ella.

Ya en la antigua Grecia un sabio advirtió de que  “el amor al dinero es la metrópolis de todos los males” (Demócrito), la ciudad donde habita la corrupción y la injusticia. Tal vez sea una apreciación en exceso negativa; en realidad todo lo creado es bueno en sí mismo, la maldad o bondad de las cosas es una cualidad que no se deriva del ser sino del uso que se hace de ellas. Vivir del dinero, hacer un uso prudente y justo del mismo es de sabios, vivir en el dinero, poner en él el valor y la esperanza última, es caer en la dependencia de un virus que corrompe alma y cuerpo.

Sin que apenas te des cuenta, la acumulación de bienes y su disfrute egoísta va cegando  los ojos de tu espíritu. Donde antes veías hermanos ahora ves competencia; donde antes te sabías seguro por tu pobreza y sencillez, ahora te sientes agobiado por la ansiedad de tener más y más y en el temor de perderlo todo; donde antes tenías espacios para un encuentro sin barreras, ahora tienes alambradas disuasivas. 

La riqueza y la opulencia es un veneno mortal; mata la ilusión y la esperanza; el oro es un dios glotón e insaciable; crees tener algo y no tienes nada; llenando tu estómago con caprichos lo único que consigues es vaciar tu corazón de esperanzas y sumergirte en la desesperación.

El rico del evangelio tenía en la puerta a Lázaro, un mendigo al quien ni siquiera le daban “lo que cae de la mesa del rico”. Era tan mísero y enfermo que “hasta los perros venían y le lamían las llagas”. Pero el rico no lo veía, su riqueza le había cegado; su vida opulenta  impide a este jactancioso ver la necesidad y practicar la misericordia. El gusto por la vida golosa y cómoda afofa las carnes y endurece el corazón. Quien se entrega egoístamente a los placeres del cuerpo fácilmente olvida el tiempo en que no disfrutó y las amistades que le acompañaron en tiempos de desgracia. Literalmente: ha entrado en oscuridad y no ve más allá de sus narices.  Todo lo aprendido en la adversidad, que le permitió ver la necesidad del indigente, deja de estar ahí; ahora no lo ve, todo a su alrededor se ha oscurecido.

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¿Cuál es el pecado del rico epulón? No es la posesión y el disfrute de sus bienes sino la falta de compasión derivada del apego ellos. Quien cierra su corazón al hermano necesitado ha olvidado quién es su Padre, se ha alejado de Él; y también se ha olvidado de sí mismo, de su ser creado para amar; lo de ir al infierno no es sólo desmarcarte de Dios, también es alejarte de ti, dejar de ser tú, experimentarte como extraño y hostil a ti mismo.  Dios es misericordia, y la vida sólo merece la pena si se es “misericordioso como Dios es misericordioso” (cf Lc 3,36); el epulón ha olvidado su ser divino afanándose por la vida temporalmente placentera que facilita el dinero, “que es una idolatría” (Ef 5,5).

Lázaro es prójimo (próximo) del rico, pero éste lo mantuvo en la periferia, fuera de su casa, olvidado efectiva y afectivamente, arrojado a la intemperie. ¿Cómo no ver cada día al mendigo recostado en tu misma puerta?

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Me pregunto: ¿sería muy religioso este rico? Y ateniéndome a la parábola me atrevo a decir que sí lo era. Lo evidencia su diálogo con Abrahán en el infierno. Hay un “epulón falso espiritual” que podemos contemplar en él. Conocía las escrituras, al menos había oído hablar de ellas, pero no las escuchaba; puede que dedicase tanto tiempo a sus rezos como a sus comilonas y orgías. Suele ocurrir en personas amantes del derroche, justificar sus excesos buscando el equilibrio en la máxima de que “quien peca y reza, empata”. 

Esta ilusión del "empate" es muy propio de quien vive instalado en la religiosidad del rito y el espectáculo, cuya única obsesión es la de no ser sorprendido en pecado mortal en el instante fatal de la muerte. ¿No se ha usado este evangelio para alimentar la religiosidad del miedo y de cumplimiento de mínimos? No nos paramos en esto, pero no puedo evitar mencionarlo.

El rico se da cuenta de su error al verse en el infierno, y se le despierta la vena compasiva, aunque sólo sea para los suyos: “Te ruego, padre Abrahán, que mandes a Lázaro  a casa de mi padre, pues tengo cinco hermanos: que les dé testimonio de estas cosas, no sea que también ellos vengan a este lugar de tormento”. La respuesta es lacónica: “Tienen a Moisés y a los profetas: que los escuchen”. Es decir, tienen la Palabra de Dios, que mediten y la hagan suya; que se dejen transformar por ella.

El epulón no ve claro que el camino de la auténtica evangelización sea la escucha de la Palabra. ¿No sería mejor meter un poco de miedo al infierno? ¿No es más fácil y efectivo pastoralmente mostrar el poder portentoso y amenazador de de Dios? ¿Quién no ha pensado nunca que la mejor evangelización sería un milagro de aparición o de curación? No nos engañemos, el milagro no conduce necesariamente a la fe, e incluso a veces la entorpece. Si la fe, como solemos decir, es creer sin ver, ¿cómo de  grande la fe de quien cree después de haber visto? "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,29).

La fe auténtica es más espontánea, más libre, más natural que la que nace del miedo; la fe madura nace de la escucha de la Palabra, que no se impone sino que entra por el oído calentando y enamorando el corazón. "La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la Palabra de Cristo" (Rm 10,17) ¡Qué importante es esto! El evangelio de hoy lo expone así: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». A la fe y la salvación se llega subidos al carro de la escucha de la Palabra y el entusiasmo por la Sabiduría divina,  no por el temor al castigo. Dios ¿es amor, o es un castigador vengativo?

Dijo Theilard de Chardin que “no somos seres humanos viviendo una experiencia espiritual; somos seres espirituales viviendo una experiencia humana”. "La Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). Ser divinos y alcanzar el cielo sólo es posible siendo humanos, en el sentido más profundo del término. Amar es propio de lo humano; odiar es inhumano. 

Piensa esta semana en lo “humano” (compasivo) que eres. Suelta y deja ir todo lo que te corta las alas para volar en libertad, todo lo que en ti hay de rico epulón. Sé humilde, muéstrate humano con los pobres lázaros que habitan las periferias de tu corazón y del mundo y tendrás alas para volar al cielo. 

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¡BUEN DOMINGO!

Septiembre 2025

Casto Acedo

lunes, 15 de septiembre de 2025

25º DOMINGO ORDINARIO C (21 de septiembre)

EVANGELIO

"Dijo Jesús a sus discípulos:
«Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes.
Entonces lo llamó y le dijo:
“¿Qué es eso que estoy oyendo de ti? Dame cuenta de tu administración, porque en adelante no podrás seguir administrando».
El administrador se puso a decir para sí:
“¿Qué voy a hacer, pues mi señor me quita la administración? Para cavar no tengo fuerzas; mendigar me da vergüenza. Ya sé lo que voy a hacer para que, cuando me echen de la administración, encuentre quien me reciba en su casa”.
Fue llamando uno a uno a los deudores de su amo y dijo al primero:
“¿Cuánto debes a mi amo?”.
Este respondió:
“Cien barriles de aceite”.
Él le dijo:
“Toma tu recibo; aprisa, siéntate y escribe cincuenta”.
Luego dijo a otro:
“Y tú, ¿cuánto debes?”.
Él contestó:
“Cien fanegas de trigo”.
Le dice:
“Toma tu recibo y escribe ochenta”.
Y el amo alabó al administrador injusto, porque había actuado con astucia. Ciertamente, los hijos de este mundo son más astutos con su propia gente que los hijos de la luz.

* * *


Extraña parábola la que se nos ofrece este domingo; la podemos malinterpretar si no le añadimos la explicación que da el mismo Señor a continuación: “Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas" (Lc 16,9).

El texto no pretende alabar la mala actuación del administrador sino su astucia e inteligencia al invertir en beneficio propio. Y lo que el Señor quiere despertar en ti con la parábola es el interés por invertir tu vida en lo que más te convenga espiritualmente.

Yendo a lo concreto, Jesús te está diciendo que seas inteligente a la hora de organizar tus días procurando vivir feliz en el aquí como prefacio de acceso a la felicidad  futura. Para ello conviene usar adecuadamente los bienes que se reciben, ¿y qué mayor bien que la vida misma? ¿Cómo aprovecharla del mejor modo? Poniéndola al servicio de lo que verdaderamente te va a dar la felicidad, que no es otra cosa que el amor. Porque mis bienes los puedo invertir en proyectos egoístas que me conducirán a la tristeza, pero también los puedo usar para practicar la compasión y la generosidad que me abrirán al gozo de vivir.

La pregunta de hoy para tu conciencia es esta: ¿Dónde invierto mis bienes? ¿Dónde mi tiempo? ¿Dónde mi saber? Porque de manera más o menos consciente solemos invertir en proyectos ególatras, mirando siempre salvar la propia imagen e intereses. Me explico: nos consideramos personas muy religiosas y buenas, cumplidoras, pasablemente justas, pero si miramos bien no lo somos tanto. Decimos creer en la igualdad de todos, en la sinceridad, en la bondad de ser honrados, pero lo cierto es que ponemos ante todo nuestros privilegios, mentimos o callamos la verdad si es preciso para mantener nuestra fama y estatus, y justificamos muchas maldades en nombre de nuestros derechos. Y así no hay modo de crecer, ni como personas y ni como comunidad de discípulos.


Una actuación de doble vida, no puede dar como resultado un vivir satisfecho, porque lleva consigo tensiones, incertidumbres o miedo a ser descubierto en la falsedad. Pasa cuando queremos nadar y guardar la ropa, servir a dos señores, encender una vela a Dios y otra al diablo. ¿Se puede ganar la vida y ser feliz así? No. Imposible vivir dos vidas. Para disfrutar de la vida hay que elegir lo mejor siguiendo la sabiduría divina, que es vivir en verdad, con y como Jesucristo. En Jesús encontramos el modelo de sabiduría que nos conviene: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

Jesús invita a mirarle a Él y a cambiar desde su ejemplo de vida honesta; sugiere desmantelar lo que de hipocresía haya en nuestra vida. Un hipócrita es un "actor" (eso significa la palabra griega que utiliza san Mateo para calificar a los fariseos); más que una persona maliciosa es una persona "engañada". Somos hipócritas cuando nos engañamos a  nosotros mismos creyéndonos y poniéndonos cara de buenos.
 
¿Cómo exigir a Dios misericordia si no perdono a mi hermano? ¿Cómo buscar felicidad si hago infeliz a la persona con la que vivo? ¿Cómo exigir de Dios bondad si yo no soy bueno? ¿Cómo pedir justicia para mi si no soy justo en mis negocios? Imposible. No te engañes a ti mismo queriendo cambiar a otros si tú no cambias. Te conviene amar; sé astuto, sabes que si siembras amor cosecharás amor (San Juan de la Cruz). Lo primero es vivir la generosidad del amor cristiano, luego el mismo amor volverá a ti y llenará tu vida.  

La buena inversión no es otra que la coherencia de fuerzas; invertir tus energías en potenciar aquello que te garantiza de veras la felicidad. Y la conversión comienza con pequeños cambios que preparan para los grandes: “El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto. Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?” (Lc 16,8)

Un ejercicio para este domingo puede ir en esta línea: descubrir mis engaños y crecer en sabiduría.  Párate, pues, y revisa cuán ignorante y torpe estás siendo, o cuán sabio e inteligente. Me pregunto: ¿En qué medida soy coherente en mi vida? ¿Cuántas veces pretendo en mi ignorancia el imposible de servir a dos señores y ser feliz? , “ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo” (Lc 16,13)

Servir a un solo Señor, y elegir el mejor, es de sabios; servir a dos o más es de necios por lo que supone de dispersión, división interna y frustración. Por tanto, si detectas en ti algo que haya de ser cambiado, haz como el administrador de la parábola, negocia tus dones, y pon los medios necesario para proteger tu vida. Imagina que tus días se terminan, ¿crees quie tu vida ha merecido la pena? Siempre estás a tiempo de renovar tu corazón; ya sabes que si no eres coherente -"¿Qué es eso que me dicen de ti?"- serás despedido del grupo de los justos y felices. ¿No harás lo posible para evitarlo renegociando tu vida? Jesús te da la oportunidad. No la desaproveches.

Septiembre 2025
Casto Acedo 

viernes, 12 de septiembre de 2025

EXALTACION DE LA CRUZ (14 de Septiembre)


EVANGELIO 
Jn  3, 13-17

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.

Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».

        Palabra del Señor

*



Los devotos de la Santa Cruz deben mirar la fiesta que hoy celebramos en paralelo con la que se adora el Viernes Santo y se conmemora el día 3 de Mayo. No hay dos o más cruces, solo hay una, porque todas las cruces cristianas remiten a un único Dios y Señor Crucificado. Y para evitar equívocos hay que decir una y otra vez que la Cruz la entendemos los cristianos como una metonimia -según la Real Academia de la Lengua Española: una metonimia es "un tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada, etc.; p. ej., las canas por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el laurel por la gloria, etc."-. 

Adorar la Cruz, para el creyente, no es, pues, adorar un madero o exaltar el dolor que produce una crucifixión, sino adorar al Crucificado que triunfa sobre el dolor y la muerte. Así nos lo canta san Pablo en su carta a los Filipenses (Flp 2,6-11). La cruz huérfana (sin Cristo), separada del acto redentor por el que hemos sido salvados, es una idolatría. Podemos ver la Cruz como un signo de masoquismo enfermizo, o como un tótem mágico puesto a nuestro servicio y que usamos para justificar nuestros caprichos; o podemos reducirla a simple adorno sin conexión alguna con su sentido cristiano; adorna mucho llevar una cruz al cuello. Quienes se decantan por cualquiera de estos sentidos pervierten el sentido genuino que la Iglesia, y muy en especial san Pablo, predica acerca de la Cruz.

Si la celebración del Viernes Santo incluye una reflexión sobre la muerte de Jesús en el silencio del Padre, la Exaltación de la Santa Cruz parece querer mirar la Cruz como lenguaje sanador de Dios. La cruz, que en Viernes Santo nos invita a mirar al Hijo y nos pone ante el misterio de su muerte, nos revela en la fiesta de hoy su poder vivificador y nos invita a gozar sus beneficios en una fiesta sensiblemente cercana al Domingo de Resurrección.

* * *

El valor redentor de la Cruz se deja entrever como adelanto y profecía en el Antiguo Testamento; en la lectura primera de la liturgia de este día (Nm 21,4-9), se describe como el pueblo, hastiado de la dureza del desierto, se vuelve contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo". Esa rebeldía y repudio de Dios y su enviado tiene un efecto búmeran y produce una herida en el mismo que repudia; es el pecado, que consiste en dar la espalda a Dios y sus planes; este hecho no deja impune al pecador. La serpiente, signo del mal, se ceba con los Israelitas que no se acogen a Dios y lleva a muchos a la muerte. 

Sin embargo, Dios no abandona a los suyos. Cuando vuelven arrepentidos encuentran en Moisés un intercesor y en la misericordia de Dios el remedio a sus males: “haz una serpiente de bronce y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla”. Así se hizo, y “cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado”.

La tradición cristiana ha visto en aquella serpiente de bronce la profecía y la imagen del mismo Jesús crucificado; lo enseña así el Evangelio (Jn 3,13-17): “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. Situados ante la realidad de la Cruz de Jesús, nos encontramos, como en el caso de la serpiente, con una paradoja: la invitación a acercarse a un instrumento de muerte para alcanzar la vida. Es como vacunarse contra un veneno recurriendo al mismo veneno, pero ya debilitado por el tratamiento farmacológico, porque en el árbol de la Cruz el amor vence al odio.

Mirar la cruz con fe es contemplar como el mal se debilita con el exceso de bien que se concentra en el amor del crucificado; en la Cruz confluyen el mal del hombre que rechaza a Dios y el amor de Dios que perdona al hombre; del choque que se da entre ambas realidades el amor de Cristo sale vencedor, porque no cae en la tentación de olvidar a Dios ni de odiar al hombre a pesar de la prueba de fuego que supone el sufrimiento propio de quien se sabe inocente. Con la victoria de Cristo el poder maléfico del demonio ha perdido su aguijón; y los creyentes son así fortalecidos frente a la tentación del desfallecimiento bajo el peso de la cruz de cada día.

Para alcanzar a entender este misterio hay que trascender el significado material de la cruz y aferrarse con fe a su sentido espiritual: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por la cruz nos ha venido la vida. Si en el árbol del paraíso pecamos todos, en el árbol de la cruz todos hemos sido sanados. Dios ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí surgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido (Prefacio de la fiesta).

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La cruz, apuntábamos al principio, es una metonimia; más que un objeto de devoción cristiana es una condición sin la cual no se puede ser cristiano. Porque no hay cruz cristiana sin Cristo, aunque algunos se empeñen en que la haya. El culto de adoración se da sólo a Dios; y nosotros el Viernes Santo adoramos la Cruz; está claro que la adoración no es al madero (sería idolatría) sino al Hijo que clavado en Él mostró el rostro amoroso y misericordioso del Padre. Una cruz sin Cristo es una farsa. Hoy es la fiesta de la exaltación del Crucificado.

Un teólogo del siglo XX, J. B. Metz, dijo que hemos olvidado la “peligrosa memoria” de Jesús de Nazaret”. ¡Peligrosa memoria! La Cruz es el vértice de esa “memoria peligrosa” que nos pone delante al revolucionario que lucha hasta el límite por la justicia, la verdad y la libertad; “peligrosa” porque desestabiliza el mundo de los satisfechos y pide cambios radicales. La fe en la Cruz es peligrosa para quienes no quieren renunciar a sus privilegios, para los que no quieren que las cosas cambien a mejor. ¿Quiénes vieron en Jesús de Nazaret un peligro para sus intereses? Los poderosos y situados de su tiempo. La actividad de Jesús fue la de devolver la dignidad a los crucificados. Y eso no gustó a muchos. Por eso lo mataron. 

No hay fe ni devoción-adoración de la Cruz si no trabajamos por desclavar a los crucificados de nuestro tiempo; si no perdemos la vida dando vida a quienes carecen de ella; los tiempos que vivimos invitan a mirar a los que cargan con la cruz de la falta de trabajo, de salud o que padecen cualquier otra necesidad. Si nos encuentran dispuestos a ayudarlos estamos en el buen camino de la fe en la Cruz.

La Cruz es signo de un mundo nuevo, distinto, que no nos va a caer del cielo, sino que habrá que construir con esfuerzos y sacrificios, como hizo Jesús. Un mundo distinto. “Una utopía, algo inalcanzable”, dicen los incrédulos. Pero, para los que creen en el poder de la Cruz, un mundo posible y esperable. ¡Están locos estos cristianos!, dirán. Como dijeron o dicen de tantos como se mueven o se han movido en su momento para cambiar cosas que parecía imposible cambiar.

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La liturgia quiere que hoy mires con fe a la cruz. Mira tu propia cruz, los sufrimientos que te afligen en la travesía de la vida; dolores que te invitan a murmurar contra Dios y sus mediadores (Cristo, los santos, sacerdotes, catequistas,…) y mediaciones (Palabra, Sacramentos, Iglesia...). ¡Estoy cansado de tanto penar! -dices-. Igual que el pueblo de Israel en el desierto, te preguntas: ¿Donde está Dios? ¿Por qué tuve que embarcarme en este camino de fe para verme ahora abandonado? ¿No me habrán engañado los que me hablaron de Dios? Y yo te digo: ¡No caigas en la trampa! Es el tentador que quiere que no sigas adelante, hacia la tierra prometida; pretende que te acomodes, que te vuelvas a Egipto. Y si lo has hecho, si el pecado de la infidelidad y su desesperanza se han apoderado de ti, mira la serpiente levantada en medio de la comunidad: mira a Cristo crucificado.

 Muy cerca de tu cruz, en medio del campamento, en el centro mismo de la Iglesia y del mundo, ha sido levantada para ti la Cruz de Cristo, el remedio para no sucumbir bajo el peso de tus cruces. Contempla con fe este misterio. Ya sabes que mirando con fe al crucificado quedarás curado. Porque en la cruz está el poder de Dios, que no es otro que el amor. Mirando al que te ama en la Cruz puedes hallar luz para la oscuridad; es la luz del amor que se apoya más en la “decisión de la fe” que en el “sentimiento”. Si Dios ha decidido amar hasta morir por ti, ¿qué puedes temer?

Y si has experimentado la liberación en la contemplación del amor del Crucificado, ¿a qué esperas para seguir su peligrosa memoria? "Haced esto en memoria mía", dijo. 

Septiembre 2025
Casto Acedo 

29º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C (19 de Octubre)

EVANGELIO  Lucas (18,1-8): En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin des...