jueves, 23 de febrero de 2023

¿Entrar en el desierto o huir de él? (I Cuaresma A)


EVANGELIO
Mateo 4,1-11

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.

El tentador se le acercó y le dijo: 
«Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes».
Pero él le contestó:
«Está escrito: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”».

Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en el alero del templo y le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: “Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti y te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece con las piedras”».
Jesús le dijo:
«También está escrito: “No tentarás al Señor, tu Dios”».

De nuevo el diablo lo llevó a un monte altísimo y le mostró los reinos del mundo y su gloria, y le dijo:
«Todo esto te daré, si te postras y me adoras».
Entonces le dijo Jesús:
«Vete, Satanás, porque está escrito: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”».

Entonces lo dejó el diablo, y he aquí que se acercaron los ángeles y lo servían.

Palabra del Señor

* * *
Añado al terminar esta entrada, siempre lo añado en este domingo, y por si te interesa,  un comentario más amplio a partir del texto de El gran inquisidor de Doistoievsky. A mí me ha sido muy útil como revisión de vida.  Y también para charlas cuaresmales. Quienes son asiduos lectores de mis comentarios  ya conocerán este texto, pero lo vuelvo a poner para quienes no lo conocen. El texto lo escribí en el mes de Febrero de 2011. Si lo prefieres puedes ir directamente al segundo comentario, más abajo con el título: LAS TENTACIONES DE JESUS EN EL DESIERTO. 

* * *
 


La Cuaresma invita a entrar en el desierto, es decir, en el despojo, la ausencia de adornos; es una llamada a quebrar máscaras, romper fachadas y vaciar todo lo que no es esencial para ser yo mismo. ¿Qué otra cosas sino viene a significar que “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado"? Fue arrastrado allí para ser puesto ante sí mismo, con sus debilidades y poderes, y tomar las decisiones oportunas.
 
En el desierto físico no hay nada con que adornar la vida, nada puede cubrir el cuerpo expuesto al sol, los vientos y las tormentas de polvo o arena; el agua escasea tanto para el sustento como para el aseo. ¡Tendré que soportar mi propio olor! ¿Comida? Sólo unas hiervas. Eso sí, las serpientes y alimañas vagan en busca de algo que devorar. 

La materialidad del desierto con sus condiciones y dificultades son una imagen. Quede claro que el desierto al que se refiere el texto evangélico de este domingo no es un lugar físico, sino espiritual. Entrar en el desierto es entrar en uno mismo,  en la propia interioridad, sin que nada entorpezca el encuentro con mi yo más íntimo. Esta  experiencia espiritual de desierto solo se puede vivir desde el despojo.

En el desierto solo me queda mirarme a mí mismo, pensar en mí mismo, escucharme a mí mismo,... En la soledad del desierto se madura o se muere.

En el silencio del desierto interior surgen dudas y preguntas ¿Merece la pena tanta soledad y silencio? ¿Tiene sentido cuando no puedo distraer la vida con multitud de cosas? ¿Existe Dios? Y si existe ¿verdaderamente me ama? ¿Está o no está Dios conmigo? Todas estas preguntas van a la raíz de la persona. Responder positivamente a ellas es de vital importancia para sobrevivir al desierto de la existencia. Sin embargo hay quien prefiere huir del desierto, porque le resulta desagradable encontrarse con sus basuras, que se tapan mejor bajo la alfombra del barullo de la ciudad.  Es la tentación de volver a Egipto, al lugar donde estaba antes, conviviendo con el pecado (dinero, riqueza, poder); allí, al menos, "comíamos pan y cebolla", se estaba mejor (cf Ex 16,3). Una pena; en realidad no estabas mejor, simplemente no  te dabas cuenta de lo mal que estabas. 

El retorno a la ciudad tampoco es fácil. Cuando se ha probado la miel del desierto se detectan mejor las hiles de la ciudad. Inmerso en el caos de los tiempos modernos descubre el peregrino que ni las cosas de Dios que hasta aquí practicó, ni las cosas de los hombres que hasta entonces gustó, le satisfacen.  A la noche del sentido le sigue la noche del espíritu y llama a su puerta la tentación más dura, la de Getsemaní.  Hay que decidir: Dios o el mundo, su prestigio o el mío, la sumisión a su poder (humildad) o el encumbramiento de mi ego (soberbia), la voluntad de Dios o la mía. 

* * *

Entrar en el desierto es entrar en la adversidad. Los momentos duros de la vida pueden hundir mi ánimo, alejarme de mí mismo y de Dios. Pero son también una oportunidad para crecer, para superarme, para madurar. 

Una mal encajada estancia en el desierto, una huida hacia atrás, un no gustarme a mi mismo al mirarme en el espejo del alma, me conducen a repetir una y otra vez los  parámetros de la inmadurez personal: tener, aparentar, mandar. Quiero alimentar con ellos mi ser y sólo encuentro nada y vacío. 

Envuelto en ruidos ensordecedores, rodeado de serpientes y demás animales de sangre fría, azuzado una y otra vez por el dragón del consumo, zarandeado por la vorágine del relativismo, borracho de mensajes, datos y estadísticas sin alma, me siento solo, muy solo. La masa humana ejerce de atracción hacia el mal y es fácil dejarse llevar por ella; como dice el Kempis: “cuando estuve entre los hombres volvíme menos hombre”.

El desierto es una experiencia interior, pero he de vivirla en la ciudad, en un ambiente no muy espiritual. He de vivir mi desierto en la ciudad, sabiendo que estoy en el mundo (sistema liberal capitalista) pero no soy del mundo.


¿Qué pecados afloran en el desierto de la ciudad? Los de siempre: tener, aparentar, poder ¿Cómo reacciono ante ellos?


a) En el desierto, temeroso de no ser nadie me aferro con ansiedad al pan. Acumulo y acumulo panes, dinero, propiedades, como si pudieran salvarme de la soledad que me abruma. No acabo de entender que "no solo de pan vive el hombre", y que hay cosas tan importantes o más que el bienestar material. No basta con comer si no se sabe para qué se come. Lo realmente valioso no son los medios para vivir sino la vida misma. "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su vida?" (Mt 16,25). Resumir la vida en el acto de consumir es rebajar al hombre a la categoría de animal de zahurda.
 
b) El desierto se desmonta la imagen que tengo de mí mismo. Me creía seguro y ahora me desespero, me creía con mucha fuerza y ahora descubro que soy limitado, me creía inmortal y ahora veo cercana la muerte. Por eso huyo al mundo del ruido y de las prisas,  a la distracción de Babel; en ella puedo olvidarme de mi verdadera identidad, o intentar ocultarla entre distracciones (diversiones, dispersión). 
 
Al hombre no le gusta reconocerse en las debilidades que el desierto pone en evidencia; le cuesta aceptar que aquello en lo que ha puesto su esperanza acabará por desaparecer de su vista; incluso él mismo se verá abocado al horno crematorio, todo él reducido a cenizas que se guardan en una urna funeraria. No apetece contemplar esto, la muerte, verdad incontrovertible. Se engaña quien se niega a aceparse en lo que es, y asumir que somos mortales es clave para no caer en el ridículo de vivir desconectado de mi ser más íntimo. 

El miedo a encarar la realidad hace al  ser humano camaleón de ideas, siervo del ambiente, ambiguo: aquí de derechas, allí de izquierdas; el domingo creyente, el lunes ateo: hoy rojo, mañana azul, pasado amarillo; todo para ocultar su vida de color gris oscuro. La no aceptación de uno mismo da lugar al hombre esquizofrénico, sometido a la presión del papel social. Y esto ocurre cuando no quiere salir del armario de las propias fantasías y afrontar la realidad de su ser débil y pecador.  No me gusto a mí  mismo, pero soy tozudo y me resisto a cambiar. Un buen día se me descolgarán las máscaras y caeré en el tremendo agujero de la depresión moral, psíquica y espiritual. El diablo habrá vencido.

La Cuaresma, no obstante, viene a decirme que aún estoy a tiempo de volver al camino. Basta que desmontes mis ideales de grandeza, mis falsas apariencias y me inicie en el conocimiento de la Verdad.



c) Finalmente digamos que el desierto me humilla. En el desierto estoy sólo, no mando sobre nadie; con suerte mandaré un poco sobre mi mismo, porque no siempre tengo la dignidad y la  fuerza necesaria para obedecer a los mandatos de mi propia conciencia.
 
Cuando no consigo edificar mi personalidad  desde dentro (vida interior) tiendo a definirme por mis influencias (vida exterior). Para ser alguien me esfuerzo en ser el primero en algo, y si es en mucho, mejor. Como me cuesta aceptar mis límites y mi insignificancia me dedico a zancadillear a quienes se oponen a mi objetivo de sobresalir y mandar. Una crítica por aquí, un chismorreo por allá, y poco a poco voy creyendo que se apagan las luces que ceo que me hacen sombra; pero  me engañas a mi mismo porque sin darme cuenta la falta de relaciones entre iguales (amistad verdadera) me va sumiendo en  una oscura soledad (soledad del dictador).
 
Necesito crecer en humildad. Las relaciones humanas, y también la relación con Dios, no tienen lugar en vertical sino en horizontal. El lenguaje de los pobres lo entienden todos, porque está hecho de necesidad y de apoyo mutuo. Y con respecto a Dios he de aprender que  sólo lo puedo encontrar allí donde estoy y no donde mi soberbia o mi sumisión servil a otros o mi poder sobre ellos me coloque. Bajarme del pedestal ha de ser el primer paso para renovar mi vida. Dios se ha hecho hombre en Jesús, no debería buscarlo sólo en lo alto, porque está junto a mi, más aún, "en mi interior". Sólo tengo que disminuir para que Él crezca (Jn 3,30). 

No olvides que la gloria del mundo es pasajera, y sólo la gloria de Dios permanecerá para siempre. Mírate siempre desde Él y que todo lo que hagas sea parea gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; para gloria de Dios. Si así lo haces nunca te equivocarás. 


Febrero 2023
Casto Acedo

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LAS TENTACIONES
DE JESUS EN EL DESIERTO
 

Cada año abrimos el ciclo de domingos de Cuaresma con el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto (Mt 4,1-11). Este texto contiene un excelente resumen del enfrentamiento entre dos estilos de vida diferentes e incompatibles: el estilo del mundo, “mundanal” en el sentido peyorativo, y el estilo de Dios.



Siempre que escucho el pasaje evangélico de las tentaciones de Jesús en el desierto me viene a la memoria el relato de El gran Inquisidor de F. Dostoievsky, libro 5º de Los hermanos Karamazov, sin duda el capítulo más conocido. Es impresionante el monólogo del Inquisidor General ante un Jesús que permanece en silencio. Este relato, escrito desde el lado de la Iglesia Ortodoxa rusa del siglo XIX, y que pretende ser una crítica al jesuitismo y a la Iglesia Católica de la época, me ha sido muy útil como reflexión sobre el tema de la verdadera libertad (libre albedrío) y las renuncias que exige. ¡Cuántas veces nos dejamos seducir por lo inconveniente! Ni yo, ni la Iglesia, ni la sociedad a la que pertenezco,  estamos exentos de la tentación de vender el alma (la vida) al diablo.

La siguiente reflexión, muy extensa pero interesante,  tiene como trasfondo el relato de F. Dostoievsky, y aunque se puede leer y entender sin la lectura previa del mismo, creo que la lectura de éste supera con creces a lo que intento decir como comentario al pasaje de las tentaciones. Por eso recomiendo su lectura. Lo tienes disponible en:



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Tras el bautismo, el Espíritu lleva a Jesús al desierto y lo somete a  la tentación. Ser bautizado es el comienzo de un camino. Se parte de un estado de gracia y hay que llegar a una meta manteniéndose firme en el propósito. Y en ese camino hacia el encuentro con Dios tienen lugar las tentaciones que ponen a prueba la auténtica libertad.



La tentación del pan

Si nos dieran a escoger entre un Dios que nos facilite el pan, o un Dios que nos diese la libertad y la responsabilidad para adquirirlo trabajando, posiblemente escogeríamos el primero. “No solo de pan vive el hombre” (Mt 4,4), pero en tiempos tan pragmáticos como los presentes solemos considerar el pan como lo primero y lo más importante: “más vale pan sin honra, que honra sin pan”. También en el subconsciente colectivo de la Iglesia se deja ver el convencimiento de que desde la riqueza se predica mejor y con más efectividad que desde la pobreza. Por eso nos gusta una Iglesia rica y esplendorosa. 

Me dirás que no, porque tú no estás de acuerdo con los tesoros vaticanos, pero yendo más cerca: ¿porqué permitimos unos pasos e imágenes de Semana Santa lujosos y llamativos?, ¿no somos más proclives a adornar imágenes (de Dios) que a alimentar y  vestir a los hijos de Dios que son su imagen?  ¿No estamos orgullosos del poder económico de nuestra parroquia, de  nuestra cofradía o hermandad? ¿No mostramos complacientes el fastuoso centro de espiritualidad que ha construido nuestra orden religiosa o movimiento eclesial?  La riqueza nos da seguridad y aumenta nuestra vanidad colectiva. Por una parte criticamos las riquezas de la Iglesia, pero por otra nos empeñamos en seguir vistiendo de oro a nuestros santos; encendemos una vela a Dios y otra al diablo.

Jesús, sin embargo, escogió el camino utópico (?) de la pobreza (o mejor, de la justicia), de aceptar que lo importante en la vida no es acumular tesoros sino vivir la “sabiduría” de la pobreza generosa. “Buscad ante todo el Reino de Dios y lo que es propio de él (su justicia), y Dios os dará lo demás” (Mt 6,33). La elección de Jesús fue una opción atípica entonces y ahora. 

Lo fácil, si se puede, es escoger el sendero corto del enriquecimiento rápido; muchos  estarían agradecidos a Jesús si hubiera escogido esa senda. Sin embargo Jesús elige el camino largo: la solución no está en abarrotar de riquezas al hombre, sino en crear un sistema justo (Reino) que haga posible una riqueza para todos. Si no hay justicia es porque no escucháis a Dios, que no está contra la riqueza sino contra la injusticia (el pecado) que pone la riqueza en manos de unos pocos.

La Cuaresma llama al seguimiento de Jesús, y su victoria en esta tentación me invita:

*Personalmente a buscar la justicia de Dios antes que la riqueza.

*Eclesialmente a vivir una Iglesia pobre, que se cimente en la Palabra de Dios como su gran riqueza y que confíe en Dios antes que en sus bienes.

*Socialmente me pone ante el dilema de escoger entre una sociedad clasista opulenta o una sociedad solidaria y pobre cuyo valor supremo sea la persona.



La tentación del milagro-espectáculo.
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 Si nuevamente nos dieran a escoger entre una celebración litúrgica con mucha pompa (decoración llamativa del templo, música coral, orquesta, solemnidad...) o una Eucaristía sencilla, posiblemente también escogeríamos la primera. “Jesús ¿No te seguirían si hicieras un milagro, si te tiraras desde arriba y tu pie no tropezara?" (cf Mt 4,5-6)- le propone el diablo-. Nosotros creeríamos mejor en un Jesús que nos ofreciera algún milagro, un Jesús espectacular. Entonces le seguiríamos y obedeceríamos ciegamente sus requerimientos. Abandonaríamos los dilemas de nuestra conciencia y nos pondríamos sin dudas en manos de sus representantes en la tierra sin tener que preocuparnos de más. 

¿Por qué no escogería Jesús ese camino: ser famoso para ser escuchado y seguido? Al contrario, escogió el camino de la humillación, el olvido y el desprecio. Pudo haber reaccionado deslumbrando a sus enemigos con grandes prodigios, y el temor  de Dios (miedo a Dios) haría que todos se le sometieran. Pero no, él se empeña en pasar desapercibido y solicitar una fe pura, sin evidencias. “No me ha enviado el Padre para violar las leyes de la naturaleza, sino para enseñaros a vivir con ellas”- parece decir.

No obstante, nosotros seguimos queriendo ver el milagro. Blasfemamos de un Dios que no actúa como a nosotros nos gustaría, desesperamos de un Dios que no responde con generosidad a nuestros merecimientos. Y acudimos en masa a Lourdes, a Fátima, a todos esos lugares que nos hablan de hechos maravillosos, de milagros. Buscamos incansablemente y con ansiedad un Dios milagrero que se ponga a nuestro servicio, que se postre a nuestros pies; y rehuimos el camino de Jesucristo que, "lejos de tentar al Padre (Dios)" (Mt 4,7), lejos de exigirle, acepta vivir en continua obediencia. "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado"(Jn 4,34).

Volverse a Dios en el camino  de la vida (Cuaresma) supone:

*Personalmente: depurar mi fe de cualquier deseo de dominio sobre Dios, renunciar a todo derecho ante él; soy pecador y ante Él no tengo derecho a nada, todo lo bueno que recibo es pura gracia. La Cuaresma es un tiempo privilegiado para limpiar mi fe de adherencias bastardas, para que sea fe pura, de confianza en la palabra y en la voluntad de Dios por encima de mi deseo personal.

*Eclesialmente la “tentación del milagro” me pide trabajar por una Iglesia que hace penitencia (pena, se esfuerza) no para que un Dios encolerizado cambie su mirada sobre los hombres, sino para que sean los hombres (yo) los que cambien (conviertan) su mirada hacia y sobre Dios. El milagro no está en un cambio del curso de la naturaleza, sino en un cambio de los corazones. El milagro no está en que los panes y los peces se multipliquen, sino en el hecho de que los hombres se sienten en la misma mesa y compartan lo mucho o poco que tienen; entonces, después de comer todos hasta saciarse, sobrarán panes y peces, porque en el amor crece la abundancia de bienes. No hay que pedir milagros, sólo hay que dejar que Dios los haga en nuestro corazón. ¡Conviértenos a Ti, Señor!

*Y socialmente esta prueba del espectáculo-milagro me está indicando que el camino por el que los cristianos hemos de conducirnos no debe ser el de la propaganda puntual, sino el  trabajo del día a día "sin que sepa tu mano derecha lo que hace tu izquierda" (Mt 6,3). Hemos de destapar y denunciar el protagonismo egolátrico de los discursos-espectáculo, de la solidaridad-espectáculo, de la información-espectáculo: "No hagáis el bien para que os vean los hombres", los que lo hacen así "os aseguro que ya han recibido su paga" (Mt 6,1-2). No nos dejemos seducir por los índices de audiencia, ni elevemos las verdades estadísticas al grado de dogmas de fe. Sólo Dios tiene la verdad, y se manifiesta en Jesucristo de forma clara, realista, y escondida en la cruz, símbolo del antimilagro: “¡sálvate a ti mismo, si eres Hijo de Dios, y baja de la cruz!” (Mt 27,40), y Jesús no bajó. Es la acción (penitencia) de Dios en la inacción, en el silencio; es la pasividad activa, sin espectáculo. Desde la cruz Jesús, el justo injustamente condenado, denuncia sin palabras la hipocresía de una sociedad que hace de la Declaración Universal de los Derechos Humanos una hermosa catequesis para los beatos del cristianismo, del laicismo y del cientifismo.



La tentación del poder.

Si Jesús hubiera aceptado el ofrecimiento del diablo, hubiese podido realizar una de las más viejas aspiraciones del hombre con respecto a Dios: ponerse en sus manos todopoderosas con la seguridad de que hubiera vengado las injusticias (¡las ajenas, con las propias sería misericordioso!) y reorganizado todo conforme a su señorío. Porque al mundo le gusta tener un dueño ante quien inclinarse, un dueño que oriente su conciencia: Hitler, Franco, Stalin, Ben Laden, Putin, ... ¡el que sea, con tal exima del deber de decidir por uno mismo! Los grandes dictadores no son fruto de la casualidad, son fruto de un oculto deseo del hombre, que tiene miedo a la libertad y prefiere que le digan por donde tiene que ir, porque le resulta más cómodo que elegir responsablemente. 

Los hombres quieren un mesías, un salvador, alguien que les haga sentirse miembros de una nación, de una raza, de un pueblo escogido y que les dirija hacia el anhelo y el tormento mayor de  la humanidad: la unidad y plenitud universal de todos los hombres. El pueblo quiere y espera un mesías.

Cediendo a la tentación del poder, Jesús hubiera podido imponer a todos la verdad y la bondad del Evangelio. Podría haber hecho del Evangelio una ideología (otros lo han hecho posteriormente). Sin embargo, ese no fue su camino. De haberlo hecho, Jesús hubiera dicho no al hombre, porque el poder y la fuerza sólo pueden conducir a la eliminación física o moral (metafísica) del hombre. Sin libertad, y la más mínima violencia física, afectiva o estructural atenta contra ella, el hombre no es hombre. Y un Jesús poderoso sólo hubiera sido un mesías de fantasmas, de infrahombres, de seres atemorizados. “Un mundo feliz”, un mundo infelizmente feliz, porque sería inhumano.

Por eso la respuesta de Jesús a los requerimientos del poder fue la adecuada: “Adorarás al señor tu Dios y sólo a él le darás culto” (Mt 4,10), es decir, sólo servirás a Dios. En él está el único poder que no anula al hombre, porque "la gloria de Dios es que el hombre viva" (san Ireneo), porque “Dios es Amor” (1 Jn 4,8), y el amor, es lo único que garantiza la libertad y los derechos del hombre por encima de las leyes y las instituciones. Frente a la tentación del poder, la entrega a la voluntad de Dios; o lo que es lo mismo: servicio a Dios sirviendo al hombre, porque el amor a Dios pasa necesariamente por el amor al hombre; así lo enseñó Jesús y así lo vivió.

¿Qué interpelaciones recibo desde aquí?

*Mi respuesta cristiana personal ante los reclamos del poder no puede ser otra que la del servicio. Mi poder y autoridad sobre mis hijos, sobre mis alumnos, sobre mis inferiores en el cargo, ... sólo tiene justificación si se ejerce como una forma de amar; sólo el amor justifica la autoridad que Dios me da sobre mis hermanos. La virtud de la humildad, hermana mayor de la caridad, me salvará del peligro de autoritarismo. Por ello necesito vivir en la verdadera humildad, en la conciencia de que si puedo mandar es sólo porque sé obedecer (ejercer la autoridad buscando la voluntad de Dios). Cuidado con el poder porque, como el dinero, corrompe todo lo que toca y si me apego (afectivamente) a él seré capaz de cualquier cosa con tal de no perderlo.

*Como Iglesia no estamos exentos del apego al poder. Durante muchos siglos la Iglesia en Occidente ha estado ligada al poder. Aún hoy le quedan retazos de entonces, y la pérdida de poder e influencia políticas es sentida por muchos como una desgracia. Hemos de tener mucho cuidado cuando afirmamos que “hay crisis de fe”; a veces confundimos la pérdida de la fe con una pérdida de poder por parte de la Iglesia. Cuando la Iglesia tuvo el poder las masas estuvieron unidas a la Iglesia, lo que hace sospechar que no les atraía tanto Cristo como el poder que irradiaba la Institución. Y ello nos engañó, haciéndonos creer que el mundo occidental era cristiano. ¿Merece la pena tener nostalgia de aquellos tiempos? La nueva Iglesia del siglo XXI no se puede levantar desde la creencia de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Se impone mirar al futuro, caminar con la mirada hacia adelante, donde está Cristo nuestra esperanza. ¿Cómo ha de ser la Iglesia del futuro? No lo sabemos. Pero la fe nos dice que no puede ser una Iglesia asida al poder, sino una iglesia desarmada, pertrechada con la debilidad de la cruz para confundir a los fuertes (cf 1 Cor 1,25). Una Iglesia que vive de la experiencia (mística) de Dios; Iglesia diaconisa, que imita a Cristo-servidor; ¿acaso no es el testimonio de servicio-amor al mundo la mejor arma para la “nueva evangelización”?

*Y socialmente la tentación del poder nos obliga a desenmascarar a todos aquellos, o todo aquello, que basa su existencia en la imposición. Se trata de crear la cultura de la igualdad, del diálogo, de la corresponsabilidad. Todos hemos de sentirnos responsables de los aciertos y errores sociales. Todos hemos de participar en la construcción de una sociedad nueva. Rehuir la participación dejando la tarea en manos de unos pocos privilegiados (aunque estos hayan surgido de unas elecciones democráticas más o menos limpias) es dejar que el poder se acumule en un punto y enferme de soberbia corrompiéndolo todo. Es cómodo dejar que te manden. ¡Pero no es bueno! Ser críticos es una obligación cristiana; aunque la crítica no guste a los criticados; la de Jesús no gustó, y por eso lo mataron. ¿Va a ser menos el discípulo?

* * *


La respuesta de Jesús a las llamadas del mal, su enfrentamiento con los “demonios”, no fue puntual; no se redujo a 40 días con sus noches, sino que lo fue durante toda su vida. “Pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38).

La última tentación la vivió en Getsemaní. Allí advertía a sus discípulos: “velad y orad para que podáis hacer frente a la prueba” (Mt 26,41), allí pidió que “si es posible que pase de mí esta copa de amargura” (Mt 26,39a). ¿Tiene sentido morir por unos hombres que te han abandonado y que han respondido con odio a todo el bien que les has hecho? Jesús se mantuvo firme en la fe que había puesto en su Padre Dios. “No se haga mi voluntad sino la tuya” (Mt 26,39b). ¿Quedó por ello hipotecada su libertad? De ninguna manera; en la cruz mostró no sólo su fidelidad al Padre sino también su libertad de elección superando los atractivos del mal. Por eso la cruz es salvadora, porque muestra el amor sin límites, el amor puro, que no fue esclavo ni del dinero, ni de la “buena fama”, ni del poder.

Jesús, hombre libre, es el camino de la libertad (de la cuaresma). Su respuesta debería ser la nuestra, sus pasos nuestros pasos.

Febrero 2011
Casto Acedo. 


martes, 21 de febrero de 2023

Miércoles de Ceniza (22 de Febrero)

EVANGELIO
 Mateo 6,1-6.16-18

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 

«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuand noo hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. 

Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará. 

Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará». 

Palabra del Señor

En los días de Carnaval, fiesta pagana con cierto deje de reacción anticristiana, vemos como la gente se disfraza, se pone la máscara, juega a ser aquello que querría ser pero que no puede o no quiere, porque muchos condicionamiento o esclavitudes se lo impiden. No hace falta decir que tras la máscara se esconden las frustraciones y miedos que sólo el anonimato que facilita es capaz de romper.

Al Carnaval le sigue el Miércoles de Ceniza; y con él entramos en Cuaresma, tiempo de desenmascararse, de mirarse cara a cara al espejo, de despejar el rostro propio ante Dios; cuarenta días para entrenarnos en el noble arte de la "sinceridad para con Dios y para conmigo mismo", sinceridad que exige asumir el hecho de que somos mortales.  El "no moriréis" que predica la Serpiente en el jardín del Edén 
(Gn 3,4) es una mentira. La muerte descubre la verdad  que somos: "eres polvo y al polvo volverás" (Gn 3,19), eres un ser para la muerte. Y, oh paradoja, sólo la muerte dará acceso a la vida eterna. "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere..." (Jn 12,24).
 
AYUNO, ORACION Y LIMOSNA
 
La Iglesia nos propone en Cuaresma unas prácticas espirituales muy útiles para redescubrir las fuentes de la vida eterna. Se trata de la oración, el ayuno y la abstinencia. Oración para adentrarnos, pequeños como somos, en la grandeza de Dios; ayuno para despojarnos de la falsedad y mirarnos tal como somos: débiles y mortales;  limosna para situarnos en lugar del prójimo  y compadecer con él y de él. Tres prácticas que ayudan a reflotar esa empresa que es nuestra vida cristiana.  

1.-LA LIMOSNA. La limosna es un acto de misericordia y bondad hacia el prójimo. Si Dios se muestra en la Escritura como el defensor de los pobres, el discípulo también debe serlo.  

Dar limosna  es un gesto que no podemos reducir al hecho de desprendernos de unas monedas. La limosna paternalista está fuera de lugar. Hay que buscar las causas de la pobreza, y actuar sobre ellas. La limosna ha de hacerse desde la justicia, dando no por compasión sino como respuesta a un derecho que el prójimo tiene. Y ha de hacerse  en secreto, "que tu mano izquierda no sepa lo que hace tu derecha" (Mt 6,3).

La Caridad no debe ser un espectáculo, un medio para ganar fama, sino un acto de humildad. 

Desprenderse a escondidas de algo sin esperar nada a cambio, servir a los más pobres, comprometerse en la vida pública como servicio al bien común por  pura gratuidad, esa es la auténtica limosna, la que Dios quiere.


2.- LA ORACION. La Cuaresma invita a acrecentar la oración, a dedicar más tiempo a la búsqueda y encuentro con Dios. Sabemos que necesitamos de Dios, que nuestra carga es pesada y no podemos con ella. Cualquier mortificación que vivamos sin la mística de la oración no tendrá sentido.

La oración la practicó Jesús los cuarenta días que estuvo en el desierto siendo tentado por el diablo. El cristiano que vive la cuaresma ¿no va a necesitarla? En cuaresma somos invitados a intensificar la lectura de la Palabra de Dios, a cultivar la oración personal y comunitaria y a una participación más frecuente en los sacramentos (Eucaristía dominical y diaria, Penitencia....); no olvidemos que el espíritu del mal y la injusticia no puede ser arrojado fuera más que con las armas de la oración y el ayuno (Mc 9,29).

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En nuestras Parroquias de San Pedro de Mérida (Jueves) y Trujillanos (Viernes) se ofrecen ejercicios de oración comunitaria (meditación y oración eucarística), a las 7,30 en el templo parroquial. Los días 30 (San Pedro de Mérida) y 31 (Trujillanos) de Marzo, tendremos celebración comunitaria de la Penitencia.  Y el día 4 de Marzo, durante todo el día, un Retiro espiritual  en la Casa de Espiritualidad y oración Ntra. Sra. de Guadalupe de Gévora.


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3.- EL AYUNO Y LA ABSTINENCIA. Llevar una vida moderada, tomar conciencia de que "no sólo de pan vive el hombre" (Lc 4,4). El ayuno no puede limitarse a la privación de comida. El ayuno que Dios quiere es el ayuno de injusticias, purificación del espíritu más que del estómago.

¿Quiere esto decir que debemos abandonar el signo externo y centrarnos en el interno? ¡De ninguna manera! Ciertamente lo que cuenta en la práctica del ayuno es la disposición interior, pero ¿será capaz de ayunar de soberbia, avaricia o  gula espiritual, quien es incapaz de privarse de ello materialmente?

El ayuno externo ayuda a profundizar en el interno, obliga a tomar conciencia de la necesidad de privarse de alguna que otra comodidad. Hemos de evitar la paradoja de “ayunar exteriormente  sin ayuno interior”, es decir, abstenernos de comer alimentos, pero no renunciar a alimentar nuestro ego con alimentos como la soberbia o la ira; pero también és aconsejable evitar el “no ayunar material” ya que el olvido de la práctica exterior también puede arrastrarnos al abandono  de la exigencia interior. 

De todas formas, no consideremos el ayuno como una competición (“a ver quien resiste más sin comer”), ni tampoco como una huelga de hambre (1); el ayuno es un gesto de oración que se orienta a la “conversión personal”.


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(1) NOTA: Para clarificar ideas: ¿Qué diferencia hay entre  "practicar el ayuno" y hacer "huelga de hambre"?

Las diferencias entre el ayuno y la huelga de hambre:
-La huelga es más radical, a veces un absoluto que llega hasta el sacrificio de la vida. El ayuno siempre es moderado y nunca debe perjudicar la salud.
-La huelga es un grito de protesta. El ayuno es oración.
-La huelga es una denuncia de la injusticia. El ayuno es anuncio de otra realidad.
-La huelga ha de ser conocida. El ayuno no debe notarse.
-La huelga es un arma de lucha social. El ayuno es un medio de lucha contra ti mismo y tus pasiones.
-La huelga quiere cambiar la sociedad. El ayuno quiere cambiar el corazón.
-La huelga suele tener resultados espectaculares. El ayuno no tiene repercusiones en lo político-social.
        Pero la huelga y el ayuno, si son limpios, brotan de una raíz común, que es el amor. 
 
 (Tomado de El otro, la nueva teofanía, Cuaresma y Pascua, 1995; editado por Caritas Española, pg 37).

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El Evangelio que se proclama el Miércoles de Ceniza nos regala un programa para avanzar en la conversión.  Es un gran error el creer que ya estamos convertidos del todo; siempre estamos en camino. Este año, la Cuaresma quiere que des un paso más hacia adelante, hacia el encuentro con Dios, que te comprometas un poco más, que te vayas “con-formando” progresivamente con Cristo.

La escucha de la Palabra de Dios en actitud orante, la celebración de los sacramentos (Penitencia y la Eucaristía), y la práctica del amor cristiano serán otros pasos que puedes dar para alcanzar la meta: tu propia salvación, un sentido para tu vida que va más allá de la muerte. 
 
Si estás dispuesto a seguir ese camino, si quieres practicar el ejercicio de la Cuaresma, acércate y deja que el sacerdote imponga sobre tu cabeza la ceniza. Te dirá: “Conviértete y cree en el evangelio”, o bien, “acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”. Este pequeño gesto es un primer paso hacia la Pascua; luego has de seguir el camino.

[Misa e imposición de la ceniza el Miercoles, a las 7 de la tarde (San Pedro de Mérida) y a las 8 (Trujillanos)]

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Otro comentario-reflexión sobre el sentido de la Cuaresma en:

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Febrero 2023
Casto Acedo

martes, 14 de febrero de 2023

Amar como Dios ama (Domingo 19 de Febrero)

EVANGELIO
Mateo 5,38-48

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas.

Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.

Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».

¡Palabra del Señor!

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La ley del talión, o de la venganza, resume el lado negativo de la justicia distributiva; según esa ley se debe dar al criminal un castigo equivalente al crimen cometido; la expresión más conocida de esa ley es lo del “ojo por ojo y diente por diente”; esta práctica aparece como opción en la ley judía del Antiguo Testamento (cf Ex 21:23-25; Lv 24:18-20; Dt 19:21), que se corrige en los textos del Nuevo Testamento desautorizándola (Mt 5, 38-41), y vuelve a tomar su forma judía en el islamismo, que invita a la piedad pero considera justa la venganza (Corán 2, 178-179; 42,40).

Esta ley debió de funcionar de forma no-escrita desde los orígenes de la humanidad. ¿Quién no ha sufrido un deseo compulsivo de venganza como primer impulso ante un atentado terrorista u otros crímenes abominables? ¿No surgen deseos de revancha cuando sabemos de  víctimas inocentes? No sólo acudimos entonces al “ojo por ojo y diente por diente” sino que llegamos incluso a reclamar para los  asesinos un plus de castigo.
 
Lo que Dios mismo parece jurar para quien diere muerte a Caín (“El que mate a Caín será castigado siete veces”. Gn 4,15) solemos pedirlo nosotros para los autores de crímenes abominables. Por eso resulta extraña la protección que Dios ofrece al primer asesino de los relatos bíblicos. ¿No se apunta ya aquí al perdón y la misericordia como un camino mejor que la venganza para solucionar los problemas que plantea la construcción de un mundo justo? ¿Se puede  crecer en el amor recurriendo al odio? ¿Actúa con justicia quién recurre al miedo y la violencia para imponer un orden justo?

Amar como Dios nos ama.

En el libro del Levítico se pide alejar del corazón el resentimiento contra el hermano, renunciar al rencor y a la venganza y amar al prójimo como a uno mismo (cf 19,17-18). El pueblo judío entendía que el “prójimo” a amar era sólo el cercano en razón de su pertenencia al pueblo elegido. Pero Jesús, en la magistral parábola de El buen samaritano (Lc 10,25-37), aclara que esa no es la lectura apropiada: prójimo es todo hombre que necesita de tu amor aquí y ahora. A la luz de la parábola has de entender lo de "prójimo" referido a ti: mi prójimo es aquel al que me aproximo. La nueva doctrina del amor no es restringida sino católica, universal; una invitación a acercarme a todos los hombres. 

El amor que Dios pide es un amor a imagen del suyo, un amor que supera la cólera: “no ejecutaré el ardor de mi cólera, porque soy Dios y no hombre en medio de ti, yo el Santo” (Os 11,9). En el amor está la perfección de Dios, y a amar invita Jesús cuando aconseja: “sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

Dios es Padre. Caer en la trampa de considerarle sólo Juez es dar marcha atrás en las enseñanzas de Jesús, barriendo de un plumazo páginas esenciales del Evangelio como la parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11-31), la conversión de Zaqueo (Lc 19,1-10 ) la defensa de la mujer adúltera (Jn 8,3,11) o el hermoso texto donde apelando al amor de Dios se nos dan razones solidas por las que debemos amar a nuestros enemigos y hacer el bien a los que nos odian: “así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos” (Mt 5,45).

Jesucristo, pronunciando desde la cruz la absolución general universal (“Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” Lc 23,34)  es el modelo donde sus discípulos se miran. Si él perdona  a quienes le crucifican, ¿no te invita también a hacer lo mismo?  “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34).
 

La razón del amor extremo que nos propone Jesús no hay que buscarla ni en nuestros sentimientos ni en nuestros esquemas humanos. Los sentimientos suelen traicionarnos, y la sabiduría del mundo no corre a la par con la del evangelio. ¿No es de lo más “natural”, y al parecer gratificante, odiar al que te ha perjudicado? Parece ser que sí. Es muy común oír aquello de “al enemigo ni agua”, “quien lo ha hecho que lo pague”, “¿perdonarle con el daño que me ha hecho? ¡Ni hablar!”, “Quiero perdonar al que me maltrata, pero no puedo”, “cuando pienso en lo que me hizo sufrir esa persona, veo imposible amarla". Es “natural” la impotencia a la hora de querer amar a quien no ha sido amable contigo.
 
Para alcanzar el amor que Dios propone hay que superar los propios sentimientos y esquemas mentales. A la cima del amor solo se llega contando con la ayuda “sobrenatural”, la fuerza del Espíritu, la gracia de Dios que cura la impotencia de nuestra naturaleza caída y débil para amar (cf Rm 7,14-25).

Esa
 gracia de Dios se recibe por la fe, la escucha de la Palabra, la oración, y los sacramentos; recibirla te supone una ayuda “sobrenatural” y eficaz, que sin anular tu naturaleza, sin dejar de ser tú mismo (hay quien piensa que confiar en Dios es vender tu libertad, ¡cuánta ignorancia!) perfecciona tu vida y te hace capaz de amar como Cristo ama, si eso es lo que deseas de corazón.

Dos razones y un consejo para vivir el ideal del amor a los enemigos.

Mirando desde Jesús y aplicando la lógica quisiera darte unas razones (¿sabios consejos?) para amar incluso a quienes te odian:

1. Primeramente, para tu conocimiento, te digo que es mejor amar que odiar, porque el amor conduce a la felicidad y el odio a la tristeza (cf Gn 4,1-7). ¿Acaso el que odia es más feliz que el que ama?

Quien es poseído por el odio tiene el corazón envenenado; mientras  que el odiado puede que ni siquiera se vea afectado por no ser consciente o no tener muy en cuenta  la mala consideración en que se le tiene o los malos augurios que se le desean. Esta es ya una razón para no odiar: siempre perderás; el odio siempre se vuelve contra ti.
 
 


2. En segundo lugar, mirando a la persona que te odia a ti u odia a otros, ¿no es ella misma víctima de su odio? Cuando alguien muestra agresividad verbal o física hacia su prójimo ¿no te das cuenta de que él  es la primera víctima de su irritación? Observa la frustración que le hace ser agresivo.

¿Puede decirse que es feliz alguien que se muestra de continuo  enfurecido y violento? Por supuesto que no. Por eso la persona rencorosa y agresiva es más digna de compasión (misericordia) que de rechazo. Necesita cariño, perdón, ayuda. Así miró Jesús a Zaqueo, a quien todos odiaban por su avaricia, pero al que Jesús amó porque vio en él un hombre frustrado.

Toda persona que muestra una vida de envidia, avaricia, agresividad y odio seguramente guarda en la trastienda de su vida una historia que de ser conocida nos movería más a compasión que a desprecio.  Con la mirada de Dios, “que no mira las apariencias sino el corazón” (1 Sam 16,7),  te es más fácil amar a quien, mirado con ojos mundanos, consideras tu enemigo.

3. Y por último, no olvides el consejo del Señor: “rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,38-48). Prueba a hacerlo. Confieso que yo mismo he practicado esa oración en muchas ocasiones. “Señor, te pido por N., al que me cuesta aceptar por el mal que creo que me ha hecho; que no le odie y pueda yo estar cerca de Ti, y a N. acércalo también a Ti y que en Ti nos encontremos; que algún día podamos estar reunidos en tu casa y comer en la misma mesa”.

Es verdad que de principio parece contradictorio pedir y desear el bien para quien creemos que no lo desea para nosotros, pero con la mirada puesta en Jesucristo, y sintiendo que Él te ama incluso cuando tú no le respondes como debieras, es posible hacerlo. Haz la prueba y descubrirás que poco a poco se derriban tus prejuicios y tensiones, desaparecen el sufrimientos de verte acechado o perseguido, y recobras la paz que es fruto del amor.
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Concluyendo: si amas a tus enemigos, haces el bien a los que te aborrecen y rezas por los que te persiguen y calumnian (Mt 5,43)  estás amando como Dios ama. Y amando así serás dichoso y podrás ser llamado con verdad “Hijo de Dios” (Mt 5,9).

 Febrero 2023
Casto Acedo.

La tentación mesiánica (I Cuaresma)

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