Parroquia de San Pedro Apóstol
SAN PEDRO DE MERIDA
Horarios de celebraciones Navidad 2022-2023
Parroquia de San Pedro Apóstol
SAN PEDRO DE MERIDA
Horarios de celebraciones Navidad 2022-2023
Quede este pequeño video como felicitación navideña para todos los que somos parte de la Parroquia de la Santísima Trinidad de Trujillanos. Mi agradecimiento especial a las catequistas y a l@s niñ@s que participan en las actividades de la Parroquia. En Navidad también os espero para celebrar en la Iglesia estas Fiestas. ¡Feliz Navidad!
Calidad media, 41 MB
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Diciembre 2021
Casto Acedo
EVANGELIO. Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."
El dos de Noviembre, un día después de la Solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia dedica la liturgia del día a la memoria de los Fieles difuntos. No podemos desligar esta memoria menor de la fiesta mayor que le antecede. Nosotros, los que estamos de paso por el mundo -Iglesia peregrina- caminamos hacia un lugar, una meta: la comunión total con la Iglesia triunfante; de ahí que, para los creyentes, lejos de ser una mala noticia, la muerte es una invitación a la esperanza, un interrogante con respuesta: ¡Cristo ha resucitado!.
Es una pena que este grito de victoria, clave de la fe cristiana, se vea oscurecido en un mundo que condena al olvido la pregunta y la realidad de la muerte, cerrando así la puerta a la revolución que supone creer en la Vida Eterna.
La muerte como tabú
Es extraño celebrar un día de difuntos. Parece un día consagrado al pesimismo, a la contemplación angustiosa del fracaso de la vida. La muerte y el dolor físico y moral que conlleva suelen ser acontecimientos que queremos mantener alejados de nuestra consideración. Si hasta no hace mucho era tabú (prohibido) todo lo relacionado con el misterio del origen (sexualidad, nacimiento), hoy podemos decir sin duda alguna que el tabú se ha trasladado al misterio del final (la muerte). Parece como si quisiéramos conjurar el dolor y la muerte negando su existencia.
Escondemos el dolor y el sufrimiento en las camas de los hospitales, en los geriátricos, en los psiquiátricos, en los centros de atención a enfermos terminales, etc... Ocultamos el dolor y la muerte, o nos desentendemos de ellos negándonos a mirarlos de frente. ¿Porqué? Seguramente porque las contrariedades de la vida, el sufrimiento y la muerte, son hechos que ponen al descubierto la banalidad de nuestras vidas atadas al consumismo.
Para los jóvenes, acostumbrados a ver la muerte virtual en medios audiovisuales y a divertirse con ella en las fiestas de Haloween, supone un tremendo golpe toparse con la cruda realidad de la muerte concreta de personas cercanas. Las nuevas generaciones no han sido educadas para leer y encajar con sabiduría la muerte de los suyos; cuando sucede tienen pocos recursos para gestionar los sentimientos que les causa, y en su desconcierto, tras un primer estado de shock, suelen reaccionar con una huida hacia atrás; olvidemos lo pasado y vivamos el "carpe diem" sin dejarnos atrapar por las preguntas que la muerte suscita; comamos y bebamos que mañana moriremos.
No se educa para afrontar la realidad de la muerte. El lenguaje siempre ha sido limitado para expresar los sentimientos de pésame y dolor, pero las costumbres sociales nos están llevando cada vez más a pasar cuanto antes el trago amargo de la desaparición de los nuestros, a guardar un silencio incómodo y a seguir la vida como si nada.
El
“imaginario” y el lenguaje que nos ha servido tradicionalmente para hablar de
todo esto (ir al cielo, descansar en Dios, paraíso, vida eterna,...) se
ha desvanecido a gran velocidad, sin que lo
substituya ningún otro.
Mirar la vida desde la muerte no es abandonarse al pesimismo.
Es bueno vivir teniendo siempre presente la finitud de la vida humana. No quiero decir con esto que la muerte deba obsesionar la existencia y paralizar la tarea de los vivos, pero sí que debería servir de revisión serena acerca de los parámetros que aplicamos a la vida. La reflexión sobre la muerte es necesaria para aprender a vivir. La vida que olvida la muerte corre el peligro de detenerse en tonterías; corre también el peligro de ser manipulada, de ser desvivida, de perderse, si no es consciente de su limitación y su finalidad.
Son muchos los testimonios de personas que, tras salir de una enfermedad, de una operación o de un accidente que les hizo tocar la frontera de la vida y de la muerte, cambiaron de valores. Descubrieron hasta qué punto no eran dueños de su vida, hasta dónde habían equivocado el norte; incluso llegaron a ver cómo estaban siendo manipuladas por una sociedad sólo interesada en sus capacidades productivas y consumidoras. En la cercanía de la muerte descubrieron de lo que no deberían ser y lo que realmente merece la pena ser, lo que importa sobre todo.
Mirar la vida desde la muerte no es condenarse al pesimismo, sino construirse en esperanza desde el realismo. Somos limitados, nos necesitamos unos a otros, está en nuestro propio ser el proyectarnos más allá de la nada y el vacío al que parece condenarnos nuestra cultura. Si al final no hay nada, la vida es para nada; si al final está la plenitud, la vida se llena de esperanza.
A nadie le deseamos ningún mal. Pero la muerte de los más allegados a cada uno, y cuya partida nos ha dolido como si nos arrancaran algo nuestro, debería hacernos pensar en la muerte y repensar nuestra existencia desde ella.
Pensar y aceptar que el dolor, el sufrimiento y la muerte están ahí y reconocerlo es el primer paso para eliminarlo o superarlo. ¡No os dejéis embaucar por una sociedad que esconde estas realidades y que predica un futuro paradisíaco e indolente! Hay sufrimiento, hay dolor... hay muerte.
Mucha gente sigue sufriendo y sigue
muriendo. Están entre nosotros, sufren a escondidas; nuestra cultura rechaza a
los que se muestran enfermos y débiles, por eso muchos no desahogan su dolor;
nosotros mismos los escondemos por no sé qué intereses. No tengamos miedo a
reconocer nuestros propios dolores y sufrimientos, a aceptar nuestras contradicciones.
Y tampoco tengamos miedo a pedir a Dios que nos salve, que nos saque del dolor
y de la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida.
Como seres humanos deberíamos también pensar y meditar sobre el valor (los valores) de la vida: la familia, la amistad, la paciencia, la bondad... Cuando fallece un conocido tendemos a resaltar todo lo bueno y a olvidar lo menos bueno de sus vidas. Qué bueno sería que siempre hiciéramos eso. ¿Porqué no buscamos lo bueno sabiendo que eso es lo que queda?
Además, la muerte debería lanzarnos a la contemplación del más allá, a meditar sobre las cosas últimas. ¿Hay algo después? ¿Qué valor tiene una vida que termina con la muerte? ¿Merece la pena? ¿No habrá de ser considerada un fracaso? Un no creyente carece de algo que posee quien cree, algo cuyo valor no solemos considerar: la fe en la vida eterna. ¿No está el descenso de la fe relacionado con la negación de la trascendencia? O al revés: ¿No está el olvido-ocultación de la muerte relacionado con el descenso de la fe? “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni mente alguna puede concebir lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9).
La muerte también nos lleva a meditar sobre los misterios cristianos. El seguimiento de Jesucristo, su vida y su enseñanza, adquieren sentido desde la fe en que “resucitó al tercer día”. Y este artículo de nuestra fe es de tal importancia que “si Cristo no ha resucitado –dice san Pablo- vuestra fe carece de sentido... Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres” (1 Cor 17.19).
Para un
cristiano la muerte, enfocada desde la resurrección, queda despojada de
derrotismo y de negatividad; la muerte es parte del proceso de paso
(Pascua). “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos (Tm
2,8) ... Si con Él morimos, viviremos con Él" (Rm
14,8).
* * *
El día dos de Noviembre no celebramos la derrota de la humanidad expuesta a una vida sin sentido. Conmemoramos a nuestros hermanos difuntos mientras aguardamos expectantes la resurrección. No pensamos en nuestros familiares y amigos difuntos en clave de corrupción y muerte, sino en clave de resurrección y vida. En clave de Pascua: “Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección” (Rm 6,4).
Pidamos la resurrección para ellos: “Dales, Señor, el descanso eterno”, mientras trabajamos por construir en la tierra una cultura de vida donde la muerte se perciba como lo que es, el abandono de un sueño, el despertar a una realidad más plena.
Señor Jesús, ¡resucita y da la vida eterna a nuestros hermanos difuntos! ¡Resucítanos también a nosotros, Señor! Despierta nuestra conciencia a la verdad de la vida como tránsito. ¡Ponnos en el camino que conduce a la vida eterna! Y tú, María, Madre de Dios y madre nuestra, “ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Amén.
¡Que todos nuestros hermanos difuntos descansen en la felicidad eterna que Cristo inauguró para nosotros!.
Noviembre 2021
465
EVANGELIO, Mt 5,1-12.
“El que quiera ser grande,sea vuestro servidor;y el que quiera ser primero,sea esclavo de todos”
Antonio, todo se ha cumplido, descansa. Ya estás con Él, ya ha concluido la batalla interior que has debido sostener durante tu enfermedad. La luz vence a las tinieblas. Te pienso ahora triunfante, feliz, sereno, en paz contigo, con todos y con Dios. Estás en paz y felicidad porque en tu vida elegiste eso: vivir en paz y felicidad. Has sido feliz amando y dejándote amar por Dios y por la Virgen; has sido feliz sirviendo a los que te rodearon: como joven creyente en su momento, como esposo fiel, como padre amoroso, como honesto profesional de la guardia civil, como miembro activo de la comunidad, como devoto y mayordomo de la Virgen de la Albuera, como buen discípulo de Jesucristo. Quien te ha conocido sabe de tu entrega a aquello en lo que has creído. Eso te honra, y honra a quienes te apreciamos.Me quedo con tu sonrisa amable, tu moderación, tu paciencia, tu elegancia en el trato, tu empeño en llevar adelante todo lo que te propusiste en tu vida personal, familiar, social y cristiana. Te miro y te veo como Jesús camino del Calvario diciéndonos a quienes nos dolemos por ti: “No lloréis por mí, llorad más bien por vosotros”. No sufráis, porque yo quiero que seáis felices, tan felices como yo lo estoy ahora.
Antonio, nos vemos en la casa del Padre.
Reflexión para el primer domingo de Cuaresma a la luz de la situación sociopolítica actual Las sorprendentes circunstancias internacionales ...