miércoles, 27 de septiembre de 2023

Del dicho al hecho (1 de Octubre)


EVANGELIO
Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»

Contestaron: «El primero.»

Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Palabra del Señor.

* * * 

Vivimos en  inflación de discursos ya sean  políticos, académicos, publicitarios, éticos, religiosos, etc. Abundan las palabras vacías, las arengas apelmazadas por el abuso de la jerga propia del gremio; nos invaden las charlas doctrinales, las soflamas más o menos ofensivas que se sueltan en la calle, en el bar, en la publicación escrita, en la televisión, el teléfono móvil, la radio, el cine o el sitio web.
 
Basta observar con ojo crítico algunos programas de televisión para comprobar que el diálogo de sordos en el que todos hablan y nadie escucha se ha elevado a categoría de norma y espectáculo. ¡Bla, bla, bla, bla…! El virus ha llegado hasta el congreso de los diputados y las plataformas de debate social. ¿No estás harto de tanta palabra? O lo que es lo mismo, ¿no estás ahíto de tanta realidad virtual, de tanta mentira disfrazada de posverdad, de tanto cínico "cambio de opinión"?


La palabra y las obras.

Ante tal exceso de verbo ¿no te asalta a la tentación de cerrar el oído, de huir antes de que la incontinencia verbal te asorde? ¡Basta ya! Sorprende que una cultura tan  charlatana tenga a gala presumir de que “obras son amores y no buenas razones.” Nuestra sociedad se dice pragmática,
 más amiga del hecho que de la palabra, y sin embargo es la demagogia, no los hechos, lo que anega el ámbito público.

Hemos encumbrado el derecho a hablar dejando a un lado el deber de la verdad y las obras. En un universo así el discurso apenas tiene valor, y menos aún cuando se adoba con la jerga propia del lenguaje institucional. Es este uno de  los principales obstáculos con que topa la nueva evangelización. Si el cristianismo es  religión de palabra y de libro, y ambos están desvalorizados por el exceso de discursos, ¿cómo transmitir la fe sin renunciar a ellos? 

Hablamos, hablamos y hablamos, pero dejamos poco espacio al silencio, la meditación y la acción. Una palabra sin el aval y la solidez de las obras queda descolgada, vacía, carente de significado real. La verdad sin la bondad deja de ser tal. Incluso el niño más pequeño sabe que sólo la coherencia verifica el dicho; sólo las acciones dan validez a las dicciones. ¿Tiene sentido decirle a tu hijo "no fumes" mientras sostienes un cigarrillo entre tus dedos? ¿Qué valor tienen tus quejas contra la empresa en que trabajas si tú mismo eres injusto con tu mujer, con tus hijos, con tus empleados, con tus vecinos...? ¿Vale para algo la palabrería mecánica de una oración?  
"Cesad de obrar mal, aprenden a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor." (Is 1,16-18). 

En fin, el refranero español desmonta la hipocresía de quien tiene la lengua larga y las manos cortas con refranes clásicos, como que  "del dicho al hecho hay mucho trecho", o que "una cosa es predicar y otra repartir trigo".



Evangelizar desde el testimonio
 
Un mensaje sólo tiene sentido si lo respalda una realidad; o una verdad, que es lo mismo. Así es la Palabra de Dios: es una palabra “viva y eficaz, tajante como espada de doble filo” (Hb 4,12), que ”baja a la tierra y no vuelve sin cumplir su encargo” (Is 55,10). Recorriendo la historia de la salvación hallamos a un Dios coherente porque lo que dice lo hace (cf Ez 37,14); abre la boca, pronuncia su palabra y surge la creación: “Y dijo Dios..., y se hizo” (cf Gn 1,3-27), se fija en la opresión de su pueblo y dice “voy a bajar a librarlos” (Ex 3,8) y los libra por la mano de Moisés. Podríamos decir que la palabra escrita en la Biblia no es sino un comentario a los hechos de Dios.

En Jesucristo la Palabra de Dios queda verificada de manera definitiva: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús habla, y su prédica atrae porque se cimenta en hechos, no sólo por hacer obras admirables (milagros), también por su estilo de vida original y coherente. Su mensaje se viste de gala en el acontecimiento pascual, cuando la Palabra pasa por la prueba de la cruz y queda sellada cumpliendo su encargo (cf Is 55,10-11).

El evangelio de Jesús se anuncia a cara descubierta, desde la encarnación, para evitar el escándalo de los débiles y no oscurecer la verdad de Dios. Nos lo dice san Mateo al narrar la parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32). Podríamos llamarla también  parábola de los hijos que cambian de opinión, pero no sería muy acertado, porque en realidad lo que cambia en los protagonistas no es tanto su opinión sino su acción, la cual a uno le hace virtuoso y al otro mentiroso. Se trata de una parábola muy clara, un bofetón para los fariseos y demás autoridades religiosas del pueblo de Israel, un reto para los demagogos, un toque de atención para quien mira con lupa la ortodoxia de la doctrina  (teoría) y minusvalora la ortopráxis (práctica). 

No basta con decir “voy a la viña” (incluso estando convencido de que eso es lo más correcto); hay que acudir al tajo, al terreno, al surco concreto donde sembrar; ahí se juega uno la cosecha; para que crezca el grano no basta el manual de agricultura ni la asistencia al cursillo impartido por el perito agrícola; si el sudor del obrero no remueve la tierra, si no la siembra ni la limpia de malas hierbas, no hay producción. 

Lo importante es poner manos a la obra. Si no tenemos muy estudiado el manual ya iremos aprendiendo de los errores. Decir no voy e ir luego a la viña no es tan grave como decir  sí voy y luego no ir. No es muy grave ser un hereje (el hijo pequeño fue un rebelde y negó la autoridad del padre con su “no quiero”) si al final los hechos corrigen y desmienten la doctrina equivocada (“se arrepintió y fue”). Asumamos que lo decisivo no es la palabra  sino el hecho en sí, aunque le haya ido precedido una negación verbal. Para Dios cuenta mucho el arrepentimiento. Recuerda las negaciones y la posterior y definitiva confesión de Pedro (Mt 26,69-75; Jn 21,15-19). 

Cambiar de opinión

Advierte que en el caso del hijo que dice no y luego va a la viña no hay un simple cambio de opinión, expresión tan en boca de todos en estos días, eufemismo para colarnos gato por liebre justificando la mentira como verdad. En la parábola de hoy ambos hijos cambian de opinión, pero sólo uno miente, ¿cuál? el que no va a la viña y contradice así la voluntad de hacer el bien que le pide el padre; en quien va a trabajar habiéndolo negado antes hay arrepentimiento, que supone cambio de opinión (mejor decir de actitud)  pero no maldad. 

Está claro  que se puede cambiar de opinión, y ambos hijos en cierto modo lo hicieron,  pero lo que hace el que va a la viña es un cambio de acción para bien, y esto hace inocente el cambio de idea. No hay mentira, hay arrepentimiento. Mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar, lo que supone maldad; tener arrepentimiento es reconocer los propios errores con ánimo de corregirlos para bien. Una cosa es desdecirse con soberbia y otra muy distinta arrepentirse con humildad. 

“Los ladrones y las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos” (Mt 21,31) ¿Por qué? Porque son más propensos a reconocer sus errores y a cambiar de rumbo. Llevan ventaja porque no están como los fariseos acostumbrados a ver a Dios en sus normas, discursos y preceptos, en sus decires; ellos tienden a ver a Dios más en los haceres de la vida que en las doctrinas, y ya sabemos que la conversión es más cuestión de actitudes (cambio de vida) que de conocimientos (cambio de ideas). Ladrones y prostitutas están más dispuestos a escuchar y a ver la realidad de sus vidas; están más dispuestos a la humildad,  a mirarse y aceptarse como pecadores y por lo mismo más inclinados al arrepentimiento y al cambio de vida.

Se puede cambiar de opinión, pero una cosa es hacerlo desde la soberbia y el egocentrismo y otra desde la humildad y la búsqueda común del bien querido por Dios. Eso es lo que pretende enseñarnos la parábola de hoy. No confundamos el arrepentimiento con la mentira, porque el arrepentimiento profundiza en la verdad y la edifica, mientras que la mentira  ahonda en el engaño. Para entender esto sólo hace falta sentido común. 


* * *
 
Toca hoy preguntarte: ¿No seré yo de los que se conforman con rezar sus oraciones, asistir a misa, comulgar, decir hermosas palabra sobre Dios y dar sabios consejos espirituales? ¿Fundo mi espiritualidad en mis decires o en mis haceres? ¿Formo parte del grupo de los que llevan a Dios en las ideas pero lo han arrojado de la propia vida? ¿Suelo cambiar de opinión según mis propios intereses o busco sinceramente la verdad? Respecto a mi fe, ¿me preocupa más la ortodoxia que la práctica? ¿Qué relación veo entre el credo y las obras de misericordia?

Importante para reflexionar es preguntarnos: ¿no sería más visible el Reino de Dios si nos aplicáramos a la práctica del amor cristiano con el mismo celo que a la exactitud en el rito y la ortodoxia? Si bien es cierto que una buena teoría ayuda a mejorar la práctica y una celebración (oración) bien hecha da fortaleza para ello, no lo es menos el hecho de que una buena experiencia enriquece la vivencia de las celebraciones y puede corregir las deficiencias de la doctrina. El hijo primero reparó su pecado de desidia ejerciendo su obediencia con los hechos, el segundo se condenó a sí mismo por sus palabras vacías.
 
Dice san Juan de la Cruz que "a la tarde te examinarán del amor",  no te pedirán cuentas del catecismo que estudiaste y las oraciones que rezaste, tampoco de las veces que cambiaste de opinión y pediste perdón, sino del amor con que viviste. De nada sirven los rezos y los estudios sagrados si no das pasos para vivir al estilo de Jesús. Como el hijo que al final fue a trabajar a la viña, aún estás a tiempo de cambiar.  “Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez 18,27), no por "cambiar de opinión sino por bueno".

¡Feliz Domingo!

 Septiembre 2023
Casto Acedo

jueves, 21 de septiembre de 2023

El amor no es envidioso (24 de Septiembre)


EVANGELIO. 
Mt 20,1-16

"Dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: 

«El Reino de los Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña. Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo: "Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido." Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde e hizo lo mismo. Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo: "¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?" Le respondieron: "Nadie nos ha contratado." Él les dijo: "Id también vosotros a mi viña." 

Cuando oscureció, el dueño de la viña dijo al capataz: "Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros." Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno. Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Entonces se pusieron a protestar contra el amo: "Estos últimos han trabajado sólo una hora, y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno." Él replicó a uno de ellos: "Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" 

Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos.»

Palabra del Señor

* * *

Si buscamos la causa de desánimos o “bajones anímicos” (depresiones) hallamos que muchos de ellos tienen su origen en el vicio de mirar a los próximos con un espíritu excesivamente competitivo.

En un sistema de competencia entre hermanos no extraña que resulte molesto que aquellos  que considero inferiores reciban el mismo o mejor trato que yo u ocupen un puesto superior en la escala social o laboral. Cuando esto sucede hemos entrado en envidia, el pecado capital más frustrante de todos porque lleva implícita la penitencia; quien se abona al club de la envidia se recome interiormente sólo por el hecho de reparar en que existen personas que tienen más poder, más riqueza, más influencia social o simplemente poseen mejores condiciones físicas o intelectuales; el envidioso sufre en su interior el infierno merecido por su falta.

Hay también una envidia espiritual que san Juan de la Cruz define como "pesar del bien espiritual de los otros", y que lleva, dice, a "no querer verlos alabar, porque se entristecen de las virtudes ajenas, y a veces no lo pueden sufrir sin decir ellos lo contrario, deshaciendo aquellas alabanzas como pueden" (Noche 1,7). Ojo a esta envidia espiritual, porque suele ser muy común en ambientes clericales. ¿Sueles envidiar los cargos eclesiales que otros ocupan o te suele molestar el éxito espiritual o pastoral de otros?  Observa detenidamente tus críticas hacia ellos y te sorprenderás de lo mucho que envidias sin apenas percatarte de ello. 

Para todos aquellos que sufren a causa del bien del prójimo, también para ti y para mi, va la parábola de Jesús.

En el Reino de Dios y en su Iglesia
no hay derechos de antigüedad

El pueblo judío del tiempo de Jesús tenía un sentido muy calculador de la justicia; ésta se limitaba a ejercer una función conmutativa o distributiva; en resumen, ser justo era pedir cuentas o dar a cada uno la parte proporcional que le corresponde según sus méritos o deméritos. 

En la segunda mitad del siglo I se vive la circunstancia de algunas comunidades cristianas formadas por personas procedentes todas del judaísmo;  la incorporación de no-judíos creó recelos en ellos porque no se resignaban a aceptar que los que habían llegado más tarde tuvieran en la Iglesia la misma situación y los mismos derechos. 

San Mateo, con la parábola de los trabajadores de la viña que reciben igual paga por horas dispares de trabajo (Mt 20,1-16) invita a los cristianos procedentes del judaísmo a cambiar de mentalidad, haciéndoles comprender que la recompensa de Dios es don y no fruto de sus esfuerzos; es un regalo inmerecido y es igual para todos. Esta nueva imagen de la justicia de Dios, que la equipara a su misericordia, confundía a los que habían sido educados en una religiosidad del mérito personal y el “ojo por ojo y diente por diente” (Mt 5,38).

No es extraño que a los habitantes del siglo XXI nos siga sorprendiendo la parábola de este domingo. Cambian los tiempos, y la condición humana sigue siendo la misma. De entrada todos nos colocamos en la situación de los primeros trabajadores, los que están faenando desde el amanecer. ¿Hay derecho a que reciban lo mismo que los que solo han trabajado una hora? ¿No es lógico que los primeros sientan envidia? 

La parábola nos remite a otro texto muy conocido del evangelio de san Lucas: la historia del hijo pródigo; también el hermano de éste reacciona como los obreros de la primera hora: “Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero llega ese hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y le matas el ternero cebado” (Lc 15,29-30). En ambos casos se da un pecado de solicitud de reconocimiento de méritos propios y de envidia y rechazo del patrón o del padre por considerar injusto su proceder. ¿Y no lo es desde el punto de vista humano? 

La queja de los obreros madrugadores es humanamente lógica; la actitud tan desprendida del propietario podría llegar a tener consecuencias nefandas para la economía. Al día siguiente, dada la debilidad moral del ser humano, casi nadie se presentaría a trabajar a la primera hora, y la escasa rentabilidad de los jornales obligaría a cerrar el negocio. Es lógico suponer que Jesús, en este caso, no está dando un cursillo de dirección de empresa; la parábola no pretende ilustrar sobre planes empresariales, sino acerca de los planes (mentalidad) de Dios. "Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes que vuestros planes” (Is 55,8-9). ¿Cuáles son los planes de Dios? ¿Cuál su mentalidad? 

La parábola nos viene a decir que Dios funciona de manera distinta a lo que parece normal en nosotros; no hace sus cálculos con criterios de justicia distributiva sino con exceso de amor y de misericordia. Para Él no hay derechos de antigüedad; todo lo que da es gracia, la gracia de Dios ni se compra ni se merece. Puedes preguntarle a Job, que reclamaba lo que creía sus derechos ante Dios para finalmente reconocer que si alguna vez tuvo algo fue por su misericordia (cf Job 42,1-6). 

Mirar con los ojos de Dios
 
Hemos de asumir que la relación de Dios con el hombre no se mueve en los parámetros de un patrón con sus obreros, sino en los de un padre con sus hijos, de un buen maestro con su discípulo o de un buen pastor de almas con sus ovejas (cf Lc 15,4-7: parábola de la oveja descarriada). En estos casos el criterio correcto de actuación no es la justicia conmutativa o distributiva sino el amor incondicional que rompe con lo política y económicamente correcto, un amor nada calculador sino escandalosamente divino que es capaz de entender el hecho de que haya más alegría por un pecador que se convierte al atardecer que por noventa y nueve justos de primera hora que no necesitan conversión (cf Lc 15,7). Cuando hablamos de relaciones humanas sobran las miradas partidistas, económicas e interesadas; lo primero y determinante es la persona y su dignidad.
 
Cuando alguien tiene buenas condiciones de vida, lo justo sería que desee a todos sus vecinos que tengan esa misma prosperidad; cuando alguien tiene a Dios aspira a que todos los hombres le tengan; cuando se goza de una vida familiar satisfactoria se desea que la tengan también todos los que te rodean; desear lo contrario sería cruel y rastrero; y desgraciadamente hay muchas personas crueles y bajas; personas que sufren cuando ven que a sus vecinos les va bien y se acercan a su mismo nivel de vida; incluso en la Iglesia hay también personas (sacerdotes, catequistas, feligreses) que se molestan cuando al que ha llegado el último, al “converso o conversa del atardecer”, o a la mujer, relegada a segundo plano, se le den los mismos privilegios y los mismos cargos que a los “fieles de toda la vida”. En estos casos hace falta conversión, cambio de mentalidad, pasar de los pensamientos humanos a los de Dios.


* * *
La parábola de hoy invita a mirar la realidad con los ojos de Dios, que mira con amor de Padre; se acerca a las personas  al amanecer, a media mañana, al mediodía, a media tarde o al anochecer; a todas las acoge, a todas las quiere. ¿No tiene el obrero de la tarde bastante desgracia con haberse perdido la oportunidad de permanecer en Dios desde el amanecer? Si Dios te da la vida ¿te va a dar envidia porque la de también a otras personas? Dios no te hace ninguna injusticia porque otorgue la salvación también a quienes a veces has considerado no merecedores de ella: ladrones, prostitutas...; estos -lo dice el evangelio- te precederán en el reino de los cielos (Mt 21,31), “porque los últimos serán los primeros y los primeros los últimos” (Mt 20,16ª). 

"El amor no es envidioso", dice san Pablo (1 Cor 13,4). Imita, pues, el espíritu evangélico y actúa en tus relaciones con criterios de misericordia; busca la justicia que permite que todos los pueblos y todas las personas puedan gozar de la prosperidad que tú has alcanzado. Trabaja para que la mentalidad de Dios sea prioritaria en las relaciones humanas. Si así lo haces no debes temer nada, o tal vez sólo la crítica de quienes siguen anclados en su religiosidad añeja y calculadora; pero a esos les puedes decir con Dios: “¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener envidia porque soy bueno?” (Mt 20,16).

Buen  domingo.

Septiembre 2023
Casto Acedo 

viernes, 15 de septiembre de 2023

La puerta del perdón (17 de Septiembre)

EVANGELIO Mt 18,21-35

Se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»

Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de est
o, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. 

Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. 

Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

 Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.

Palabra del Señor.

* * *


S
omos muy dados a la auto-indulgencia, a la mano blanda y bondadosa para con nosotros mismos y para con aquellos a los que sentimos más nuestros; y somos duros a la hora de emitir juicios y sentencias condenatorias  sobre quien no es de nuestro círculo de amigos o parientes.
 
Con esta actitud hacemos verdadera la palabra de Jesús: “¿Cómo es que ves la mota en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que hay en el tuyo?” (Mt 7,4). La  capacidad para ver la mota en el ojo ajeno y la impotencia para verla en el propio resume bien nuestra forma habitual de pensar y de actuar. ¡Cuántas veces nos quejamos de lo mal que nos mira o nos trata tal o cual persona! ¡Cuántas veces echamos la culpa de los problemas sociales o mundiales a los otros (políticos, vecinos, adversarios,...)! ¡Cuántas veces hemos acusado a Dios de ser injusto con nosotros! Y ha de venir Él a decirnos que no es su proceder el injusto sino el nuestro (cf Ez 18,25; Job 42,1-6), y a recomendarnos un cambio de visión, una purificación de la mirada (cf Mt 7,5; Ap 3,18).
 
Observar desde fuera; meditar, contemplar. 
 
Tal vez el signo más evidente de la decadencia de una sociedad sea la pérdida de la visión correcta sobre sí misma. Mientras los miembros de la comunidad sean capaces de mirarse desde la perspectiva de los otros y de Dios las cosas pueden funcionar más o menos bien. Pero cuando el punto de vista se sitúa en el ombligo de cada cual, la ruptura y la decadencia están servidas. 

El ocaso de una vida virtuosa suele comenzar por la queja sistemática:

 *Se queja el obrero de lo injusto, duro y exigente que es su patrón, de la poca consideración en que le tiene... Y al llegar a casa no es consciente de que también él es duro y exigente con su mujer, con sus hijos, y con todos aquellos que están bajo su autoridad o influencia.
 
*Se queja el joven de las injusticias sociales, de la falta de solidaridad de los mayores, de la opresión a la que quieren someterle sus padres... Y no ve su propia insolidaridad con los compañeros ni cómo sus actitudes soberbias hacen sufrir a sus padres.
 
 *A su vez el adulto se queja agriamente de los jóvenes tachándolos de irresponsables, vagos, caprichosos…, y, obsesionado el adulto con lo que hubo de sufrir para forjarse un futuro, no ve la vida cómoda y aburguesada que disfruta en el presente, espejo en el que se miran los jóvenes a los que desprecia.

*El ciudadano del mundo próspero lucha sin tregua por defender su derecho a la vida, al pan, a una vivienda digna para él y para los suyos; nunca le parecen suficientemente satisfechas sus necesidades… y no ve que a cuatro pasos de su casa (porque los medios de comunicación y transporte han acortado enormemente las distancias en la aldea global) en Ucrania, en Siria, en Libia, Nicaragua o Afganistán, etc.. hay personas que se ven privadas de los derechos más elementales.

*Por su parte, el hombre de Iglesia se duele del poco interés del mundo por Dios, de la falta de compromiso eclesial, de la marginación que sufre la Iglesia en círculos secularistas... Y centrado en los rezos no es capaz de ver su escaso compromiso social, su flojo o nulo trabajo serio por la evangelización o el indecente ninguneo al que somete la Iglesia a la mujer, aceptada y alabada como servidora en tareas menores pero privada del derecho al sacramento del orden o alejada de cargos de cierta responsabilidad. 

Cuando las cosas están así nos hace falta una mirada desde la otra orilla,  observar la realidad tal como es y quitarnos las gafas de nuestro egoísmo para observarnos tal como realmente somos: hipersensibles para reclamar nuestros derechos y fríos, duros, superficiales e insensibles para exigir esos mismos derechos para los demás. 

 
La puerta del perdón
 
La Parábola de los dos deudores (Mt 18,21-35) nos habla de un rey misericordioso y a un súbdito de corazón duro, y pone en evidencia lo que acabamos de decir; en ella el Señor nos da a entender que la crítica (la queja) sólo es lícita desde la autocrítica y el compromiso. “¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de sus semejantes ¿y pide perdón de sus pecados?” (Eclo 27,3-4). 
 
Extraemos del texto una enseñanza importante: lo mínimo exigible en principios morales es la coherencia, la adecuación entre lo que se cree y lo que se hace, la conciliación entre lo que cada uno pide para él y lo que él es capaz de dar a los demás, porque “la medida que uséis la usarán con vosotros” (Mt 7,2). No te apiadas de tu prójimo ¿y pides el perdón de Dios? Pues no será escuchada tu oración, porque lo mismo que tu hagas ”hará mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano” (Mt 18,35). 

Mientras que nosotros somos  calculadores -“si mi hermano me ofende ¿Cuántas veces le tengo que perdonar?” (Mt 18,21)-, legalistas e inhumanos, con el prójimo a la hora de dar o perdonar, Dios sobrevuela los cálculos mentales y obra desde el corazón de su ser infinitamente compasivo: “No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete” (Mt 18,22). Hay que perdonar siempre, porque la dinámica de la misericordia divina es inagotable: "el amor no pasa nunca" (1 Cor 13,8). Si el amor de Dios no tiene límites también es inagotable el perdón que fluye de ese amor.

La parábola termina con el  siervo malvado en la cárcel. Y sería un error pensar por ello que Dios se retracta de su perdón. Más bien habría que decir que el mismo siervo se cierra a la misericordia de Dios. En realidad no aceptó el perdón del amo, porque en ese caso él también hubiera perdonado.

La puerta del corazón es una, sólo una. Por esta puerta fluye el amor de Dios que me perdona y mi amor que responde como buenamente puede perdonando a los hermanos. Dios es amor, perdón, misericordia, y no puede ser otra cosa. No niega nunca el perdón, es cada cual quien decide cerrar la puerta de su alma a su bondad infinita. No es que Dios no quiera perdonar, es que por la puerta cerrada al hermano tampoco puede entrar Dios. Por eso dice Jesús que "sperdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre celestial, pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas" (Mt 6,14-15). Como dice san Juan de la Cruz siguiendo a los filósofos más clásicos, el amor y el desprecio son incompatibles: "no pueden caber dos contrarios en un mismo sujeto" (cf. Ll 1,19). 


¿Por qué cuesta tanto perdonar? ¿Por qué muchas veces decimos: quiero pero no puedo perdonar? Teóricamente, perdonar es fácil. Haciendo una lectura superficial del texto, a quien fue perdonado por el rey de la parábola le bastaba con haberse puesto del lado del Rey que le perdonó, haber  mirado con cariño al deudor y haberle dado la alegría de perdonarle su deuda. Pero no lo hizo; seguramente porque, aunque él fue perdonado, el perdón de Dios, la calidad de su amor infinito, no caló en lo profundo de su ser; no se había convertido de corazón al amor de Dios. El perdón de su deuda, lejos de hacerle cambiar, aumentó su egoísmo; recibió el perdón de su deuda como un don merecido por su insistencia (con soberbia) y no como algo desproporcionado a sus méritos (con humildad). Por eso se le retiró la gracia que se le concedió y quedó preso en la cárcel de su corazón endurecido.

* * *
A veces, cuando oras pidiendo perdón o tras celebrar el sacramento de la penitencia, no encuentras la paz que esperabas. ¿Te has preguntado alguna vez por qué? Tal vez en la parábola de este domingo tengas respuesta. Deberías preguntarte y meditar hoy: ¿soy compasivo y misericordioso con todo y con todos? Recuerda lo dicho: la alegría de la misericordia solo tiene una puerta; no hay una alegría que brota de ser perdonado y otra de perdonar. Si cierras tu corazón a la reconciliación con el mundo y con los hermanos lo estás cerrando a Dios. 
"Si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5,23-24). 
"El Señor es compasivo y misericordioso" (Salmo); ahora bien, no hay perdón de Dios "si cada cual no perdona de corazón a su hermano" (Mt 18,35); si el odio anida en tu corazón no puede entrar en él el amor de Dios. ¡Deseando está el Señor de que te alcance un perdón que ya te tiene  concedido!. Lo único que tienes que hacer es abrir la puerta de tu misericordia para con tus hermanos; al amarlos está entrando el amor de Dios en tu casa. 

Septiembre 2023
Casto Acedo.

martes, 12 de septiembre de 2023

Exaltación de la Cruz (14 de Septiembre)

 

EVANGELIO
(Jn 3,13-17):

"Dijo Jesús a Nicodemo: 

«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. 

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él."

Palabra del Señor

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La metonimia de la Cruz

Para evitar equívocos acerca de lo que celebramos en la fiesta de la Exaltación de la Cruz, conviene decir que la Cruz la hemos de entender como una metonimia -según la Real Academia de la Lengua Española: una metonimia es "un tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada, etc.; p. ej., las canas por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el laurel por la gloria, etc".-. 

Adorar la Cruz, para el creyente, no es, pues, adorar un madero o exaltar el dolor que produce una crucifixión, sino adorar al Crucificado que triunfa sobre la muerte. Así nos lo canta san Pablo en su carta a los Filipenses (Flp 2,6-11). 

La cruz huérfana (sin Cristo), separada del acto redentor por el que hemos sido salvados, es una idolatría. Sin Cristo, la Cruz se puede transformar en un signo o instrumento mágico puesto a nuestro servicio; o en un signo de adscripción masoquista; o quedar reducida a simple adorno sin conexión alguna con su significado cristiano. Si así lo hacemos, estamos pervirtiendo su sentido,  faltando así a la verdad y tergiversando algo tan sagrado como es nuestra fe. 


La cruz sanadora 

Si la celebración del Viernes Santo incluye una reflexión sobre la muerte de Jesús en el silencio del Padre, la Exaltación de la Santa Cruz parece querer mirar la Cruz como lenguaje sanador de Dios. La cruz, que en Viernes Santo nos invita a mirar al Hijo y nos pone ante el misterio de su muerte, nos revela en la fiesta de hoy su poder vivificador y nos invita a gozar sus beneficios en una fiesta celebrativamente más cercana al Domingo de Resurrección.
 
El valor redentor de la Cruz se deja entrever como adelanto y profecía en el Antiguo Testamento; en la lectura primera de la liturgia de este día (Nm 21,4-9), se describe como el pueblo, hastiado de la dureza del desierto, se vuelve contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo". Esa rebeldía y repudio de Dios y su enviado tiene un efecto búmeran y produce una herida en el mismo que repudia; es el pecado, que consiste en dar la espalda a Dios y sus planes; este hecho no deja impune al pecador. 

La serpiente, signo del mal, se ceba con los Israelitas que no se acogen a Dios y lleva a muchos a la muerte. Sin embargo, Dios no abandona a los suyos. Cuando vuelven arrepentidos encuentran en Moisés un intercesor y en la misericordia de Dios el remedio a sus males: “haz una serpiente de bronce y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla”. Así se hizo, y “cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado”.

La tradición cristiana ha visto en aquella serpiente de bronce la profecía y la imagen del mismo Jesús crucificado; lo enseña así el Evangelio (Jn 3,13-17): “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. Situados ante la realidad de la Cruz de Jesús, nos encontramos, como en el caso de la serpiente, con una paradoja: la invitación a acercarse a un instrumento de muerte para alcanzar la vida. Es como vacunarse contra un veneno recurriendo al mismo veneno, pero ya debilitado por el tratamiento farmacológico, porque en el árbol de la Cruz el amor vence al odio.

Mirar la cruz con fe es contemplar como el mal se debilita con el exceso de bien que se concentra en el amor del crucificado; en la Cruz confluyen el mal del hombre que rechaza a Dios y el amor de Dios que perdona al hombre; del choque que se da entre ambas realidades el amor de Cristo sale vencedor, porque no cae en la tentación de olvidar a Dios ni de odiar al hombre a pesar de la prueba de fuego que supone el sufrimiento propio de quien se sabe inocente. Con la victoria de Cristo el poder maléfico del demonio ha perdido su aguijón; y los creyentes son así fortalecidos frente a la tentación del desfallecimiento bajo el peso de la cruz de cada día.

Para alcanzar a entender este misterio hay que trascender el significado material de la cruz y aferrarse con fe a su sentido espiritual: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por la cruz nos ha venido la vida. Si en el árbol del paraíso pecamos todos, en el árbol de la cruz todos hemos sido sanados. Dios ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí surgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido (Prefacio de la fiesta).


Contemplar la cruz

La liturgia quiere que hoy mires con fe a la cruz. Mira tu propia cruz, los sufrimientos que te afligen en la travesía de la vida; dolores que te invitan a murmurar contra Dios y sus mediadores (Cristo, los santos, sacerdotes, catequistas,…) y mediaciones (Palabra, Sacramentos, Iglesia...). ¡Estoy cansado de tanto penar! -dices-. Igual que el pueblo de Israel en el desierto, te preguntas: ¿Donde está Dios? ¿Por qué tuve que embarcarme en este camino de fe para verme ahora abandonado? ¿No me habrán engañado los que me hablaron de Dios? 

Yo te digo: ¡No caigas en la trampa! Es el tentador que quiere que no sigas adelante, hacia la tierra prometida; pretende que te acomodes, que te vuelvas a Egipto. Las elucubraciones mentales sobre el misterio del mal conducen al abandono de la fe; al exceso de mal que se revela en la cruz sólo se le vence con otro exceso: el exceso de amor que puedes contemplar en el Crucificado. No te salvan tus pensamientos sino tu corazón; la cruz no pide de ti explicaciones sobre algo que no la tiene, el mal; pide una respuesta de fe y de amor. Comienza por volver tus ojos a Jesús. Si el pecado de la infidelidad y la desesperanza se han apoderado de ti, mira la serpiente levantada en medio de la comunidad: mira a Cristo crucificado. Déjate extasiar por su exceso de amor. "Por ti estoy en la cruz -te dice-; por ti paso todo esto". Por ti, que me has colocado aquí; por ti, para que viendo el amor que te tengo recapacites y te vuelvas al Padre.

No todo está perdido. "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rm 5,20); tu pecado confrontado con la misericordia de Dios es una oportunidad para madurar entrando en humildad y así poder levantarte con la ayuda de Dios. Muy cerca de tu cruz, en medio del campamento, en el centro mismo de la Iglesia y del mundo, ha sido levantada para ti la Cruz de Cristo, el remedio para no sucumbir bajo el peso de tus cruces.

Mirando con fe al crucificado y quedarás curado. Porque en la cruz está el poder de Dios, que no es otro que el amor. Mirando al que te ama en la Cruz puedes hallar luz para tu oscuridad. Si Dios ha decidido amarte hasta morir por ti, ¿qué puedes temer?

Septiembre 2023
Casto Acedo

miércoles, 6 de septiembre de 2023

Corrección fraterna (10 de septiembre)

 


Aconsejo para este domingo y el próximo hacer una lectura pausada y completa del capítulo 18 del evangelio de san Mateo, conocido como el “sermón de Jesús sobre el orden y la vida de la Iglesia”. En él se dan consejos acerca de cómo deberían de funcionar las relaciones entre sus miembros. 

Se dice que los primeros en nuestra atención  han de ser los niños y los que son como ellos, porque para Jesús ocupan el primer lugar en el Reino (Mt 18,1-5); además, recomienda que se evite a toda costa el escándalo de los débiles y pequeños (6-9). Añade el texto que, si es preciso, hay que dejar en el monte al gran rebaño para salir en busca de la oveja perdida (12-14).

Para el buen gobierno, sigue el texto, se debe evitar en lo posible el recurso al “ordeno y mando”, yendo mejor por los caminos de la corrección fraterna (15-17). No obstante, si la actitud cismática del pecador persiste, no debe temblar la mano de la autoridad para excomulgar en nombre de la comunidad; la autoridad para esto es de origen divino, porque donde están los suyos reunidos en su nombre, está el Señor presente (18-20). De esto nos ocupamos hoy en nuestro comentario.

Finaliza san Mateo el capítulo 18 con la parábola de los dos deudores que será el texto del próximo domingo y donde se pone luz sobre el perdón entre hermanos como virtud inexcusable para funcionar como Iglesia; sin perdón mutuo no hay perdón de Dios, o mejor, se hace imposible la vida de Dios en la comunidad (21-35).

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EVANGELIO 
Mt18,15-20.

Dijo Jesús a sus discípulos: Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano. 

Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. Os aseguro, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.

¡Palabra del Señor!
 

Corrección fraterna
 
Un cristiano no puede pasar por alto el cumplimiento de la obra de misericordia que invita a corregir al que yerra; quien conoce el mal camino que lleva un hermano no puede permanecer impasible como si aquello no fuera con él. Y esto es válido no sólo para el orden interno de la Iglesia; también de puertas afuera ha de resonar la voz profética que denuncie las injusticias y anuncie la salvación de Dios.
 
Es verdad que nuestra cultura y sociedad individualistas parecen invitarnos a que cada cual se las apañe y viva como pueda mientras no moleste; pero un cristiano no puede aceptar esta mentalidad. Jesús vino a implicarse y complicarse la vida, a inmiscuirse en nuestros asuntos; la encarnación de Dios hizo propio el dicho que el comediógrafo Terencio popularizó en el siglo II: “Hombre soy, nada humano me es ajeno”. 

Más cerca de nosotros el Vaticano II abre la Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual diciendo: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias, de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1). Podemos deducir de aquí que el cristiano no puede vivir de espaldas al mundo porque sus aciertos y errores son también suyos; y como se sabe  hermano universal está llamado a ser atalaya que en nombre de Dios llame a los hombres a obrar el bien y les  inste a corregir el mal. Desertar de esta misión es abandonar el camino de la vida (cf Ez 33,7-9).

 
Lo que no se debe hacer 

¿Cómo ser atalaya (profeta) de la justicia de Dios? De momento hay que evitar dos errores: tomar el atajo de la denuncia anónima y caer en la tentación de juzgar al hermano por detrás.

Cuando en una sociedad o comunidad surgen problemas lo más habitual es que uno vaya a instancias superiores a reclamar justicia. De este modo, todos hemos observado como en la Iglesia Católica cuando a la gente no le agrada lo que hacen otros feligreses se lo comunica al párroco; cuando no le gusta lo que hace el párroco se lo comunica al obispo; y cuando no le gusta lo que hace el obispo, se lo comunica a Roma. Se dice que todo es por el propio bien de las personas y por la pureza de la religión.
 
Y esto de denunciar el hecho en las instancias superiores ocurre sólo en algunos casos, porque la práctica más habitual suele ser la de procurar directamente el descrédito del hermano que yerra; lenguas envenenadas trazan alrededor del presunto disidente un muro infranqueable que le hace desaparecer como hermano, pasando a ser un marginal, un don nadie, un demonio del que hay que huir. Y esto se consigue a base de críticas falsamente piadosas adobadas de regusto malsano. ¡Ah!, y normalmente el interesado es el último en enterarse de lo que se trama contra él, con lo cual el derecho a la defensa queda mermado o simplemente anulado.

Se trata del exterminio social o eclesial del individuo. Se tolera su pertenencia al grupo, pero no se le quiere en él. ¿No es esto  lo que vemos en el mundo de la política rastrera, donde los contrincantes se dedican más a minar la credibilidad del oponente sacando a la luz sus defectos, dejando de lado la posibilidad de trabajar juntos desde el entendimiento? A eso se le llama cínicamente crear un "cordón sanitario" que me separe de los que me pueden contaminar.  La verdad es que el que el mayor contaminador es quien establece el cordón. 

¡Lástima dan los que sólo son capaces de afirmar su identidad sobre una montaña de cadáveres ajenos! Aquellos que sólo saben ponerse en valor desvalorizando al hermano.

Ejercer la autoridad como servicio de amor
 
También es frecuente entre nosotros el abuso de la autoridad. Hay personas a las que le ponen un uniforme y se cree el dueño del mundo; usa la autoridad como látigo, no como debería de ser ejercida: como servicio. La forma en que Jesús actuó no tiene nada que ver con la imposición. Para Él es una cualidad resistirse al uso de la fuerza mientras no se hayan agotado todos los recursos de la pacífica corrección fraterna.

Dios no es amigo de gobernar con la disuasión violenta; ya conocemos la respuesta de Jesús cuando le pidieron un severo castigo para los habitantes de una aldea que no le acogió por ser judío: “Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo y los consuma?”; son palabras de Santiago y Juan, y de todos los que añoran una comunidad (Iglesia, sociedad) donde no haya disidentes. “Jesús, volviéndose hacia ellos los reprimió severamente” (Lc 9,54-55).
 
La autoridad en la Iglesia no se debe desligar del amor. Dios no es un jefe o un patrón que impone sus leyes y razones a golpe de decreto inapelable. Dios es Padre, y su forma de ejercer su autoridad no puede desligarse de la dinámica del amor paterno-fraterno. Como oí  en cierta ocasión un compañero sacerdote: “lo nuestro - dijorefiriéndose a la Iglesia-, aunque algunos no lo crean,  no es una empresa ni una asociación sindical o política, lo nuestro es otra cosa"; es una familia, y en una familia las relaciones se fundamentan sobre el amor.

Sin la virtud del amor ningún consejo, ninguna opinión, ningún juicio,  ninguna ley, están justificados. “De hecho, el ´no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás´, y los demás mandamientos que haya, se resumen en esta frase: ´Amarás a tu prójimo como a ti mismo´ … Amar es cumplir la ley entera” (Rom 13,9-10). La ética cristiana se atiene a este principio, que san Agustín resume con el clásico “ama y haz lo que quieras”. Y esto vale también para el mundo. Sólo desde unas relaciones fraternas -de amor, que es más que solidaridad- es posible un diálogo entre hombres y mujeres, ricos y pobres, izquierdas y derechas, creyentes y no creyentes, etc. en orden a edificar una ciudad más justa sin renunciar a la riqueza de la diversidad.
 

¿Excomunión?

Pero, ¿qué hacer cuando alguien se opone insistentemente a los planes de Dios? ¿Qué medidas tomar con el hermano que se niega a aceptar las premisas de la familia y se niega a cambiar? Igual que decimos que con el matrimonio mal avenido la solución es la separación como mal menor, así también en este caso el mal menor es la excomunión.

¿Tiene autoridad la Iglesia para excomulgar? “Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir cualquier cosa, la obtendrán de mi Padre celestial. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18.19-20). Con estas palabras san Mateo explica porqué la comunidad eclesial tiene autoridad y es el tribunal de resolución final que puede, en último término, separar o excomulgar a los pecadores recalcitrantes. Sencillamente porque la comunidad, cuando se reúne en nombre de Jesús, disfruta de su presencia; la autoridad para atar y desatar no se ejerce con independencia de Jesús al que le ha sido otorgada toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28,18).

Una excomunión no es un “procedimiento burocrático”, sino “un acto de iglesia” que actúa con Jesús y a la sombra de su Espíritu.  Más que "echar de casa a un hermano" es una manera de decirle que ya se ha puesto él mismo en la calle con sus actitudes. Al excomulgarlo no se pretende la muerte espiritual del hermano sino que recapacite sobre la gravedad de su error y vuelva al redil. No se trata de crear a su alrededor un "cordón sanitario" de odio, sino de -es duro de decir y de entender- de amor. Se condena púbicamente el pecado para hacer recapacitar al pecador  fin de que se vuelva a casa y se salve. La corrección fraterna que no se hace desde un corazón amante no es cristiana y hace un daño tremendo. 

La "excomunión" cristiana (es una palabra muy fuerte) no condena a la persona (¡qué gran error la hoguera inquisitorial!) sino que desea sacarla de su error.  La Iglesia, como madre, espera siempre expectante el regreso del hijo pródigo para salir a su encuentro, abrazarlo, vestirle el traje de fiesta y reintegrarlo a la vida comunitaria (cf Lc 15,20-24). Es lo menos que se espera de quien cree en el amor como cimiento fundamental de la convivencia fraterna.

Septiembre 2023

Casto Acedo 

La tentación mesiánica (I Cuaresma)

Reflexión para el primer domingo de Cuaresma a la luz de la situación sociopolítica actual Las sorprendentes circunstancias internacionales ...