Vos sois, ¡Oh Abogada nuestra!, la Nave del Mercader divino, que desde el cielo lo trajiste a la tierra, el pan de ángeles y hombres, Jesucristo; nueve meses navegó felizmente el Dios humanado por el mar de este mundo, embarcado en vuestras purísimas entrañas. Pero ¿quién no navegará seguro por el mar de este mundo si se embarca en la Nave de vuestra protección? Espero de vuestra piedad compasiva que me conduciréis felizmente entre las olas y peligros de este siglo al seguro puerto de la eterna gloria y provecho de mi alma. Amén.
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Nos ofrece hoy la novena la imagen de una nave, un barco, para describir a la Virgen María, imagen muy común también a la hora de describir el ser de la Iglesia. Existe una gran afinidad entre la Virgen María y la Iglesia.
Hoy me gustaría detenerme en reflexionar sobre esta relación tan íntima. También a la Iglesia la llamamos madre, nuestra santa madre Iglesia, una consideración que no solemos tener en cuenta. La Iglesia es madre porque en ella, en la pila bautismal, nacimos a la vida nueva de hijos e hijas de Dios. La Iglesia nos dio a luz por el agua y el Espíritu en el bautismo, y como buena madre nos educada con la catequesis, nos alimenta con los sacramentos y nos da el calor familiar con la comunidad de vida.
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Nuestro concepto de Iglesia suele quedarse en el de una institución de poder y autoridad. Vista así la Iglesia es el papa, los obispos, los curas, las monjas y monjes, los religiosos y religiosas. A esto es a lo que nos referimos normalmente cuando se habla de la Iglesia. Pero ¿es esto la Iglesia?
La palabra “ecclesia”, latina, significa “asamblea”, y se aplicó a los primeros cristianos que se reunían cada domingo en asamblea. “Ir a la asamblea” acabó significando “ir a un lugar donde se reunían los cristianos”; y cuando se construyeron templos “ir a la Iglesia” pasó a ser “ir al templo”; la palabra iglesia pasó así a significar también el lugar donde se reúnen los cristianos. Más tarde se identificó con el clero, los que gestionaban el culto y funcionamiento de los templos e instituciones religiosas, restando importancia al pueblo de Dios como parte de ella. En el siglo XIX se impuso la idea de la Iglesia como “sociedad perfecta”, lo cual generó una soberbia eclesiástica que no podemos negar. Pero ¿es la Iglesia un edificio, un grupo de dirigentes eclesiásticos o una “sociedad perfecta”?
El concilio Vaticano II habla de la Iglesia definiéndola como “Pueblo de Dios”. Por tanto cada uno de los bautizados no es que "tengamos o estemos" en una Iglesia sino que "somos" Iglesia. También dice el Concilio que la Iglesia es “sacramento”, signo visible de la realidad invisible que es Cristo. A mí me gusta decir que la Iglesia es la comunidad de aquellos que se han encontrado con Jesús resucitado o han sido encontrados por Él y comparten esa misma experiencia de muerte y resurrección, de amor y de entrega de Jesús.
Hay quien sigue pensando que los curas son unos funcionarios públicos que tienen la obligación de servir al pueblo en los ritos. La Iglesia son los curas, dicen. Pues que se preparen éstos para la desaparición de una Iglesia así, porque los curas son una especie en vías de extinción. Si no se da un paso de “la Iglesia son los curas” a “todos somos Iglesia” estamos gastando energías para nada.
Si queremos una buena enseñanza de lo que es y a lo que está llamada la Iglesia podemos mirar a la Virgen. Mucho de lo que decimos de la Iglesia lo hemos aprendido de nuestra Madre. Igual que ella asumió la obediencia a Dios haciéndose portadora de la persona de Jesús durante nueve meses para dar a luz al Salvador, así la Iglesia, obediente a la voluntad de Dios, hace presente a Jesucristo. En la Iglesia, como en María, se sigue dando el misterio de la Encarnación de Jesús. María cuidó con esmero la vida que habitó en ella y la dio al mundo. La Iglesia tiene la misma misión: mantener viva la presencia de Cristo en ella y darlo al mundo en la evangelización, las celebraciones litúrgicas y la caridad.
Por otra parte, los cristianos tenemos un deber hacia la Iglesia, el mismo que tenemos hacia nuestra Madre la Virgen: cuidarla, acrecentarla, mimarla, atendiendo a sus necesidades materiales y espirituales (catequesis, celebraciones, cáritas).
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María y la Iglesia forman una unidad misteriosa y preñada de esperanza . No me resisto a transcribir un texto de Henri de Lubac que puede servirte de meditación sobre la Iglesia, más en concreto sobre tu parroquia, desde el prisma de la Virgen de la Albuera:
“María contiene eminentemente todas las gracias y perfecciones de la Iglesia. Todas las gracias de los santos entran en ella, como todo los ríos entran en el mar. Sobre ella, en quien ha puesto eternamente fija Su Mirada, el Eterno ha tomado la medida de todas las cosas. En ella se bosqueja toda la Iglesia, y al mismo tiempo llega ya a su última perfección. Ella es a un tiempo su germen y su pléroma. Ella es su forma perfecta, morada donde habita la plenitud de los santos. Ella es la Mansión de todos los bienaventurados, casa donde todos se alegran. María es en la Iglesia lo que la aurora es en el firmamento, y en su juvenil esplendor Ella es ya este nuevo universo que debe ser la Iglesia…
Al final de los tiempos, la Iglesia, que es la belleza de todas las almas individuales, será “toda hermosa”: María es “la misma belleza”. Ella es toda hermosa desde el primer momento de su ser… y su Amado puede decirle desde el primer instante: “No hay en ti mancha alguna”.
¡Qué espectáculo más arrobador el ver en esta sola alma, ya desde sus comienzos, todo lo que el Espíritu de Dios derramará un día sobre toda la Iglesia!
Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia, Ed Encuentro (Madrid, 2ª reimpresión, 1988) ,267.
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