Este segundo Domingo de Pascua celebramos la Divina Misericordia, atributo divino que es objeto de atención especial en este día merced al impulso de Juan Pablo II, y que el Papa Francisco profundizó con la publicación de la carta encíclica Dilexit Nos. Sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo (24 de Octubre de 2024), la última carta encíclica del papa recién fallecido y desde la cual hay que leer sus otras encíclicas. Todo hay que mirarlo desde el corazón de Jesús, desde la centralidad de la misericordia divina.
¿Por qué la misericordia de Dios, su corazón, adquiere importancia en la Pascua? ¿No es más cosa de la Cuaresma? Es cierto que la Cuaresma invita a ponernos en manos de Dios misericordioso tras reconocer nuestros pecados, pero es en la Pascua donde se muestra explosivo y sorprendente el amor misericordioso de Dios.
Contemplemos a los apóstoles “en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos”. Habían apresado a Jesús y lo habían matado; ¡qué esperaban sus seguidores sino correr la misma suerte! El miedo estaba justificado. Pero hay otro miedo del que no hablan expresamente los evangelios, pero se intuye. No es difícil de imaginar. Le habían traicionado y abandonado. ¿Para qué vendrá Jesús ahora? ¿Se vengaría de ellos por haberle traicionado? Tal vez por eso Jesús comienza invitando a la calma: “¡No tengáis miedo!”. Tal como dijo a los de Emaús todo lo ocurrido ha sido previsto por el Padre
En los planes de Dios Padre no entran la revancha y la exclusión sino la
restauración e inclusión de todo en Jesucristo. “Dios
es amor” (1 Jn 4,8), en su ser “no puede negarse a sí mismo” (2
Tm 2,13), su respuesta al odio no puede ser otra que la misericordia. ¿Para qué
vino Jesús sino para mostrar el amor del Padre? Llegada la plenitud de los tiempos Dios envió a su
hijo al mundo para que todos volvieran a Él, que es como decir para que nos
diéramos cuenta de quién es Él; no un patrón que impone una justicia
vindicativa sino un Padre que ama y perdona; por su misericordia no somos siervos sino hijos de Dios (cf Gal 4,4-7).
¡No tengáis miedo! Sabed que lo más contrario al amor no es el odio sino el miedo; y lo más fructífero del amor no son las buenas obras sino la alegría con que éstas se hacen. La presencia
de Jesús da alegría e infunde paz. Por tres veces repite Jesús en el evangelio: “Paz
a vosotros ... Y, diciendo esto,
les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al
ver al Señor”. A partir de ahora lo que moverá al discípulo de
Jesús no será el temor servil a Dios, ni el miedo a los judíos, sino al amor y
la alegría.
La misericordia
de Dios, la paz de Dios y la alegría de Dios brillan de modo
especial en este domingo. Ahora bien, no debemos confundir la misericordia de
Dios con la nuestra, ni su alegría con nuestros contentos,
ni su paz con el silencio de las armas. La misericordia divina no es la excusa para
una “buena confesión de nuestros pecados”, ni su alegría es la consecuencia de
nuestras satisfacciones, ni su paz el resultado de nuestra paciencia. La
divina misericordia es ante todo un don de Dios que sólo se
comprende desde la experiencia personal del encuentro con el Resucitado.
No hay nada que temer de Dios; este es el gran mensaje del segundo domingo de Pascua. El único temor decente es el temor de perderle, algo que el mismo Dios no desea; tanto que él mismo sale al encuentro de quien se aleja; a eso ha venido en Jesús, a buscar y salvar a la oveja perdida (cf Lc 15); ha muerto y ha resucitado para que creamos en su misericordia y sólo nos dé miedo la posibilidad de perderla. No temamos a Dios, temámonos a nosotros mismos cuando nos alejamos del amor. Y para no perdernos miremos el Corazón de Jesús Resucitado; creyendo en Él tendrás vida en su Nombre (Jn 20,31).
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Cerramos este comentario con el primer párrafo de la encíclica Dilexit nos del Papa Francisco:
"«Nos amó», dice san Pablo refiriéndose a Cristo (Rm 8,37), para ayudarnos a descubrir que de ese amor nada «podrá separarnos» (Rm 8,39). Pablo lo afirmaba con certeza porque Cristo mismo lo había asegurado a sus discípulos: «los he amado» (Jn 15,9.12). También nos dijo: «os llamo amigos» (Jn 15,15). Su corazón abierto nos precede y nos espera sin condiciones, sin exigir un requisito previo para poder amarnos y proponernos su amistad: «nos amó primero» (1 Jn 4,10). Gracias a Jesús «nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído» en ese amor (1 Jn 4,16)".
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Oremos por el eterno descanso del Papa Francisco e invoquemos al Espíritu Santo para que conceda a su Iglesia un nuevo Pastor que nos guíe hacia la misericordia divina.
Abril 2025
Casto Acedo.
Gracias D. Casto, un comentario muy muy inspirado, somos nosotros los que no amamos, pero su corazón no puede dejar de amarnos.
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