jueves, 17 de abril de 2025

Fraternidad (17 de Abril)


EVANGELIO
 Juan (13,1-15)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando, ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara, y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.

Llegó a Simón Pedro, y éste le dijo: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?»

Jesús le replicó: «Lo que yo hago tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.»
Pedro le dijo: «No me lavarás los pies jamás.»

Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.»

Simón Pedro le dijo: «Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.»

Jesús le dijo: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos.»

Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios.» 

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.»

Palabra del Señor

*

Cada vez me llena menos la palabra "solidaridad"; y no es porque sea un término que considere peyorativo sino incompleto a la hora de expresar la virtud necesaria para la construcción de un mundo mejor. Solidaridad me remite a una causa exterior a la que se ha de dar respuesta; prefiero la palabra "fraternidad", que  es el sentimiento de una pertenencia; la solidaridad se tiene o no, la hermandad indica una realidad que se es. 

Ser fraterno es algo más que optar por una causa. En la fraternidad entra en juego lo más sagrado de mi persona: mi mismo ser interior, mi sangre y mi carne, que hace míos los gozos y los dolores de mis hermanos. Puedo o no puedo solidarizarme con tal o cual persona o grupo sufriente, con este o aquel colectivo marginado; pero si soy hermano la cuestión no es si puedo o no puedo ser solidario, la cuestión es que no existe tal cuestión, porque si entiendo al otro como parte de mí, su gozo es mi gozo y su dolor mi dolor.

 Así, cuando mi hermano está en apuros, no tengo que decidir si ponerme o no de su parte porque la decisión ya está tomada; mi hermano es parte de mí, y darle la espalda sería un atentado contra mi propia dignidad personal. Ser hermano es, pues, mucho más que ser solidario. Puedo dejar de ser solidario apoyado en tal o cual excusa más o menos convincente, y puedo hacerlo sin que se produzca en mí una ruptura personal; pero no puedo dejar de ser hermano de mi hermano sin que mi naturaleza me lo reproche y mis entrañas se resientan. 

Ante el sufrimiento humano podemos tomar una postura "solidaria", por ejemplo, ayudando económica o estratégicamente a los refugiados o a los damnificados en una catástrofe humanitaria, pero ¿qué harías si un "hermano de sangre" estuviera viviendo la tragedia de la guerra o del hambre? Entonces tu respuesta no sería simplemente "solidaria" sino "fraterna", de hermano. No te plantearías qué puedes hacer, tu corazón te arrastraría a dar lo mejor de ti. ¿Entiendes ahora la diferencia? No es lo mismo mandar al criado que lave los pies al visitante que lavárselos tú mismo espontáneamente. Es cuestión de cercanía, de encarnación. 

La  solidaridad es como un deber de justicia, una  obligación moral, la caridad es una virtud teologal, algo más que la justicia. Reducir la caridad a justicia es uno de los pecados de nuestro tiempo. Creemos que es caridad prolongar unas acciones caritativas puntuales, poner remedio a necesidades ocasionales. Pero es mucho más, es dejar fluir en el corazón el amor de Dios vertiéndolo en los hermanos.

En el día de Jueves Santo proclamamos que el mundo necesita la justicia solidaria, pero sabemos que ésta, sin la caridad fraterna queda humanamente incompleta. Podemos poner al servicio del mundo una máquina o una inteligencia artificial más eficiente que una persona para solucionar problemas sociales de distribución de las riquezas, pero ¿bastaría con eso? Desde luego que no. Hay que aprender a practicar la caridad con justicia y la justicia con caridad. Marta y María. Marta, que arregla los desórdenes y daños generados por el pecado, y María, que al “exceso del mal” que es la injusticia opone el “exceso de amor” que es la caridad.

La justicia que se practica en la solidaridad suele llevar cuenta de lo que hace; ahora bien, el amor olvida lo que hace. “¿Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?", dicen los justos de la parábola del juicio final (cf Mt 25,37-39). La caridad cumple toda justicia, hace lo que hay que hacer, pero sin saberlo, es decir, sin tenerlo en cuenta, porque entiende que es lo suyo. ¿No es este el verdadero amor?

La caridad es amor sin límites, “amor excesivo” de Dios como remedio al “mal excesivo” del mundo; este es el amor que celebramos el Jueves Santo. El gesto inaudito del “Maestro” que lavando los pies a sus discípulos se hace siervo de los siervos no realiza un acto de justicia, sino un acto de amor simple y loco que abre puertas a la esperanza.  

No te conformes con ser solidario; trabaja en ti la fraternidad. Feliz Jueves Santo.

*

Abril 2024

Casto Acedo

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