jueves, 29 de agosto de 2024

Hipocresía y sinceridad del corazón (1 de Septiembre)


EVANGELIO
Mc 7,1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)

Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»

Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»

Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

Palabra del Señor

* * *


El juego de la hipocresía es como lanzar una flecha, esperar que se clave en algún lugar incierto y luego dibujarle alrededor una diana. Hipócrita es quien vive como le da la gana, pero justifica lo que hace dibujando desde su desidia un mundo adaptado a sus criterios.  / El término hipócrita se utilizó en la  Grecia antigua para definir a los actores de teatro, que  recitando sucesos ficticios pretendían tener verosimilitud. El hipócrita, obsesionado por la buena imagen, tiende a representar su obra ocultando lo real. / Contra hipocresía, sinceridad. Una buena práctica basada en una buena teoría, y una buena teoría verificada con la practica. La una apoya y sostiene a la otra cuando se acompasan bien. Ora et labora, ley y vida, pensar y hacer,... deberían caminar siempre unidas. / Para Jesús de Nazaret no hay nada más detestable que la doble vida; no son los ladrones ni las prostitutas quienes reciben broncas de su parte, son los fariseos, que se creen cumplidores impolutos,  los únicos a quienes Jesús sanciona duramente.  /  A los hipócritas no les llega la Palabra al centro del corazón, y al justificarse descentran y corrompen sus vidas. Cuando revises tu vida hazlo desde los criterios evangélicos, no desde tus hábitos adquiridos o tus  automatismos mentales. No dibujes la diana alrededor de tus actos, sé honrado y reconoce que no siempre das en el blanco   / El remedio contra la hipocresía es  la sanación del corazón

* * *
Teoría y práctica 

En un mundo pragmático y vitalista como el nuestro, donde lo importante son los hechos y las vivencias, tildar a alguien de “teórico” es poco menos que un insulto; lo que importa es la práctica, lo que se hace, decimos; afirmación que tiene sus pros y sus contras. A favor tenemos la valoración de la vida como acción; en contra la posibilidad de un activismo despersonalizante.  
 
Todos presumimos de ser coherentes, de hacer lo que pensamos y creemos que debemos hacer; pero, seamos sinceros, sabemos que no es así. No obstante, nos obstinamos en convencernos de que sí, y  para ello cuando no hacemos el bien que pensamos nos las arreglamos para pensar como un bien todo lo que hacemos. Colocamos la diana adornando la flecha. Maldades como la soberbia, la avaricia y el enriquecimiento desmedido, el aborto, la infidelidad, la marginación, el abandono de ancianos, las envidias, las mentiras, etc. las terminamos justificando cuando se nos hace difícil rechazarlas por lo que suponen de muerte para el  ego. ¡Nos queremos tanto a nosotros mismos!
 
Hay quien ha dicho que cuando se deja de creer en Dios, se acaba  creyendo en cualquier cosa; yo añadiría que cuando se pierde la fe en poder vivir coherentemente (moral objetiva) se termina acomodando la moral al propio ego (moral subjetiva).  
 

 El pecado de la hipocresía

 Amparados en un cómodo “lo importante es actuar” hay quien rehúye la autocrítica acerca de sus actos, haciendo de su propia práctica la única vara de medir; así, el hombre religioso, sin negar a Dios en teoría, tiende a erigirse a sí mismo en dios justificando sus desmanes y exigiendo a los demás lo que él mismo no estaría dispuesto a hacer (ateísmo práctico, moral farisaica,  Mt 23,4). Sordos que no quieren oír la voz de Dios o de su propia conciencia..

Me hago el sordo ante Dios cuando entronizo mi ego como medida de todo. Es este un pecado que se justifica en la sordera voluntaria, y que  se apoya en:


* excusas externas tales como que “no tengo tiempo para leer el evangelio, ni para meditar, ni para hacer silencio y detenerme a escuchar”.  El ruido de los negocios no deja tiempo para abrir el oído; las ambiciones del mundo no dejan lugar para la humildad de y ante Dios. Son obstáculos externos que impiden la escuchaPero por otro lado también hay también 

 * barreras internas que no dejan que la Palabra empape el corazón: aversión a todo lo que me molesta y afición desmedida a lo que me agrada; o sea, aburguesamiento. La Palabra de Dios, que es “viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Hb 4,12), pone en evidencia  la falsedad e incomoda a la insensibilidad evangélica de la vida burguesa; por ello huye de la escucha. “De esto te oiremos hablar en otra ocasión”, le dijeron a Pablo en el Areópago (Hch 17,32). 

El mensaje de fondo de la liturgia de la Palabra de este domingo  invita a huir de la hipocresía acercándonos a  la necesaria coherencia entre teoría y práctica: “Dichoso el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica” (Lc 11,28).  San Marcos, en línea con  Moisés y con Santiago, viene a decir que la Palabra no puede aparcarse en la superficie, que  no bastan los cumplimientos externos (ritualismo), hay que actuar desde el corazón: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc 7,6). ¿Quién está cerca del Señor?, pregunta el salmista; y responde: “El que procede honradamente y practica la justicia” (Sal 14,2).

El vicio ante el que Jesús se muestra más intolerante en los evangelios es sin duda alguna la hipocresía de los fariseos, el delito de presumir que eres oyente y cumplidor de  la Palabra cuando no es cierto. Frente a los que "dicen, pero no hacen" (Mt 1,3) Jesús se muestra como aquel que aúna en su persona la teoría y la práctica, la fe y las obras, el corazón y la lengua, el decir y el hacer.  

 Al hipócrita no le llega la Palabra “al corazón”; no le interesa. Ha hecho de la fe una “estructura” donde todo está organizado, donde todo tiene su explicación y su lugar, donde hay respuesta para todo (¡ay de quienes se las saben todas!),  pero no hay vida. ¿No damos a veces esa sensación los hombres de Iglesia? ¿No tienes a menudo ese sentimiento de que todo está fijado, calculado, estipulado,  y por tanto, muerto? ¿No embota tu mente el Código de Derecho Canónico (normas, cláusulas, prohibiciones) y la obsesión por  las rúbricas litúrgicas (lo importante es “cómo” celebrar más que el “qué” se celebra)? ¿No sientes necesidad de una comunidad que te proporcione el calor de una auténtica familia?. 


Corazón que siente, corazón que ama.
 
Sin negar la validez del Código ni el de las rúbricas litúrgicas, el evangelio de Jesucristo  pone en claro que en las cosas de Dios lo primordial  no son las normas ni las formas, sino el corazón. El corazón es lo más íntimo del hombre, su conciencia, su “sagrario” (GS 16). El encuentro salvador con Dios se da ahí, en el “castillo interior”, en la conciencia. Es ahí donde anida la verdadera maldad y la verdadera bondad. Por eso hemos de orar: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal 50,12).Y es ahí, a la raíz del corazón, adonde debe llegar la Palabra sanadora de Dios: “Arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
 
Cuando la Palabra de Cristo penetra hasta el hondón del alma iluminado la conciencia, sanan las heridas y  cambia  la textura del corazón, que pasa de ser abrupta y fría piedra a ser carne cálida y suave; el corazón regado con el agua que es Cristo se hace más humano, más capaz de sentir la injusticia infligida al prójimo, más preparado para compadecerse de las injusticias, para «visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y no mancharse las manos con este mundo» (Sant 1,27). Quien vive desde la bondad del corazón escapa a la superficialidad del activismo y al engaño de la hipocresía. El "corazón sincero" es el centro que unifica una buena teoría con una buena práctica; cuando se dice de alguien que tiene un buen corazón se está diciendo que sabe lo que debe y tiene que hacer, y lo hace. 

* * *


Revisa tu vida, tus "tradiciones personales", tus leyes y costumbres, los automatismos mentales que te llevan a un  activismo irreflexivo. Profundiza en los principios sagrados que pueden sostenerte como hombre de fe: Dios es Padre (Amor), Jesucristo es el mismo Dios amando (mi modelo de excelencia moral), y yo soy criatura de Dios, nacido del Amor y llamado a vivir en Iglesia (comunidad del amor y de la misericordia que se recibe de Dios y se comparte con los hermanos). Llena de esto tu corazón y expulsa de él "
los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad", elementos que lo enferman y pervierten.

Cuando tengas que elegir situado en la encrucijada de caminos diversos quédate con la Palabra y lo pensamientos de Dios relativizando los tuyos.  Deja que Jesucristo sea el Señor de tu vida, el que está en el centro, el que te conduce; y meditando sus bienaventuranzas ponlas en práctica, no contentándote con oírlas engañándote a ti mismo, “porque quien oye la palabra y no la pone en práctica, se parece al hombre que se miraba la cara en un espejo, y apenas se miraba daba media vuelta y se olvidaba de cómo era. Pero el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y permanece en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola en práctica, ese será dichosos al practicarla” (Sant 1,23-25). Una vida teórica queda desacreditada si no se practica; pero no olvides que la solución no está en despreciar las buenas enseñanzas sino en aprenderlas y ponerlas por obra. ¡Danos, Señor, un corazón grande para amar! El verdadero cristiano no vive desde las normas y los ritos sino desde el corazón.

*


Permíteme una última reflexión. Al leer el texto de la foto que abre esta entrada, "le vi la cara a la hipocresía y les juro que es igualita a alguien que yo conozco", ¿se te ha ocurrido pensar que quien la pronuncia eres tú al mirarte al espejo? Si así ha sido, enhorabuena; si no, ¡estate atento!, vigila, la hipocresía se suele escudar en aquello de ¡qué falso es el mundo!, excepto yo. 

Buen domingo.

Agosto 2024
Casto Acedo.

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