EVANGELIO
Jn 10, 11-18
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.
Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.
El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’.
Palabra del Señor.
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La esencia del cristianismo
No hace mucho, un amigo me invitó a leer un artículo de una revista de teología en el que se aborda la pregunta acerca de “la esencia del cristianismo”.[1] Creo que cualquier persona que tenga interés por los evangelios se ha preguntado alguna vez por su esencia, sobre qué elemento es irrenunciable en la fe cristiana. Ya hubo intentos más o menos acertados de responder a esa pregunta por parte de intelectuales de talla que se pueden consultar en el citado artículo. Pero el tema publicado me interesó porque la pregunta la hace a los cristianos del siglo I, es decir, a los que escribieron el Nuevo Testamento.
Indagando en ello se extrae que lo esencial del cristianismo no es una doctrina, unos ritos o unas normas morales, sino una persona: Jesucristo, a quien la liturgia de hoy describe como “Buen Pastor”. Lo que nos admira a los discípulos de Jesús no son tanto sus enseñanzas como su persona; para ellos ser cristiano fue esencialmente entrar en relación con Dios en Jesucristo.
En dicha relación podemos destacar primeramente la admiración por el amor de Jesús, que, lejos de servirse de las ovejas las sirve, hasta dar su vida por ellas. ¿Cómo no admirar y sentirse atraído por tanto amor bondadoso? “Pastor bueno”, le llamamos, porque es más que justo con nosotros. No nos paga según nuestras acciones sino que es misericordioso hasta el límite de entregar su vida para que no se pierda ninguna de las ovejas que el Padre le ha encomendado.
La relación personal entre Pastor y oveja, Maestro y discípulo es descrita así por Jesús: “Yo soy el buen Pastor que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen; igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”. Desde luego, ese conocimiento no es un simple conocer superficial sino algo más profundo, un conocimiento accesible sólo desde el amor. Podría decir Jesús “Yo amo a mis ovejas y las mías me aman, como el Padre me ama y yo amo al Padre”. Ciertamente sólo el amor da el verdadero conocimiento. Nadie puede conocer a quien no ama; quien cierra su corazón a alguien no puede llegar a captarle en su intimidad ni conectar con Él.
Podemos decir desde aquí que la esencia de la fe es el conocimiento-amor del Dios Padre de Jesús, la comunión íntima con el buen Pastor Jesucristo. La Pascua de Resurrección nos va narrando los encuentros de Jesús, sus apariciones a los discípulos. "Se presentó en medio de ellos y les dijo: ´paz a vosotros´" (Lc 24,36). Desde la fe en el Resucitado quedará grabado en el corazón de la Iglesia primitiva que la clave de todo está en Él. Como reza la primera lectura y el salmo de hoy, “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 117,22), la humildad que despreciaron en la cruz los sumos sacerdotes es ahora la joya de Dios. "No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se nos ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos" (Hch 4,12), Jesucristo; Él sostiene el edificio del mundo, es la pieza fundamental. Quita la piedra que culmina y cierra la construcción del arco y todo él se derrumbará. Porque todo se apoya y sostiene en Él.
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Basta con el amor de Dios
Tendemos a considerar nuestra vida de fe como un conjunto de creencias y prácticas, un camino concreto a seguir para llevar una vida decente. Nos esforzamos en vivir las virtudes y procuramos ser fieles a los compromisos adquiridos en el bautismo y renovados en las celebraciones y en la oración. No obstante, vivimos como si aún nos faltase algo. A pesar de los esfuerzos por vivir acordes con el evangelio la alegría parece no brillar en nuestra alma.
Si esto es así me atrevería a decir que en realidad la incompleción que vivimos a pesar de nuestras prácticas religiosas es debida a que nos falta algo que aún no ha entrado a formar parte de nuestra vida. Me refiero al conocimiento de Dios, o, dicho de otro modo, el amor de Dios, a la relación personal con Jesucristo. Vivimos centrados en la importancia de lo que hacemos, en el valor nuestro amor, en nuestras prácticas ascéticas. Aún no hemos entrado de lleno en el ámbito del amor de Dios, la inmersión en el Misterio, la vida mística.
Cuando Jesús dice “Yo soy el Buen Pastor” te está haciendo un guiño; te está invitando a mirarle, está echando las redes para que te dejes capturar, te dejes seducir por su personalidad de "buen amante". Lo que primeramente atrae de Jesús es su modo de ser, su mirada de amor, su acogida incondicional. En The Chosen (los elegidos), la serie de televisión sobre la vida de Jesús, se deja ver eso en cada capítulo; los personajes quedan fascinados por la personalidad del Maestro; todos le han conocido dejándose conocer por Él; han sentido su amor, su respeto, su comprensión, y este amor les ha arrastrado hacia su círculo de influencia.
Mira que Jesús se preocupa por ti; le importas; conoce tus contradicciones y tus sufrimientos, también conoce tus valores. Mirándole, contemplándole, entras en relación con Él, y encuentras una seguridad que nada ni nadie te había proporcionado antes. Es lo que hace exclamar al salmista:
“El Señor es mi Pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. (Sal 23,1-4)
Referido a Jesús este salmo, me pregunto: ¿se pueden expresar mejor las excelencias de su amor? Quien ha entrado en el conocimiento y el ámbito del amor de Dios lo tiene todo; “nada me falta” dice el salmo, “sólo Dios basta” dirá santa Teresa. Su amor permite vivir en calma porque las inquietudes de la vida dejan de zarandearle; Él es refugio y en él descansa toda esperanza (salmo 16,1.9); el Buen Pastor sacia las sequedades en la fuente de la Palabra y los sacramentos, con su Palabra da a conocer al Padre y enseña el camino de la compasión dando la energía necesaria para vivirlo; y cuando vienen momentos de tristeza u oscuridad, que no faltarán, el Buen Pastor quita el miedo porque se tiene la seguridad de que en ningún momento abandona a su rebaño. La vara y el callado del Pastor, su cruz de amor infinito, afloja las angustias y sosiega el alma (Sal 114,7).
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Si observas los textos evangélicos que hablan del Buen Pastor verás que en ellos no se habla apenas de cómo deben ser las ovejas, a las que se les permite ser como ellas quieran; de hecho se habla de la oveja perdida sin ni siquiera emitir un juicio sobre ella; lo importante es la alegría del Pastor que la encuentra (Mt 18,10-14). Lo que obsesiona al evangelio no es enseñar a las ovejas a ser buenas ovejas, sino mostrar cómo es el Pastor: bueno, paciente, protector, valiente, generoso, etc.
No intentes hoy sacar conclusiones morales para tu vida. ¿Qué debo hacer? No. No te preguntes tanto cómo tienes que ser o actuar, hasta qué punto eres un cobarde o qué lejos estás de dar tu vida por nadie. ¿No hiciste estas reflexiones en Cuaresma? Ahora estamos en Pascua. Cristo ha resucitado. Él es el centro de tus días. Por eso, suelta y echa fuera tus pensamientos y sentimientos de impotencia y desorden, vacíate de todo lo tuyo y pon al Buen Pastor en el centro de tu ser. Jesucristo es lo esencial, lo único necesario, la piedra angular que todo sostiene. Contémplalo resucitado y aparecido en medio de la Iglesia. Deja que ocupe tu corazón por entero. En el silencio, tú y Él, déjate acariciar por su abrazo de Pastor. Te conoce. Sabe de tus dudas y tus aciertos. Di: “Nada temo, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. ... Date un tiempo para orar.
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So pena de alargarme transcribo para ti la oración que san Gregorio de Nisa (siglo IV) dirige al Buen Pastor en su Comentario al Cantar de los Cantares, 2.
Oración al Buen Pastor
"¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre hombros a toda la grey?; (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.
Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.
Enséñame, pues -dice el texto sagrado-, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.
Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.
Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.
Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna"
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Feliz domingo del Buen Pastor.
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[1] SANTIAGO GUIJARRO, “La esencia del Cristianismo, en los comienzos. Una reflexión". Rev Estudios Eclesiásticos, vol. 96, núm. 378, septiembre 2021, 469-485.
Abril 2024
Casto Acedo
Gracias Casto! Me ha parecido muy hermoso el texto.. me ha encantado leerte...
ResponderEliminarPues sí como siempre,un buen complemento vitaminico espiritual, gracias Casto
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