jueves, 30 de noviembre de 2023

Adviento: presente, pasado y futuro (3 de diciembre)

EVANGELIO 
Mc 13,33-37

"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!".

Palabra del Señor



El año litúrgico con su pedagogía milenaria vuelve a llamarnos en Adviento invitando a despertar. "¡Velad!". Cada año somos invitados en el tiempo de Adviento a resetear nuestros mecanismos espirituales. En cuatro semanas se nos pide revisar nuestras esperanzas para hacerlas confluir en Aquel que es para nosotros "la Esperanza de la gloria" (Col 1,27)

Ahora bien, en la celebración de "otro adviento" hemos de evitar caer  en la rutina que nos llevará al eterno retorno de lo mismo. El tiempo cristiano no es circular, sino que es una recta ascendente que apunta muy alto: hacia la consumación de todas las cosas en Cristo. No hay de hecho dos tiempos iguales, aunque lo parezcan; el últimos debería superar siempre al anterior.

Adviento invita a reiniciar el camino de la vida interior no partiendo de cero sino desde el punto en que me hallo, desde mi realidad espiritual actual, ya sea como persona o como comunidad. Desde ahí el Adviento trata de volverme y afianzarme en Jesucristo: el que fue, el que es y el que será. Aunque parezca un extraño juego de palabras, estamos ante un "esperar hoy al que ya ha llegado", la confluencia del pasado y el futuro en el presente.


Pasado: “El que fue (el que vino)”. 

Adviento invita a unirnos al pueblo de Israel en su esperanza. Es bueno releer en la biblia la historia de la salvación, historia de un pueblo que vivió momentos de derrotismo, de humillaciones y de persecuciones. Un resto de ese pueblo nunca perdió de vista la esperanza en su Dios. "Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él… Todos éramos impuros, … Y sin embargo, señor, tú eres nuestro Padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero” (Is 63,16.64,7). 

Contemplar las acciones de Dios en la historia de la salvación es una excelente meditación para el Adviento. El “resto de Israel” se mantuvo firme en la esperanza rememorando las acciones pasadas de Dios;  esto te da pie para esforzarte estos días en recurrir con más frecuencia a la lectura de la Palabra de Dios, para  rememorar acontecimientos y personajes (Abrahán, Moisés, Isaías, Jeremías, Juan bautista, María, etc) que te ayuden a entender las claves de la esperanza. 

Contemplando la historia sagrada escrita en la Biblia te preparas para conocer y enfocar tu propia historia de relación personal con Dios. Conviene que alimentes tu esperanza volviendo a las fuentes de la fe: ¿Cuándo me sacó el Señor de Egipto (mi conversión)? ¿En qué momento concreto sentí que me libró de la angustia y me abrió a la esperanza? ¿Cuándo le sentí cercano, amigo, compañero? ¡Gózate haciendo memoria de tu conversión primera! No se trata de que te aferres a la nostalgia del pasado, sino de que pises fuerte con un pie echando el otro hacia adelante con seguridad y aplomo.

En la oración personal y comunitaria, en las celebraciones litúrgicas, especialmente en la Eucaristía, celebra y rememora; bebe el agua de la fuente que es la experiencia de Dios que se te enseña en la Iglesia y que tú mismo extraes del hondón de tu historia personal. El agua de la vida que corre por los veneros de la Escritura es la misma agua que extraes del pozo de tu vida espiritual. El mismo espíritu que inspiró la Biblia inspira en ti la inteligencia de su lectura.


Presente: “El que es (el que viene)”. 

Y desde la lectura del pasado eclesial y personal, mira el presente. Vivimos tiempos de incertidumbre, de conflictos bélicos impensables hace unos años, de inseguridad política  y miedos. Son "signos de los tiempos" que el Concilio Vaticano II nos invita a leer como lenguaje de Dios. 

En medio de tanto dolor incomprensible y tanto sufrimiento acumulado, la esperanza corre el riesgo de tambalearse. Las cosas no parecen invitar al optimismo. Nos queda el refugio en el futuro que vendrá, pero ¿qué hay del presente? ¿Donde está el Dios bueno y misericordioso? 

Has de tener claro que la esperanza es virtud del presente. Los signos salvadores se están dando ya. En la noche de las guerras y los miedos brillan las estrellas de la entrega generosa. ¡Cuántas estrellas nos están alumbrando en estos tiempos de necesidad de paz y de cariño! Hay luces, signos a tu alrededor, que iluminan. ¡Cuántas personas e instituciones siguen poniendo amor donde no lo hay!  Párate y observa. Alimenta tu oración dejando que esos signos se apoderen de tu ánimo.

No sólo las estrellas de la solidaridad y la fraternidad son visibles, también el sol (Jesucristo) y la luna (Iglesia) se dejan ver. A Dios lo puedes ver con los ojos de la fe; y puedes estar seguro de que ese Dios que ves, oyes y sientes que toca tu corazón en estos días de incertidumbre, es el Dios verdadero; y esa Iglesia que en templos semivacíos celebra los misterios de la fe y con Caritas pone sus brazos al servicio de enfermos y necesitados, sigue siendo signo de esperanza a pesar de sus debilidades.

Los signos hablan y hay que leerlos. El amor sigue presente más que nunca, la fe es más pura y verdadera porque no se asienta tanto en evidencias cuanto en abandono humilde. La esperanza es más efectiva, está más presente, cuando ancla el corazón en la realidad del aquí y ahora queridos por Dios más que en el idílico porvenir que con frecuencia sueña nuestra egoísta imaginación. A Dios se le ve, se le ama y se le espera en el presente. ¿Qué haces mirando al cielo? Rastrea los signos de la presencia de Dios aquí y ahora, a tu lado.

Adviento es tiempo para que mires con ojos bien abiertos y descubras en el día a día “el brote del tronco de Jesé” (Is 11). "No recordáis lo de antaño, no penséis en lo antiguo. (No pienses en lo que está por venir, añadiría yo). Mirad que realizo algo nuevo. ¿No lo notáis? Abriré caminos en el desierto, corrientes en el yermo, para dar de beber a mi pueblo" (Is 43,18-19). Entre las zarzas de la mentira, el dolor y la tristeza que  expanden estos días los noticiarios hay señales que anuncian un mundo nuevo. Deberías dejarte interpelar por los gestos mesiánicos que recorren la geografía del mundo, y que si sabes aprovechar te dejan ver el despertar de la solidaridad, la fraternidad y la misericordia. 

Como los Magos de Oriente, los que viven tiempos oscuros pueden ver cómo brilla en la oscuridad la estrella de Belén. Dios no nos deja solos. En la noche esperamos, “aguardamos” como el cazador la presa, permanecemos atentos a que no se nos escapen los signos de esperanza que se están produciendo. Dios sigue estando, sigue viniendo. Es Adviento. Cada día es Adviento. Porque cada día el Señor sigue viniendo a ti  y anima tu esperanza. Si despiertas lo ves. 


Futuro: “El que será (el que vendrá)”.

Adviento mira también al futuro: ¡Ven, Señor, Jesús! Estamos en proceso constante de crecimiento espiritual, de conversión. Importante es mirar al pasado y esencial entender y situarse en el presente; pero no lo es menos el futuro. Con la venida de Dios la utopía de un mundo perfecto no es un sueño imposible. La creación entera responde a un proyecto de Dios; y como toda proyección apunta a una meta: la consumación de todas las cosas en Cristo, la plenitud de su venida, el momento -kairós- en que Dios lo sea "todo en todos" (1 Cor 15,28; cf Rm 8,18-30). 

Vivir el Adviento es poner en acto nuestra esperanza, clarificar los objetivos que nos proponemos alcanzar y echar a andar. Porque el futuro es don y tarea, es porvenir de Dios y tarea de cada cual. 

¿Hacia dónde me dirijo? ¿Cuál es mi destino? Y puesto que sólo se hace camino al andar, ¿qué debo hacer hoy aquí para "vivir el futuro en mi presente"? Un buen camino es reorientar mi proyecto de vida a luz de la Palabra, para no estancarme ni desviarme del camino. Mirarme en el espejo de la Palabra y hacerla vida es necesario si no quiero correr el peligro de esforzarse por nada y llegar a ninguna parte. 

En adviento he de estar atento al peligro de ahogarme en la ciénaga de la nostalgia o las expectativas triunfalistas; esto ocurrirá si me obsesiono por esperar el retorno de un pasado glorioso que fue o un futuro triunfal que es sólo fantasía de mi ego falso.  Cuando creo que cualquier tiempo pasado fue mejor y me empeño en el imposible de volver atrás, me vuelvo reaccionario. ¿Notas en ti síntomas de ello? ¿Te descubres a ti mismo excesivamente dogmático, cerrado, intransigente, impermeable a todo lo nuevo? Si tu respuesta es "sí" necesitas urgentemente entrar en Adviento.

La esperanza del Adviento se alimenta también del futuro  como sana utopía en el presente. Aquí y ahora la meta de la vida, el triunfo de Cristo se saborea. He dicho "se saborea", en presente, porque como dice san Agustín, "tres cosas que existen de algún modo en el alma, y fuera de ella yo no veo que existan: presente de cosas pasadas (recuerdos), presente de cosas presentes (visión) y presente de cosas futuras (expectación)” (Confesiones, L. XI,XX,26). La esperanza es, pues, del presente.

Has de saber  que el futuro es realidad cuando afecta al presente, lo único real. La utopía es motor en el presente, fuerza que pone en marcha el hoy; no es embobamiento en el mañana que se espera de brazos cruzados. Si la ilusión -utopía- del futuro no te está dinamizando, si no avanzas en tu vida espiritual y en tus compromisos personales, ¿no será que has perdido la brújula? Y la brújula es Jesús. Cuando te desorientas y desesperas, ¿no será que te obsesiona volver a un pasado inexistente o alcanzar un futuro de consumo, poder, apariencias o tranquilidad de conciencia,  que no es el futuro de Cristo? 

Adviento te llama a esperar ante todo en y a Dios, y con él afianzar tu esperanza en que puedes trabajar por un mundo nuevo unido a otros muchos. “Quien no espera nada de los demás, acaba marginándolos. Quien no espera nada de sí mismo acaba autodestruyéndose. La vida se edifica sobre la esperanza. Y la esperanza nace de la conciencia de lo que se cree” (Ricardo Mª Carles). 

Importante la interacción de las tres virtudes teologales. No olvides que la esperanza es esa virtud que va de la mano de sus dos hermanas, la fe y la caridad; para vivir en esperanza cree en Dios, cree en el hermano y cree en ti mismo; ama a Dios, ama a tu prójimo y ámate a ti mismo. Ama tu realidad con el mismo amor con que Dios la ama. 


* * *
Quedan poco más de cuatro semanas para la Navidad de 2024. Examina tu esperanza en estos días que nos acercan a la fecha del 25 de diciembre. La Navidad del consumo puede ser un obstáculo para despertar a la realidad de tu vida. Intenta escaparte a algún lugar de retiro; unas horas, un día, ¿quién pudiera una semana? Aprovecha el tiempo de Adviento parea darte la oportunidad de vivir tu Navidad, tu despertar a una vida más humana y más divina. No dejes que los oropeles de las navidades ahoguen en ti La Navidad.

Feliz Adviento

*

Noviembre 2023.
Casto Acedo 

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