miércoles, 27 de septiembre de 2023

Del dicho al hecho (1 de Octubre)


EVANGELIO
Mt 21, 28-32

En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?»

Contestaron: «El primero.»

Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.»

Palabra del Señor.

* * * 

Vivimos en  inflación de discursos ya sean  políticos, académicos, publicitarios, éticos, religiosos, etc. Abundan las palabras vacías, las arengas apelmazadas por el abuso de la jerga propia del gremio; nos invaden las charlas doctrinales, las soflamas más o menos ofensivas que se sueltan en la calle, en el bar, en la publicación escrita, en la televisión, el teléfono móvil, la radio, el cine o el sitio web.
 
Basta observar con ojo crítico algunos programas de televisión para comprobar que el diálogo de sordos en el que todos hablan y nadie escucha se ha elevado a categoría de norma y espectáculo. ¡Bla, bla, bla, bla…! El virus ha llegado hasta el congreso de los diputados y las plataformas de debate social. ¿No estás harto de tanta palabra? O lo que es lo mismo, ¿no estás ahíto de tanta realidad virtual, de tanta mentira disfrazada de posverdad, de tanto cínico "cambio de opinión"?


La palabra y las obras.

Ante tal exceso de verbo ¿no te asalta a la tentación de cerrar el oído, de huir antes de que la incontinencia verbal te asorde? ¡Basta ya! Sorprende que una cultura tan  charlatana tenga a gala presumir de que “obras son amores y no buenas razones.” Nuestra sociedad se dice pragmática,
 más amiga del hecho que de la palabra, y sin embargo es la demagogia, no los hechos, lo que anega el ámbito público.

Hemos encumbrado el derecho a hablar dejando a un lado el deber de la verdad y las obras. En un universo así el discurso apenas tiene valor, y menos aún cuando se adoba con la jerga propia del lenguaje institucional. Es este uno de  los principales obstáculos con que topa la nueva evangelización. Si el cristianismo es  religión de palabra y de libro, y ambos están desvalorizados por el exceso de discursos, ¿cómo transmitir la fe sin renunciar a ellos? 

Hablamos, hablamos y hablamos, pero dejamos poco espacio al silencio, la meditación y la acción. Una palabra sin el aval y la solidez de las obras queda descolgada, vacía, carente de significado real. La verdad sin la bondad deja de ser tal. Incluso el niño más pequeño sabe que sólo la coherencia verifica el dicho; sólo las acciones dan validez a las dicciones. ¿Tiene sentido decirle a tu hijo "no fumes" mientras sostienes un cigarrillo entre tus dedos? ¿Qué valor tienen tus quejas contra la empresa en que trabajas si tú mismo eres injusto con tu mujer, con tus hijos, con tus empleados, con tus vecinos...? ¿Vale para algo la palabrería mecánica de una oración?  
"Cesad de obrar mal, aprenden a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces venid y litigaremos, dice el Señor." (Is 1,16-18). 

En fin, el refranero español desmonta la hipocresía de quien tiene la lengua larga y las manos cortas con refranes clásicos, como que  "del dicho al hecho hay mucho trecho", o que "una cosa es predicar y otra repartir trigo".



Evangelizar desde el testimonio
 
Un mensaje sólo tiene sentido si lo respalda una realidad; o una verdad, que es lo mismo. Así es la Palabra de Dios: es una palabra “viva y eficaz, tajante como espada de doble filo” (Hb 4,12), que ”baja a la tierra y no vuelve sin cumplir su encargo” (Is 55,10). Recorriendo la historia de la salvación hallamos a un Dios coherente porque lo que dice lo hace (cf Ez 37,14); abre la boca, pronuncia su palabra y surge la creación: “Y dijo Dios..., y se hizo” (cf Gn 1,3-27), se fija en la opresión de su pueblo y dice “voy a bajar a librarlos” (Ex 3,8) y los libra por la mano de Moisés. Podríamos decir que la palabra escrita en la Biblia no es sino un comentario a los hechos de Dios.

En Jesucristo la Palabra de Dios queda verificada de manera definitiva: “la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Jesús habla, y su prédica atrae porque se cimenta en hechos, no sólo por hacer obras admirables (milagros), también por su estilo de vida original y coherente. Su mensaje se viste de gala en el acontecimiento pascual, cuando la Palabra pasa por la prueba de la cruz y queda sellada cumpliendo su encargo (cf Is 55,10-11).

El evangelio de Jesús se anuncia a cara descubierta, desde la encarnación, para evitar el escándalo de los débiles y no oscurecer la verdad de Dios. Nos lo dice san Mateo al narrar la parábola de los dos hijos (Mt 21,28-32). Podríamos llamarla también  parábola de los hijos que cambian de opinión, pero no sería muy acertado, porque en realidad lo que cambia en los protagonistas no es tanto su opinión sino su acción, la cual a uno le hace virtuoso y al otro mentiroso. Se trata de una parábola muy clara, un bofetón para los fariseos y demás autoridades religiosas del pueblo de Israel, un reto para los demagogos, un toque de atención para quien mira con lupa la ortodoxia de la doctrina  (teoría) y minusvalora la ortopráxis (práctica). 

No basta con decir “voy a la viña” (incluso estando convencido de que eso es lo más correcto); hay que acudir al tajo, al terreno, al surco concreto donde sembrar; ahí se juega uno la cosecha; para que crezca el grano no basta el manual de agricultura ni la asistencia al cursillo impartido por el perito agrícola; si el sudor del obrero no remueve la tierra, si no la siembra ni la limpia de malas hierbas, no hay producción. 

Lo importante es poner manos a la obra. Si no tenemos muy estudiado el manual ya iremos aprendiendo de los errores. Decir no voy e ir luego a la viña no es tan grave como decir  sí voy y luego no ir. No es muy grave ser un hereje (el hijo pequeño fue un rebelde y negó la autoridad del padre con su “no quiero”) si al final los hechos corrigen y desmienten la doctrina equivocada (“se arrepintió y fue”). Asumamos que lo decisivo no es la palabra  sino el hecho en sí, aunque le haya ido precedido una negación verbal. Para Dios cuenta mucho el arrepentimiento. Recuerda las negaciones y la posterior y definitiva confesión de Pedro (Mt 26,69-75; Jn 21,15-19). 

Cambiar de opinión

Advierte que en el caso del hijo que dice no y luego va a la viña no hay un simple cambio de opinión, expresión tan en boca de todos en estos días, eufemismo para colarnos gato por liebre justificando la mentira como verdad. En la parábola de hoy ambos hijos cambian de opinión, pero sólo uno miente, ¿cuál? el que no va a la viña y contradice así la voluntad de hacer el bien que le pide el padre; en quien va a trabajar habiéndolo negado antes hay arrepentimiento, que supone cambio de opinión (mejor decir de actitud)  pero no maldad. 

Está claro  que se puede cambiar de opinión, y ambos hijos en cierto modo lo hicieron,  pero lo que hace el que va a la viña es un cambio de acción para bien, y esto hace inocente el cambio de idea. No hay mentira, hay arrepentimiento. Mentir es decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar, lo que supone maldad; tener arrepentimiento es reconocer los propios errores con ánimo de corregirlos para bien. Una cosa es desdecirse con soberbia y otra muy distinta arrepentirse con humildad. 

“Los ladrones y las prostitutas os precederán en el Reino de los cielos” (Mt 21,31) ¿Por qué? Porque son más propensos a reconocer sus errores y a cambiar de rumbo. Llevan ventaja porque no están como los fariseos acostumbrados a ver a Dios en sus normas, discursos y preceptos, en sus decires; ellos tienden a ver a Dios más en los haceres de la vida que en las doctrinas, y ya sabemos que la conversión es más cuestión de actitudes (cambio de vida) que de conocimientos (cambio de ideas). Ladrones y prostitutas están más dispuestos a escuchar y a ver la realidad de sus vidas; están más dispuestos a la humildad,  a mirarse y aceptarse como pecadores y por lo mismo más inclinados al arrepentimiento y al cambio de vida.

Se puede cambiar de opinión, pero una cosa es hacerlo desde la soberbia y el egocentrismo y otra desde la humildad y la búsqueda común del bien querido por Dios. Eso es lo que pretende enseñarnos la parábola de hoy. No confundamos el arrepentimiento con la mentira, porque el arrepentimiento profundiza en la verdad y la edifica, mientras que la mentira  ahonda en el engaño. Para entender esto sólo hace falta sentido común. 


* * *
 
Toca hoy preguntarte: ¿No seré yo de los que se conforman con rezar sus oraciones, asistir a misa, comulgar, decir hermosas palabra sobre Dios y dar sabios consejos espirituales? ¿Fundo mi espiritualidad en mis decires o en mis haceres? ¿Formo parte del grupo de los que llevan a Dios en las ideas pero lo han arrojado de la propia vida? ¿Suelo cambiar de opinión según mis propios intereses o busco sinceramente la verdad? Respecto a mi fe, ¿me preocupa más la ortodoxia que la práctica? ¿Qué relación veo entre el credo y las obras de misericordia?

Importante para reflexionar es preguntarnos: ¿no sería más visible el Reino de Dios si nos aplicáramos a la práctica del amor cristiano con el mismo celo que a la exactitud en el rito y la ortodoxia? Si bien es cierto que una buena teoría ayuda a mejorar la práctica y una celebración (oración) bien hecha da fortaleza para ello, no lo es menos el hecho de que una buena experiencia enriquece la vivencia de las celebraciones y puede corregir las deficiencias de la doctrina. El hijo primero reparó su pecado de desidia ejerciendo su obediencia con los hechos, el segundo se condenó a sí mismo por sus palabras vacías.
 
Dice san Juan de la Cruz que "a la tarde te examinarán del amor",  no te pedirán cuentas del catecismo que estudiaste y las oraciones que rezaste, tampoco de las veces que cambiaste de opinión y pediste perdón, sino del amor con que viviste. De nada sirven los rezos y los estudios sagrados si no das pasos para vivir al estilo de Jesús. Como el hijo que al final fue a trabajar a la viña, aún estás a tiempo de cambiar.  “Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida” (Ez 18,27), no por "cambiar de opinión sino por bueno".

¡Feliz Domingo!

 Septiembre 2023
Casto Acedo

No hay comentarios:

Publicar un comentario

La tentación mesiánica (I Cuaresma)

Reflexión para el primer domingo de Cuaresma a la luz de la situación sociopolítica actual Las sorprendentes circunstancias internacionales ...