Tras un parón de más de un mes volvemos a los comentarios de la Palabra del domingo. Espero que os sirvan para ejercitaros en la meditación y contemplación de los misterios de la fe. El evangelio de hoy tiene dos partes precedidas de una introducción; la primera parte se invita a reflexionar sobre Jesús en mi vida; la segunda mira la figura del Papa y su papel en la marcha de la Iglesia. Pensaba dejar solo una de los temas, pero dejo los dos. Buen fin de semana.
EVANGELIO
Mateo 16,13-20
En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?»
Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.»
Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo.»
Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Palabra del Señor
*
Las "imágenes-ideas" de Jesús
De todos es conocido el test de Roschach, una prueba psicoanalítica que consiste en presentar al sujeto una serie de láminas dobladas con unas manchas con formas muy ambiguas. Mirando los borrones que dibujan las manchas, al modo de quien pudiera mirar las formas de unas nubes, el paciente va describiendo lo que ve. Las respuestas a cada ficha pueden ser muy variadas, tantas como el número de personas que las interpreten. La prueba da pistas al psicoanalista a fin de determinar hipótesis sobre el funcionamiento de la mente del paciente.
Pues bien, si pusiéramos ante una persona el nombre de Jesucristo o una imagen o dibujo del mismo (también nos serviría la palabra Dios), y le preguntáramos que le sugiere, podríamos obtener valiosas pistas acerca de la personalidad, la fe y la espiritualidad de esa persona, pues el nombre de Jesús es como un test de Rochach propuesto por Dios a la humanidad y que pide una respuesta a cada cual.
Jesús, de retiro con sus discípulos en Cesarea de Filipo, parece someter al test a los suyos. La primera cuestión que les plantea se refiere a declarar que dicen por ahí de Él. Y las respuestas son diversas: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Cada cual proyecta en Jesús sus ideas aprendidas, sus experiencias y sus expectativas. Tal como ha ocurrido a lo largo de los siglos: Para los gnósticos y videntes es un ser celestial que conoce y da a conocer todo; para el pensamiento griego-arriano se trata de un hombre excepcional, un semidios; para los monarcas de la edad media y los señores del renacimiento un rey; para el siglo de las luces un maestro sublime; para los amantes de la revolución francesa, y más recientemente para muchos activistas de izquierdas, un republicano descamisado comprometido en la causa de la liberación de los pobres y oprimidos de la tierra, el primer comunista y socialista; más cerca en el tiempo tenemos la idea de un Cristo hippy, superstar, un maestro espiritual de la nueva era de acuario, un mago que puede hacerte vivir experiencias alucinantes, el ejemplo perfecto de no-dualidad, el maestro interior o cósmico, etc.
No hay duda de que partiendo de la respuesta a la pregunta acerca de Jesús podríamos analizar el pensamiento de quien responde. Aprendemos desde ahí lo que creen en verdad, lo que esperan e incluso cuáles son sus aspiraciones más ocultas. Porque la pregunta sobre “Jesús”, como la que se hace sobre “Dios”, no es una cuestión cualquiera, lleva en sí el deseo de lograr las aspiraciones más íntimas y elevadas de la persona. Por eso estudiar cómo se ha respondido a lo largo de la historia a la pregunta sobre Jesús nos da para escribir no solo una historia de la teología, también una historia de la filosofía, de la sociología, de la política e incluso del arte de los últimos veinte siglos.
Es fácil presentar estudios sobre lo que los demás han dicho o escriben sobre Jesús.
1
Jesús ¿quién eres Tú?
Pero más interesante es la segunda pregunta que el Maestro propone a los suyos: "Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?". Si el primer interrogante lleva a mirar hacia fuera, el segundo lleva la mirada hacia dentro. Veíamos a los discípulos atropellándose para dar respuestas sobre lo que dicen otros de Jesús, sin embargo, los vemos lentos, dubitativos, timoratos, cuando han de responder qué dicen cada uno de ellos. Ésta segunda cuestión no se dirige al intelecto o a la simple observación, va directa al corazón, y cada cual ha de responder en segunda persona del singular, –Tú, ¿Quién dices que soy?-. Aquí se pide una respuesta más comprometida, más vital que teórica.
No es extraño que a cuestión tan honda siguiera un silencio. Todos callan; las prisas por responder desaparecen. Ya no se trata de "chinchorrear" sobre lo que se dice por ahí, ahora hay que pringarse. El Cristo que habla al interior pide respuesta al hombre interior y lo primero que se impone es meditar.
Tras un espacio de tiempo, y bajo la inspiración del Espíritu, responde Simón Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Aquello debió sonar raro. Me gustaría ver la cara de los oyentes. Los presentes debieron pensar que Pedro, el inculto pescador de Galilea, muestra un atrevimiento excesivo. Habrían hablado entre ellos sobre la identidad del Maestro, y algunos habrían apostado porque fuera de veras el salvador esperado por el pueblo de Israel. Eran muchos los que acudían a él llamándole Hijo de David, el liberador prometido que restauraría el esplendor de Israel. ¿Sería realmente Él?
Afirmar de una persona, por muy buena que sea, que es el mismo Dios vivo entre nosotros, traspasa los límites de la razón humana. Al atrevimiento de Pedro responde Jesús aclarando el exceso contenido de la respuesta: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo”. Sólo como don y revelación divina podemos conocer la verdadera naturaleza de Jesús.
¿Quién es Jesús? Más allá de la definición que da el credo cristiano formal la pregunta sigue abierta esperando la respuesta de cada persona. Si Dios es misterio, y Jesús es Dios encarnado, la persona divino-humana de Jesús es un misterio imposible de encerrar en definiciones de catecismo. Sólo se accede a Él desde la contemplación y la fe. Las doctrinas, como los evangelios escritos, o los métodos de oración y la oración misma, no son mas que mapas que sirven de apoyo para dejarnos encontrar por Él. La respuesta no es una conclusión sino una experiencia, un don gratuito de Dios; y es inefable, es decir, inexplicable.
Buscas a Jesús; pero en última instancia es Jesús el que te busca a ti. Cuando entras en relación con Él acabas por descubrir que ya te buscaba Él está en tu búsqueda desde el principio y sólo llegas a conocerle porque Él se adelanta y pone ante ti el camino para llegar a él.
¿Le has conocido? Si de veras es así, ha sido por experiencia; en tu misma vida te ha revelado su nombre: Jesús = Dios salva; has visto en tus experiencias de sanación sus acciones salvadoras; tu historia personal con Él son anteriores a tu credo. ¿Son tus vivencias las que sostienen tu fe en Él? La fe se nutre en la relación y la relación hace la fe. Se trata de una relación que ha de estar siempre abierta; sería un error cerrarla diciendo que ya está completa.
Cada día debes responder con tu vida a su pregunta: ¿quién dices que soy yo?. Tener fe no es adherirse a artículos o definiciones dogmáticas sino apostar cada día por la persona en la que crees.
2
Sobre esta piedra
La primera lectura, de Isaías 22,19-23, obliga a no pasar de largo ante la segunda parte del evangelio que recoge el diálogo con Pedro. De principio Jesús le alaba y le felicita; no por su inteligencia sino por acoger con sorpresa y humildad la fe recibida de Dios. Pedro es dichoso, como la Virgen María, por haber recibido por revelación la maravilla de sentir a Dios en Jesús presente y actuante, algo que suele permanecer oculto a los sabios y entendidos de este mundo (cf Lc 10,219).
Tras la felicitación, Jesús, da a Pedro el título de mayordomo y piedra de la comunidad que se formará tras la Pascua: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo”. La liturgia de este domingo desde la plataforma de la primera lectura nos lleva a fijarnos en esto. Son palabras pronunciadas en el libro de Isaías para Sobná, mayordomo del palacio: “Te echaré de tu puesto, te destituiré de tu cargo. Aquel día, llamaré a mi siervo, a Eliacín, hijo de Elcías: le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda, le daré tus poderes; será padre para los habitantes de Jerusalén, para el pueblo de Judá. Colgaré de su hombro la llave del palacio de David: lo que él abra nadie lo cerrará, lo que él cierre nadie lo abrirá” (Is 22,20-22). A Pedro le da Jesús los mismos poderes: ser el mayordomo (“mayor de la casa”) de la Iglesia.
“Tú eres Pedro (piedra) y sobre esta piedra (fe de Pedro) edificaré mi Iglesia”. ¿A qué se refiere Jesús cuando habla de "piedra"? ¿A la persona de Pedro o a la fe que acaba de profesar?, ¿sobre qué cimientos se edifica la Iglesia?, ¿se edifica sobre Pedro (el Papa Francisco en nuestros días) o sobre la fe apostólica que representa el Papa Francisco? La pregunta no es retórica. Y de la respuesta que se dé a ella se puede deducir un modo u otro de entenderse como cristiano y como Iglesia. La fe en el Primado de Pedro no se debe confundir con la “papolatría”. La piedra, el cimiento, la roca de la Iglesia, es en última instancia Cristo (cf 1 Cor 10,4). El hecho de que nuestra Iglesia tenga un mayordomo no nos exime de ser buenos siervos dispuestos a trabajar para el Señor.
El punto de referencia último de nuestra vida de fe no es el Papa y la Iglesia que preside en la fe, sino Jesucristo, al cual confesamos como Hijo de Dios. El mayordomo organiza, ordena, distribuye tareas, tiene el deber de garantizar que en la casa se cumpla la voluntad del Señor; y es de justicia reconocerle al papa su labor de "siervo de los siervos de Dios"; pero la vida de los fieles, su mirada, está en el Señor. Sólo éste garantiza la vida y razón de ser de la casa común. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los constructores” (Sal 126,1), jefe de obra incluido.

Conclusiones
Lleva esta semana a tu reflexión y tu oración la pregunta clave que te lanza Jesús: “Tú, ¿quién dices que soy yo?”. Habrá quien se limite a decir “yo, lo que diga Pedro”. Y no está mal que reflexiones sobre lo que Pedro dice; pero a ti se te pide una respuesta personal de fe, un credo vital, una respuesta práctica que no esté desconectada de la globalidad de tu vida
El buen funcionamiento de la casa de la Iglesia no depende solamente de Pedro. ¡Bastante responsabilidad tiene ya el Papa como para que le carguemos la nuestra!. Hay quienes se conforman con decir: “yo creo lo que cree Pedro”, como si la fe fuera la simple adhesión a unas enseñanzas, por muy verdaderas que sean. No basta decir “estoy con Pedro”, es más, sería traición decir “estoy con Pedro” cuando se usa como excusa para descafeinar la adhesión a la persona de Jesús y su Reino. ¡Doctores tiene la santa Iglesia!, se solía decir antes para justificar la propia ignorancia, que a la postre no era sino la propia desidia e indiferencia ante los compromisos de fe.
Sabemos que esos compromisos son duros. A veces Pedro y los siervos, la misma Iglesia, santa y pecadora a la vez, se resiste a llevar la fe de Jesús adelante; sobre todo cuando aparece la cruz en el horizonte. Entonces se pone en evidencia la fragilidad de una iglesia muy humana. Cuando el idilio del hombre con la fe (¡daría mi vida por ti!) toca la realidad de la cruz viene las crisis (¡no le conozco!). Pero esta es una cuestión que abordaremos al hilo del evangelio del próximo domingo. Hoy te basta escuchar a Jesús que te dice: Tú, ¿quién dices que soy yo?, escucharte a ti mismo diciéndote “¿quién es Jesús para mí?”, y mira a ver si tu vida es tan ideal como idealista tu creencia.
¡Ah!, siguiendo el test Roschach, no te olvides de mirarte a ti mismo en tu imagen de Jesús. Luego, borra todo lo que piensas y sientes sobre Él; silencia tu pensamiento, tu imaginación y tus deseos acerca de su persona y deja que sea Cristo mismo quien se te de a conocer. Mírale. Con el tiempo podrás reconocerte a ti mismo en Él y verás que merece la pena seguirle.
27 Agosto 2023
Casto Acedo
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