sábado, 23 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (24 de Julio)

 EVANGELIO  

"Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».  Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,  danos cada día nuestro pan cotidiano,  perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación»". (Lc 11,1-4)

A continuación de este texto narra el evangelista san Lucas la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-12), donde cuenta que a un hombre se le presenta de noche la inesperada visita de un amigo que iba de viaje y no tiene un pan para darle de comer; entonces importuna a otro amigo, un vecino que duerme plácidamente, y que, por comodidad, no le abre a la primera; pero nuestro personaje insiste hasta que le abre y consigue lo que necesita. Jesús alaba la insistencia de este hombre como modelo de lo que tiene que ser la insistencia y perseverancia en la oración: si el amigo que duerme responde a la llamada a fin de no ser molestado más, ¡cuánto más hará vuestro Padre del cielo que nos ama y no se molesta por nuestras peticiones!

* * *

Es importante orar con perseverancia e insistencia. Pero también lo es orar con inteligencia; sobre todo cuando hacemos oración de petición. He aquí una historia que cuenta Toni de Mello y que atribuye al místico musulmán Sa'di de Shiraz:

Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una serie de promesas.  

Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.

Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba en la cárcel. «¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté. Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel»”.

La historia concluye afirmando que es loable hacer oración de petición, pero también es muy peligroso. ¿Por qué? Porque en nuestra ignorancia no sabemos si lo que pedimos es bueno para nosotros y para el mundo. Aun no habiendo mala voluntad por nuestra parte puede que ignoremos las consecuencias últimas de nuestras peticiones. De esa ignorancia quiso sacar Jesús a Santiago y Juan cuando les advierte sobre su empeño en ocupar los primeros puestos en el Reino de Dios cuando éste llegare: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?».” (Mt 20,22).

Ignoramos las consecuencias que se puedan derivar de nuestras peticiones a Dios. Pero tenemos suerte, porque el mismo Dios pone los medios para que nuestra oración sea acertada: “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8,26). Expresa así san Pablo una enseñanza muy similar a la de Jesús al animar a los que sufran persecución por su nombre: Cuando os entreguen, no os preocupéis de lo que vais a decir o de cómo lo diréis: en aquel momento se os sugerirá lo que tenéis que decir, porque no seréis vosotros los que habléis, sino que el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros” (Mt 10,19-20).

La oración es un acto esencialmente espiritual; y no sólo en el sentido de que es nuestro espíritu el que se expresa en ella, sino espiritual porque en su grado más alto es el mismo Espíritu el que ora en nosotros y con nosotros y nos hace decir: "Abba, Padre!" (cf Rm 8,14-15). Cuando no nos dejamos llevar por el Espíritu Santo en la oración corremos el peligro de hacer una “oración mundana”, que camina según mis intereses particulares, esperando que Dios se pliegue a mis deseos. Una oración peligrosa que podemos desactivar  invocando al Espíritu Santo,  para que sea Él y no yo quien marque el ritmo de mi oración.

Dada la importancia del Espíritu Santo en la vida espiritual no cabe duda de que  el mejor modo de orar cristianamente sin equivocarse es hacerlo con oraciones inspiradas por Él. Hay muchas en la Sagrada Escritura. De hecho, toda la Escritura es Palabra de Dios revelada bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por eso es aconsejable  y merece la pena orar con los Salmos, con el Magnificat de María (Lc 1,46-55)  con el Benedictus de Simeón (Lc 1,68-79), o con cualquier oración o himno del Antiguo o del Nuevo Testamento. Pero, sobre todo, merece la pena orar -al menos tres veces al día- con el Padrenuestro, oración cristiana por excelencia. Orando el Padrenuestro nunca te equivocas. A quien llega a la perfección espiritual le basta esta oración.

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Y ¿qué decimos y pedimos en el Padre nuestro? Tras invocar a Dios como Padre, lo cual supone ya un impulso del Espíritu Santo y un acto de abandono a la providencia divina, y desear de corazón que su nombre sea santificado sobre cualquier otro, pedimos que su Reino de paz, justicia y amor venga a nosotros; es decir, que su Evangelio sea el eje de mi vida y la piedra angular sobre la que se construya el mundo. 

Aunque san Lucas no incluye la petición “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (cf Mt 6,10), al pedir que venga el Reino ya se estoy deseando y pidiendo a Dios que sea el motor de todo. Pido, por tanto, que el mundo y mi vida no sean lo que yo quiero sino lo que Él quiera; me encanta esta expresión: “dejar que Dios sea Dios”, permitir que el despliegue de mi ser y de la historia, el entorno físico, social y espiritual en el que vivo,  lo marque Él y yo lo acepte con fe, y lo vida con esperanza  y amor. Dejo que Dios sea Dios en los acontecimientos de mi vida, lo contemplo y me dejo llevar por lo que me inspira y me sugiere hacer en cada momento. En una palabra: pido que desaparezca de mi vida el ego, mi personaje de ficción  y que Él sea el garante de mi identidad y el eje de todo lo que vivo, la fuente y el referente primero de mis actos.

Seguimos pidiendo: “Danos cada día nuestro pan cotidiano”, dice san Lucas. Al pedir el pan corremos el riesgo de esperar que Dios nos dé abundancia y hartura, pero no es eso; pedimos que nos de “el pan de cada día”; como dice el libro de los Proverbios: “no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «Quién es el Señor?»; no sea que robe por necesidad y ofenda el nombre de mi Dios” (Prov 30,8-9). En el medio está la virtud. Equilibrio. Confianza en la providencia. El pan de cada día, mañana Dios dirá. Cada día tiene su afán (Mt 6,34).

Sigue la oración del padrenuestro en san Lucas:” perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. Y aquí se nos revela la sabiduría del amor y el perdón. San Mateo añade, que “si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 5,14). No es que Dios no quiera perdonar o amar a quien no perdona ni ama, es que no puede hacerlo sin violentar su libertad. La puerta del corazón es una y no dos como pretenden los hipócritas. Es ignorancia pedir el perdón de Dios, abrir la puerta para que entre Él, y no perdonar al hermano, es decir, tener la puerta al mismo tiempo cerrada al prójimo y abierta a Dios. Quien honradamente y sinceramente pide perdón a Dios ha descubierto la riqueza de la misericordia y está dispuesto a perdonar al hermano. Lo contrario es hipocresía. No hay dos puertas en el corazón.

Finalmente, el Espíritu invita a reconocernos débiles, necesitados de Dios: “no nos dejes caer en tentación”. Importa pedir esto porque la soberbia nos hace creernos poderosos y autosuficientes cuando la verdad es que no podemos nada sin la gracia de Dios. “Sin mi -dice Jesús- no podéis hacer nada” (Jn 15,5). San Pablo lo entendió bien: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,16), porque es entonces cuando le doy al Espíritu Santo las riendas de mi vida. Deja, Señor, que sea yo, no hagas por mi nada que yo pueda hacer por mí mismo, pero no me dejes solo, no permitas que me aleje del camino recto.

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Así que ya sabes, cuando ores no pidas al Señor barbaridades tales como que te toque la lotería, que le vaya mal al vecino al que odias o que tu vida sea un lecho de rosas. Tu avaricia, soberbia y comodidad serían tu perdición. No es que no puedas pedir a Dios bienes materiales para ti y los demás. Puedes pedirle, pero termina siempre diciendo: “si me conviene, le conviene a los otros, y si está en línea con tu voluntad concedermelo”.

Y aprende a orar con oraciones inspiradas. La oración litúrgica de la Iglesia (misa, oficio divino) es oración inspirada; en ella no falta la Palabra de Dios y la garantía que da la comunidad eclesial. Es más fácil equivocarse sólo que en comunidad. No sin razón Jesús enseña a orar diciendo “Padre nuestro” y no “oh Padre mío”. El Padrenuestro es la oración de la Iglesia, nuestra oración. Rezarla sin sentir el calor de los hermanos que cada día oran con estas palabras es un despropósito.

Padrenuestro. No dejes de rezar cada día, al menos tres veces, esta oración. Y párate en las palabras y su significado. Una contemplación asidua del Padrenuestro te descubrirá tesoros espirituales que ni siquiera sospechas.

¡Feliz domingo!

Julio 2022

Casto Acedo.  

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