Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
La conclusión primera que sacamos de esta parábola es muy simple: obras son amores y no buenas razones; es decir, no basta decir “¡Señor, Señor!” para entrar en el Reino, se requiere la vida, la ratificación de la palabra con los hechos (cf Mt 17,21). “El mandamiento -dice la primera lectura de hoy- está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14), es decir, está en tu mano.
Todos conocemos la enseñanza de Jesús, su “mandamiento del amor”, pero ¿porqué no lo hago efectivo?, ¿qué me lo impide? Si lo importante en esto de amar está en la acción, ¿por qué se paralizan mis miembros cuando se presenta la ocasión?
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Observemos a los personajes de la parábola. Son cinco: un hombre anónimo, un sacerdote, un levita, un samaritano y un
posadero.
Al personaje anónimo atracado y malherido podríamos identificarlo
con cualquier persona o grupo que es despojado de su dignidad, marginado o
directamente descartado. “lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon,
dejándolo medio muerto”. Representa a cualquier ser humano en situación de
necesidad que, “por casualidad”, se cruza en nuestro camino.
En la parábola merecen mención especial el sacerdote y el levita, prototipos de religiosidad en su vertiente moral, ritual o teológica. ¿Por qué no se paran y ayudan al herido? Las razones son tan incomprensibles como evidentes. Tal vez la primera de ellas es que viven tan fuera de sí mismos y de Dios, tan estresados, tan en su mundo, que, “aunque miran no ven”; su obsesión por lo urgente les impide ver lo importante. ¿No te ocurre con frecuencia? Te enfrascas en planes, proyectos, tareas, deberes, … y te olvidas de que ahí, a tu lado, tienes a tu pareja, tus hijos, tus padres, tus vecinos, tus compañeros de trabajo ,… y ni siquiera reparas en ellos.
Una segunda razón para la inacción ante situaciones de injusticia que reclaman la atención es la que expone el pastor y mártir M. Luther King en una homilía orientada a despertar la conciencia de quienes eran remisos al compromiso en la lucha contra la segregación racial. Comentando esta parábola señala al miedo como la razón por la que el levita y el sacerdote decidieron pasar de largo. Puede que vivieran el miedo a que los salteadores estuvieran aún al acecho para caer sobre ellos; o incluso puede que el herido no fuera sino un impostor que finge estar herido para a traer incautos caminantes que serían presas fáciles de atrapar.
“Puedo imaginar entonces que la primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fuera: “Si me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué me ocurrirá?”
Es importante reparar en la pregunta; se trata de un enfoque egoísta de la situación: “Si me detengo, … ¿qué me ocurrirá?”. Es evidente que quien se hace esta pregunta sólo piensa en sí mismo, lo cual le hace entrar en pánico, un miedo que le impulsa a huir de la responsabilidad de atender al herido.
Hay quien ha anotado que la causa del pasar de largo estaría las prisas por llegar al templo o la prevención para no caer en impureza legal judía tocando un cadáver; pero no se dice en la parábola que el sacerdote fuera a celebrar unos oficios, ni que el hombre asaltado estuviera ya muerto. Me inclino a creer que lo que les bloquea es el miedo.
Luego llegó el buen samaritano, y por la naturaleza misma de su preocupación, invirtió la pregunta: “Si no me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué le ocurrirá?”.
Tenemos aquí una pregunta altruista y bondadosa. Este hombre vive en el presente, tiene consciencia de los hechos reales, posee una mente despierta que no se deja atrapar por el miedo de los pensamientos subjetivos. Al no no focalizarse en su ego ve la realidad que hay que hay fuera sí. Es un contemplativo que vive la presencia y el dolor del herido como propios; se sabe y experimenta como parte de su misma humanidad. Despreocuparse de aquel hombre sería hacerlo de sí mismo.
Viéndose realmente en la situación del otro se despierta en el samaritano un altruismo y
una bondad naturales, que le mueven a la práctica de la misericordia: “lo vio, se compadeció, le vendó las heridas, cargó
con él, lo llevó a la posada y lo cuidó”, es decir, se complicó la vida; deja lo urgente que lleva entre manos y opta por lo importante que le
sale al paso. No por eso se despreocupa de sí mismo; al contrario, sabe que sólo ocupándose del herido se ocupa de sí. El samaritano, más que ola solitaria se sabe océano de la humanidad, inexistente sin ella. Tú eres yo, y no puedo ser yo plenamente si no soy tu. Tú eres Cristo, y sin tu compasión no tiene sentido mi vida. ¿No es maravilloso este grado de hermandad? Curar un miembro es sanar el cuerpo.
Luther King siguió su homilía estableciendo un vínculo entre
las enseñanzas de la parábola y los costos personales que se exponen a pagar
quienes ayudan a los afroamericanos en su lucha por la justicia. A casa uno de
nosotros no nos costará sacar conclusiones prácticas para nuestra vida. ¿Hasta
qué punto estamos dispuestos a complicarnos la vida practicando la virtud de la
caridad?
Nos queda un último personaje: el posadero. Normalmente lo vemos como una persona de confianza, un hombre honrado. Pero la verdad es que en la antigüedad los posaderos no eran miembros muy respetables de la sociedad. Quienes escuchan la parábola en boca de Jesús también debieron sorprenderse de la bondad del posadero del que habla Jesús. En las posadas eran frecuentes peleas, robos, prostitución, y hasta asesinatos. Dejar a un hombre herido en la posada, fiándose del posadero, es un desafío para el auditorio del narrador. La práctica de la justicia requiere dar un voto de confianza a otros; aunque la vox pópuli los considere inadecuados. Amar es también confiar. Y si, como dice Orígenes en su comentario al texto, la posada es la Iglesia, ¿no es también un gran acto de fe confiar al herido al cuidado de ella? La Iglesia, como la posada, no es casa de perfectos, pero no por eso deja de ser lugar de salvación.
En fin, en esta parábola todos actúan de modo contrario a las expectativas de quienes escuchan el relato. El samaritano, el sacerdote, el levita, el posadero, son personas que escapan a los patrones de conducta que se esperaría de ellos. Ahí está la fuerza de la parábola. Y ahí deberíamos incidir esta semana en nuestra meditación personal. Romper los moldes de las falsas urgencias de nuestra vida para ir a lo verdaderamente importante: la compasión y la misericordia como virtudes a vivir en el presente, aquí y ahora, al ritmo del momento. Esto es lo que quiere decir la Palabra que ya hemos citado: "El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas -lo vivas-". (Dt 30,14).
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PARA MEDITAR-ORAR
Hay un texto de Facundo Cabral que podría servir de oración para este domingo. Quizá ya lo conozcas. Invita a reconocer dónde está lo verdaderamente urgente en la vida, lo único importante. El Evangelio de hoy es una invitación a no huir del momento, a “vivir el presente”, a conectar con Dios en el único lugar e instante posible: aquí y ahora. Vivir el amor y la compasión hoy-aquí es la única urgencia, porque es lo único importante. Vivir el amor en el instante es vivir. El samaritano compasivo no pierde su vida al ayudar al herido, la encuentra (cf Mt 10,39). Las personas que el Señor pone ante nosotros en cada momento son un regalo que Él nos hace, una oportunidad para ser nosotros mismos, para vivir intensamente el amor.
FACUNDO CABRAL.
Urgente
https://www.youtube.com/watch?v=o_nY1lmWwxo
Texto
Para ti, que siempre
vives la vida a un ritmo vertiginoso, quiero
recordarte que los más importante que tienes en la vida, eres tú y todos los
que te rodean, y recuerda que ...
"Urgente", es una palabra con la que vivimos, día a día, en nuestra
agitada vida, y a la cual, le hemos perdido ya todo significado de premura y
prioridad.
"Urgente", es la manera más pobre de vivir en este mundo, porque sabes, el día que nos vamos, dejamos pendientes las cosas, que verdadera mente fueron urgentes.
"Urgente" , es que hagas un alto en tu ajeteadra vida, y te preguntes: ¿Que significado tiene todo esto que yo hago?.
"Urgente", es que seas más amigo, más humano, más hermano.
"Urgente", es que sepas valorar el tiempo que te pide un niño, una niña.
"Urgente", es que cada mañana, cuándo veas salir el sol, te impregnes de su calor, y le des gracias al Señor, por tan maravilloso regalo.
"Urgente", es que mires a tu familia, a tus hijos, a tu esposa, y a todos los que te rodean, y valores ese tan maravilloso tesoro.
"Urgente", es que le digas a las personas que quieres, hoy, no
mañana, ¡cuánto los quieres!
"Urgente", es que te sepas hijos de Dios, y te des cuenta que él te
ama, y quiere verte sonreír feliz y lleno de vida.
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Un comentario más amplio a la parábola de hoy en:Feliz
domingo
Julio
2022
Casto Acedo
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