EVANGELIO
"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20, 19-23)
Me coloco en una postura cómoda para mantener la quietud física el mayor tiempo posible. Hago tres inspiraciones profundas. Tomo conciencia de la postura de mi cuerpo, del peso, de la atracción de la gravedad que me fija en mis puntos de apoyo, de su volumen, de su temperatura, de las sensaciones de mi piel, ¿calor? ¿frio?
Ahora vuelvo a inspirar profundamente y siento un placer exquisito, el que produce sentir cómo el oxígeno entra por la nariz, pasa por la tráquea y llega a los pulmones … Imagino que se expande por todo mi cuerpo. Mi pecho se expande con la inspiración, y la espiración deja salir el aire hasta sentir que me falta. Y vuelvo a inspirar y a espirar.
Viene a mi mente la imagen de Dios insuflando aliento en la nariz de Adán, llamándole a la vida. También veo a Jesús resucitado soplando sobre los apóstoles: “recibid el Espíritu Santo”
* * *
¿He hecho un ejercicio corporal? ¿O es espiritual? Creo que ambos. Me siento bien y pienso que vivir es algo tan simple como recibir aire puro y limpio y expulsar aire viciado, inspirar el Espíritu de Dios y espirar los malos espíritus que me estresan y agotan.
Mi ejercicio de respiración es la irrupción del Espíritu en la casa donde están reunidos los apóstoles; el aire del Espíritu invade cada rincón de mi estancia interior arrojando hacia afuera los miedos y complejos, purificando e iluminando mi mente con la calidez de su llama y haciendo que me sienta más yo; y más Iglesia. La vida se esclarece con la irrupción del Espíritu. Me siento elegido y acompañado, abierto a abrazar al mundo y a otros. Es hermoso compartir con otros la borrachera del Espíritu.
Hoy es Pascua de Pentecostés. El Espíritu Santo, esquivo a ser captado por mi mente, se muestra amable en mi oración. Acaricia con su brisa cada rincón de mi alma. Lo intuyo. Lo contemplo con el ojo interior del amor. El corazón tiene razones que la razón no comprende. Lo dijo B. Pascal, ahora lo sé. Me invade la misma alegría que a los discípulos al ver al Señor resucitado.
No necesito palabras para retener esta experiencia. Las palabras matan la realidad, la vida es lo que cuenta. No sé explicar lo que siento, y sé que el silencio es la mejor respuesta a cualquier pregunta que pueda surgir. Algo en mis entrañas me dice: no busques explicaciones, no hables, no intentes retener nada. Simplemente, da gracias y sigue adelante; sin distracciones, sin vanidad. Que no te atrapen ni los gozos ni el éxito de las técnicas de oración. Deja ir todo.
* * *
Cada día me cuesta menos disponerme a respirar, o mejor, disponerme a ser consciente de mi respiración. Ya es para mí un rito que trasciende el mero ejercicio. Inspiro, espiro y siento que estoy respirando. Inspiro, espiro y permito que mis pensamientos pasen de largo sin dejarme atrapar por ellos. Inspiro y siento que estoy vivo. Espiro largamente y palpo la cercanía de la muerte. Inspiro con fruición y sé que el Espíritu Santo entra en el espacio sagrado de mi alma inundándola de luz; espiro y veo como el mismo Espíritu echa fuera mil cosas que estorban a mi ser.
Vivir Pentecostés es hacer un ejercicio de respiración. Tan simple como respirar. Respirar consciente. Claro que esto solo lo saben los sencillos de corazón, no los sabios de este mundo. Estos están locos, han perdido el centro; acumulan bienes, títulos y saberes, e ignoran que hay momentos en la vida que no tienen precio. La mayoría nos daremos cuenta momentos antes de que cese la respiración. ¿No daríamos entonces todo lo que tenemos para poder siquiera inspirar y espirar una vez más?
¡Qué ciego soy para comprender lo que vale de veras! Si no respiro me muero; si no abro mi puerta al aire del Espíritu Santo también. Y no sé cual de las dos muertes es peor, la del cuerpo que ha llegado a su límite o la del alma que vaga desesperada entre oscuridades.
Es un buen día para meditar la “secuencia de Pentecostés”. Tarea para hoy: inspirar, espirar. Inténtalo. Relaja tu cuerpo. Pon a un lado tus preocupaciones pasadas y tus inquietudes de futuro. Silénciate. Simplemente respira, sin prisas, a tu ritmo habitual, y ora respirando:
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno.
¡FELIZ PASCUA DE PENTECOSTÉS!
Otros comentario al hilo de Pentecostés:
Junio 2022
Casto Acedo
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