HECHOS DE LOS APOSTOLES, 1,4-11
Dijo Jesús: "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo" Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista.
Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse."
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La semana pasada comentaba en este blog acerca del lugar donde está Dios, e indicaba que me enseñaron que “Dios está en el cielo”; también añadía que ese cielo, lugar de Dios, me parecía hermoso pero frío, distante, aburrido. Concluía que Dios está en todo lo creado, en todo ser humano, y en mi interioridad.
Hoy, teniendo de fondo la narración de la Ascensión en el libro de los Hechos de los Apóstoles, reflexiono sobre el cielo y el peligro de quedarme "plantado", con los ojos fijos en él.
Dios está en el cielo, oímos decir; y Dios está en todas partes. La segunda afirmación hace innecesaria la primera, sobre todo cuando considero el cielo como un lugar geográfico concreto.
Santa Teresa, en su comentario sobre el Padrenuestro, al explicar lo de “Padre nuestro que estás en el cielo”, me aclaró algo que ha determinado mi concepto de cielo:
“Ya sabéis que Dios está en todas partes. Pues claro está que adonde está el rey, allí dicen está la corte. En fin, que adonde está Dios, es el cielo. Sin duda lo podéis creer que adonde está Su Majestad está toda la gloria. Pues mirad que dice San Agustín que le buscaba en muchas partes y que le vino a hallar dentro de sí mismo” (Camino de perfección, 28,2).
Me impresiona la lógica de la Santa. Si donde está la corte, allí está el rey, donde está Dios está el cielo. Y si Dios, como dice san Agustín, está dentro de mí, el cielo también lo está. He aprendido con la Santa que el cielo es más que un lugar concreto, es un estado, un modo de vivirme, una manera de entender la vida.
Si el cielo está también en mi interior, los ángeles de la Ascensión también me previenen acerca del embeleso espiritual: ¿Qué haces ahí, pasmado todo el día, mirando tu cielo interior? ¿Te vas a quedar en el spa terapéutico y relajante de tu meditación? Es hora de volverme a Jerusalén, hora de abrirme al Espíritu Santo prometido. Él me sacará del lugar donde los miedos me tienen encerrado (el próximo domingo lo veremos); es hora de ir a Galilea, al trabajo de cada día, a las rutinas pastorales, a una sana relación con mis hermanos, a una mirada distinta a mi periferia, y a una lectura de mi historia desde los ojos de Dios.
Salir. Este es el verbo. Dedico tanto tiempo a estudiar y predicar que a veces se me olvida vivir. Me sé bien la lección, pero oigo voces a mi alrededor que, como a san Pablo, me dicen: "Estás loco, tu mucho saber te hace perder la cabeza" (Hch 26,24). San Ignacio me recuerda: "No el mucho saber harta y satisface al anima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente”. A fuerza de letras tiendo a reducir la fe a creencias, más aprendidas que gozadas o sufridas., acerca de Dios, el mundo y la Iglesia. Más que la cabeza temo perder el corazón a causa del engreimiento.
En el tiempo de silencio y meditación me cuesta mantener despierta la atención y no anclar mi corazón a nubes pasajeras, a pensamientos que me distraen. Ensueños. Fácilmente caigo y soy cautivo del engaño cuando “estoy encantado de conocerme”, o “me duermo plácidamente en brazos de mi vanidad”, o “dejo de verme como persona en proceso de construcción”, o cuando “me tumbo plácidamente sobre el mullido colchón de mis perfecciones impostadas”, o "pongo mi personalidad en decirme maestro antes que discípulo”; en fin, me quedo prendado en el cielo cuando vivo esperando que Tú, Señor, me lo des todo porque me lo merezco. Soberbia.
Mientras espero el domingo de Pentecostés, dame Señor orar con más intensidad. Y con más humildad. Con tu ayuda pondré la mirada en el cielo de mi alma; sin cerrar las ventanas, para que el viento de tu Espíritu entre con su fuerza y limpie la escoria que acumulo; que se lleve mis apegos, y me impulse hacia fuera, a la calle, donde se pelea la vida.
Que aprenda, Señor y Dios mío, que no estás tanto en el alto cielo en que me aguardas cuanto en la tierra en que aquí abajo me abrazas . ¿Acaso no me has enseñado que la tierra es un trozo de cielo en construcción? "Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los cielos, ... Bienaventurados los humildes porque heredarán la tierra" (Mt 5,3.5). Dame un trocito de cielo en mis momentos de oración; pero no permitas que me quede enganchado, "plantado”, apegado, estancado, en mis rezos; impedido de ir a Ti y a mis hermanos. Cielo sí, pero enraizado en la tierra. Lo contrario sería quedarme en medio del puente, renunciando a alcanzar la otra orilla.
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Otro comentario sobre los textos de este domingo en:
Mayo 2022.
Casto Acedo
no seas tan duro EL sabe como somos ..pero continua miramdo (tu)cielo y EL pomdra el resto con su amor ?o no se lo concedio a san Agustin
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