El domingo pasado, en el evangelio de san Juan, contemplábamos el primer signo que hizo Jesús en las bodas de Caná. Así comenzaba Jesús su vida pública en ese evangelio. San Lucas, después de los relatos de la infancia, el bautismo y las tentaciones de Jesús en el desierto, dice que lo primero que hizo fue volver “a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga, y se puso en pie para hacer la lectura”.
Jesús
se presenta, pues, como la Palabra hecha carne, Palabra pronunciada por el Padre y que cumplirá su misión (cf. Is 55,11).
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Hoy celebramos el Domingo de la Palabra de Dios. Un día para tener en cuenta la importancia de la formación bíblica y la escucha de la Palabra en la vida del cristiano.
Cuando un católico se cruza con un Testigo de Jehová o un miembro comprometido de alguna Iglesia Reformada Protestante, suele sentirse acomplejado por el conocimiento de la Biblia que éstos parecen tener; y no pocos se dan cuenta entonces de que necesitan conocer más a fondo y directamente la Palabra de Dios.
Ahora bien, la importancia de la Biblia no puede quedar reducida al estudio teórico de la misma, al aprendizaje de una serie de lecciones acerca de ella. Recordad aquellas palabras de Jesús a quienes le alababan: “Dichoso el vientre que te llevó”, le dijeron, y Él respondió: “Mejor dichosos quienes escuchan la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21).
Hay que distinguir entre lo que llamamos la Biblia o Sagrada Escritura, que no deja de ser un libro o varios libros reunidos en uno, y la Palabra de Dios, que es la misma Escritura pero proclamada, escuchada y aceptada. No es el conocimiento del libro lo que nutre la fe sino la fuerza de la predicación y la sinceridad de la escucha. Cuando se siguen las enseñanzas de la Biblia, cuando se saborea en ella la presencia de la persona del Jesús que predica y vive el Reino de Dios, se produce el milagro de la conversión liberadora y la sanación.
Y una aclaración para evitar la trampa del fundamentalismo bíblico empeñado en una lectura literal de los textos; en última instancia podemos decir con propiedad que no creemos en la Biblia, sino en la presencia y la fe en el Dios que se nos da a conocer en ella. La Biblia es un libro inspirado cuya lectura sólo se esclarece a la luz del Espíritu Santo y desde el sentido global de la fe en el Dios que Jesucristo nos revela (sensus fidei).
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La Palabra de Dios (la Biblia proclamada, escuchada, vivida) “es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta” (Hb 4,12-13a). La Palabra es capaz de cambiar tu vida. Sólo déjate empapar por ella. No basta que pases por ella, que seas un erudito en temas bíblicos, debes permitir que fluya por las venas de tu espíritu.
¿Qué ocurre cuando dejas que la Palabra se mueva libremente en tu corazón? Lo primero es que recibes es un rayo de felicidad, un deleite parecido al que describe el profeta Jeremías: "Si encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón" (Jr 15,16).
También viene sobre ti la luz divina, la claridad que necesitas para verte en lo que eres y lo que estás llamado a ser: “Lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 118,115). Desde la sabiduría que te aporta la Palabra ves todo con más claridad porque te saca de la ignorancia al disipar las tinieblas del pecado en que has vivido hasta entonces: “Vosotros -dice Jesús a los suyos- ya estáis limpios por la palabra que os he hablado” (Jn 15,3).
La palabra es, también, terapéutica, sanadora. Hay palabras que hieren, desprecian, separan, dañan y condenan; y palabras que abrazan, acarician, acogen y salvan. La Palabra de Dios es del segundo orden. Si en ella hay algo de condena es contra el pecado, nunca contra el pecador; incluso las palabras duras de la Escritura son quirúrgicas, no pretenden dañar y castigar al enfermo, sino que toca sus heridas; a veces la verdad duele; cuando la Palabra toca las llagas del pecado, el dolor que produce es el propio de la compunción necesaria para cauterizar las heridas. Sintiendo el dolor que te producen tus culpas a la luz de la misericordia de Dios puedes decir con verdad “No soy digno, ... pero una Palabra tuya bastará para sanarme” (cf Lc 7,7). Profesas así tu fe en el poder terapéutico de la Palabra.
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Acercarte a la Palabra, escucharla, dejar que entre en tu vida, alimentar tu espíritu con ella y en ella no es otra cosa que tocar, conocer y dar paso en tu vida a Jesucristo, el Señor.
“La Palabra se hizo carne” (Jn 1,14). La Encarnación del Verbo muestra la connaturalidad que hay entre revelación (Palabra) y redención (sanación del alma). Dios revela su ser obrando la salvación y salva dándose a conocer. A Dios lo encuentro en la Biblia, y en ella encuentro también las claves para encontrarme a mí mismo.
“Hay... connaturalidad entre la Escritura y el alma. Ambas son templo donde reside el Señor, un paraíso donde se pasea. Ambas son una fuente de la misma agua viva. El Logos, que está en una como Palabra, está en la otra como razón. Ambas, pues, encierran dentro de sí el mismo misterio. También la experiencia de una está en acuerdo previo con la doctrina de la otra, siendo esta propia para expresar aquella y encontrándose en ella. Lo que llamamos en la Escritura sentido espiritual, lo llamamos en el alma imagen de Dios... El alma y la Escritura se simbolizan entre sí, luego se explican mutuamente. Sería una lástima descuidar el estudio tanto de la una como de la otra. Son dos libros que es preciso leer y comentar el uno por el otro. Si tengo necesidad de la Escritura para comprenderme, también es verdad que comprendo la escritura cuando la leo en mí mismo... A medida que penetro en su sentido, la Escritura me hace penetrar en el sentido íntimo de mi ser; ella es, pues, el signo que normalmente me descubre mi alma; lo contrario, empero, tiene también su verdad. Una sirve a la otra de reactivo. Cada vez que soy fiel al Espíritu de Dios en la interpretación de las Escrituras, mi interpretación es válida como quiera que se mire. Cada vez que vuelvo a limpiar mi pozo, obturado sin cesar por los Filisteos (enemigos de mi alma), limpio al mismo tiempo el pozo de las Escrituras. Al agua que brota de uno corresponderá la que brota del otro”. [1]
Merece la pena leer, releer y meditar el texto en este Domingo de la Palabra. Volverse una y otra vez a la escucha y meditación del Evangelio es retornar a la fuente de la alegría, la luz y la salud espiritual.
Los israelitas se veían obligados una y otra vez a excavar los pozos abiertos en sus desérticas tierras y que los Egipcios, cuando les invadían, cegaban en su táctica militar de tierra quemada. Un escritor del siglo III, Orígenes, al que comenta H. de Lubac cuando escribe el citado texto, ve en esto una enseñanza para la vida espiritual. El acceso al agua interior que bulle en el hondón de la persona también se tapona cuando el consumismo, la avaricia, la pereza, la ira y demás ruidos ganan terreno en el territorio del alma e impiden el necesario silencio que facilita la entrada al manantial de agua viva que hay en la interioridad (cf Jn 7,37).
Aquí viene bien recurrir a la Palabra como herramienta y medicina que se abre paso entre el barullo de los deseos y apegos y cura los daños producidos por estos. "Una sola palabra tuya bastará para sanarme". Coge una palabra, una oración bíblica y repítela machaconamente con fe y con insistencia. Cuando lo haces, esa Palabra se convierte en tu espíritu en martillo y taladro que abre una y otra vez la vía de acceso al agua viva que hay en ti. Al mismo tiempo el agua de la Palabra es torrente que se desborda en y desde tu interioridad. Misterios del amor de Dios.
Santa Teresa resumió todo esto en unos versos cuyo estribillo pone en boca de Jesús: "Alma, buscarte has en mí, y a mí buscarme has en ti". Puedes hallar la poesía completa en el enlace que sigue, y disfrutarla sustituyendo el "Mí" por "Jesús" o por "la Palabra (Biblia, Escritura)".
https://albalearning.com/audiolibros/steresa/alma.html
¡Feliz domingo de la Palabra de Dios!
Enero 2022
Casto Acedo
[1] DE LUBAC, H. Histoire et Esprit, ed Cerf (Paris, 1950) 347-348.
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