sábado, 10 de septiembre de 2022

Al hilo de la Palabra (11 de Septiembre)


 EVANGELIO (Lc 15)

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo:

«Ese acoge a los pecadores y come con ellos».

Jesús les dijo esta parábola:

«¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.

 ¡Palabra de Dios!

 


Este domingo la Iglesia invita a leer y meditar el magnífico capítulo 15 del evangelio de san Lucas, donde se narran tres palabras precedidas de una introducción brevísima pero muy sugerente: “Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos”.

Puede resultar extraño que a Jesús se acercaran con frecuencia los pecadores, los impuros que no cumplían los mandamientos. Y se acercaban “para escucharlo”, lo cual indica que Jesús tenía una palabra paras ellos; palabra que no era de reproche, porque en ese caso dudo que se acercaran; nadie se acerca esperando recibir una bronca. Si acudían a Jesús es porque en Él encontraban acogida y comprensión, un bálsamo para sus sufrimientos.  

Solemos tener un concepto perverso sobre el pecado y los pecadores. Nuestra formación cristiana legalista y cumplidora nos hace creer que los pecadores son personas que se lo pasan guay en la vida, que son felices con su avaricia, su ira, su lujuria, su soberbia, etc. Y el único inconveniente que presenta para estos el pecado es que “mancha el alma”, lo cual, al morir, les impedirá pasar a la felicidad eterna del cielo. ¿No es este el concepto de pecado y pecador que tienen algunos? Ser virtuoso causa de tristeza, el vicioso es feliz; de momento. Es una pena que haya aún quien  piense así. 

Si los pecadores eran felices, ¿por qué acuden a Jesús? No tiene sentido. Nadie que ha encontrado la felicidad sigue buscándola; y si gente pecadora buscaba a Jesús es porque no eran felices. No nos engañemos, el avaricioso no es feliz por muchos bienes que tenga, nunca estará contento; ni tampoco el violento lo es, su violencia es el fruto evidente de su frustración, ¿conoces alguien que sea feliz y vaya por ahí insultando y avasallando?; tampoco quien pone su felicidad en la sensualidad lujuriosa que no va más allá del disfrute efímero de un momento, ni el soberbio  es feliz viviendo en el temor de que alguien le haga sombra, ni, evidentemente, el envidioso, etc.

El pecador es una persona incompleta, que busca y no encuentra lo esencial: el amor. Y no  me refiero tanto al amor de Dios y del prójimo hacia ellos, sino del necesario amor de ellos hacia sí mismos, hacia los hermanos y hacia Dios.  Porque quien pone su felicidad en poseer bienes o recibir placeres nunca encuentra lo que busca; sin embargo, el que descubre que el amor como un camino no de recibir sino de dar y darse, y se dedica a ello, llena su vida de felicidad.

Jesús, compartiendo palabra y mesa con los pecadores, les muestra que Dios puro amor y misericordia. Dios no es dureza sino ternura; es pastor que si se le pierde una oveja no descansa hasta encontrarla; padre que, a pesar del desprecio de sus hijos mantiene los brazos abiertos para acogerlos una y otra vez. Es lo que hace Jesús, sentarse junto a los pecadores mostrándoles así su amor“.

Los fariseos y los escribas murmuraban” sorprendidos por el amor que mostraba Jesús. ¿Cómo un maestro espiritual puede rodearse de gente tan mala? Para el fariseo el amor de Dios no es un don, es una conquista, algo que se ha de merecer por las buenas obras. Jesús desmonta ese concepto interesado del amor de Dios; a Dios no se le compra, sólo se accede a Él por el camino de la humildad que supone saberse pecador. Dios sólo pide una cosa: ser aceptado, ser reconocido como padre amoroso, fuente de seguridad y felicidad.

Dios es feliz amando. “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. (Lc 15,9)“Alegraos conmigo!, he encontrado la moneda que se me había perdido. “Comamos y celebremos un banquete -dice al regresar el hijo pródigo-  porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado” (Lc 15,23-24). Si contemplas la felicidad de Dios puedes comprender una verdad inmensa y que suele pasar desapercibida: se es más feliz perdonando que condenando, dando que recibiendo, amando que odiando. La alegría del corazón o felicidad profunda no viene de fuera, nace de dentro, de la conversión al amor.

Creo que a las parábolas de la misericordia podemos llamarlas con razón  parábolas de la alegría de Dios. Dios es feliz, es la felicidad misma. Si en Dios no hay asomo de tristeza, a pesar del desplante de sus hijos, es porque ama sin medida; no hacerlo sería negarse a sí mismo (2 Tm 2,13). Y aquí puedes extraer una gran enseñanza: si quieres una vida de alegría y felicidad sostenible, ¡créeme!, deja de juzgar y condenar, arroja lejos de ti al fariseo, y empieza a llenarte del amor de Dios, a mirar con ternura a todos y a todo lo que te sale al paso, ya sean cosas y personas agradables o desagradables. 

Contempla a Dios. ¿Qué ves? Amor. Y si no es amor lo que ves es porque no adoras al Dios verdadero. Dios te perdona; su misericordia es la esencia de su ser. Perdónate a ti mismo tus errores y recomienza con amor renovado aquello en lo que erraste. Estarás imitando a Dios. Perdona las molestias que puedan causarte las personas con las que vives; aquella a la que te cuesta amar más es un regalo para crecer en amor. Cuando veas a alguien que, como Jesús, se muestra amable con quienes tú consideras dignos de reprimenda, no le critiques, como los fariseos; alégrate porque está contemplando la gratuidad del amor de Dios.

Quien busca la felicidad tiene en Dios la respuesta a su búsqueda, y en Jesús el mapa para llegar a ella. Donde abunda el pecado -reconocido y arrepentido- sobreabunda la gracia. Donde florece el perdón, fructifica la alegría. Hay "más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse". 

¡Feliz Domingo!

Septiembre 2022

Casto Acedo

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