jueves, 4 de julio de 2024

Ver a Dios en el día a dia (7 de Julio)


EVANGELIO Mc 6,1-6

En aquel tiempo, fue Jesús a su pueblo en compañía de sus discípulos.

Cuando llegó el sábado, empezó a enseñar en la sinagoga; la multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?»

Y esto les resultaba escandaloso.

Jesús les decía: «No desprecian a un profeta más que en su tierra, entre sus parientes y en su casa.»

No pudo hacer allí ningún milagro, sólo curó algunos enfermos imponiéndoles las manos. Y se extrañó de su falta de fe. Y recorría los pueblos de alrededor enseñando.

Palabra del Señor

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Partiendo de la incredulidad de los paisanos de Jesús reflexionamos aquí sobre cómo cuando nos "acostumbramos", es decir, cuando ponemos la vida en "piloto automático", nos incapacitamos para ver la realidad. La solución a esto está en "despertar", en salir de la rutina, ponerse en camino ("ser en la vida romero"), abrir los ojos para ver y sentir en el día a día de cada acontecimiento y de cada persona la presencia de Dios (vida de fe). Porque está siempre con nosotros (es paisano, paisaje de nuestra vida), pero cuando nos encerramos en nuestros esquemas no le vemos.


¿Quién es este?

Al narrar el evangelista Marcos el milagro de la tempestad calmada pone en evidencia la sorpresa de quienes estaban con Jesús en la barca:“¿Quién es este que hasta el viento y el mar le obedecen?” (Mc 4,41). Hoy el evangelio recoge una reacción similar; en esta ocasión son sus paisanos los sorprendidos por sus palabras en la sinagoga.   "La multitud que lo oía se preguntaba asombrada: «¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?» Y esto les resultaba escandaloso". (Mc 6,2-3).

Los paisanos de Jesús pasan del asombro (reconocimiento de la sabiduría de sus palabras en la sinagoga) a la desconfianza (¿qué nos puede enseñar el hijo del vecino José? Sabemos que no tiene estudios). Si en multitud de pasajes evangélicos podemos observar cómo la fe propicia el milagro -recordemos la curación de la hemorroísa y la resurrección de la hija de Jairo del domingo pasado-, hoy se ve la otra cara de la moneda: la desconfianza del hombre bloquea la eficacia del amor de Dios: “No pudo hacer ningún milagro por su falta de fe” (Mc 6,5). Sin la apertura a la fe, sin abandono a Dios, no hay salvación (milagro)

Jesús resume la actitud de sus paisanos echando mano de un refrán tan corriente en su tiempo como en el nuestro: 
Nadie es profeta en su tierra, “no desprecian a un profeta más que en su tierra, entre los suyos y en su casa" (Mc 6,4).  Sus paisanos se habían acostumbrado a él. Le habían visto crecer, sabían de él, conocían a sus padres y parientes. ¿Qué se puede esperar de este carpintero? La rutina de la vida diaria, los automatismos mentales adquiridos acaban empañando los ojos e impidiendo ver la realidad misma que se manifiesta ante los propios ojos. 

Acerca de Dios hemos de reconocer que nos acostumbramos de tal manera a las cosas que nos cuesta verle, aunque le tengamos delante. Por eso es fundamental la enseñanza de este evangelio: "no te acostumbres a nada", despierta a la vida de cada día. Porque es triste encontrar un marido que se ha acostumbrado a su mujer, o la esposa que se ha acostumbrado a su marido (¿qué me va a enseñar? ¿qué voy a esperar ya de él o de ella?); más triste es un sacerdote acostumbrado a su oficio (¿no percibes su rutina y frialdad celebrativa?), o el cristiano acostumbrado a la misa, a la participación rutinaria en los sacramentos, a la doctrina bien estudiada o a la teología perfectamente estructurada. 

Quién vive acostumbrado ha perdido la sensibilidad y ya no encuentra novedad alguna en los acontecimientos y las personas. Es el pecado de los fariseos, tan seguros ya de estar en el buen camino y en la posesión de la verdad que sus oídos y sus vidas quedan impedidos para percibir la presencia de Dios más allá de la costumbre. 



Ser en la vida “romero”.
 
Dios no admite “acostumbrados”, porque éstos hacen un Dios a su modo y manera y están cerrados al Dios siempre nuevo, o lo que es lo mismo, están muertos a la fe. Ya no esperan nada, tienen cada pieza de su vida colocada en su lugar, y a Dios también. El acostumbrado  no es capaz de ver la “novedad” de Dios, su profecía, el milagro diario que le llega a través de la naturaleza, de los acontecimientos que vive, de las palabras sabias que le llegan a través de amigos,  parientes y vecinos.

La Palabra evangélica nos dice que el remedio contra la ceguera del "siempre lo hemos visto así, siempre ha sido así, siempre se ha hecho así", está en romper esquemas, en huir de la tentación de la “costumbre”, del acomodo en lo fácil, en abrir la mente para superar el escándalo de un Dios que se revela en lo ordinario. El poeta León Felipe canta que hay que ser “romeros”, peregrinos que no se instalan en un lugar apacible, que no dogmatizan su fe, sino que se ponen cada día en marcha no dejando que el alma sientan la tentación de instalarse en ideas e imágenes prefabricadas y fijas sobre Dios y sobre la vida. 

Cuando hacemos de Dios una idea lo transformamos en un ídolo. Cuando hacemos de la fe  un rito, la transformamos en rutina ciega. El Dios verdadero no se deja encerrar ni en ideas, ni en imágenes, ni en ritos vacíos. Para acercarnos a Jesús, para crecer en la fe, para no perder la sorpresa, hay que vivir siendo romero que busca siempre caminos nuevos, romero con el corazón abierto a la noticia de Dios.


"Ser romero” es el estilo vida de quien se resiste a acostumbrarse a la vida haciendo de ella una tediosa rutina; romero es quien mira siempre más adelante, más allá; romero es quien advierte cada día la belleza del atardecer y contempla cada amanecer como algo nuevo.  Romero es quien es capaz de ver a Dios en la humanidad de Jesús de Nazaret.

Los paisanos de Jesús ya no le veían; se habían acostumbrado a Él.  A Jesús le sorprende, “y se extrañó de su falta de fe” (Mc 6,6). Los más cercanos, los más allegados, los más seguros de sí, fueron incapaces de ver al “profeta” que vivió entre ellos; tenían una imagen concreta de Jesús y de Dios difícil de desmontar: ¡qué nos vas a decir que ya no sepamos de ti, carpintero!. 


Ver a Dios en el día a día

No es fácil asimilar el hecho de que Dios se haga presente en la debilidad de la carne. Se es Dios o se es hombre, ¿acaso se pueden ser las dos cosas a la vez? Con la encarnación, y más aún, con la muerte en cruz, el escándalo está servido. Los paisanos de Jesús se escandalizaron de él. Esperaban un Mesías más divino, no tan humano como el hijo de María y José. Esperaban que la fuerza de Dios se revelara de manera portentosa y espectacular. Pero Dios no usa del poder y el espectáculo para imponerse, sino que muestra su fuerza en la debilidad de la cruz (cf 2 Cor 12,9-10). ¿Quién creerá en un Dios así?
 
El evangelio de hoy invita a convertirse, que no es otra cosa que "despertar", limpiarse las legañas de la costumbre, las ideas, los apegos; la conversión se da cuando se toma conciencia de la presencia de Dios en las realidades cotidianas; un despertar-conversión se aprende a vivir día a día, en cada momento de la vida, como romeros que van contemplando las huellas de Dios en el caminar de su vida, en su historia. Al final converso es quien  mira con fe su realidad y toma conciencia de que Aquel a quien buscaba ha estado siempre ahí.

Acostumbrados a "las cosas de Dios": a los rezos, las misas, las meditaciones, las fiestas y solemnidades, ... ¿no nos estaremos perdiendo algo? 

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Julio 2024
Casto Acedo

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