lunes, 30 de junio de 2025

Domingo 14º Ordinario C (6 de Julio)

 

EVANGELIO  Lc 10,5-11 

"... Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros. Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa. Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles: “El reino de Dios ha llegado a vosotros”. Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado". Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad.

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Del evangelio de hoy nos fijamos en la expresión “sacudirse el polvo de los pies”, expresión que muchos interpretan como actitud de desdén y rechazo, o de desdén y maldición de Dios sobre aquellos a los que se dirige el gesto.  Pero he aprendido a ver el el gesto con una mirada diferente.

La luz me vino al tratar con personas buenas, que intentan con toda su buena voluntad acercar a otros a Dios, y que cuando no lo consiguen entran en un estado de tristeza y culpabilidad que no tiene justificación.

Son muchas las personas, sobre todo madres muy religiosas, las que suelen lamentarse ante sus confesores con estas o parecidas palabras: “Mire usted, he intentado de todo con mis hijos a fin de que fueran personas de Iglesia: catequesis, colegio religioso, acercamiento a la parroquia, etc. y ninguno de ellos va a misa ni ha entrado en religión; ¿qué hemos hecho mal?”. Y dejan entrever estas personas un sentimiento de culpa, como si el fracaso de su misión tuviera su casusa en las deficiencias de ellos.

La advertencia final del texto evangélico acerca de Sodoma y Gomorra, ciudades que fueron destruidas a causa de sus pecados, no se dirige a quienes anuncian la Buena Nueva, sino a quienes no la quieren escuchar. Conviene matizar que estas ciudades fueron destruidas como lógica consecuencia de la corrupción personal, familiar, social, económica, y política, no por una personal venganza divina. La advertencia profética no pretende mostrar un Dios implacable y terrible, sino llamar la atención sobre hacia donde se encaminan quienes no aceptan en sus vidas el amor y el perdón de Dios. Nuestro Dios, el Padre de Jesucristo,  desde siempre es  compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia” (Sal 103,8). Seguir su Palabra edifica, darle la espalda destruye. 

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Aclarada esta premisa, ¿qué lectura hacer del gesto de “sacudirse el polvo de los pies"? Me atrevería a decir que ese polvo no es otro que el falso sentimiento de culpabilidad que pueda quedar en el corazón del apóstol cuando no ve el fruto esperado. ¿Estaré evangelizando correctamente? ¿En qué me habré equivocado a la hora de educar a mis hijos? ¿No será que no valgo para esto? … Si has puesto todo tu empeño y tu buena voluntad en la tarea misionera, ¡suelta esos pensamientos!, arroja fuera ese polvo que se ha pegado a los pies de tu conciencia; es obra del diablo que siembra cizaña en tu campo y te hace creer que no sólo eres el responsable de la siembra sino también el que  hace crecer; y esto último es cosa de sólo Dios.

Muchos desánimos en sacerdotes, catequistas y demás agentes de pastoral nacen del sentimiento de fracaso ante la supuesta esterilidad de la tarea. Tras años de brega acaban enfadados con el campo que les ha tocado sembrar, demonizan la tierra, ¡con esta gente no se puede hacer nada!, o lo que es peor, se flagelan a sí mismos acusándose de lo mal que ha salido todo. 

Es necesario soltar la creencia de que esto del crecimiento del Reino de Dios depende de nosotros cuando es cosa del Señor. A ti sólo te corresponde sembrar, el crecimiento y los frutos son cosa del Señor. Pensar de otro modo es soberbia. Tal vez aquí esté una de las claves de la deseada conversión pastoral de la Iglesiatrabajar en gratuidad. 

Es el Señor el que da la cosecha mientras duerme el sembrador. El fruto de la siembra seguramente no será el que esperas: misas llenas, mejor consideración social de la Iglesia, jóvenes domesticados según los propios criterios, vuelta del pueblo a viejas tradiciones, etc. Cuando siembres compasión de Dios no esperes ver crecer espectáculos. Mira y observa; como hacía Jesús. Fue el único que se dio cuenta de que aquella pobre viuda que echó  la moneda en el cepillo del templo (cf Lc 21,1-4) era un signo evidente de que el Reino da frutos inesperados.

Tal vez aquellos a quienes te diriges en tu apostolado no respondan a tus expectativas, pero las expectativas de Dios son de otro orden: amor y misericordia; practicar esto es la mejor catequesis que puedes dar; y contemplarla en otros el mejor modo de verificar que Dios sigue estando presente en nuestra historia.

Un consejo: no sacudas el polvo de tus pies (tus enfados y frustraciones, tus complejos de culpa) sobre nada ni nadie. Sólo hazles saber cuánto se pierden al darle la espalda al Dios de la misericordia y la vida. Y no esperes recompensa alguna por tu trabajo de apostolado; "cuando hayáis hecho todo lo mandado, decid: ´Somos unos pobres siervoshemos hecho lo que teníamos que hacer´.(Lc 17,10).

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Otro comentario al evangelio de hoy en:

https://parroquiasanantoniodemerida.blogspot.com/2019/07/comunnicar-anunciar-el-evangelio-7-de.html

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Julio 2025

Casto Acedo 

sábado, 28 de junio de 2025

San Pedro y san Pablo (29 de Junio)


EVANGELIO
Mt 16,13-19 

En aquel tiempo, al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?» 

Ellos contestaron: «Unos que Juan Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» 

Simón Pedro tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.» 

Jesús le respondió: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás! porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo. Ahora te digo yo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.» 

Palabra del Señor. 
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Celebramos en una sola fiesta a dos grandes de la Iglesia, incluso podríamos decir que “los dos más grandes” si no fuera porque hace solo unos días hacíamos fiesta con san Juan Bautista, del cual dijo Jesús que “no ha nacido de mujer uno más grande” (Mt 11,11). Sea como fuere, celebrar a Pedro y a Pablo es celebrar a dos santos que, debilidades aparte, dieron testimonio de fidelidad al Evangelio sufriendo por su causa persecuciones, cárcel y la misma muerte.

Pedro, Pablo, ... y el Espíritu Santo

De san Pedro sabemos bastante por los santos Evangelios; ahí se nos cuenta su vocación, sus dudas, su traición y su constante conversión a Jesús. Luego el libro de los Hechos, en su primera mitad, nos narra los principios de su ministerio como cabeza visible de la Iglesia. A partir del capítulo 13 este libro, que cuenta los inicios de la Iglesia, cede el protagonismo a Pablo, el apóstol misionero por excelencia, que sin dejar de aceptar la primacía de Pedro, y siempre fiel a su primado, a pesar de los disensos (cf Hch 15), extendió la fe de la Iglesia Cristiana por todo el Mediterráneo.

Pero, no nos engañemos, el verdadero protagonista de la expansión misionera no fue Pedro, tampoco Pablo, sino el Espíritu Santo; la comunión eclesial y su empuje misionero sólo se pueden explicar desde Dios: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra” (Hch, 1-8). La clave de la evangelización no está en el enviado (apóstol) sino en quien lo envía.  

A Pedro se le profetizó su entrega generosa a la tarea del evangelio y la que sería su muerte testimonial: “Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios” (Jn 21,18-19). Pablo no dudó en decir que “llevamos este tesoro –el Evangelio que predicamos- en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros” (2 Cor 4,7). 

Con claridad vio San Lucas, autor del libro de Hechos de los apóstoles,  que Pedro y Pablo sólo fueron instrumentos en manos del Espíritu, por eso se percibe en su lectura que el verdadero protagonista de la expansión misionera es el Espíritu que los va llevando (cf Hch 10,19;11,12; 16,7;21,4); de hecho, ni siquiera se narran los martirios de Pedro y Pablo; simplemente desaparecen de la escena; el protagonismo del Espíritu en la vida de estos santos y en la de las comunidades del comienzo parece decirnos que la Iglesia sigue siendo una tarea inconclusa y ha de vivir siempre entregada a la tarea de construir su unidad y completar su misión dejándose llevar por el soplo de Dios.

En el Evangelio que nos ofrece la liturgia en este día Pedro es proclamado por el Señor “mayordomo” de su Iglesia, poseedor de las llaves; el que tendrá el deber de administrar, de mantener la fe y la unidad en la casa de los cristianos. Pablo, por su parte, es elegido con miras a anunciar el Evangelio: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a anunciar el Evangelio” (1 Cor. 1,17; cf 9,16.23; Rm 1,9.14; 15,19; etc.). Unidad interna y testimonio externo de cara a la expansión del Reino de Dios y su Iglesia. Detengámonos en estos dos puntos:


Una Iglesia unida en la misma  fe (Pedro).

Cuando escuchamos eso de “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”(Mt 16,18) solemos referir la palabra "piedra" a Pedro; y no andamos desencaminados; pero no olvidemos que poco antes de ese reconocimiento Pedro ha hecho una trascendental afirmación de fe: “Tú (Jesús de Nazaret) eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Cristo, Dios Vivo)” (Mt 16,15). La piedra que edifica la unidad en la Iglesia no es la fe en Pedro sino en la fe que acaba de confesar. "Jesús es el Mesías, el esperado". La Iglesia tiene su cimiento en Jesucristo, Hijo de Dios vivo. No es posible  llegar a esto por medio de especulaciones ni  experiencias místicas subjetivas; aquí solo se llega por revelación de Dios: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso (el credo con que confiesas que yo soy Hijo de Dios) no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo” (Mt 16,17). 

Así, pues, la persona de Pedro como cabeza de la Iglesia nos remite a la fe en Jesucristo como Dios. Y ahí debe ir nuestra primera reflexión: Mirar a Pedro es someter a crítica mi fe, preguntarme si es una fe soberbia que se quiere afirmar al margen o en contra de la comunidad que Pedro preside.

No puedo considerar a Pedro separado de Jesús; y teniendo en cuenta que el mérito de ser el primer Papa no se debe a sus cualidades físicas, intelectuales o espirituales (de las cuales parece ser que Pedro no hace gala en lo que de él sabemos por los evangelios), el valor de Pedro está en la elección de Dios; pura y simplemente en eso. Lo que da valor a la figura de Pedro no son sus obras sino la fe, las llaves de la casa que se le encomiendan como mayordomo. La unidad de la Iglesia se sostiene sobre esa fe; a Pedro se le da el poder de atar y desatar (cf Mt 16,19), es decir, de considerar si la fe y las correspondientes obras de quien se dice seguidor de Cristo, son las genuinas o no.

Quien cree que Jesús es el Mesías acepta también que Pedro ha sido el elegido para mantener viva la unidad del grupo de los Doce. A pesar de sus debilidad Pedro tiene el deber de no defraudar en esa misión de cultivar el entendimiento y la unidad en la Iglesia. ¿Se hubiera mantenido unida la Iglesia sin una cabeza visible que aglutinara a los apóstoles como antes hizo Jesús? ¿Habría llegado a nosotros la Palabra de Dios si no hubiera sido por la Iglesia presidida por Pedro?

Cale, pues, en nuestro corazón la figura de Pedro como símbolo de la unidad de la Iglesia en la misma fe. El mismo Pablo, más culto y preparado que Pedro, no dejó de acudir a Él y de someterse a sus orientaciones. Pablo tuvo claro que el ministerio de Pedro trascendía la persona misma del pescador y le acercaba a la verdad de Dios, oculta a los sabios de este mundo y manifestada a los pobres y sencillos (cf Mt 11,25). En el colegio apostólico, presidido por Pedro, veía Pablo la garantía de la fe y la de la unidad de la Iglesia: “Un Señor, una fe, un bautismo” (Ef 4,5). 



Una Iglesia misionera (Pablo)

Pablo ha pasado a la historia como el gran misionero, aquel que logró sacar al cristianismo de los estrechos lazos del judaísmo. Y no hay duda de que su aparición en escena, llevado por san Bernabé a presencia de Pedro, fue providencial. Proveniente del judaísmo fariseo más recalcitrante, tras su conversión Pablo se volvió un defensor acérrimo de la nueva doctrina. Si a Pedro le hemos mirado como garante de la fe, a Pablo lo miramos como misionero o mensajero de la misma para todo el mundo.

A Pablo le tocó inculturar el Evangelio en un ambiente ajeno al mundo judío en el que se había gestado; pero supo hacerlo bien, y acercó la Palabra echando mano a los recursos que la cultura griega dominante le ofrecía. ¡Cuánto tendríamos que aprender de él! En estos tiempos en los que Europa parece culminar el proceso secularizador iniciado con la Ilustración ¿no es hora de aprovechar todo lo que modernidad y posmodernidad tienen de evangélico para acercar el mensaje del Reino a los hombres de hoy?

Tal vez la clave de la evangelización sea, como siempre ha sido, poner a Cristo y su Evangelio en el centro; todo lo demás queda supeditado a ello (cf Mt 6,33); obrando desde este presupuesto Pablo relativizó las estructuras judías (no sin las consecuentes disputas con Pedro y los judaizantes) y abrió las puertas de Cristo a los paganos. Con Pablo la Iglesia se hace universal (católica), como Cristo fue universal.

Convendría en nuestro tiempo seguir los pasos del apóstol de los gentiles, dejar a un lado la espiritualidad legalista y hermética que los siglos han ido incrustando en la barca de la Iglesia, y lanzarse a predicar un cristianismo de rostro nuevo, el mismo rostro de Cristo que predicó san Pablo: “Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres” (1 Cor 1,22-25). 

Se trata de pasar de una Iglesia acomodada a una Iglesia en diáspora, siempre en camino, resuelta a hacer presente la soberanía de Dios y del hombre en cualquier ámbito cultural eliminando cualquier cosa que pudiera oprimir a las personas. Pablo precia el evangelio de la liberación de todo ídolo que disminuya o despoje a la persona de su dignidad:  "Para la libertad nos ha liberado Cristo" (Gal 5,1). Él es el único garante te la dignidad humana.


El Papa León XIV, sucesor de Pedro

Me da la impresión de que el papa León XIV recoge muy bien el espíritu petrino y paulino. Los que le trataron en su etapa anterior, ya sea como sacerdote y obispo misionero o como  general de la orden de los agustinos coinciden en que siempre ha sido un pastor muy cercano y al servicio de la gente. En su etapa misionera en Perú se preocupó de conocer a fondo la cultura de aquellos a los que se dirigía; aprendió su lengua, vestía sus ropas, y no se negaba a compartir las comidas tradicionales con el pueblo; todo un Pablo de Tarso en sus viajes misioneros.

Por otra parte hay quien dice que cuando toma una decisión importante y meditada se muestra inflexible en llevarla a cabo, mostrando así la seriedad de la tradición que no sólo no debe ser adulterada sino que debe ser a su vez enriquecida con las nuevas experiencias de fe. En este sentido es buen sucesor del primer papa, que recibió la misión de conservar y promover el credo de la Iglesia.

La barca de la Iglesia la lleva el Espíritu de Cristo; esto no lo debemos olvidar nunca. Pero tampoco debemos minimizar el papel del Papa como "sacramento" (signo, misterio) de comunión. No es buena la "papolatría", pero tampoco es buena la "anarquía espiritual" de quienes confunden al Espíritu Santo con los pajaritos que todos tenemos en la cabeza. Cuando la fe personal o comunitaria zozobra tenemos la suerte y el deber de acudir a Pedro. 

Cuando se pregunta sobre el Papa León XIV es común la respuesta: "me gusta, parece un hombre bueno, sencillo, de profundas convicciones de fe, experimentado y encarnado de veras en su compromiso misionero "; no hay duda de que es un regalo del Señor. Merece la pena estar con él en su tarea. ¡Que Dios le bendiga y le de acierto para responder santamente a las inquietudes y problemas de quienes acudan a él!

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Han sido muchísimas las publicaciones documentales escritas y visuales que se han realizado tras la elección del Papa León XIV.  A mi pareció un buen resumen de su humanidad este video:


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Y de más larga duración  el documental "León de Perú"


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¡Feliz día de san Pedro y san Pablo!
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Junio 2025
Casto Acedo

viernes, 20 de junio de 2025

Corpus Christi


TEXTO BÍBLICO
1 Cor 11,23-26
Hermanos:

Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido:
Que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo:
«Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».

Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo:
«Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía».

Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.

Palabra de Dios.




Misterio y presencia

De Misterio en Misterio. Seguimos celebrando lo “increíble”: Resurrección, Ascensión, Trinidad y ahora Corpus Christi, fiesta en la que se invita a afirmarnos en otro Misterio, el de la Eucaristía: ¡Este es el Misterio de nuestra fe!

He dicho que celebramos lo “increíble” no en el sentido de que no se pueda o deba creer sino en el hecho evidente de que facultades humanas como la mente y los análisis empíricos de la realidad no darán crédito a lo que decimos creer sobre el Pan Eucarístico. Que Jesús está real y verdaderamente presente en su humanidad y divinidad en el pan y el vino consagrados en la celebración Eucarística, es humanamente increíble. Es necesaria la revelación de Dios y la percepción de su inmenso amor para intuir desde el amor humano este Misterio; como cuando Felipe le preguntó a Jesús: “Muestranos al Padre”, y le respondió: "¡Tanto tiempo conmigo Felipe y aún no me conoces!. Quien me ve a mi ve al Padre" (Jn 14,8)

Tan presente como estuvo el Jesús histórico, y de manera histórica también, Jesús se hace y permanece presente en la Eucaristía. No es “como si fuera Jesús”; Él mismo dice “yo soy el Pan de vida”, y en la última cena no dice “Tomad y comed ...Tomad y bebed... como si este pan y este vino fueran mi cuerpo y mi sangre”, dice “Esto es mi cuerpo... Esta es mi sangre”. Ciertamente es este un gran Misterio que requiere crucificar la razón científica y echar mano de la razón amorosa.

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En el sacramento de la Eucaristía Jesús sigue entrando en la historia. Dicho de un modo más cercano: Jesús sale al encuentro de la humanidad y entra hoy en la vida de las personas como lo hizo hace dos mil años.

El había dicho: “yo estaré con vosotros hasta le fin de los tiempos”, y aquí cumple su promesa. No es el único lugar de encuentro con Él; también sigue estando presente en su Palabra, en los reunidos en su nombre (Iglesia) y en los pobres ("lo que hacéis a uno de estos pequeños a mí me lo hacéis"). Todos estos modos de presencia se concentran en la Eucaristía, porque en ellas la Palabra revela y hace posible el Sacramento, éste convoca y alimenta a la Iglesia y ésta bendice a quienes reconocen a Dios en la debilidad humana (Cáritas).

Acción de gracias, memorial

Como signo de presencia y salvación instituyó Jesús el Sacramento de la Eucaristía. Cada día, especialmente cada domingo, la Misa es el eje en el que el cristiano hace profesión de fe participando en el rito y comiendo del  pan de Dios. 

La Misa es llamada, convocatoria; las campanas llaman a poner en escena el ser Comunidad en torno a una misma mesa; también la Misa es ocasión para deleitar al alma en el encuentro con el Señor y los hermanos; y también la Misa es la oportunidad de sellar el compromiso con la causa de Jesús; “haced esto en memoria mía".  ¿Qué es lo que hay que hacer? Ciertamente debemos repetir el rito, pero la memoria de una persona no se hace simplemente recordándole con la mente o con gesto que le recuerden; la Eucaristía no es simple memoria sino “memorial” (en griego "anamnesis"),término que implica hacer presente un acontecimiento pasado de forma viva y real. Jesús invita:  comed de mi carne, transformaos en mí, participad de mi vida, imitad mi entrega, haceos Eucaristía, como yo; que vuestra vida sea una acción de gracias como lo fue la mía.

A la participación plena y consciente del misterio eucarístico sólo se accede comulgando por la gracia con una vida eucarística, es decir, una vida desapegada del mundo y entregada a Dios en  acción de gracias; esto significa Eucaristía "Eu" (bueno) y "charis" (gracia, favor). La palabra griega original eukaristía significa "acción de gracias", "agradecimiento" o "expresión de gratitud".


Sagrario y procesión

Es evidente que Jesús, en la última cena, dijo “tomad y comed, ... Tomad y bebed”; no añadió expresamente que su presencia seguiría estando en el pan y el vino más allá del momento de la Cena. Sin embargo, hay testimonios de que los primeros cristianos llevaban a los enfermos y encarcelados parte del pan consagrado a fin de hacerles también partícipes  de la riqueza del Sacramento.

Con el tiempo se llega a plantear si Jesús está presente en las especies eucarísticas en virtud de la reunión de la Iglesia (donde dos o más se reúnen en nombre del Señor, como destaca san Agustín) o si la presencia permanece más allá de la celebración (postura que parece defender san Anselmo). Las discusiones se hicieron famosas en la Edad Media, y fruto de ello es la aparición de los sagrarios y el culto de adoración en torno a él, y las primeras procesiones con el Santísimo Sacramento.

Siglos después, y como respuesta a la herejía luterana que negaba la presencia real y permanente de Jesús en las especies, el concilio de Trento define como verdad de fe que “después de la consagración del pan y del vino, se contiene verdadera, real y sustancialmente nuestro Señor Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre... que acabada la comunión sigue presente en las hostias o partículas consagradas,... que es lícito reservar la Sagrada Eucaristía en el Sagrario, .... qué también es lícito llevarla honoríficamente a los enfermos... y que se le puede celebrar en fiesta llevándole solemnemente en procesión y ser públicamente expuesta para ser adorada”.

A partir de este Concilio la fiesta del Corpus Christi adquiere relevancia. No se puede negar que en ella tuvo parte la reacción contra los protestantes que negaban la presencia de Cristo en las especies eucarísticas más allá de la Cena. No es de recibo que en Toledo, la entonces capital del imperio español garante y defensor de la doctrina católica frente a Lutero, tenga lugar la más sonada procesión del Corpus; también son relevantes las de Sevilla y Granada, lugares donde se quería dar por superado cualquier renacer islámico o judío. Este origen reactivo del culto eucarístico no quita riqueza a la verdad de la fe, aunque sí debe prevenirnos del peligro de fanatismo eucarístico. Jesús no nos da el sacramento para lanzarlo contra los que lo niegan sino para el encuentro de todos en Él.

Deberíamos recuperar la procesión del Corpus Christi, el rito eucarístico diferencial de este día, como momento importante para hacer profesión de nuestra fe en Jesucristo, Dios humanado, que pasó y sigue pasando entre nosotros haciendo el bien y liberando a los oprimidos por el diablo (Cf Hch 10,38). Pero recuperar ese sentido místico de la procesión sólo es posible deconstruyendo la parafernalia turística que envuelve la fiesta y redescubriendo su núcleo: el reconocimiento de la Presencia de Dios entre nosotros y la adoración de Dios en las calles.

La procesión del Corpus debe ser un acto de fe y oración, no una expresión de poder y autoridad de la Iglesia. Tampoco debe entenderse como un espectáculo público donde la Custodia se exhibe y se pasea entre gentes que no saben bien qué es lo que hacen y para qué están allí. Que Jesús dijera en su pasión “perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,33) no justifica que podamos seguir tratando su Misterio sin el debido respeto.

La procesión del Corpus no es una procesión cualquiera. No sacamos la imagen de un santo para dedicarle un culto de veneración; es el mismo Dios presente en la Eucaristía quién pasa por nuestras calles, y merece reconocimiento y culto de adoración. Pregunto: ¿están nuestras comunidades y nuestro pueblo suficientemente catequizado al respecto? Pregunto. Y animo a descubrir en fe la riqueza que se abre en nuestras calles el día del Corpus: “¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche" -dice san Juan de la Cruz-. Es el mismo Dios el que pasa ante nosotros cuando pasa la Custodia; aunque nuestro entendimiento esté limitado a la vez por la oscuridad y la certeza de la fe: 

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida
aunque es de noche. 

Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche.

"Aunque es de noche", es decir, aunque sea sólo con los ojos de la fe, podemos ver cómo Jesús pasa  por nuestras calles en el Corpus. Tal vez los versos del santo Carmelita parezcan más apropiados para un tiempo de oración ante el sagrario en la intimidad de un templo; pero no podemos renunciar al ejercicio de la fe durante la procesión de este día, aunque el ambiente secularizado que nos envuelve haga que la fe se ejerza en mayor oscuridad. 


El Corpus Christi invita a la conversión, a abrir los ojos del alma para ver la Presencia de Dios en la Custodia; alto honor es saberte en Presencia de Dios-Eucaristía; y más alto honor es percibirte de ello y digno de custodiar (cuidar, proteger) al mismo Señor que pasa a tu lado, no sólo en el Sacramento del Pan, sino también en los empobrecidos y descartados del mundo. 

Hoy, día de Caritas,  Jesús te dice: estoy  contigo, ánimo, mantén vida la esperanza. Como Iglesia, Sacramento y Cuerpo de Cristo, estamos llamados a decir al mundo: "Allí donde nos necesitas, abrimos camino a la esperanza". Contemplar la Eucaristía ha de llevar a ser eucaristía, entrega generosa,  para el  mundo.

¡Feliz día del Corpus!
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Junio 2025
Casto Acedo


viernes, 13 de junio de 2025

Novena Trinidad 2025 (9). Trinidad

  Santísima Trinidad 

Los tres ángeles - 8

"Dios es Trinidad"

Comentario al Icono de Andrev Rublev a partir de la copia que Maria José Chamizo ha realizado para la Parroquia. Para ver con App Power Point, clickar foto o enlace:

hhttps://drive.google.com/file/d/1XdunB74dSJAYieCtSONQR-PpCw6aJD5o/view?usp=sharing

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13 de Junio de 2025

Casto Acedo 

jueves, 12 de junio de 2025

Novena Trinidad 2025 (8) Paciencia

  Santísima Trinidad 

Paciencia - 8

"Dios es paz"



TEXTO BÍBLICO

Sant 1,2-4

"Considerad, hermanos míos, un gran gozo cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia. no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión"

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REFLEXIÓN  

Contemplamos, ya casi finalizada la novena, la cualidad de Dios paciente; lo que nos lleva a afirmar que “Dios es paz”, el “Dios de la paz” (Rom 15,32).

Uno de los males que aquejan a la sociedad que tenemos es la impaciencia. Nos hemos acostumbrado a conocer nuestros derechos y a ser servidos; si puede ser ayer mejor que hoy. Este modo de entendernos genera un estrés en nosotros que suele estallar en puntos de ira y enfados cuando las cosas no marchan al ritmo de nuestras expectativas.

Paciencia y paz tienen la misma raíz. Ser paciente es persona de paz, persona que en su relación con el mundo y con las otras personas no pierde los papeles, no se deja llevar por la ira y la violencia; pero esto no es concebible si la persona, previamente, no ha pacificado su alma. Todos sabemos que “el hombre bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal” (Lc 6,45). Quien vive interiormente en paz es capaz de sacar paciencia, quien vive confusión saca ira.

Dios es paz en su ser personal en armonía, Padre Hijo y Espíritu. Y la prueba más evidente de la paz y la paciencia de Dios la tenemos en Jesucristo, que a pesar del desprecio de muchos mantuvo la paz interior (comunión con el Padre y el Espíritu) siguiendo el consejo de “No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto, sino al contrario, responded con una bendición” (1 Pe,3,9) Él, en su pasión, “no devolvía el insulto cuando lo insultaban; sufriendo no profería amenazas; ... Llevó nuestros pecados en su cuerpo hasta el leño, para que, muertos a los  pecados, vivamos para la justicia. Con sus heridas fuimos curados” (1 Pe 2,23-24). La paciencia o no-violencia es sanadora; las heridas espirituales que se reciben de otros no sanan con la réplica de la venganza sino con el perdón y la paz.

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Como hijos de la Santísima Trinidad, cuyas relaciones se establecen en el vínculo de la paz entre las personas, somos invitados a vivir la paz desarrollando paciencia, como nos indica san Pablo: “Revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta. Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo” (Col 3,12-15).

Somos llamados a vivir la paciencia o paz de Dios. ¿Cómo?

*Buscando la paz interior en la oración y vida contemplativa; eso nos hará ser compasivos, es decir, capaces de ver a quien nos agrede o violenta como una persona que más que reproches necesita compasión y ayuda.

*Practicando la bondad, alejándonos de la malicia que nos pueda llevar a retorcer la realidad desde nuestros egoísmos.

*Viviendo en Humildad. Sólo quien es humilde es capaz de paciencia con el prójimo, porque logra ver en él a alguien necesitado como él de misericordia.

*Trabajando uno mismo el corazón entrenándose para responder a las provocaciones sin violencia, con mansedumbre.

Dios es paz en Jesucristo; a esta paz somos llamados; no a la paz de unas normas que nos dicen “no matarás, no robarás, etc” sino a la paz de Jesucristo, paz que no se caracteriza por permanecer inactivos por miedo a represalias sino por ser activos y valientes apostando por el amor a los enemigos como el único modo de que no haya enemigos y de que así podamos hacer un mundo mejor.

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Dios Hijo, en la Cruz, despliega una paciencia que deberíamos imitar. Piensa en cuánta paciencia tiene contigo. Te pongo una parábola de Jesús para que la medites.

“Jesús dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno?". Pero el viñador respondió: "Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar"» (Lc 13,6-9).

En la parábola, Jesús, el Hijo, es el viñador;  el dueño 3es el Padre, los cuidados que promete el Hijo son las gracias y dones del Espíritu Santo. ¿Puedes ver en tu vida los frutos de la compasión, el perdón y la paz? Entonces, ¿a que estás esperando?

12 de Junio de 2025
Casto Acedo

Santísima Trinidad (15 de Junio)

 


EVANGELIO 
Jn 16, 12-15

Dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir. Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.

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“El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe" . Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos. (Catecismo de la Iglesia Católica, 234)
Dios es Uno, y sin embargo son tres Personas. Dogma de fe. Durante mucho tiempo miré los dogmas como muros que encorsetaban mi mente, obstáculos insalvables que impedían el progreso de mi vida espiritual, imposiciones que limitaban mi libertad y ansias de volar.

Me costó tiempo descubrir que los dogmas no son jaulas donde se encierran las verdades acerca de Dios, sino puertas abiertas a la búsqueda de algo o de alguien siempre mayor.

La luz me vino al descubrir que los grandes dogmas de fe cristiana, tales como el de la naturaleza divina y humana de Cristo, la muerte y resurrección de Jesús, o la afirmación de que en Dios Uno hay una Trinidad de Personas, no son verdades impuestas a mi conciencia, sino todo lo contrario, una invitación a buscar y a creer en Dios como Misterio siempre abierto.

Tiendo a encerrar en mis propios esquemas mentales todo lo que vivo. Deseo comprenderlo todo, dominarlo con mi mente, sumarlo a mi modo particular de ver el mundo.   Cuando mis experiencias no encajan con mis ideales, desespero,  y al no estar dispuesto a vivir en la incertidumbre acabo inventando una explicación propia para el misterio de mi vida y el Misterio de Dios; es decir, acabo fabricando un ídolo, una imagen de Dios a mi gusto y manera, un “dogma personal”; y todo porque me cuesta aceptar que algo  escape a mi control y mis expectativas. Soberbia.

Aceptar un dogma de fe es un acto de humildad. El dogma me dice que para entrar en el Misterio modere las pretensiones de mi ego y me adhiera a una tradición, es decir, a una corriente de vida espiritual que lleva siglos fluyendo; me aconseja que me fíe de los santos que han creído y vivido en Dios y luego han querido expresar con palabras precisas en qué Dios han vivido y creído.

Como supongo que le  ocurre a cualquier persona, a mí también me parece racionalmente absurdo decir que “Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero”; 1+1+1 siempre han sido tres. Afirmar lo contrario es irracional. ¡Que me lo expliquen! Sin embargo, la experiencia de mi vida espiritual me dice que, aunque irracional, el Misterio parece “razonable”, es decir, puedo intuir que tres personas pueden amarse hasta el extremo de  formar una sola piña de amor sin dejar de ser ellas mismas. 

¿No es razonable que se pueda hablar de una única familia con muchos y variados miembros? ¿Es de locos admitir lo que la Biblia afirma sobre la pareja humana: “dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne”? (Gn 2,24). Si miramos la vida sólo con los ojos de la ciencia la Trinidad es un absurdo, pero si miramos con los ojos del corazón, lo que parece irracional puede ser razonable.

Hoy para mí no supone un problema creer en la Santísima Trinidad. Cuando me paro a meditar o contemplar dirijo indistintamente mis pensamientos al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo. Pero hay momentos en los que se desdibujan las imágenes concretas de las personas, y mi oración fluye en el Todo, el Dios Único que envuelve toda la creación. Y esta doble visión no me crea problemas; no la veo opuesta sino complementaria. Como cuando intento ser compasivo con un hermano o hermana concreto y esa compasión la vivo como dirigida a todos y a todo lo creado. Intuyo que desde la orilla del Misterio se ven las realidades divinas y humanas con más simpleza, sencillez y claridad.


Se me antoja decir que los dogmas de la Iglesia, y sobre todo éste de la Trinidad, el más importante de todos, son koans, definiciones absurdas e incomprensibles que hay que meditar, y que sólo pueden ser entendidas desde la revelación (“iluminación” diría un budista). La Trinidad es un misterio de fe en sentido estricto, uno de los “misterios escondidos en Dios, que no pueden ser conocidos si no son revelados desde lo alto” (Vaticano I). 

Tomaré el dogma que hoy celebramos como una invitación a meditar descifrando  el koan que reza “Tres son Uno, Uno son Tres”. Sólo me será posible dilucidarlo yendo más allá de palabras y conceptos, sumergiéndome en el silencio, soltando el lastre de mis pensamientos y dejándome llevar por el vuelo del Espíritu. Sé que éste me  “llevará hasta la Verdad plena”. En el resplandor de esta Verdad, si Él lo permite, conoceré a Dios y me reconoceré a mi mismo en Él.

Cada vez cala más en mi ánimo el convencimiento de que el Misterio de Dios Trino guarda el secreto de mi propia identidad; creo que para conocerme he de adentrarme en Dios, o dicho desde otra perspectiva: he de permitir que la Santísima Trinidad se adueñe de mí y ocupe el lugar que le corresponde en el centro de mi ser. Que Él sea en mí.  Creado a su imagen, también yo soy misterio para mí mismo. Y en verdad que el misterio del hombre sólo se esclarece a la luz del misterio de Dios (GS 22). Pero esta es una cuestión para ser abordada en otro momento.

A todos mis feligreses de Trujillanos, felicidades en el día de su Patrona, ¿o es Patrón?, la Santísima Trinidad. Que Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo os bendiga y reciba siempre de vosotros la alabanza y la gloria que le son propias y nunca le habéis negado.

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Un comentario más amplio a la liturgia de hoy en: 


Junio 2022
Casto Acedo

miércoles, 11 de junio de 2025

Novena Trinidad 2025 (7). Omnipresencia

    Santísima Trinidad - 7

Omnipresencia

"Dios es presencia (eternidad)"

TEXTO BÍBLICO

Apoc 1,8

"Dice el Señor Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso»”.

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REFLEXIÓN  

Hemos contemplado y reflexionado en los días pasados sobre la Santísima Trinidad como Omnipotente (todopoderoso) y Omnisciente (todo lo sabe y lo conoce); hoy lo hacemos sobre la potencia divina que nos permite decir que es Omnipresente. 

Tal vez nos resulte un tanto extraño, pero hemos de admitir que de los tres tiempos, presente, pasado y futuro, sólo uno existe: el presente. El pasado fue y no volverá y el futuro sólo existe como probabilidad. 

Si hacemos un pequeño esfuerzo mental descubrimos que somos seres históricos, lo cual quiere decir que estamos limitados por el espacio y el tiempo; existimos en un tiempo y un espacio concretos; no podemos estar aquí y en otro sitio a la vez; y tampoco podemos estar en el hoy y en otro tiempo distinto. Salir de esta limitación es entrar en otra dimensión de la realidad: la eternidad, donde no hay ayer ni mañana, sólo hoy, tiempo presente; es lo que llamamos eternidad,  vivir en todos los lugares y en todos los tiempos al unísono.

Solemos decir que Dios está en todas partes; y también en todos los tiempos. Nos  atrevemos a decir que en la vida divina, en lo que llamamos “cielo”, no hay espacio ni tiempo, porque es el absoluto espacio y tiempo. Eso es la eternidad. Y de Dios, que es eterno, podemos decir que está presente en todos los tiempos: ayer, hoy y mañana; Como dice el texto que abre esta entrada, del libro de la Revelación (Apocalipsis), Dios es "el Alfa y la Omega, el que es, el que era y ha de venir, el todopoderoso»(1,8).

Al recientemente fallecido J. D. Martin Velasco, un conocedor entusiasta de la teología y  apasionado por la espiritualidad, le preguntaron en cierta ocasión cuál es para él la mejor definición de  Dios; y respondió que no hay mejor palabra para definirlo que "presencia", Dios es presencia.

Creer que Dios es presencia es aceptar que a Dios sólo se le puede recibir y amar en el presente; y que está presente en todas partes. Por eso tal vez no hay que salir a buscarle sino simplemente abrir los ojos del alma para verlo. Y eso hay que hacerlo hoy y aquí, porque ayer ya no existe y mañana nunca llega.

Mientras estás leyendo esto puedes distraerte  y estar mentalmente en otro sitio y otro tiempo, que a la postre son falsos. Nuestros pensamientos nos llevan de viaje al pasado o al futuro. Sólo cuando pienso “estoy pensando” estoy en el presente. ¿Por qué no hacemos hoy en la novena un pequeño ejercicio de presencia?  

Vamos a pararnos 2 minutos para hacernos presentes a Dios. Simplemente acallamos la lengua, procuramos acallar y silenciar el cuerpo manteniéndolo relajado (ayuda mucho cerrar los ojos y soltar tensiones). Intentamos callar los pensamientos repitiéndonos en nuestro interior. “¡Santísima Trinidad, Dios amigo, estás aquí, estoy aquí!” ... 

(Permanecemos en silencio 2 minutos).

Dios es presencia. Basta abrir las puertas del alma para percibirle y sentirle dentro. Podemos pasar por la novena y las fiestas de la Santísima Trinidad de puntillas, tocando sólo la superficie; y podemos pasar también de puntillas por la vida. Pero la vida tiene hondura; Dios tiene hondura y profundidad; lo que celebramos tiene peso espiritual, y es importante dejar entrar las cosas espirituales en el silencio del alma.

En la oración de san Gregorio nacianceno que repetimos cada día se dice esto:

Todos los seres te celebran,
los que hablan y los que son mudos.
Todos los seres te rinden homenaje,

El deseo universal, el gemido de todos,
suspira por ti. Todo cuanto existe te ora,
y eleva hasta ti un himno de silencio.

Dios es presencia, pero no lo vemos, ni oímos, ni palpamos, ni olemos su perfume, ni gustamos su dulzura, porque vivimos en el ruido de las cosas, volcados hacia afuera. Cuando hacemos silencio percibimos que Dios está presente en la creación (agua, sol, montañas, ríos, árboles, flores, animales, etc.. ) y en la historia (¡cuántas veces he percibido, su paso por mi vida! He sentido que allí estaba: en mi enfermedad, en mi curación, en el nacimiento de mi hijo, en la muerte de mis padres, ...).  

Más que imágenes o discursos necesitamos experiencia de Dios, encuentro directo con Él Sólo en el encuentro (abrazo) con Dios queda satisfecha el alma. Por eso santa Isabel de la Trinidad en su oración de Elevación a la Santísima Trinidad suplica a Dios: "Sumérgete en mí para que yo me sumerja en Ti". Lo mismo que pide san Juan de la Cruz en el Cántico Espiritual:

Descubre tu presencia,
y máteme tu vista y hermosura;
mira que la dolencia
de amor, que no se cura,
sino con la presencia y la figura.

*

Ahora, ahí donde estás, está también la Santísima Trinidad; sólo tienes  que abrir alma a su presencia; porque Dios te encuentra en el día y el lugar en que estás. Si ya lo sentiste antes, da gracias, y si aún no lo has sentido no esperes hallarlo soñando en un fantástico día futuro; está aquí y ahora. Dios es Presencia, preséntate a Él y entrégale la ofrenda de tu vida.

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11 de Junio de 2025
Casto Acedo.

15º Domingo Ordinario C (13 de Julio)

EVANGELIO  Lc 10,25-37 Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y...