EVANGELIO
Jn 3, 13-17
En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre.
Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.
Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él».
Palabra del Señor
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Los devotos de la Santa Cruz deben mirar la fiesta que hoy celebramos en paralelo con la que se adora el Viernes Santo y se conmemora el día 3 de Mayo. No hay dos o más cruces, solo hay una, porque todas las cruces cristianas remiten a un único Dios y Señor Crucificado. Y para evitar equívocos hay que decir una y otra vez que la Cruz la entendemos los cristianos como una metonimia -según la Real Academia de la Lengua Española: una metonimia es "un tropo que consiste en designar algo con el nombre de otra cosa tomando el efecto por la causa o viceversa, el autor por sus obras, el signo por la cosa significada, etc.; p. ej., las canas por la vejez; leer a Virgilio, por leer las obras de Virgilio; el laurel por la gloria, etc."-.
Adorar la Cruz, para el creyente, no es, pues, adorar un madero o exaltar el dolor que produce una crucifixión, sino adorar al Crucificado que triunfa sobre el dolor y la muerte. Así nos lo canta san Pablo en su carta a los Filipenses (Flp 2,6-11). La cruz huérfana (sin Cristo), separada del acto redentor por el que hemos sido salvados, es una idolatría. Podemos ver la Cruz como un signo de masoquismo enfermizo, o como un tótem mágico puesto a nuestro servicio y que usamos para justificar nuestros caprichos; o podemos reducirla a simple adorno sin conexión alguna con su sentido cristiano; adorna mucho llevar una cruz al cuello. Quienes se decantan por cualquiera de estos sentidos pervierten el sentido genuino que la Iglesia, y muy en especial san Pablo, predica acerca de la Cruz.
Si la celebración del Viernes Santo incluye una reflexión sobre la muerte de Jesús en el silencio del Padre, la Exaltación de la Santa Cruz parece querer mirar la Cruz como lenguaje sanador de Dios. La cruz, que en Viernes Santo nos invita a mirar al Hijo y nos pone ante el misterio de su muerte, nos revela en la fiesta de hoy su poder vivificador y nos invita a gozar sus beneficios en una fiesta sensiblemente cercana al Domingo de Resurrección.
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El valor redentor de la Cruz se deja entrever como adelanto y profecía en el Antiguo Testamento; en la lectura primera de la liturgia de este día (Nm 21,4-9), se describe como el pueblo, hastiado de la dureza del desierto, se vuelve contra Dios y contra Moisés: "¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto? No tenemos pan ni agua y nos da náusea ese pan sin cuerpo". Esa rebeldía y repudio de Dios y su enviado tiene un efecto búmeran y produce una herida en el mismo que repudia; es el pecado, que consiste en dar la espalda a Dios y sus planes; este hecho no deja impune al pecador. La serpiente, signo del mal, se ceba con los Israelitas que no se acogen a Dios y lleva a muchos a la muerte.
Sin embargo, Dios no abandona a los suyos. Cuando vuelven arrepentidos encuentran en Moisés un intercesor y en la misericordia de Dios el remedio a sus males: “haz una serpiente de bronce y colócala en un estandarte: los mordidos de serpiente quedarán sanos al mirarla”. Así se hizo, y “cuando una serpiente mordía a uno, miraba la serpiente de bronce y quedaba curado”.
La tradición cristiana ha visto en aquella serpiente de bronce la profecía y la imagen del mismo Jesús crucificado; lo enseña así el Evangelio (Jn 3,13-17): “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna”. Situados ante la realidad de la Cruz de Jesús, nos encontramos, como en el caso de la serpiente, con una paradoja: la invitación a acercarse a un instrumento de muerte para alcanzar la vida. Es como vacunarse contra un veneno recurriendo al mismo veneno, pero ya debilitado por el tratamiento farmacológico, porque en el árbol de la Cruz el amor vence al odio.
Mirar la cruz con fe es contemplar como el mal se debilita con el exceso de bien que se concentra en el amor del crucificado; en la Cruz confluyen el mal del hombre que rechaza a Dios y el amor de Dios que perdona al hombre; del choque que se da entre ambas realidades el amor de Cristo sale vencedor, porque no cae en la tentación de olvidar a Dios ni de odiar al hombre a pesar de la prueba de fuego que supone el sufrimiento propio de quien se sabe inocente. Con la victoria de Cristo el poder maléfico del demonio ha perdido su aguijón; y los creyentes son así fortalecidos frente a la tentación del desfallecimiento bajo el peso de la cruz de cada día.
Para alcanzar a entender este misterio hay que trascender el significado material de la cruz y aferrarse con fe a su sentido espiritual: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Por la cruz nos ha venido la vida. Si en el árbol del paraíso pecamos todos, en el árbol de la cruz todos hemos sido sanados. Dios ha puesto la salvación del género humano en el árbol de la Cruz, para que donde tuvo origen la muerte, de allí surgiera la vida, y el que venció en un árbol, fuera en un árbol vencido (Prefacio de la fiesta).
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La cruz, apuntábamos al principio, es una metonimia; más que un objeto de devoción cristiana es una condición sin la cual no se puede ser cristiano. Porque no hay cruz cristiana sin Cristo, aunque algunos se empeñen en que la haya. El culto de adoración se da sólo a Dios; y nosotros el Viernes Santo adoramos la Cruz; está claro que la adoración no es al madero (sería idolatría) sino al Hijo que clavado en Él mostró el rostro amoroso y misericordioso del Padre. Una cruz sin Cristo es una farsa. Hoy es la fiesta de la exaltación del Crucificado.
Un teólogo del siglo XX, J. B. Metz, dijo que hemos olvidado la “peligrosa memoria” de Jesús de Nazaret”. ¡Peligrosa memoria! La Cruz es el vértice de esa “memoria peligrosa” que nos pone delante al revolucionario que lucha hasta el límite por la justicia, la verdad y la libertad; “peligrosa” porque desestabiliza el mundo de los satisfechos y pide cambios radicales. La fe en la Cruz es peligrosa para quienes no quieren renunciar a sus privilegios, para los que no quieren que las cosas cambien a mejor. ¿Quiénes vieron en Jesús de Nazaret un peligro para sus intereses? Los poderosos y situados de su tiempo. La actividad de Jesús fue la de devolver la dignidad a los crucificados. Y eso no gustó a muchos. Por eso lo mataron.
No hay fe ni devoción-adoración de la Cruz si no trabajamos por desclavar a los crucificados de nuestro tiempo; si no perdemos la vida dando vida a quienes carecen de ella; los tiempos que vivimos invitan a mirar a los que cargan con la cruz de la falta de trabajo, de salud o que padecen cualquier otra necesidad. Si nos encuentran dispuestos a ayudarlos estamos en el buen camino de la fe en la Cruz.
La Cruz es signo de un mundo nuevo, distinto, que no nos va a caer del cielo, sino que habrá que construir con esfuerzos y sacrificios, como hizo Jesús. Un mundo distinto. “Una utopía, algo inalcanzable”, dicen los incrédulos. Pero, para los que creen en el poder de la Cruz, un mundo posible y esperable. ¡Están locos estos cristianos!, dirán. Como dijeron o dicen de tantos como se mueven o se han movido en su momento para cambiar cosas que parecía imposible cambiar.
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La liturgia quiere que hoy mires con fe a la cruz. Mira tu propia cruz, los sufrimientos que te afligen en la travesía de la vida; dolores que te invitan a murmurar contra Dios y sus mediadores (Cristo, los santos, sacerdotes, catequistas,…) y mediaciones (Palabra, Sacramentos, Iglesia...). ¡Estoy cansado de tanto penar! -dices-. Igual que el pueblo de Israel en el desierto, te preguntas: ¿Donde está Dios? ¿Por qué tuve que embarcarme en este camino de fe para verme ahora abandonado? ¿No me habrán engañado los que me hablaron de Dios? Y yo te digo: ¡No caigas en la trampa! Es el tentador que quiere que no sigas adelante, hacia la tierra prometida; pretende que te acomodes, que te vuelvas a Egipto. Y si lo has hecho, si el pecado de la infidelidad y su desesperanza se han apoderado de ti, mira la serpiente levantada en medio de la comunidad: mira a Cristo crucificado.
Muy cerca de tu cruz, en medio del campamento, en el centro mismo de la Iglesia y del mundo, ha sido levantada para ti la Cruz de Cristo, el remedio para no sucumbir bajo el peso de tus cruces. Contempla con fe este misterio. Ya sabes que mirando con fe al crucificado quedarás curado. Porque en la cruz está el poder de Dios, que no es otro que el amor. Mirando al que te ama en la Cruz puedes hallar luz para la oscuridad; es la luz del amor que se apoya más en la “decisión de la fe” que en el “sentimiento”. Si Dios ha decidido amar hasta morir por ti, ¿qué puedes temer?
Y si has experimentado la liberación en la contemplación del amor del Crucificado, ¿a qué esperas para seguir su peligrosa memoria? "Haced esto en memoria mía", dijo.
Septiembre 2025
Casto Acedo
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