"¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?
Por eso, haz brillar sobre nosotros
el resplandor de tu rostro" (Sal 4,7-8).
Una de las imágenes más bellas de la Pascua es la que la define como paso de las tinieblas a la luz. Vivir la Pascua es eso: abandonar la ceguera, salir de la ignorancia, despertar, descubrir el velo que cubre la verdad, y contemplar a Dios cara a cara, verlo, sentirlo; “entrar en su relación” como un tú (yo) frente a otro Tú (Él). La Pascua es contemplar el resplandor del rostro del Otro (Dios), verlo en la esencial de su luz cegadora, porque a Dios no le vemos por falta de luz sino por exceso.
Eso es lo que vieron los discípulos: el rostro resplandeciente de Dios en Jesús resucitado; y tanta luz les cegó en un principio. ¡Cómo es posible esto! Tuvieron miedo, pero su temor se transformó en gozo cuando el mismo Dios iluminó con la Palabra su experiencia, cuando les enseñó a mirar con ojos de fe lo que estaban viendo y oyendo.
Contar la experiencia Pascual
"Contaron los discípulos lo que les había acontecido por el camino y cómo lo reconocieron al partir el pan" (Lc 24,35). Así comienza el evangelio de este día y así termina la narración del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. Ellos iban de vuelta de Jerusalén y tuvieron la dicha de que Jesús les saliera al paso iluminándoles con la palabra y dándoles el golpe definitivo de conversión con la Eucaristía: “Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24,30-31).
Relato y Celebración, Palabra y Sacramento abrieron la puerta de la fe a quienes buscaban respuesta a sus preguntas. Habían interpretado la muerte de Jesús con unos parámetros mentales que identificaban muerte y fracaso, y Jesús resucitado, saliéndoles al paso, cambió su percepción de las cosas. La muerte es sólo parte del proceso necesario para que el grano de trigo fructifique en espiga, "era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos sobre mi".
Con la nueva perspectiva, al mirar los de Emaús su historia con Jesús no desde ellos mismos sino desde el mismo Dios, no desde la filosofía mundana sino desde la Escritura, los sentimientos de frustración y tristeza dieron un vuelco a su percepción de la realidad, hasta el punto de que su "ir de vuelta" (desconfianza-descreimiento) se convirtió en "regreso" (alegría, fe). Antes no veían, ahora ven. Inexplicable, pero cierto. No sabemos si vieron a Jesús porque se les abrieron los ojos o si se les abrieron los ojos al ver a Jesús. Experiencia y fe van tan unidas que no se entienden la una sin la otra.
Todo el cambio vino provocado por el relato de Jesús sobre su muerte. La Palabra de Jesús les abre a la visión del Resucitado. Y, al contar los de Emaús su experiencia a los demás, se vuelve a repetir el milagro: “mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros” (Lc 24,36). La narración de la experiencia del encuentro vuelve a hacer presente al mismo Resucitado a la comunidad: “mientras hablaban se presentó Jesús”. La Palabra es performativa, cambia la realidad a la que se dirige. más que memoria es memorial, porque hace presente lo que proclama. ¿Qué son los Evangelios sino relatos de resurrección que hacen presente el hecho a quien se acerca a ellos con fe? La Palabra no es simple anécdota, es fuerza de Dios. Al contar su experiencia de fe los conversos hacen presente a Aquel del que hablan.

Contar mi experiencia de Jesús
Las apariciones del resucitado apuntan al anuncio de la Pascua a todos los pueblos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,46-47). Hermosa y difícil tarea, que exige de los discípulos la misma entrega del Maestro. Éste habló del amor de su Padre; quien predica a Jesús cuenta además el testimonio de amor del Hijo. Testimoniar es contar lo visto, oído o vivido.
¡Qué importante es contar lo que nos ha sucedido con Jesús! Tú, ¿a quien lo has contado? A quién has hablado de tu experiencia de Dios. Cuando decimos que hay que "evangelizar" no nos referimos a enseñar doctrinas teológicas o morales; hablamos de otra cosa: evangelizar es narrar la "experiencia personal" del encuentro. No negamos que también haya una "experiencia eclesial", pero insostenible sin el contacto personal de quienes se sienten Iglesia. Cuando en el bautismo o su renovación te preguntan en plural: "¿Creéis en Dios, Padre Todopoderoso, etc...?"; no respondes "sí, creemos" (¡creerás tú! -puede decirte alguien-, yo no creo), sino en singular: "sí creo".
La fe es una experiencia personal, y cuando es compartida entre muchos también eclesial. ¿Se puede hablar de experiencia o fe eclesial sin experiencia o fe personal? Lo dudo. Cuando Jesús se encuentra con la comunidad lo hace también con cada uno de sus miembros; sin respuesta personal la fe comunitaria es una abstracción.
Andamos hoy sobrados de doctrinas, y de documentos que las explican. Pero todo ello, ¿en qué queda sin un fondo de experiencia? La conversión no consiste en un cambio de ideas sino en un cambio de paradigma vital, un modo nuevo de ver la vida. Quien se enamora descubre que sus ideas sobre el amor eran pobres, deficientes; ahora que ama y es correspondido en su amor, piensa poco y vive mucho. No consigue explicar su cambio, no encuentra palabras, pero quienes le oyen hablar de su amado o amada y de lo que siente o vive con él o con ella, desean vivir lo que transmite.
Las doctrinas son ilustrativas, el amor es atractivo. La evangelización, más que preparación teórica está pidiendo experiencia, y a esta se llega, por la narración del paso de Dios por el alma de la persona. ¿Cuándo me encontré con Jesús? ¿Qué ocurrió? ¿Qué ha cambiado en mi vida desde entonces? ¿Por qué merece la pena fiarme de esa experiencia? Contar esto ya es evangelizar.
Unas preguntas para meditar este domingo:
A nivel personal: ¿Cuánto tiempo dedico a "estar con el Amado"? ¿Qué interés muestro por descansar y alimentarme en su Palabra? ¿Cómo anda mi vida de oración? ¿Qué tiempo dedico a buscarle, vivirle y gozarle en el silencio?
A nivel eclesial: ¿Suelo compartir con mis hermanos de fe mi experiencia del Resucitado? ¿Solemos hablar de ella en nuestro más cercano círculo de creyentes? La misa dominical ¿tiene para mí un carácter más de "encuentro" que de "cumplimiento"?
A nivel social: ¿Creo de verdad que el mundo está necesitado de Jesús? ¿Suelo hablar explícitamente de Él a personas que no le conocen? ¿Puede Jesús añadir algo bueno a nuestra sociedad? ¿Por qué Jesús es atractivo para muchos que no son muy de iglesia y sin embargo los que son de iglesia no les resultan atractivos?
* * *
Palabra y Eucaristía definen el encuentro con el Resucitado. En la Misa la Palabra pronunciada por el sacerdote sobre el pan: "Tomad, comed todos de él", hace presente al Resucitado. Es el memorial (presencia) de Jesús. Si miras desde Dios podrás ver que Jesús sigue Resucitado y presente ante ti en la celebración dominical: lo puedes ver en el pan y el vino consagrados, en el sacerdote que preside la mesa, en la Palabra proclamada, en la comunidad reunida, en la vida compartida en la colecta. Si lo ves, cuéntalo a otros.
Abril 2021
Casto Acedo
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