LIBRO DE JEREMÍAS 20,7-9.
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste. Yo era el hazmerreir todo el día, todos se burlaban de mí. Siempre que hablo tengo que gritar: «Violencia», proclamando: «Destrucción.» La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: «No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre»; pero ella era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerlo, y no podía.
EVANGELIO Mt 16, 24-26
Dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?
¡Palabra del Señor!
* * *
Enamorado es aquel cuya alma es cautivada por alguien a quien rinde su voluntad. La persona enamorada experimenta un cambio radical en su vida, tanto es así que los que le conocieron cuerdo y formal, ven cómo el amor le vuelve extraño y ridículo. Los vecinos comentan: “¡quién le ha visto y quién le ve! ¡A este se le ha ido la cabeza!, ¿se habrá vuelto loco?”. Otros hacen mofa de su nueva personalidad. Pero a él le importa poco lo que digan, porque quien ha encontrado el tesoro escondido vende todo lo demás para adquirirlo y da saltos y gritos de alegría sin importarle lo que diga la gente (cf Mt 13,44). Así es. El amor cambia el ser, convierte el corazón, rompe las máscaras y pone en marcha una sana locura.
¡Qué bien expresa G. Kalil Gibrán la locura del amor en su poema "El loco"!:
¡Qué bien expresa G. Kalil Gibrán la locura del amor en su poema "El loco"!:
“Me preguntáis porqué enloquecí. Fue así. Un día, mucho antes de que nacieran algunos dioses, desperté de un profundo letargo y descubrí que me habían robado todas mis máscaras –sí; las siete máscaras que yo mismo me había confeccionado, y que llevé en siete vidas distintas-. Corrí sin máscara por las calles atestadas de gente, gritando: “¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Malditos ladrones!”. Hombres y mujeres se reían de mí, y al verme, algunas personas, llenas de horror, corrieron a refugiarse en sus casas. Y cuando llegué a la plaza del mercado, un joven, de pie en la azotea de su casa, señalándome, gritó: “¡Mirad! ¡Es un loco!”.
La seducción de Dios
El profeta Jeremías cuenta cómo el amor de Dios le sedujo y se vio impelido a gritar su experiencia: «Me sedujiste, Señor y me dejé seducir, has sido más fuerte que yo y me has podido» (Jr 20,7). La seducción de Dios se presenta como una atracción más que violenta irresistible. Quien haya sentido en sus entrañas la llamada de Dios entiende al profeta. Quisiera no seguir la llamada, pero se ve forzado a ello. El seducido por Dios, como el loco de la parábola de K. Gibrán, es víctima de las burlas del vecindario: “¡Mirad! ¡Es un loco!”, decían señalándole. "Todos se burlaban de mi -dice Jeremías- … La palabra del señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día» (Jr 20,7b.8b); pero a pesar de esto no puede contener la fuerza del amor en él: «la palabra en mis entrañas era fuego ardiente..., intentaba contenerla y no podía" (Jr 20,9).
El enamorado se ve amablemente arrastrado a anunciar y vivir de una forma nueva las realidades de cada día. En un entorno donde priman la afirmación del propio yo y la búsqueda compulsiva del placer, quien conoce a Jesús sabe que ha de asumir la parte de no-amabilidad que tiene su vida. «El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Mt 16,24). Estas palabras desentonan porque piden algo nada habitual: no vivir para uno mismo sino para el otro, no buscarse a sí mismo sino a los otros; quedar totalmente atado al amado y volcado en el amor. Eso no es vivir, es perder la vida, dicen todos. Y se mofan de esa necedad y le llaman le llaman loco o imbécil porque, según el esquema mental de los cuerdos, ha perdido la razón. Y habrá quien quiera salvar al enamorado de su locura; como quiso Pedro salvar a Jesús: "¡Lejos de ti tal cosa, Señor!".
* * *
La negación de sí mismo que pide Jesús (Mt 16,24) no exige buscar cruces extraordinarias para acumular méritos para el cielo. No hay que buscar cruces; la cruz la tienes ya: es tu realidad personal, familiar, social, religiosa o espiritual. Amas tu cruz cuando amas tu realidad y la afrontas con valentía. Ser amante de la cruz no es cosa de masoquista sino de locos enamorados que están dispuestos a vivir la propia realidad en libertad, sin dejarse llevar por criterios de agrado o desagrado sino por la sabiduría del evangelio. Lo que mueve al enamorado de Cristo a abrazar la sabiduría de la cruz no es el gusto por el sufrimiento sino el amor; no se niega a sí mismo para adquirir protagonismo sino para afirmarse en Dios que ama sin límites. Tomar la cruz es saborear la vida tal como viene dada, tener capacidad de aceptación y ver en los obstáculos una oportunidad para crecer.

Perder la vida es ganarla
La misma negación que pide Jesús la aconseja san Pablo: «os exhorto a presentar vuestros cuerpos como hostia viva» (Rm 12,1) La vida cristiana impone una dedicación en cuerpo y alma al Señor. No se trata de inmolar cosas y animales, de hacer sacrificios de "lo que tenemos", sino de darle a Dios "lo que somos", mediante una vida nueva no acomodada a éste mundo, responder siempre amando. Negarse a sí mismo supone hacer silencio en la propia voluntad para dar paso a la del Padre. Ser humilde.
El mundo quiere llevarnos por el camino de la afirmación del propio ego como lo mejor: ganar mucho dinero, destacar en algo, buscar un futuro firme,... Quien se niega a sí mismo renuncia a los proyectos mundanos; lo hace porque ha descubierto el valor de la pobreza, la humildad y la obediencia, virtudes que son motivo de mofa y escarnio para los que no están en la órbita de la fe evangélica.
Aparentemente quien se descuida a sí mismo por cuidar a los demás está perdiendo su vida; pero la apariencia engaña. Si lo piensas y meditas bien, ¿quién pierde la vida? ¿quién vive más y mejor?:
*¿Quien poseído por la soberbia echa serpientes por la boca cuando o aquel que se niega a sí mismo callando y esperando el diálogo pacífico?
*¿Vive mejor quien está en el miedo a perder su relevante puesto social o quién se niega a sí mismo valorándose en su justa medida y disfrutando el lugar que ocupa bendiciendo a Dios por ello?
*¿Es más feliz quien abandona a sus padres al cuidado de una institución pudiendo atenderlos o quien se niega a sí mismo y, cargando su cruz, aprende a gozar y goza de la compañía de los que antes cuidaron de él?
*¿Vive más alegre el que se preocupa constantemente de su comodidad o el que se despreocupa de sí mismo y vive atento a los demás?
*¿Es más feliz quien se deja llevar por sus criterios egoístas o quien se abona a la sabiduría del evangelio?
No hay duda de que la cruz es inevitable. Forma parte de la vida. No es realista pretender que todo sucediera como a ti te gustaría. Es una pretensión muy ególatra. Tendría que ponerse el mundo a tu servicio para que así fuese. Y como eso no va a ocurrir deberías aprender a aceptar y vivir tu realidad no desde tus caprichos sino desde la sabiduría de Dios, siendo fiel a tus convicciones profundas, dejando al lado criterios de agrado o desagrado y siguiendo criterios de verdad y de bondad.
* * *
Quien acepta y asume su realidad y se esfuerza en llevarla hacia adelante, quien está dispuesto a "tomar su cruz", tiene ahí la clave para vivir en plenitud. Quien se deja seducir por Cristo y le sigue aceptando con paz inconvenientes, burlas y persecuciones hace suya la segunda parte del poema de El loco de Kalil Gibrán:
“Alcé la cabeza para mirarlo -al joven que desde la azotea de su casa le acusaba de ser un loco-, y por vez primera el sol besó mi rostro desnudo y mi alma se encendió de amor al sol, y ya no quise tener máscaras. Y como si fuera presa de un trance, grité: “¡Benditos! ¡Benditos sean los ladrones que me robaron mis máscaras!” Fue así como enloquecí. Y en mi locura he hallado libertad y seguridad; la libertad de la soledad y la seguridad no ser comprendido, pues quienes nos comprenden nos esclavizan. Pero no dejéis que me enorgullezca demasiado de mi seguridad; ni siquiera el ladrón encarcelado está a salvo de otro ladrón”.
La libertad y la seguridad tienen para el loco un precio: soledad e incomprensión; cruz. Los cuerdos y seguros de sí mismo consideran que pagar ese precio es una estupidez y una locura. El mismo san Pedro lo creyó así antes de la Pascua (cf Mt 16,22). "¡Lejos de ti tal cosa, Señor. Eso -padecer la cruz- no puede pasarte". Pero la experiencia de la resurrección le vino a enseñar lo que ocurre cuando se abraza la cruz en nombre del amor. Jesús resucitó. Lo que parecía locura y necedad no era tal sino la sabiduría de Dios que vence a la del mundo (cf 1 Cor 1,22-25).
"El mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan, para
nosotros, es fuerza de Dios. ... ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el docto? ¿Dónde está el sofista de
este tiempo? ¿No ha convertido Dios en necedad la sabiduría del mundo?" (1 Cor 1, 18.20)
Feliz domingo
Septiembre 2023
Casto Acedo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario