Magnífico este cuadro de Leonardo da Vinci: Juan Bautista, joven, señalando hacia arriba de donde ha de venir el Salvador. Su cara de satisfacción y alegría contrasta con otras imágenes que le representan con gesto adusto o amenazador, como si la penitencia y la conversión a Dios fuera más un castigo que un regalo divino.
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LECTURA DEL LIBRO DE JEREMIAS 1,4-10
(Primera lectura de la misa de vísperas de la Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista)
EL Señor me dirigió la palabra: «Antes de formarte en el vientre, te elegí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te constituí profeta de las naciones».
Yo repuse: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño».
El Señor me contestó:«No digas que eres un niño, pues irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte —oráculo del Señor—».
El Señor extendió la mano, tocó mi boca y me dijo:«Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar».
Palabra de Dios.
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El 24 de Junio, seis meses antes del nacimiento de Jesús (24 de diciembre) celebramos la Solemnidad del nacimiento de san Juan Bautista, un santo que juega un papel fundamental en la preparación evangélica. Juan anunció que se acercaba Cristo (el Mesías) y preparó su llegada. Por eso se le llama “precursor”, que significa “persona que precede a otra anunciándola”.
Acudían a escuchar su predicación muchos insatisfechos, es decir, personas que no acababan de hallar la felicidad en los ritos y leyes judías y buscaban sinceramente a Dios. Juan Bautista ofrecía un camino esos buscadores.
Ese grupo de personas que acuden a Juan me recuerda a las personas que hoy acuden a los gurús de la posmodernidad, a libros de autoayuda, a escuelas de relajación y meditación buscando respuesta a la misma pregunta: ¿Qué tenemos que hacer para hallar paz y felicidad? ¿Cómo debemos vivir para no sentirnos frustrado? ¿Qué tenemos que hacer para que nuestras familias sean un verdadero hogar? ¿Cómo educar bien a nuestros hijos? ¿Qué hacer para que nuestra Iglesia despierte? ¿Qué tenemos que hacer...?
El bautista responde en dos tiempos, consciente de que lo primero es quitar la venda de los ojos, lo que impide ver, y luego conducirse en la buena dirección.
Lo de quitar la venda es el primer paso. ¿Qué te está impidiendo ver? ¿Qué basuras enfangan tu mirada? ¿qué “gafas oscuras” llevas que no logras ver sino tinieblas? ¿Son las gafas de la economía?: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo». ¿Son las del “sálvese quien pueda” de la pasividad social y la corrupción?: «No exijáis más de lo establecido». ¿O tu mirada está cegada por violencias, mentiras y ambiciones: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga». (Lc 3,10-14). Antes de ver la luz hay que limpiar los ojos.
Juan Bautista cumple la profecía de Jeremías: “Voy a poner mis palabras en tu boca. Desde hoy te doy poder sobre pueblos y reinos para arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar” (Jr 4, 9-10). Para disfrutar de la felicidad has de comenzar por desprenderte de todas esas cosas en las que hasta ahora has puesto tus esperanzas; debes desnudarte, matar el ego que ha mandado en ti hasta el momento. Las cosas exteriores que idolatras no te pueden satisfacer plenamente. Primero, por tanto, “arrancar y arrasar, destruir y demoler” las causas de tu desdicha. No se puede nadar y guardar la ropa, no hay libertad si no sueltas las cadenas que te atan al exterior.
Y luego de vaciarte de todo lo que hasta ahora no te ha servido más que para entretener la vida, luego de quedar tu alma como un solar limpio de escombros y malas hierbas Juan Bautista te llama a “reedificar y plantar”. En resumen, lo primero es quitar lo viejo, y lo segundo poner lo nuevo; ese es el bautismo que predica y practica Juan: “un bautismo de conversión”, de cambio de mentalidad; “para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y a los desobedientes a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto” (Mc 1,17).
Liberado de lo que te ata eres libre para seguir a Cristo, el único que puede satisfacer tu hambre y sed de justicia, el que sacia tu necesidad de amar. Juan era experto en prácticas ascéticas, “iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre” (Mc 1,6), pero sabe que no basta con esas penitencias. Tanta perfección puede conducir a la soberbia, por eso dirige luego su mirada a Jesús: «Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo» (Mc. 1,6-8)
Quédate con dos lecciones del Bautista, que puedes leer a nivel personal y a nivel eclesial: desprenderte de estorbos y adherirte a Jesús.
A nivel personal.
1ª lección: Su “desapego”, su libertad para vivir sin dependencias materiales, afectivas o espirituales. Eso le dio una transparencia y honestidad que le facilitó el poder vivir sin miedo a proclamar la verdad. Libertad de palabra y libertad de acción, libertad profética. ¿No merece la pena vivir como él?
2ª lección: Su humildad, eje y clave para ser feliz. Detrás de cada una de mis insatisfacciones está del deseo de que todo ocurra como yo quiero, que todos bailen al son de mi música. Juan Bautista dice: mira a Jesús, pon tus ojos en Dios; deja que las cosas sean como son, acepta su voluntad; reconoce que sólo Él puede llenar tu vida, porque es la única agua capaz de satisfacer tu alma. Jesús te bautiza con “Espíritu Santo”. Yo, dice san Juan, sólo soy un servidor de Dios; a Él es a quien debéis dirigiros.
A nivel eclesial:
1ª lección: Purificar la Iglesia. En tiempos de crisis de vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa, de desorientación comunitaria y sacramental, de confusión sobre qué camino seguir, san Juan nos dice que debemos “destruir y demoler” todo aquello que sólo es apariencia de Iglesia: automatismos, costumbres, prácticas ceremoniales que están ocultando la riqueza de los ritos sacramentales, distracciones (diversiones) que no llenan e impiden la verdadera alegría. Una Iglesia con mucha ceremonia y poca relación personal y comunitaria con Cristo es una farsa. “Este pueblo me honra con los labios -dice Jesús- pero su corazón está lejos de mi” (Mc 7,6).
2ª lección: Comunidades vueltas a Cristo. No basta “arrancar y arrasar”, quitar cosas sin poner nada. También el dedo del Bautista indica que hemos de girarnos hacia Jesús con humildad. Y en la Iglesia falta mucho de esa humildad radical necesaria para construir una comunidad viva, cristalina, que haga decir a quien la mira “mirad como se aman”, mirad como son atendidos los enfermos, los niños, los ancianos, ... ¿cómo es posible? Y responderíamos con el salmo: es el Señor quien lo hace, es un milagro patente (Sal 117,23). La humildad y el martirio de Juan apuntan a la humildad de la Cruz, referencia de la Iglesia de Cristo.
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Celebra a san Juan con este doble mensaje: soltar el veneno que mata el alma y respirar el aire limpio del evangelio de Jesús. Acércate a Jesús, mírate en Él y vive desde Él; y acércate a tu Iglesia, haz Iglesia, vive el amor fraterno y la misericordia. Pero si lo ves difícil comienza por revisar qué está impidiendo que vivas eso que crees, esperas y amas. Tal vez debes comenzar por arrasar, arrancar de tu vida algunas cosas antes de poder reedificar.
Junio 2023
Casto Acedo
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