martes, 26 de marzo de 2024

Reflexión para el Jueves Santo



Solidaridad y fraternidad

Hay un vocablo que, en nuestro tiempo ha adquirido carta de ciudadanía,  una palabra que condensa el no va más de la moral laicista. Me refiero al  término “solidaridad”. No hay foro público donde no se canten loas a la actitud solidaria para con los marginados y los marginales. En tiempos de valores blandos parece que practicar la solidaridad es haber alcanzado la meta de las posibilidades éticas del ser humano.

Sin embargo, mirada en profundidad, "solidaridad" no deja de ser un término pobre. No cabe duda de que solidarizarse con alguien parece indicar algo muy bueno. ¿Cómo no va a serlo cuando se trata de una buena y efectiva disposición para ayudar a los demás?. Ahora bien, parece que la solidaridad apela más a la lógica de la mente que al impulso del corazón; puede tratarse de un estar contigo, pero sin darme del todo, de compartir mi tiempo, mi saber, mi dinero, pero no mi persona.

Me parece más completo y profundo hablar de "fraternidad". Ser fraterno es algo más que optar por una causa. Puedo o no puedo solidarizarme con tal o cual persona o grupo sufriente, con este o aquel colectivo marginado; pero si soy hermano la cuestión no es si puedo o no puedo ser solidario, la cuestión es que no existe tal cuestión, porque si entiendo al otro como parte de mí, su gozo es mi gozo y su dolor mi dolor.

En la fraternidad entra en juego lo más sagrado de mi persona: mi mismo ser interior, mi sangre y mi carne, que hace míos los gozos y los dolores de mis hermanos. Así, cuando mi hermano está en apuros, no tengo que decidir si ponerme de su parte o no porque la decisión ya está tomada; mi hermano es parte de mí, y darle la espalda sería un atentado contra mi propia dignidad personal. Ser hermano es, pues, mucho más que ser solidario. Puedo dejar de ser solidario apoyado en tal o cual excusa más o menos convincente, y puedo hacerlo sin que se produzca en mí una ruptura personal; pero no puedo dejar de ser hermano de mi hermano sin que mi naturaleza me lo reproche y mis entrañas se resientan.


Amor fraterno

De nuestro Señor Jesucristo no se dice que fuera solidario con los pobres, ni que optara por ellos, sino que “siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor 8,9). Cuando se dice que cargó con nuestros pecados no se está diciendo que hizo una relación de pecados de la humanidad y la presentó al Padre junto con un manifiesto solidario a favor de los culpables. ¡No! Cristo se encarnó como hermano, y como tal sufrió con y por nosotros. "Al que no tuvo pecado Dios le hizo pecado para reconciliarnos con Él” (2 Cor 5,21).

Cristo no es la mano solidaria del Padre-patrón que, desde el cielo, soluciona nuestras vidas haciendo gestiones administrativas, sino el hermano que codo con codo, se hace familia de la humanidad y convive sufriendo y gozando con ella. Nos enseñó así que Dios no quiere palabras bonitas y celebraciones simbólicas de solidaridad, sino que vivamos en comunión, que construyamos el Reino de la fraternidad encarnados en la comunidad humana.

El Jueves Santo es el día del amor fraterno, día de la “fraternidad”, de la entrega total al prójimo. Evitemos, pues, el deslizamiento profano hacia una solidaridad puntual y de salón. 

La Iglesia no somos una asociación para la defensa de la cultura cristiana, ni para la promoción de los valores humanos, aunque éstos sean de inspiración evangélica; somos ante todo una fraternidad que vive del y para el amor de Dios. Por ello, más que discursos solidarios que vacíen nuestros bolsillos a favor de los pobres, necesitamos sentimientos de fraternidad que vacíen todo nuestro ser en disponibilidad al prójimo según el modelo de Jesús de Nazaret, que “se despojó de su rango pasando por uno de tantos” (Flp 2,7).

No se trata tanto de ayudar a los pobres cuanto de que no haya pobres; o lo que es lo mismo, de ser todos pobres en el sentido más evangélico del término. Jesús no sólo dio pan, se dio el mismo como pan. Sin los mismos sentimientos de Cristo Jesús, sin sentir al hermano como parte tuya, como tu propia carne, sólo tendrás solidaridad indolente, ideología disfrazada de cristianismo.

No es posible la celebración de la Cena del Señor sin sentir como propio el palpito del corazón del hermano, sin dejar que nos inunde la sensación (el sentimiento) de que todos los que se reúnen en la tarde del Jueves Santo a celebrar la Cena del Señor, somos algo más que vecinos aficionados a las mismas prácticas piadosas. Dios nos ha dado una familia, una comunidad, para que la amemos con la misma ternura y dedicación con que la amó Jesús. Todo lo demás son asuntos secundarios. Ya lo dijo san Pablo: aunque fuera solidario repartiendo mis bienes y entregara mi cuerpo a las llamas en un gesto simbólico de protesta, si no tengo amor no soy nada (cf 1 Cor 13, 1-2).

*

Nota: este comentario fue publicado originalmente en el Jueves Santo de 2021.

Marzo 2024
Casto Acedo


miércoles, 20 de marzo de 2024

Domingo de Ramos (24 DE Marzo)

 


Jesús entra en Jerusalén

La Semana Santa es una semana de “pasos”, de pasar de fuera hacia dentro, de entrar en la realidad interior de la vida dejando a un lado la exterioridad.

Observa la entrada de Jesús en Jerusalén. Mientras se dirigía a la Ciudad Santa con sus discípulos, advirtió: ”El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser reprobado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días” (Mc 8,31). Al llegar a la ciudad es aclamado; el pueblo está eufórico, “Bendito el que viene, el hijo de David”, pero ¿qué sentirá Jesús? Me inclino a pensar que hay en él una serenidad contenida, una aceptación de su destino.

Había anunciado el evangelio acompañando sus palabras con gestos y milagros; los oídos de los sordos y los ojos de los ciegos se abrieron, la gente se hacía lenguas de Él. Pero ¿qué movía a aquella gente? La empatía de sus sermones, la belleza de sus parábolas, la bondad de sus milagros. Habían encontrado en Jesús una esperanza. Sin embargo, cuando les habla de que vendrán tiempos recios muchos se echan atrás. Estaban dispuestos a soportar una espiritualidad de emociones y vida fácil, de milagros y aplausos, pero no logran articular en sus vidas el paso de la cruz. Cuando le oyeron hablar de entrega, de darse en alimento para el mundo, de morir para redimir, “muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él." (Jn 6,66).

Jesús entra en Jerusalén con una espiritualidad madura. Contempla con agrado el recibimiento que le hacen. Es un signo profético: Jesús entrar como Rey triunfal en la ciudad. Jesús deja que el pueblo se exprese, que le aclamen como Rey descendiente de David (en realidad lo era), pero Él sabe que su destino es ser coronado de espinas, y su realeza es de servicio; será entronizado en la Cruz (INRI); los mismos que le aclaman hoy pedirán su vida el viernes. ¿No sería mejor huir? Tal vez, pero sería darle la victoria al mal, dejar sin esperanza al mundo. Él toma la decisión de aceptar la voluntad del Padre; la aceptación serena de lo que está por venir revela su altura espiritual.

Mi entrada en la Semana Santa

La pregunta para nosotros hoy es: ¿Cómo entro yo en Jerusalén? ¿Cómo entro en la Semana Santa? ¿Qué espero de ella? 

*Muchos no creyentes o los que se dan en llamar creyentes pero no practicantes entrarán en estos días como se entra a saco en unas vacaciones joviales. Con el regocijo propio de quien tiene unos días por delante para disfrutar aclamarán a Jesús el domingo de Ramos, pero no le seguirán al patíbulo, no estarán dispuestos a dejar sus cómodos menesteres para morir con y por Él. Cuando el viernes Santo lo vean con la cruz a cuestas puede que les apene verlo entrar en el templo, la basílica o la catedral, pero no le visitarán en los arrabales. Jesús murió fuera de las murallas.

 *También los habrá que, como Judas, sacarán el provecho de unas monedas aprovechando el atractivo turístico que provoca el sufrimiento de un crucificado de hace siglos que sigue haciendo notar su dolor.

*Y también habrá quienes se moverán en torno a Él según el protocolo y la conveniencia política, ¿me conviene estar en la procesión y los oficios? ¿perjudica mi imagen? 

*Habrá, en fin, quien se adentre en la Semana Santa viviendo a fondo su espiritualidad de muerte y de gloria, yendo más allá del folklore y del cumplimiento religioso. Puede que no sean muchos pero son la esperanza de la Iglesia.

Tú ¿Dónde estarás? ¿Qué harás estos días?  Yo te doy un consejo: haz como Jesús; no te dejes embaucar por el canto de las sirenas. No todo es trigo limpio en Semana Santa. Acepta que estos días son para muchos unos días de fiestas profanas como otras, aunque con un toque religioso, que no quiere decir evangélico. 

Te supongo con un crecimiento espiritual suficiente como para aceptar la realidad de la semana contemplándola desde dentro sin dejarte embaucar por ella. Acepta que tendrás problemas para hallar momentos de retiro y oración, incluso dificultad para asistir a los Santos Oficios de Jueves y Viernes y a la Solemne Vigilia Pascual. Acepta la dificultad, pero no te sometas a ella; acepta que otros no hayan alcanzado tu nivel de discernimiento, pero no renuncies a tus hallazgos y convicciones  espirituales que son las que deberán dictar tus actos.

A muchos de los habituales de la misa dominical, tal vez a ti también, estos días les supondrán un esfuerzo extra para asistir a los actos litúrgicos y de piedad. Parece una contradicción, pero es así.  Puede que estés de vacaciones y tendrás más tiempo para el silencio y la oración,  sin embargo parece que en la disponibilidad del tiempo no encajan los Oficios religiosos de la Pascua; estoy en una ciudad extraña, ¡no me apetece asistir a unos oficios religiosos lejos de mi lugar de costumbre!;  tengo visitas de fuera y ¿los voy a dejar solos? La hospitalidad es importante. Ha salido un día magnífico para estar en el campo ¿me lo voy a perder?. 

¡Decide! Y decide bien, porque dice más de tu fe o de la falta de ella que te pierdas los cultos de estos días que el hecho de que asistas fielmente en el tiempo ordinario. Es un síntoma de desequilibrio espiritual que no faltes ni un solo domingo a misa y, sin embargo, te ausentes en estos días tan especiales. Piensa que darle largas a Dios en sus días de fiesta mayor es como no asistir a tu boda y dejar plantado a todos, incluso a tu novia.

Entra con Jesús en Jerusalén sin titubeos, con decisión, como entró Él, con serenidad contenida, con sencillez, con los ojos y el corazón abiertos a lo que Dios te quiere decir. Entrar en Jerusalén es dejar que Jesús entre en tu vida. 

¡Feliz Semana Santa!

Marzo 2024

Casto Acedo

jueves, 14 de marzo de 2024

Ha llegado la hora (17 de Marzo)


EVANGELIO Juan 12,20-33.

En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; éstos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban: «Señor, quisiéramos ver a Jesús.»

Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.

Jesús les contestó: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este. mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará. Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre.»

Entonces vino una voz del cielo: «Lo he glorificado y volveré a glorificarlo.»
La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.

Jesús tomó la palabra y dijo: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.»

Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.

Palabra del Señor

* * *



Estamos en vísperas de Semana Santa. El próximo domingo es Domingo de Ramos, y el fin de semana siguiente celebramos el Triduo Pascual, donde se cumplen la palabra de Jesús que anuncia que “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto” (Jn 12,24). En la misma línea la liturgia del Viernes Santo cantará: ¡Oh cruz fiel, árbol único en nobleza! / Jamás el bosque dio mejor tributo / en hoja, en flor y en fruto”. Se acerca, pues, la Pascua, la fiesta “florida” y “fructífera".

El Evangelio de san Juan, después de narrar el primer signo milagro de Jesús (Bodas de Caná, Jn 2,1-12), narra el episodio del templo (Jn 2,13-22), que se proclamó hace dos semanas, y que será la causa principal de los problemas que Jesús tendrá con los poderes de este mundo. Siguiendo el cuarto evangelio podemos observar cómo el conflicto entre los saduceos y Jesús irá in crescendo hasta culminar en “la hora”, es decir en el momento de la cruz, punto álgido del choque entre la luz y las tinieblas.

“Ha llegado la hora” (Jn 12,22)

La hora” es una expresión frecuente en el cuarto evangelio:

-“Todavía no ha llegado mi hora” (2,4), dice Jesús a su Madre en las bodas de Caná.
-“Llega la hora –ya estamos en ella, en que los adoradores verdaderos serán adoradores en espíritu y en verdad” (4,23), le dice Jesús a la mujer samaritana.
-“Querían detenerle, pero ninguno le echó mano, porque todavía no había llegado su hora” (7,30; cf 8,20).
-“Ha llegado la hora de que sea glorificado el hijo del hombre”,“Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre”, (12,27-28).
-"Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (13,1).
-“La mujer, cuando va a dar a luz está triste, porque ha llegado su hora” (16,21).
-“Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti. Y que según el poder que le has dado sobre toda carne, dé también vida eterna a todos los que tú le has dado” (17,1).

La hora es el momento cumbre del “conflicto”, el instante en que el amor gratuito de Dios choca frontalmente con las dinámicas sociales, políticas y religiosas ajenas al Reino. Es el kairós, el instante en que los planes de Dios desenmascaran la mentira de los hombres; el instante fatal en que el amor de Dios libra el combate último con el mal que oprime a la humanidad. Es "la hora" en que convergen todas las luchas, la hora punta de una batalla que Jesús no quiso, pero que hubo de aceptar como destino inevitable a causa de la cerrazón de la humanidad. "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).



Podemos decir que "la hora" no es algo buscado sino algo que sobreviene, como un instante que se pone a prueba la fidelidad del Hijo. Si la referimos a la cruz, es evidente que no fue voluntariamente escogida por Jesús, sino el resultado previsible de una opción de vida concreta. “Nadie me quita la vida. La doy yo voluntariamente” (Jn 10,18). Esta frase no indica que Jesús caminara gozoso deseando y buscando el sufrimiento y la muerte; Él no quiso ni deseó el trance del Calvario. “Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).

Pero realidades indeseables se cruzan en su camino. ¿La causa? La coherencia de vida de Jesús que hacen de Él un peligro para los poderes del mundo, y estos reaccionan violentamente contra Él. Se produce una guerra no querida por Dios sino buscada por quienes al mirarse en Jesús ven al descubierto su pecado y nos e soportan a así mismos. Jesús de Nazaret, sumo bien, es insoportable para los malos, que reaccionan contra Él viéndose obligado a entrar en guerra con ellos. El resultado es la victoria del bien. La secuencia del domingo de resurrección lo definirá poéticamente:

“Lucharon vida y muerte
en singular batalla,
y, muerto el que es la Vida,
triunfante se levanta.”

Abrazar "la hora"

Nosotros solemos referir "la hora” al momento de la muerte (“le ha llegado su hora”, decimos de quien ha muerto). Y en parte es así; aunque reducir el significado de "la hora" a ese momento de la muerte física es empequeñecer su sentido, que no se refiere sólo a la muerte como final, sino también a la muerte de cada día (mortificación) y su consecuente resurrección: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna” (12,24-25).

En la vida de toda persona hay una “hora”, unos momentos en los que chocan los deseos mundanos que aprisionan al alma (riqueza, poder, honores...) con los deseos de libertad que vienen de Dios (pobreza, humildad, honestidad...); entonces entran en conflicto la mentira y la verdad, la luz y las tinieblas, el pecado y la santidad. Es “la hora”, es hora de morir, de soltar amarras, y hora de resucitar, de volar en libertad.

Desde el principio de su llamada Jesús invita a la muerte del ego, a dejar todo por el Reino. Pedro, Santiago y Juan dejaron las redes, pues eran pecadores (Mt 4,20), habían dejado también "tierra, casa, padre, hermanos y hermanas" para conseguir el premio del ciento por uno (Mt 19,29).

Pasar de la mediocridad de una vida de esclavo y adentrarse en la vida espiritual con Jesús exige venderlo todo (Cf Mt 13,44), ir soltando todo lo que no es Dios para darle todo el espacio a Él, morir a todo aquello a lo que estoy apegado para apegarme, valga la paradoja, a Jesucristo, el Único que garantiza mi libertad, porque para liberarme de mis esclavitudes, para ganar la libertad para mí, murió y resucitó Cristo (cf Gal 5,1).

Cuando Jesús aconsejó al joven rico que lo vendiera todo y lo diera a los pobres (Mt 19,219, le estaba invitando a abrazar "la hora", la oportunidad de morir a lo viejo para resucitar a lo nuevo. No se puede nadar y guardar la ropa, andar según el Espíritu no es compatible con una vida mundana. O conmigo o contra mi, dice Jesús (Lc 11,23). En el tramo final de la Cuaresma la liturgia nos obliga a decidir.

Ha llegado la hora. Es hora de soltar mi ego; hora de desprenderme de la frágil seguridad que me dan las posesiones materiales; hora de morir a ideas fijas y a creencias vacías, hora de romper la imagen de buena persona que me impide ser en verdad mejor; es hora de soltar lo que te impide amar, sonreír, volar, ser libre, vivir el cielo ya en la tierra; es hora de dar paso a la fe, el momento Getsemaní, hora de morir con Cristo para resucitar con Él;

Todo el peso de "la hora" se condensa en el misterio de la cruz. Ella es el estandarte de la victoria sobre la maldad. Victoria que no es la de la humillación del verdugo sino la del perdón y la misericordia, la del amor de Dios que, de modo admirable, no responde al odio con más odio. Si la cruz hubiera degenerado en venganza, como el mismo mal desea, el amor habría sido derrotado. Pero no, la cruz de Jesús engrandece el amor de Dios, lo glorifica, porque en ella no se revela Dios como rey vengativo sino como Padre misericordioso, no se manifiesta como enemigo sino como aliado: “Llegan días en que haré una alianza nueva: meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Todos me conocerán cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados” (cf Jr 31-34). Esta promesa se cumple en la cruz. La sangre de la cruz estampa la firma de Dios en el pacto de la Alianza esperando también tu firma.


* * *
A unos pasos de la Semana Santa has de saber que se acerca la hora de la victoria. Basta entrar en batalla con Jesús. Con Él puedes vencer tus incoherencias (pecados); es más, Cristo ya las ha vencido por ti. Créelo, ten fe en que Jesús ya lo ha conseguido para ti lo que tú mismo has procurado tantas veces sin éxito.

En tu nombre Jesús ya ha glorificado el nombre de Dios, ha limpiado con su perdón tus blasfemias, ¿crees esto? Si lo crees formas ya parte del grupo de los que ya saben que el amor y la vida son más fuertes que el odio y que la muerte. La fuerza de Dios está contigo. Glorifica al Padre con la misma gloria con que el Hijo lo glorificó, con la coherencia de una vida dispuesta al testimonio (martirio, sacrificio, cruz).

Marzo 2021
C. A

lunes, 4 de marzo de 2024

Contemplar la Cruz (10 de Marzo)


EVANGELIO 
 Juan 3,14-21

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. 

Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.»

Palabra del Señor.

* * *


... Curas, serpiente blanca, a quien te mire
con ojos de pasión, que el duelo humano
recogiste entero...

…Y tú, blanco Dragón de nuestra cura, 
del Árbol de la muerte suspendido,
todo el veneno del dolor recoges.
Que es terrible tu amor, Dragón de fuego,
de quien las aguas de la vida manan.

(M. de Unamuno, El Cristo de Velázquez, 1ª Parte,XXXVI)
 
Es fascinante la fuerza y el simbolismo depurado con el que Unamuno describe el poder sanador de la fe en el Crucificado. Y al meditar estos versos inspirados por el Cristo de Velázquez,  figura humano-divina suspendida en la cruz austera, pura luz en la noche, “Dragón blanco de nuestra cura”, se abre una puerta a la esperanza a quien contempla este misterio.


Mirar la Serpiente, mirar al Crucificado

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que crea en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15). Este texto de san Juan hace referencia a un pasaje del Antiguo Testamento donde se cuenta que Israel, durante la travesía del desierto, vivió momentos de tiniebla por abandonar los caminos del Señor. Las consecuencias del abandono se describen como castigo divino:
“Envió entonces Dios contra el pueblo serpientes abrasadoras, que mordían al pueblo; y murió mucha gente de Israel. Convencidos de su pecado el pueblo acude a Moisés: ´Hemos pecado por haber hablado contra Dios y contra ti. Intercede ante Dios para que aparte de nosotros las serpientes´. Moisés intercedió por el pueblo. Y dijo Dios a Moisés: ´Hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá´. Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida” ( Nm 21,4-9).
El evangelio de san Juan habla de una serpiente colocada en un estandarte. La serpiente es el símbolo del dios griego Hermes,  mensajero de los dioses en la cultura griega, y muy relacionado con la química y la farmacopea.  Es un símbolo ambivalente; su veneno es mortal, pero por otro lado el cambio de piel la relaciona con la regeneración, con la vida que surge de la muerte. Por su parte, el libro del Génesis presenta a este animal como símbolo del demonio tentador, astuto (Gn 3,1), pero destinado por su maldad a vivir arrastrándose y mordiendo el polvo de la tierra (Gn 3,14).  

La cita del evangelista Juan encuentra su principal referencia más que en la mitología griega en el texto citado del libro de los Números y el relato del Éxodo.  Jesucristo crucificado, el sumo bien, es comparado al estandarte con la serpiente de bronce levantada en medio del campamento de Israel: todos los que mordidos por las serpientes (símbolo del mal y el pecado) que levantan la vista hacia ella quedan curados, como son salvos de la oscuridad quienes levantan con fe la vista al Crucificado.

Considerada como símbolo de la Cruz de Cristo el estandarte con la serpiente pendiendo de ella tiene también para los cristianos un significado ambivalente. En ella se concentran el veneno del hombre, capaz de odiar y matar al inocente, y el amor de Dios que ama perdonando, sanando, regenerando. La segunda realidad eclipsa a la primera, tanto como para poder cantar en la noche de Pascua que “¡necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo. ¡Feliz culpa que mereció tal redentor!”

¿Feliz culpa? ¿Acaso la culpa puede hacer feliz al hombre? ¿No es esto una contradicción? No, si se admite que no es el pecado el que salva, que no son las picaduras del mal las que dan la vida; es Jesucristo quien clavado en la cruz por (a causa y en beneficio de) nuestro pecado, carga ahí todo con el dolor y los efectos mortales que la mordedura del mal traen consigo. “Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con Dios! A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él" (2 Cor 5,19-21).

Dios nos ha creado para que nos dediquemos a las buenas obras; esa es nuestra vocación original; pero vista la debilidad humana y su sometimiento al maligno, es finalmente en el amor gratuito de Dios-crucificado donde hallamos la vida y somos reconducidos al estado de inocencia que nunca debimos perder; la vuelta, el cambio o conversión, se da elevando los ojos y mirando a la cruz; basta con poner la fe-confianza en el crucificado, “porque estáis salvados por su gracia mediante la fe” (cf Ef 2,4-10).


De la esclavitud a la libertad, 
de las tinieblas a la luz.

Desterrados, exiliados, abandonados, despreciados, arrojados a la desesperación, esclavos en la Babilonia que es el mundo del consumo, la corrupción, la violencia, el individualismo, el sinsentido, las prisas…, el mensaje evangélico invita hoy a mantener viva la fe en quien puede liberarnos de la situación de esclavitud: “Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha, que se me peque la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías” (Sal 136,5.6). Son palabras del salmo 136 que el pueblo, de vuelta a Jerusalén, recita llorando de alegría  mientras contempla la ciudad. Mantener la mirada en la Ciudad Santa y desear volver a ella jugó un papel muy importante en la perseverancia y fortaleza del pueblo de Israel durante el exilio. Deseo y esperanza que se ve cumplida con la liberación y el regreso de los cautivos. 

Recordar los acontecimientos  pascuales ocurridos en Jerusalén  en tiempos de Poncio Pilato es a su vez un buen ejercicio para la perseverancia en la fe cristiana.  Por el contario, darle la espalda a la Cruz, olvidarse de Jerusalén, conduce a la desesperanza, a entrar en una espiral de oscuridad y  muerte, porque es dar la razón al mal. Abrazar esa oscuridad es vivir en el pecado; “todo el que obra perversamente detesta la luz” (Jn 3,20). Y esa perversión es mayor en tanto que generosamente “la luz vino al mundo y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz" (Jn 3,19). Pero quien prefiere la luz y se mantiene fiel a la promesa del regreso a casa con la mirada puesta en  Jesucristo, "los ojos en Él" como dice santa Teresa, consigue vencer el miedo y atravesar finalmente las tinieblas accediendo al Reino de la luz. 


Tiempo de ver (mirar) a Dios

Se acerca la Semana Santa, y en ella la Pascua, palabra que significa “paso”: de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios. La cuaresma urge a dejar de ser oscuro, a abandonar el bando de las tinieblas, a abrir los ojos y entrar en la órbita de la luz. Es tiempo de ver a Dios.

¿Cómo llegar a la visión de Dios? “Ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu. Porque todo el mundo tiene ojos, pero algunos los tienen oscurecidos y no ven la luz del sol. … De la misma manera, tienes tú los ojos de tu alma oscurecidos a causa de tus pecados y malas acciones. El alma del hombre tiene que ser pura, como un espejo brillante. Cuando en el espejo se produce el orín, no se puede ver el rostro de una persona; de la misma manera, cuando el pecado está en el hombre, el hombre ya no puede contemplar a Dios. Pero puedes sanar si quieres. Ponte en manos del médico y él punzará los ojos de tu alma y de tu corazón. ¿Qué medico es este? Dios, que sana y vivifica mediante su Palabra y su sabiduría” (San Teófilo de Antioquía, Oficio de lectura; miércoles III de cuaresma).

Al inicio de esta reflexión he comentado la luz del Cristo de Velázquez y su contraste con la oscuridad que sirve de fondo al cuadro. La Pascua que esperamos es la emergencia de la luz, la aurora de la resurrección.  

Muchas personas  viven en la oscuridad; no  encuentran  motivos para vivir; tal vez tú mismo estés en ese grupo. La causa de tus tinieblas pueden estar en una mala digestión de los males históricos que te ha tocado vivir, o en alguna enfermedad particular, o en problemas familiares difíciles que parecen no tener otra salida que la desesperación; otras veces el motivo es más íntimo, tal vez no acabas de dar con la brújula interior que te señale el norte a seguir, o  puede que te hayas cansado de luchar y lleves demasiado tiempo una incómoda y gris existencia (¿no sería mejor decir no-existencia?). 

Pues bien, en el núcleo de las oscuridades la liturgia de hoy invita  a levantar la vista y mirar al que ha sido elevado; a contemplar como en Cristo Crucificado brilla la luz del inmenso amor de Dios. Hay una lectura pesimista de la cruz que la vacía del amor de Dios y toma de ella sólo el odio del hombre que crucifica y el masoquismo del Padre que quiere la muerte del Hijo. Quien la mira así tiene una visión perversa y demoníaca de la realidad. La lectura creyente ve en la cruz el trasfondo oscuro del pecado de la humanidad que crucifica y el primer plano luminoso de la misericordia de Dios. El mal queda superado por el sumo bien del Amor.

Es un buen ejercicio cuaresmal colocarte ante una imagen o cuadro del crucificado, -o basta con la imaginación, como propone san Ignacio en sus ejercicios espirituales-. Puedes situarte ante la belleza del Cristo de Velázquez, que muestra maravillosamente ese contraste entre la luz de amor consumado que irradia Jesús y las tinieblas que adornan el fondo del lienzo. ¿Tus tinieblas?. Entre Cristo y ellas está  el madero de la cruz, para los hombres instrumento de odio y de pecado y para Dios instrumento de activo amor paciente; basta que mires esa imagen sin prejuicios, saboreando por la fe el beso de Dios que es el amor del crucificado. "Por ti murió y resucitó" (cf 1 Cor 15,3-4). La contemplación del amor de Dios en la cruz despertará tus sentidos y brotará un renuevo de fe del tronco seco de tu ser. Estás cerca de la Pascua.

También en la Eucaristía tienes la elevación de las especies eucarísticas: en la consagración, y en la invitación a la comunión: "Este es el cordero que quita el pecado del mundo". Es un momento para que contemples, para que vivas el instante haciendo un acto de fe, esperanza y amor, un momento de gracia, un kairós, en el que la luz del amor de Dios ahuyenta tus sombras. 

Contempla y vive.

Marzo 2024
Casto Acedo.

La tentación mesiánica (I Cuaresma)

Reflexión para el primer domingo de Cuaresma a la luz de la situación sociopolítica actual Las sorprendentes circunstancias internacionales ...