EVANGELIO
Mt 2,9-12
Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando:
«¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo».
* * *
Después de oír al rey Herodes, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra.
Y habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se retiraron a su tierra por otro camino.
¡Palabra del Señor!
* * *
"Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarle"(Mt 2,3). Así resume san Mateo la vocación que recibieron los Magos de Oriente. Con el relato de su viaje a Belén su Evangelio nos muestra que en Jesús se cumplen las escrituras que anunciaban que el Mesías sería “el Príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1,5), Señor de todos los pueblos; y “su reino no tendrá fin” (Lc 1,32).
Buscadores de Dios
La historia de los magos es nuestra propia historia. Porque también nosotros un día vimos salir la estrella y hoy venimos a adorarle; esa estrella (la Palabra de Dios, el testimonio de un hermano, la iluminación recibida en el rato de oración, un acontecimiento de nuestra vida, …) no era aún la Luz, sino “testigo de la luz” (Jn 1,8), pero nos lanzó a dejar atrás nuestra situación acomodada y a ponernos en camino.
Los Magos de Oriente son la humanidad que busca; en ellos están todos los que han hecho la experiencia de Abrahán dejando la casa paterna y poniendo ritmo a su vida fiados en una promesa; y también están en los Magos todos los que han escuchado la voz del nuevo Moisés y que, dejando atrás los reinos de este mundo, se arriesgan a vivir la travesía del desierto de la fe.
Como creyentes somos buscadores de Dios, y no ignoramos que encontrarle significa buscarle siempre. Quien cree haberlo hallado ya, posiblemente lo ha perdido. El camino de la búsqueda terminará cuando Dios nos quiera recoger en su luz al final de nuestro tiempo. Mientras tanto, en nuestras noches, pone pistas, toques de amor, luces que nos abren a la esperanza. El relato de los magos nos da a entender que “el que busca encuentra” (Mt 7,8), que Dios no queda en suspenso la esperanza de los que perseveran.
En el encuentro con Dios (o habría que decir, mejor, en el encuentro de Dios-con-nosotros, puesto que la iniciativa es suya) se da un “admirable intercambio”, que el prefacio de Epifanía resume diciendo que Dios Padre ha “revelado en Cristo, para luz de los pueblos, el verdadero misterio de nuestra salvación; pues al manifestarse Cristo en nuestra carne mortal nos hiciste partícipes de la gloria de su inmortalidad”. Es el “maravilloso intercambio que nos salva: pues al revestirse tu Hijo de nuestra frágil condición no solo confiere dignidad eterna a la naturaleza humana, sino que por esta unión admirable nos hace a nosotros eternos” (Prefacio III de Navidad).
Ofrecernos, regalarnos, con Cristo.
Dios hace participes de su gracia (divinidad) a los hombres sin que lo merezcan. ¿Qué méritos podemos alegar? ¿Qué podemos darle a Dios? ¿Acaso Él necesita de nuestros dones? Dios se hace hombre para que los hombres participemos de su divinidad, por pura gratuidad. ¿Hay alguna forma humana de pagar eso? Tal vez alguien sugiera: sí, podemos pagar con nuestras ofrendas, como los Magos. ¿Se puede obtener la salvación con un poco de oro, incienso y mirra? Pues no.
Un canto de ofertorio dice: "¿Qué te puedo dar que no me hayas dado Tú?". Nada. La salvación sólo la puede dar el mismo Jesús, al que las ofrendas de los magos representan: “Mira, Señor, los dones de tu Iglesia, que no son oro, incienso y mirra, sino Jesucristo, tu Hijo, al que aquellos dones representaban y que ahora se inmola y se nos da en comida” (Oración sobre las ofrendas). En la misa no ofrecemos nada que Dios necesite; en virtud del admirable intercambio que nos salva, es el mismo Dios el que se ofrece en Jesucristo por nosotros.
Da pena ver que hay quienes piensan que le hacen un favor a Dios por cumplir los mandamientos (¿hay alguien que los cumpla?), o que Dios les debe algo porque cada semana acuden a la misa dominical o realizan puntualmente sus oraciones y obras de caridad. Olvidan que nuestras ofrendas no nos salvan.
El niño-Dios no necesita de nuestras riquezas, porque él mismo es la riqueza.“Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2 Cor 8,9). Somos nosotros mismos los enriquecidos cuando damos lo que somos y tenemos; nuestra ofrenda adquiere un genuino valor y significado sólo cuando expresan con humildad nuestra donación con Cristo al Padre.
* * *

Es positivo que en el día de Epifanía nuestra tradición española se adorne con la práctica del intercambio de regalos; es mejor regalar que ser regalado, aunque en una sociedad consumista como la nuestra haya que prevenirse de la tentación de reducir los regalos a su valor material, haciendo de ellos un signo de poderío más que de humildad.
Los Magos de oriente ofrecieron cosas, pero ante todo se ofrecieron a sí mismo, sus personas, su propio ser. Su estela nos dice que hacer regalos es algo hermoso, pero sólo cuando nos ofrecemos también nosotros con la ofrenda, sólo cuando el regalo es un acto de despojo y anonadamiento personal, de kénosis.
Los hombres solemos andar más necesitados de cariño que de cosas. A los hijos, a los padres, a los parientes, a los amigos, no basta con que le demos "lo que tenemos”; necesitan más "lo que somos”. Cada año me viene a la mente una frase muy ilustrativa de lo que deberíamos hacer: "¡Papá, mamá, no me regales juguetes, juega conmigo!". Usar los regalos como excusa para justificar la falta de compromiso real con la persona a la que se regala no deja de ser una refinada hipocresía. Amar no es dar cosas, es darse.
El mundo necesita más de nuestro amor que de nuestras cosas. Nuestros regalos materiales han de ser imagen del regalo que es Cristo: pura gratuidad. Cuando nos regalamos (entregamos) al prójimo, hemos de hacerlo al modo de Jesús: con total generosidad. Cuando se hace así se beneficia más el que da que el que recibe. De este modo se hace realidad la dinámica de la Pascua (muerte y resurrección): muriendo, dando, ofreciendo,… se vive, se recibe, se enriquece el hombre.
¡Qué admirable intercambio! El oferente obtiene la salvación por la ofrenda de sí con Cristo: “quien pierda su vida por mí, ése la salvará!" (Lc 9,24).
¡Feliz día de Epifanía!,
la fiesta del Regalo que es Cristo.
* * *
Enero 2023
Casto Acedo
No hay comentarios:
Publicar un comentario