miércoles, 15 de octubre de 2025

29º DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO C (19 de Octubre)

EVANGELIO Lucas (18,1-8):

En aquel tiempo, Jesús decía a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.

«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle: “Hazme justicia frente a mi adversario”.

Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».

Y el Señor añadió: «Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar.

Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

¡Palabra del Señor!

* * *

El domingo pasado, a partir de la narración de la curación de los diez leprosos, de los cuales sólo uno volvió para dar gracias, veíamos dos modos de oración: la de petición “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros”, y la de acción de gracias, uno de los diez leprosos curados “se volvió y se postró a los pies de Jesús dándole gracias”

Hoy el evangelio nos indica otra cualidad importante en la oración y por extensión a la vida cristiana: la perseverancia, que junto a la humildad, que se dejará ver en el evangelio del próximo domingo, completan toda una lección para quienes desean llevar una vida según Cristo.

Hablar de perseverancia en la sociedad que el Papa Francisco llamó de la "rapidación”, donde se vive de manera acelerada y teniendo el consumo como objetivo prioritario, parece un atrevimiento mayúsculo; porque la perseverancia requiere paciencia, virtud poco amada por una cultura que lo quiere todo ya mismo y no se resigna a esperar a mañana. 

La mayoría de los fracasos en la vida espiritual suelen tener como trasfondo la impaciencia. Se comienza a caminar en solitario, o en grupos de fe, con ilusión; algo normal si se tiene en cuenta que a la entrada en religión le suele preceder una vida de "cansancio vital". Pero más tarde o más temprano, el ideal de vida feliz que se esperaba de lo espiritual muestra su cara oculta: el aburrimiento y el hastío. 

* * *

La sociedad de consumo lo invade todo. No podemos negar que esta sociedad transforma a los alumnos de la universidad en proyectos de rentabilidad,  a los ancianos en clientes de geriátrico, al obrero en máquina de producción, al periodista en propagandista, al político en clérigo del bienestar o al intelectual en inventor de slogans. Lo dicho: todo para "ya mismo"; y la madurez requiere tiempo.

La espiritualidad y la religión no escapan a esta contaminación consumista. ¿No son consumistas las primeras comuniones, las bodas, los bautizos, e incluso las confirmaciones? La celebración de los sacramentos está cada vez más como orientada al consumo, y como tal requiere rapidez, desconexión con el espíritu crítico y sometimiento a los deseos superficiales de quien los recibe y al beneficio de quienes negocian con ellos. Es duro decirlo, pero muchos sacramentos de la Iglesia (bautismos, bodas, comuniones) giran más sobre el consumo material que sobre la fe. No hay tiempo (falta paciencia) para interiorizar con una preparación adecuada y discernida espiritualmente. El tiempo es oro, un capital necesario para crecer espiritualmente, pero lo hemos corrompido al hacer de él un instrumento al servicio de un rápido enriquecimiento. Así lo denunciaba Amós hace unos domingos: Ay de los explotadores que "exprimen al pobre y despojan a los miserables diciendo:¿cuándo pasará la luna nueva para vender el trigo, y el sábado para vender el grano?" (Am 8,5). Sufren la lentitud del calendario, tienen prisas para hacer el mal, les falta paciencia y perseverancia para el bien.

*


Una vida espiritual auténtica sólo es posible desde la perseverancia en la fe. Santa Teresa insiste en ello:  "Tornando a los que quieren ir por él (camino de perfección o viaje divino) y no parar hasta el fin, ... digo que importa mucho, y el todo, una grande y muy determinada determinación de no parar hasta llegar a ella, venga lo que viniere, suceda lo que sucediere, trabájese lo que se trabajare, murmure quien murmurare, siquiera llegue allá, siquiera se muera en el camino o no tenga corazón para los trabajos que hay en él, siquiera se hunda el mundo..." (Camino, 21,2). Parece que la santa está describiendo la tenacidad de la viuda frente al juez injusto.

Sin perseverancia no hay avance en la vida interior. La viuda del evangelio espera justicia, pero las circunstancias no son las más apropiadas. La definición que por dos veces se da del juez de la parábola es lacónica y pone en evidencia el muro con el que se encuentra la fe, la realidad de un mundo “que ni cree en Dios, ni le importan los hombres”. ¿No es el ateísmo y la indiferencia una buena definición del ser íntimo del consumismo? Sólo me importo yo y mis intereses.

Queda claro que el mundo del consumo no está por la labor de mirar a Dios y potenciar el espíritu fraternal de la comunión de bienes. Por eso, como el juez de la parábola, no hace caso al Evangelio. 

Pues bien, en un mundo de increencia e indiferencia toca hoy ser cristianos. ¿Cómo? Con ingenio y perseverancia en buscar y practicar lo que es justo y verdadero. Esto sólo es posible desde la constancia en la escucha orante de la Palabra de Dios; la oración constante para no dejar resquicio al diablo (Ef 4,27) es un buen  antídoto para afrontar la seducción del consumismo; y sólo desde la perseverancia en ella tendrá éxito la lucha por la justicia más allá de los convencionalismo políticos y sociales.

* * *


La viuda tenía motivos para desilusionarse y abandonar su militancia espiritual, pero no lo hizo, y siendo persistente día a día en su clamor logró derribar el muro del ateísmo y la desidia que parecían infranqueables. 

La conclusión de la parábola es clara: la perseverancia, hija predilecta de la fe, todo lo alcanza.  Viene muy bien aplicar esto a nuestra vida personal (formación, oración, práctica de la caridad), eclesial (¿quién ha dicho que un persistente anuncio del evangelio no puede derribar el individualismo y el consumismo sacramental?) y social (si quieres puedes, quien no cesa en su empeño por cambiar el mundo lo puede lograr).

Termina el texto evangélico, y yo termino este comentario, lanzando al aire la misma enigmática pregunta de Jesús tras ensalzar la perseverancia de la viuda. “Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”. Para pensárselo. 

¡Feliz domingo!
*
Octubre 2025
Casto Acedo. 

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