martes, 29 de julio de 2025

18º Domingo Ordinario C (3 de Agosto)

 

 EVANGELIO 

Dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».

Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios. (Lucas12,13-21)

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“El dinero no da la felicidad, ... pero ayuda a conseguirla”. ¿Quién no lo ha escuchado esta frase alguna vez? Y es cierto. Pero también puede ser verdad lo contrario; hay situaciones en las que el dinero se pone en medio y rompe la felicidad. ¡Cuantas familias se han roto a causa de un mal encaje de una herencia material! Es lo que le ocurrió a ese del que habla el evangelio, que acudió a Jesús con un problema familiar de orden económico: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia»

Se acercó a Jesús abatido y enfadado a causa de la ley que otorgaba al hermano mayor el derecho a recibir el total de la herencia paterna; ley que preveía mantener la unidad del clan familiar tras la muerte del padre. Jesús aprovecha para dar una catequesis acerca de la utilidad e inutilidad de los bienes materiales y el  dinero. El dinero es útil y bueno si sirve para ser rico ante Dios practicando la misericordia, y es malo e inútil si lo que se quiere es comprar con él una felicidad sólida y eterna.

La Biblia no es un libro de economía pero sí un buen manual de humanismo. Una sociedad capitalista como la nuestra debería aprender de ella que también hay una espiritualidad del dinero, y su primera lección es aprender que el dinero es un veneno mortal cuando se le considera un bien absoluto. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 16,13), dice Jesús; que es lo mismo que decir que hay algo - mejor decir alguien- que está por encima de los intereses económicos. Ese “alguien” incluye a Dios, a los hermanos y a ti mismo. Cuando decimos que “una persona tiene un valor incalculable” muchos lo interpretan como que vale muchísimo dinero, cuando en realidad lo que dice es que no se le puede poner precio, porque no está en venta. Ponerle precio a alguien, mirarlo como mercancía que se puede comprar y vender, es una indignidad y un despropósito. Y no podemos negar que se ha hecho y se sigue cometiendo este pecado.

La realidad es cruda, y no podemos negar que el capitalismo pone precio a la persona y lo valora según su productividad o rentabilidad. ¿No te has dado cuenta de que casi todas la noticias que se dan en los medios tienen un trasfondo económico? La subida o bajada del IPC, la caída o subida de ingresos por turismo, el precio de los alimentos, el combustible, la rentabilidad de las fiestas religiosas, etc. Es verdad que todo esto influye en la vida de las personas y como tal es importante, pero da la sensación de que lo que preocupa no son las personas sino las consecuencias de la crisis en la economía del estado y la fluctuación del negocio de las grandes compañías.

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¿Quién o qué mueve el mundo? La respuesta está cantada: el dinero. Todo parece hacerse por dinero. Ponemos como pantalla el humanismo, pero lo que realmente nos mueve es el capital. Leyes como la de la mal llamada eutanasia o la del aborto esconden el desprecio a la vida humana en favor de intereses crematísticos. Se habla del derecho a la vida, y una vida digna, pero se acepta como inevitable que tengan una vida más digna las personas o países más ricos que aquellos que son pobres o los países  pobres. 

El problema de la inmigración no deja de ser un síntoma de la primacía de los intereses económicos sobre los valores humanos. ¿Por qué hay miedo a que los inmigrantes del sur accedan al norte? No veo otro miedo que el que se deriva de tener que compartir el pastel entre más comensales. 

¿Qué interés hay por que se mantenga la guerra en Ucrania y en Gaza? La primacía económica de unos pocos a costa de la vida de otros. Es triste saberlo y no hacer nada efectivo para solucionarlo.

Cuando el dinero ocupa el lugar central en la escala de valores, se pervierte lo que  verdaderamente importante: la paz, el amor, la justicia. Lo dijo claramente san Pablo: “Nadie que se da al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios” (1 Tim 6,10) Hoy la segunda lectura lo ratifica: "Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: ... a la codicia y la avaricia que es una idolatría" (Col 3,5). La codicia es un ídolo que exige muchos sacrificios, mucha sangre con que satisfacer su estómago insaciable. 

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El evangelio de hoy me obliga a plantearme unas preguntas: ¿qué valor  doy al dinero?, ¿cuál es mi relación con los bienes materiales?, ¿sumisión?, ¿dominio y utilidad? No se puede avanzar en la vida espiritual sin cultivar una correcta relación con las posesiones económicas. La clave para hallar la respuesta más adecuada está en esa palabra: “posesión”, no es malo "poseer bienes"; el mal viene cuando "los bienes me poseen" y ocupan en mi corazón el espacio que corresponde a Dios. Nada de lo que existe es malo, porque Dios creó un mundo bueno; el mal nace del uso inadecuado que se hace de esos bienes.

“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?” (Mt 16,26). El texto del leccionario actual dice“si pierde su alma”, con lo cual hay quien lee esto como que hay que fastidiarse en este mundo siendo pobre para ganar la vida eterna. ¡Qué parcial  es esa lectura! La vida eterna no es un “más allá” es un “más acá” que se prolonga hasta el infinito. Así, el texto citado, más que una invitación al conformismo es una llamada a la revolución, a poner la vida por encima de intereses de cualquier tipo que no sean al amor y la compasión por todos los seres de la tierra. Quien vende su vida al dinero no puede ser feliz, y cierra su puerta a la vida eterna; la ambición le ciega y la racanería le carcome.

En el buen uso de mis bienes me juego gran parte de mi felicidad. Puedo ponerlos en la cima de mi vida y vivir preocupado por aumentarlos o angustiado por perderlos; cuando esto ocurre es porque mis bienes me poseen, estoy poseído por el demonio de la avaricia. O puedo desapegarme de ellos, usarlos sin permitir que se adueñen de mi corazón. Me es lícito tener bienes, pero si dependo obsesivamente de ellos, si entorpecen mi libertad para vivir en compasión y amor, si me roban la felicidad, debería plantearme si hago bien en aferrarme a ellos; ¿no sería mejor soltarlos? Tienes aquí un campo amplio para trabajar tu vida espiritual de modo realista.

Suelo echar mano de una frase dura pero necesaria para un buen examen de conciencia sobre el tema que nos ocupa: “Dime en qué gastas tu dinero y te diré en qué crees”. Quien vive entregado a la acumulación y no hace uso de sus bienes a fin de que el prójimo tengan mejor calidad de vida, se equivoca si cree que para él lo más importante es Dios. 

El examen final llegará un día, entonces me preguntaré con el evangelio de hoy: “¿de quién será lo que he acumulado?”, ¿habré desperdiciado miserablemente mi vida? Para Dios la riqueza no está en el dinero sino en el corazón compasivo. Quien acumula amor gana vida aquí y en la eternidad.

 Y termino con un aviso para quienes están convencidos de que las relaciones humanas son todas económicas y que lo que prima en ellas es el interés. ¡Despertad! Puede que en muchos casos sea así; pero no tiene por qué serlo siempre.  Son muchos los santos que desde antiguo se han dado cuenta de que es posible un mundo donde el amor compasivo sea la clave para el desarrollo social y el entendimiento entre los hombres. Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que una amistad, un  matrimonio, una iglesia y una sociedad nueva son posibles si ponemos por encima de todo el amor y la compasión que él mostró con su palabra y ejemplo. Así comenzó la revolución cristiana que estamos llamados a reeditar en el siglo XXI. Basta con poner el evangelio de Jesucristo en primer lugar. "No sólo de pan vive el hombre" (Lc 4,4).

¡Feliz domingo!
Julio 2025
Casto Acedo

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