martes, 29 de julio de 2025

18º Domingo Ordinario C (3 de Agosto)

 

 EVANGELIO 

Dijo uno de entre la gente a Jesús: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia». Él le dijo: «Hombre, ¿quién me ha constituido juez o árbitro entre vosotros?». Y les dijo: «Mirad: guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes».

Y les propuso una parábola: «Las tierras de un hombre rico produjeron una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos, diciéndose: “¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha”. Y se dijo: “Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el trigo y mis bienes. Y entonces me diré a mí mismo: alma mía, tienes bienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, banquetea alegremente”. Pero Dios le dijo: “Necio, esta noche te van a reclamar el alma, y ¿de quién será lo que has preparado?”. Así es el que atesora para sí y no es rico ante Dios. (Lucas12,13-21)

 * * *


“El dinero no da la felicidad, ... pero ayuda a conseguirla”. ¿Quién no lo ha escuchado esta frase alguna vez? Y es cierto. Pero también puede ser verdad lo contrario; hay situaciones en las que el dinero se pone en medio y rompe la felicidad. ¡Cuantas familias se han roto a causa de un mal encaje de una herencia material! Es lo que le ocurrió a ese del que habla el evangelio, que acudió a Jesús con un problema familiar de orden económico: «Maestro, dije a mi hermano que reparta conmigo la herencia»

Se acercó a Jesús abatido y enfadado a causa de la ley que otorgaba al hermano mayor el derecho a recibir el total de la herencia paterna; ley que preveía mantener la unidad del clan familiar tras la muerte del padre. Jesús aprovecha para dar una catequesis acerca de la utilidad e inutilidad de los bienes materiales y el  dinero. El dinero es útil y bueno si sirve para ser rico ante Dios practicando la misericordia, y es malo e inútil si lo que se quiere es comprar con él una felicidad sólida y eterna.

La Biblia no es un libro de economía pero sí un buen manual de humanismo. Una sociedad capitalista como la nuestra debería aprender de ella que también hay una espiritualidad del dinero, y su primera lección es aprender que el dinero es un veneno mortal cuando se le considera un bien absoluto. “No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 16,13), dice Jesús; que es lo mismo que decir que hay algo - mejor decir alguien- que está por encima de los intereses económicos. Ese “alguien” incluye a Dios, a los hermanos y a ti mismo. Cuando decimos que “una persona tiene un valor incalculable” muchos lo interpretan como que vale muchísimo dinero, cuando en realidad lo que dice es que no se le puede poner precio, porque no está en venta. Ponerle precio a alguien, mirarlo como mercancía que se puede comprar y vender, es una indignidad y un despropósito. Y no podemos negar que se ha hecho y se sigue cometiendo este pecado.

La realidad es cruda, y no podemos negar que el capitalismo pone precio a la persona y lo valora según su productividad o rentabilidad. ¿No te has dado cuenta de que casi todas la noticias que se dan en los medios tienen un trasfondo económico? La subida o bajada del IPC, la caída o subida de ingresos por turismo, el precio de los alimentos, el combustible, la rentabilidad de las fiestas religiosas, etc. Es verdad que todo esto influye en la vida de las personas y como tal es importante, pero da la sensación de que lo que preocupa no son las personas sino las consecuencias de la crisis en la economía del estado y la fluctuación del negocio de las grandes compañías.

*

¿Quién o qué mueve el mundo? La respuesta está cantada: el dinero. Todo parece hacerse por dinero. Ponemos como pantalla el humanismo, pero lo que realmente nos mueve es el capital. Leyes como la de la mal llamada eutanasia o la del aborto esconden el desprecio a la vida humana en favor de intereses crematísticos. Se habla del derecho a la vida, y una vida digna, pero se acepta como inevitable que tengan una vida más digna las personas o países más ricos que aquellos que son pobres o los países  pobres. 

El problema de la inmigración no deja de ser un síntoma de la primacía de los intereses económicos sobre los valores humanos. ¿Por qué hay miedo a que los inmigrantes del sur accedan al norte? No veo otro miedo que el que se deriva de tener que compartir el pastel entre más comensales. 

¿Qué interés hay por que se mantenga la guerra en Ucrania y en Gaza? La primacía económica de unos pocos a costa de la vida de otros. Es triste saberlo y no hacer nada efectivo para solucionarlo.

Cuando el dinero ocupa el lugar central en la escala de valores, se pervierte lo que  verdaderamente importante: la paz, el amor, la justicia. Lo dijo claramente san Pablo: “Nadie que se da al afán de dinero, que es una idolatría, tendrá herencia en el reino de Cristo y de Dios” (1 Tim 6,10) Hoy la segunda lectura lo ratifica: "Dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: ... a la codicia y la avaricia que es una idolatría" (Col 3,5). La codicia es un ídolo que exige muchos sacrificios, mucha sangre con que satisfacer su estómago insaciable. 

* * *


El evangelio de hoy me obliga a plantearme unas preguntas: ¿qué valor  doy al dinero?, ¿cuál es mi relación con los bienes materiales?, ¿sumisión?, ¿dominio y utilidad? No se puede avanzar en la vida espiritual sin cultivar una correcta relación con las posesiones económicas. La clave para hallar la respuesta más adecuada está en esa palabra: “posesión”, no es malo "poseer bienes"; el mal viene cuando "los bienes me poseen" y ocupan en mi corazón el espacio que corresponde a Dios. Nada de lo que existe es malo, porque Dios creó un mundo bueno; el mal nace del uso inadecuado que se hace de esos bienes.

“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?” (Mt 16,26). El texto del leccionario actual dice“si pierde su alma”, con lo cual hay quien lee esto como que hay que fastidiarse en este mundo siendo pobre para ganar la vida eterna. ¡Qué parcial  es esa lectura! La vida eterna no es un “más allá” es un “más acá” que se prolonga hasta el infinito. Así, el texto citado, más que una invitación al conformismo es una llamada a la revolución, a poner la vida por encima de intereses de cualquier tipo que no sean al amor y la compasión por todos los seres de la tierra. Quien vende su vida al dinero no puede ser feliz, y cierra su puerta a la vida eterna; la ambición le ciega y la racanería le carcome.

En el buen uso de mis bienes me juego gran parte de mi felicidad. Puedo ponerlos en la cima de mi vida y vivir preocupado por aumentarlos o angustiado por perderlos; cuando esto ocurre es porque mis bienes me poseen, estoy poseído por el demonio de la avaricia. O puedo desapegarme de ellos, usarlos sin permitir que se adueñen de mi corazón. Me es lícito tener bienes, pero si dependo obsesivamente de ellos, si entorpecen mi libertad para vivir en compasión y amor, si me roban la felicidad, debería plantearme si hago bien en aferrarme a ellos; ¿no sería mejor soltarlos? Tienes aquí un campo amplio para trabajar tu vida espiritual de modo realista.

Suelo echar mano de una frase dura pero necesaria para un buen examen de conciencia sobre el tema que nos ocupa: “Dime en qué gastas tu dinero y te diré en qué crees”. Quien vive entregado a la acumulación y no hace uso de sus bienes a fin de que el prójimo tengan mejor calidad de vida, se equivoca si cree que para él lo más importante es Dios. 

El examen final llegará un día, entonces me preguntaré con el evangelio de hoy: “¿de quién será lo que he acumulado?”, ¿habré desperdiciado miserablemente mi vida? Para Dios la riqueza no está en el dinero sino en el corazón compasivo. Quien acumula amor gana vida aquí y en la eternidad.

 Y termino con un aviso para quienes están convencidos de que las relaciones humanas son todas económicas y que lo que prima en ellas es el interés. ¡Despertad! Puede que en muchos casos sea así; pero no tiene por qué serlo siempre.  Son muchos los santos que desde antiguo se han dado cuenta de que es posible un mundo donde el amor compasivo sea la clave para el desarrollo social y el entendimiento entre los hombres. Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que una amistad, un  matrimonio, una iglesia y una sociedad nueva son posibles si ponemos por encima de todo el amor y la compasión que él mostró con su palabra y ejemplo. Así comenzó la revolución cristiana que estamos llamados a reeditar en el siglo XXI. Basta con poner el evangelio de Jesucristo en primer lugar. "No sólo de pan vive el hombre" (Lc 4,4).

¡Feliz domingo!
Julio 2025
Casto Acedo

miércoles, 23 de julio de 2025

Domingo 17º Ordinario C (27 de Julio)

 

EVANGELIO 

"Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».  Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino,  danos cada día nuestro pan cotidiano,  perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación»". (Lc 11,1-4)

¡Palabra del Señor! 

*

A continuación de este texto narra el evangelista san Lucas la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-12), donde cuenta que a un hombre se le presenta de noche la inesperada visita de un amigo que iba de viaje y no tiene un pan para darle de comer; entonces importuna a otro amigo, un vecino que duerme plácidamente, y que, por comodidad, no le abre a la primera; pero nuestro personaje insiste hasta que le abre y consigue lo que necesita. Jesús alaba la insistencia de este hombre como modelo de lo que tiene que ser la insistencia y perseverancia en la oración: si el amigo que duerme responde a la llamada a fin de no ser molestado más, ¡cuánto más hará vuestro Padre del cielo que nos ama y no se molesta por nuestras peticiones!

Oración y Espíritu Santo

Es importante orar con perseverancia e insistencia. Pero también lo es orar con inteligencia; sobre todo cuando hacemos oración de petición. He aquí una historia que cuenta Toni de Mello y que atribuye al místico musulmán Sa'di de Shiraz:

“ Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una serie de promesas.  

Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.

Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba en la cárcel. «¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté. Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel»”.

La historia concluye afirmando que es loable hacer oración de petición, pero también es muy peligroso. ¿Por qué? Porque en nuestra ignorancia no sabemos si lo que pedimos es bueno para nosotros y para el mundo. Aun no habiendo mala voluntad por nuestra parte puede que ignoremos las consecuencias últimas de nuestras peticiones. De esa ignorancia quiso sacar Jesús a Santiago y Juan cuando les advierte sobre su empeño en ocupar los primeros puestos en el Reino de Dios cuando éste llegare: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?».” (Mt 20,22). Ignoramos las consecuencias que se puedan derivar de nuestras peticiones a Dios. Por eso conviene atender a lo que recomienda san Pablo si queremos que nuestra oración sea acertada: “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8,26). 

*

La oración es un acto esencialmente espiritual; y no sólo porque es nuestro espíritu el que se expresa en ella; es  espiritual porque en su grado más alto es el mismo Espíritu el que ora en nosotros y con nosotros y nos hace decir: "Abba, Padre!" (cf Rm 8,14-15). Cuando no nos dejamos llevar por el Espíritu Santo en la oración corremos el peligro de hacer una “oración mundana”, que busca intereses particulares esperando que Dios se pliegue a los deseos del orante. Una oración peligrosa que podemos desactivar  invocando al Espíritu Santo,  para que sea Él y no yo quien marque su ritmo.

Dada la importancia del Espíritu Santo en la práctica de la oración, no cabe duda de que  el mejor modo de orar cristianamente sin equivocarse es recurriendo a oraciones inspiradas por Él. Hay muchas en la Sagrada Escritura. De hecho, toda la Escritura es Palabra de Dios revelada bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por eso es aconsejable  y merece la pena orar con los Salmos, con el Magnificat de María (Lc 1,46-55)  con el Benedictus de Simeón (Lc 1,68-79), o con cualquier oración o himno del Antiguo o del Nuevo Testamento. Pero, sobre todo, merece la pena orar -al menos tres veces al día- con el Padrenuestro, oración cristiana por excelencia. Orando el Padrenuestro nunca te equivocas. A quien llega a la perfección espiritual le basta esta oración.

* * *

Padrenuestro

Y ¿qué decimos y pedimos en el Padre nuestro? Tras invocar a Dios como Padre, lo cual supone ya un impulso del Espíritu Santo y un acto de abandono a la providencia divina, y tras desear de corazón que su nombre sea santificado sobre cualquier otro, pedimos que su Reino de paz, justicia y amor venga cuanto antes; es decir, que su Evangelio sea el eje de la vida humana y la piedra angular sobre la que se construya el mundo. 

Aunque san Lucas no incluye la petición “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (cf Mt 6,10), al pedir que venga el Reino ya se estoy deseando y pidiendo a Dios que sea el motor de todo. Pido, por tanto, que el mundo y mi vida no sean lo que yo quiero sino lo que Él quiera; “dejar que Dios sea Dios”, permitir que el despliegue de mi ser y de la historia, el entorno físico, social y espiritual en el que vivo,  lo marque Él y yo lo acepte con fe, y lo viva con esperanza  y amor. Dejo que Dios sea Dios en los acontecimientos de mi vida, lo contemplo y me dejo llevar por lo que me inspira y me sugiere hacer en cada momento. En una palabra: pido que desaparezca de mi vida el ego, ese personaje de ficción  que nos empeñamos en mantener, y que Dios sea el garante de la identidad cristiana, el eje de la vida, la fuente y el referente primero de los actos.

Seguimos pidiendo con san Lucas: “Danos cada día nuestro pan cotidiano”. Al pedir el pan se corre el riesgo de esperar que Dios dé abundancia y hartura, pero no es eso; se pide que no falte en ninguna mesa “el pan de cada día”; como dice el libro de los Proverbios: “no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «Quién es el Señor?»; no sea que robe por necesidad y ofenda el nombre de mi Dios” (Prov 30,8-9). En el medio está la virtud. Equilibrio. Confianza en la providencia. El pan de cada día, mañana Dios dirá. Cada día tiene su afán (Mt 6,34).

Sigue la oración del padrenuestro: perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. Y aquí se nos revela la sabiduría del amor y el perdón. San Mateo añade, que “si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 5,14). No es que Dios no quiera perdonar o amar a quien no perdona ni ama, es que no puede hacerlo sin violentar su libertad. La puerta del corazón es una y no dos como pretenden los hipócritas. Es ignorancia pedir el perdón de Dios, abrir la puerta para que entre Él, y no perdonar al hermano, es decir, tener al mismo tiempo la puerta cerrada al prójimo. Quien honradamente y sinceramente pide perdón a Dios ha descubierto la riqueza de la misericordia y está dispuesto a perdonar al hermano. Lo contrario es hipocresía. No hay dos puertas en el corazón.

Finalmente, el Espíritu invita a reconocernos débiles, necesitados de Dios: “no nos dejes caer en tentación”. Importa pedir esto porque la soberbia hace que nos creamos poderosos y autosuficientes cuando la verdad es que no podemos nada sin la gracia de Dios. “Sin mi -dice Jesús- no podéis hacer nada” (Jn 15,5). San Pablo lo entendió bien: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,16), porque es entonces cuando le doy al Espíritu Santo las riendas de mi vida. Deja, Señor, que sea yo, no hagas por mi nada que yo pueda hacer por mí mismo, pero no me dejes solo, no permitas que me aleje del camino recto.

* * *


Así que ya sabes: cuando ores no pidas al Señor barbaridades tales como que te toque la lotería, que le vaya mal al vecino al que odias o que tu vida sea un lecho de rosas. Tu avaricia, soberbia y comodidad serían tu perdición. No es que no puedas pedir a Dios bienes materiales para ti y los demás. Puedes pedirle, pero termina siempre diciendo: “si me conviene, le conviene a los otros, y si está en línea con tu voluntad concedérmelo”.

Y aprende a orar con oraciones inspiradas. La oración litúrgica de la Iglesia (misa, oficio divino) es oración inspirada; en ella no falta la Palabra de Dios y la garantía que da la comunidad eclesial. Es más fácil equivocarse sólo que en comunidad. No sin razón Jesús enseña a orar diciendo “Padre nuestro” y no “oh Padre mío”. El Padrenuestro es la oración de la Iglesia, nuestra oración. Rezarla sin sentir el calor de los hermanos que cada día oran con estas palabras es un despropósito.

Padrenuestro. No dejes de rezar cada día, al menos tres veces, esta oración. Y alguna vez párate en las palabras y su significado. Una contemplación asidua del Padrenuestro te descubrirá tesoros espirituales que ni siquiera sospechas.

¡Feliz domingo!

Julio 2025

Casto Acedo.  

jueves, 17 de julio de 2025

16º Domingo Ordinario C (20 de Julio)


EVANGELIO
Lc 10,38-42

Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa.

Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano».

Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».

Palabra del Señor. 

* * *

Sorprendente la respuesta de Jesús a Marta en el pasaje evangélico de hoy. Suena como a desprecio por la tarea que realiza. Lo más lógico es que hubiera dicho: “Llevas razón, Marta, tu hermana se está pasando; ahora mismo la mando a ayudarte en el servicio”. Sin embargo, Jesús, lejos de censurar a María la alaba, porque está haciendo algo poco habitual: hacerle sitio a Dios, darle un tiempo y un lugar en su vida.

Tenemos tantas cosas que hacer que no encontramos el momento para imitar a María, para entrar en silencio con Dios y hacer oración. 

Es una experiencia común: si nos ponemos a orar, a meditar un texto del evangelio, o a silenciar el corazón junto a la fuente de la amorosa presencia de Dios, inmediatamente nuestro ego, que vive sólo en y de la apariencia y la productividad,  nos advierte que estamos perdiendo el tiempo; y acuden con urgencia a nuestra mente multitud de asuntos pendientes de atender. Tenemos tiempo para ver televisión, para navegar sin rumbo por internet, para mirar detenidamente los chismorreos de facebook, istagram o whatsapp, para detenernos a comentar el último chisme sobre el vecino, la vecina o el compañero o compañera de trabajo  (¡qué obsesión esa de meternos en la vida del prójimo!), pero cuando se trata de estar a solas con Dios, no hallamos el lugar ni el momento. O tal vez nos asusta porque nos da miedo mirarnos en los ojos de Jesús.
* * *
Podemos vivir la vida desarrollando dos cualidades que pueden ser complementarias u opuestas: SER y HACER. Lo más normal es que nos identifiquemos más con lo que hacemos que con lo que somos. Escucha esta historia de Toni de Mello:

“Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación que era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.
-¿Quién eres? -dijo una Voz.
-Soy la mujer del alcalde -respondió ella.
-Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes.
-Soy una maestra de escuela.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no aparecía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta ¿quién eres?
-Soy una cristiana.
-No he preguntado cuál es tu religión, sino ¿quién eres?
No consiguió pasar el examen y fue enviada nuevamente a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente”.

María, la hermana de Marta, sentada a los pies de Jesús, buscaba la respuesta adecuada a la pregunta acerca de quién era. Porque si es verdad que tenemos una vida “hacia fuera”, unas actividades que nos definen en parte porque muestran algo de nuestros ser; no menos cierto es que tenemos "dentro" otra vida, un mundo interior tan importante o más que el exterior.

Cuidamos lo de fuera: el cuerpo, el alimento, la salud física, la imagen que damos, el estatus, pero ¿qué tiempo dedicamos a cuidarnos por dentro? Si una ecología o cuidado exterior es importante, cuanto más lo es una ecología de interiores. Es lo que hacía María a los pies de Jesús: cuidarse, sanarse y capacitarse para amar.

* * *

El pecado de Marta no es su actividad, su quehacer, sino el modo envenenado de llevarla a cabo. Mírala: afanosa, servicial, eficiente en su tarea de tenerlo todo a punto para la comodidad del huésped. Mientras -pensaba- su hermana no mueve un dedo para ayudarla en algo tan necesario. No pudo evitar el juicio sobre María, lo cual delata además la falta de amor en su trabajo: “¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Su respuesta es poco elegante: criticar, rebajar a su hermana ante Jesús. Sus palabras muestran algo que desgraciadamente no es raro en el género humano: concederse valor desvalorizando al otro. 

La queja de Marta pone al descubierto que lo que está realizando no lo hace movida por un amor de gratuidad, sino con intención de llamar la atención, de ganarse el afecto y la consideración de quienes la observan. Se considera el centro de la escena, no le mueve la humildad sino la soberbia. Más que servir a su prójimo sirve a su propio ego. Está insatisfecha, y de su insatisfacción nace la envidia y la crítica hacia su hermana.

María,  por su parte, dedica tiempo a sanar su corazón, a mirarse en los ojos de Jesús, a entrar desde esa mirada  dentro de sí misma y poder así responder a la pregunta acerca de su verdadera identidad. Jesús la alaba, no por su inactividad física o exterior sino por su inteligencia al valorar el cultivo espiritual. Luego, de su centro iluminado por Jesús, brotarán las obras propias de un corazón enamorado.

El error está en los extremismos: oración sin acción o acción sin oración. Dice santa Teresa que “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer”. No se puede decir más claro que oración y acción, contemplación y vida, han de ir unidas. Una vida de oración sin compromiso es una “vida de beato” en el peor sentido de la palabra; una vida separada de su raíz en Cristo, cae fácilmente en un activismo sin sentido y sin reposo, una vida de esclavos sometidos al estrés. 

* * *

Jesús apostilla: si me das a elegir por importancia entre hacer y ser, "sólo una cosa es necesaria; y María ha escogido la mejor parte", déjala en paz,  ¿Cómo salir de una vida esclava del "hacer"? ¿Cómo conseguir que las prisas y el encanto productivista de la modernidad no nos enganche? La respuesta es escucha, oración y contemplación. Es lo que está haciendo María. 

Jesús no desprecia el servicio de Marta, pero sabe que cualquier tarea es esclava cuando no se hace desde el corazón. Es este un aviso a navegantes en un mundo en el que sólo se valora la rentabilidad material, donde sólo se  educa para conseguir beneficios económicos y donde, tristemente, se echa en falta una educación espiritual que conjugue lo que somos y lo que hacemos. Sólo así seremos felices.

Aprovecha el domingo para ponerte a los pies de Jesús. Descansa, ora, contempla, ama. Mantente firme en ello; habrás escogido la mejor parte, la que ve el mundo  con un corazón enamorado. Y amor de Dios nadie te lo podrá quitar. 

* * *


 He descubierto que el abandono de la oración suele llevarme al desorden en mis tareas. Y cuando las prisas y el estrés me superan, y mi carácter se agria como el de Marta, sé que sólo poniéndome con María a los pies de Jesús recupero la serenidad y la paz. Porque ahí recuerdo quien soy; y sólo cuando sé quien soy cobra sentido lo que hago.

Termino haciéndote participe de un texto que me acompaña mentalmente desde hace años y que me ayuda a valorar y volver a la oración cuando flaquea mi voluntad de dedicarle un tiempo regular.

Me levanté temprano una mañana,
y me lancé a aprovechar el día.
Tenía tantas cosas que hacer,
que no tuve tiempo para rezar.
“¿Por qué no me ayuda Dios?”- me preguntaba.
Y Él me respondió: - “No me los has pedido”.

Quería sentir la alegría y la belleza,
pero el día continuó triste y sombrío.
Me preguntaba por qué Dios no me las había dado.
Y El me dijo: “Es que no me lo has pedido”.

Intenté abrirme paso hasta la presencia de Dios,
y probé todas mis llaves en la cerradura pero no pude abrir.
Y Dios me dijo paciente y amorosamente:
-“Hijo, no has llamado a la puerta”

Pero esta mañana me levanté temprano,
y me tomé una pausa antes de meterme de lleno 
en las tareas del día.
Tenía tantas cosas que hacer, 
que tuve que tomarme tiempo para orar.

(Edwig Lewis, S.J. 
En casa con Dios, pg 88)

¡Feliz domingo!

Julio 2025
Casto Acedo

jueves, 10 de julio de 2025

15º Domingo Ordinario C (13 de Julio)

EVANGELIO 
Lc 10,25-37
Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”. 

¡Palabra del Señor! 

COMENTARIO  

Solemos titular este texto como “parábola del buen samaritano”, aunque sería mejor llamarlo “parábola del samaritano compasivo”, porque lo del "buen" samaritano parece un título que lleva implícita la existencia de "malos"; en este caso serían los judíos (el sacerdote y el levita). Y no existen pueblos ni razas, ni colectivos, esencialmente malos o buenos; sólo personas compasivas o ignorantes y acciones meritorias o censurables. 

La conclusión primera que sacamos de esta parábola es  muy simple: obras son amores y no buenas razones; es decir, no basta decir “¡Señor, Señor!” para entrar en el Reino; se requiere la vida, la ratificación de la palabra con los hechos (cf Mt 17,21).  El mandamiento -dice la primera lectura de hoy- está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14), es decir, está en tu mano. 

Todos conocemos la enseñanza de Jesús,  su “mandamiento del amor”, pero ¿porqué no lo hago efectivo?, ¿qué me lo impide? Si lo importante en esto de amar está en la acción, ¿por qué se paralizan mis miembros cuando se presenta la ocasión?

* * *

Observemos a los personajes de la parábola. Son cinco: un hombre anónimo, un sacerdote, un levita, un samaritano y un posadero.

Al personaje anónimo atracado y malherido podríamos identificarlo con cualquier persona o grupo que es despojado de su dignidad, marginado o directamente descartado. “lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Representa a cualquier ser humano en situación de necesidad y que, “por casualidad”, se cruza en nuestro camino.

En la parábola merecen mención especial el sacerdote y el levita, prototipos de religiosidad en su vertiente moral, ritual o teológica. ¿Por qué no se paran y ayudan al herido? Las razones son tan incomprensibles como evidentes. Tal vez la primera de ellas es que viven tan fuera de sí mismos y de Dios, tan estresados, tan en su mundo, que, “aunque miran no ven”; su obsesión por lo urgente les impide ver lo importante. ¿No te ocurre con frecuencia? Te enfrascas en planes, proyectos, tareas, deberes, … y te olvidas de que ahí, a tu lado, tienes a tu pareja, tus hijos, tus padres, tus vecinos, tus compañeros de trabajo ,… y ni siquiera reparas en ellos.

Una segunda razón para la inacción ante situaciones de injusticia que reclaman la atención es la que expone el pastor y mártir M. Luther King en una homilía orientada a despertar la conciencia de quienes eran remisos al compromiso  en la lucha contra la segregación racial. Comentando esta parábola  señala al miedo como la razón por la que el levita y el sacerdote decidieron pasar de largo. Puede que vivieran el miedo a que los salteadores estuvieran aún al acecho para caer sobre ellos; o incluso puede que el herido no fuera sino un impostor que finge estar herido para a traer incautos caminantes que serían presas fáciles de atrapar.

“Puedo imaginar entonces que la primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fuera: “Si me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué me ocurrirá?”

Es importante reparar en la pregunta; se trata de un enfoque egoísta de la situación: “Si me detengo, … ¿qué me ocurrirá?”. Es evidente que quien se hace esta pregunta sólo piensa en sí mismo, lo cual le hace entrar en pánico, en un miedo que le impulsa a huir de la responsabilidad de atender al herido.  

Hay quien ha anotado que la causa del pasar de largo estaría en las prisas por llegar al templo o la prevención para no incurrir en impureza legal judía tocando un cadáver; pero  no se dice en la parábola que el sacerdote fuera a celebrar unos oficios, ni que el hombre asaltado estuviera ya muerto. Me inclino a creer que lo que les bloquea es el miedo.

Luego llegó el buen samaritano que, por la naturaleza misma de su corazón compasivo, invirtió la pregunta: “Si no me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué le ocurrirá?”. 

Tenemos aquí una pregunta altruista y bondadosa. Este hombre vive en el presente, tiene consciencia de los hechos reales, posee una mente despierta que no se deja atrapar por el miedo de los pensamientos subjetivos. Al no focalizarse en su ego ve la realidad que hay fuera sí. Es un contemplativo compasivo que  vive la presencia y el dolor del herido como  propios; se sabe parte del próximo necesitado y lo siente como parte de su misma humanidad. Despreocuparse de aquel hombre sería despreocuparse de sí mismo. 

Viéndose realmente en la persona y situación del otro se despierta en el samaritano un altruismo y  una bondad naturales que le mueven a la práctica de la misericordia: “lo vio, se compadeció, le vendó las heridas, cargó con él, lo llevó a la posada y lo cuidó”, es decir, se complicó la vida; deja lo urgente que lleva entre manos  y opta por lo importante que le sale al paso. Al hacer eso no se despreocupa de sí mismo; al contrario, sabe que sólo ocupándose del herido se ocupa de sí. El samaritano, más que ola solitaria que acaricia la orilla, se sabe parte del inmenso océano de la humanidad; sabe que sin ella él sería inexistente. Tú eres yo, y yo no puedo ser yo plenamente si no soy tu. ¿No es maravilloso este grado de hermandad? Curar un miembro es sanar el cuerpo.  

Luther King, en la homilía que mencionamos, establece un vínculo entre las enseñanzas de la parábola y los costos personales que se exponían a pagar quienes ayudaban a los afroamericanos en su lucha por la justicia. Aplicó la parábola a las circunstancias que estaba viviendo entonces. A cada uno de nosotros nos costará sacar conclusiones prácticas para nuestro aquí y ahora. Hasta qué punto estoy dispuesto a complicarme la vida practicando la virtud de la caridad?

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Nos queda un último personaje: el posadero. Normalmente lo vemos como una persona de confianza, un hombre honrado. Pero la verdad es que en la antigüedad los posaderos no eran miembros muy respetables de la sociedad. Quienes escuchan la parábola en boca de Jesús también debieron sorprenderse de la bondad del posadero del que habla Jesús. En las posadas eran frecuentes peleas, robos, prostitución, y hasta asesinatos. Dejar a un hombre herido en la posada, fiándose del posadero, es un desafío para el auditorio del narrador. La práctica de la justicia requiere dar un voto de confianza a otros; aunque la vox pópuli los considere inadecuados. Amar es también confiar. Y si, como dice Orígenes en su comentario al texto, la posada es la Iglesia, ¿no es también un gran acto de fe confiar al herido al cuidado de ella? La Iglesia, como la posada, no es casa de perfectos, pero no por eso deja de ser lugar de salvación.

En fin, en esta parábola todos actúan de modo contrario a las expectativas de quienes escuchan el relato. El samaritano, el sacerdote, el levita, el posadero, son personas que escapan a los patrones de conducta que se esperaría de ellos. Ahí está la fuerza de la parábola. Y ahí deberíamos incidir esta semana en nuestra oración. Romper los moldes de las falsas urgencias de nuestra vida para ir a lo verdaderamente importante: la compasión y la misericordia como virtudes a vivir en el presente, aquí y ahora, al ritmo del momento. Esto es lo que quiere decir la Palabra que ya hemos citado:  "El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas -lo vivas-". (Dt 30,14).

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PARA MEDITAR-ORAR

Hay un texto de Facundo Cabral que podría servir de oración para este domingo. Quizá ya lo conozcas. Invita a reconocer dónde está lo verdaderamente urgente en la vida, lo único importante. El Evangelio de hoy es una invitación a no huir del momento, a “vivir el presente”, a conectar con Dios en el único lugar e instante posible: aquí y ahora. Vivir el amor y la compasión hoy-aquí es la única urgencia, porque es lo único importante. Vivir el amor en el instante es vivir. El samaritano compasivo no pierde su vida al ayudar al herido, la encuentra (cf Mt 10,39). Las personas que el Señor pone ante nosotros en cada momento son un regalo que Él nos hace, una oportunidad para ser nosotros mismos, para vivir intensamente el amor.  

FACUNDO CABRAL.

Urgente 

https://www.youtube.com/watch?v=o_nY1lmWwxo

Texto

Para ti, que siempre vives la vida a un ritmo vertiginoso,  quiero recordarte que los más importante que tienes en la vida, eres tú y todos los que te rodean, y recuerda que ...

"Urgente", es una palabra con la que vivimos, día a día, en nuestra agitada vida, y a la cual, le hemos perdido ya todo significado de premura y prioridad.

"Urgente", es la manera más pobre de vivir en este mundo, porque sabes, el día que nos vamos, dejamos pendientes las cosas, que verdadera mente fueron urgentes.

"Urgente" , es que hagas un alto en tu ajeteadra vida, y te preguntes: ¿Que significado tiene todo esto que yo hago?.

"Urgente", es que seas más amigo, más humano, más hermano.

"Urgente", es que sepas valorar el tiempo que te pide un niño, una niña.

"Urgente", es que cada mañana, cuándo veas salir el sol, te impregnes de su calor, y le des gracias al Señor, por tan maravilloso regalo.

"Urgente", es que mires a tu familia, a tus hijos, a tu esposa, y a todos los que te rodean, y valores ese tan maravilloso tesoro.

"Urgente", es que le digas a las personas que quieres, hoy, no mañana, ¡cuánto los quieres!

"Urgente", es que te sepas hijos de Dios, y te des cuenta que él te ama, y quiere verte sonreír feliz y lleno de vida.


"Urgente", es que no se te vaya la vida en un soplo y que cuando mires atrás, seas ya un anciano que no puede echar tiempo atrás, que todo lo hizo urgente... que fue un gran empresario, un gran artista, un gran profesional, que llenó su agenda de urgencias, citas, proyectos, pero dentro de todo, lo más importante... se te olvidó vivir.

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Otro comentario  a la parábola de hoy en:

25º DOMINGO ORDINARIO C (21 de septiembre)

EVANGELIO "Dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Enton...