EVANGELIO
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EVANGELIO
"Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo: «Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos». Él les dijo: «Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación»". (Lc 11,1-4)
¡Palabra del Señor!
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A continuación de este texto narra el evangelista san Lucas la parábola del amigo inoportuno (Lc 11,5-12), donde cuenta que a un hombre se le presenta de noche la inesperada visita de un amigo que iba de viaje y no tiene un pan para darle de comer; entonces importuna a otro amigo, un vecino que duerme plácidamente, y que, por comodidad, no le abre a la primera; pero nuestro personaje insiste hasta que le abre y consigue lo que necesita. Jesús alaba la insistencia de este hombre como modelo de lo que tiene que ser la insistencia y perseverancia en la oración: si el amigo que duerme responde a la llamada a fin de no ser molestado más, ¡cuánto más hará vuestro Padre del cielo que nos ama y no se molesta por nuestras peticiones!
Oración y Espíritu Santo
Es importante orar con perseverancia e insistencia. Pero también lo es orar con inteligencia; sobre todo cuando hacemos oración de petición. He aquí una historia que cuenta Toni de Mello y que atribuye al místico musulmán Sa'di de Shiraz:
“ Cierto amigo mío estaba encantado de que su mujer hubiera quedado embarazada. El deseaba ardientemente tener un hijo varón y así se lo pedía a Dios sin cesar, haciéndole una serie de promesas.
Sucedió que su mujer dio a luz a un niño, por lo que mi amigo se alegró enormemente e invitó a una fiesta a toda la aldea.
Años más tarde, volviendo yo de La Meca, pasé por la aldea de mi amigo y me enteré de que estaba en la cárcel. «¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho?», pregunté. Sus vecinos me dijeron: «Su hijo se emborrachó, mató a un hombre y salió huyendo. De manera que arrestaron al padre y lo metieron en la cárcel»”.
La historia concluye afirmando que es loable hacer oración de petición, pero también es muy peligroso. ¿Por qué? Porque en nuestra ignorancia no sabemos si lo que pedimos es bueno para nosotros y para el mundo. Aun no habiendo mala voluntad por nuestra parte puede que ignoremos las consecuencias últimas de nuestras peticiones. De esa ignorancia quiso sacar Jesús a Santiago y Juan cuando les advierte sobre su empeño en ocupar los primeros puestos en el Reino de Dios cuando éste llegare: “No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber?».” (Mt 20,22). Ignoramos las consecuencias que se puedan derivar de nuestras peticiones a Dios. Por eso conviene atender a lo que recomienda san Pablo si queremos que nuestra oración sea acertada: “El Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8,26).
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La oración es un acto esencialmente espiritual; y no sólo porque es nuestro espíritu el que se expresa en ella; es espiritual porque en su grado más alto es el mismo Espíritu el que ora en nosotros y con nosotros y nos hace decir: "Abba, Padre!" (cf Rm 8,14-15). Cuando no nos dejamos llevar por el Espíritu Santo en la oración corremos el peligro de hacer una “oración mundana”, que busca intereses particulares esperando que Dios se pliegue a los deseos del orante. Una oración peligrosa que podemos desactivar invocando al Espíritu Santo, para que sea Él y no yo quien marque su ritmo.
Dada la importancia del Espíritu Santo en la práctica de la oración, no cabe duda de que el mejor modo de orar cristianamente sin equivocarse es recurriendo a oraciones inspiradas por Él. Hay muchas en la Sagrada Escritura. De hecho, toda la Escritura es Palabra de Dios revelada bajo la inspiración del Espíritu Santo. Por eso es aconsejable y merece la pena orar con los Salmos, con el Magnificat de María (Lc 1,46-55) con el Benedictus de Simeón (Lc 1,68-79), o con cualquier oración o himno del Antiguo o del Nuevo Testamento. Pero, sobre todo, merece la pena orar -al menos tres veces al día- con el Padrenuestro, oración cristiana por excelencia. Orando el Padrenuestro nunca te equivocas. A quien llega a la perfección espiritual le basta esta oración.
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Padrenuestro
Y ¿qué decimos y pedimos en el Padre nuestro? Tras invocar a Dios como Padre, lo cual supone ya un impulso del Espíritu Santo y un acto de abandono a la providencia divina, y tras desear de corazón que su nombre sea santificado sobre cualquier otro, pedimos que su Reino de paz, justicia y amor venga cuanto antes; es decir, que su Evangelio sea el eje de la vida humana y la piedra angular sobre la que se construya el mundo.
Aunque san Lucas no incluye la petición “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (cf Mt 6,10), al pedir que venga el Reino ya se estoy deseando y pidiendo a Dios que sea el motor de todo. Pido, por tanto, que el mundo y mi vida no sean lo que yo quiero sino lo que Él quiera; “dejar que Dios sea Dios”, permitir que el despliegue de mi ser y de la historia, el entorno físico, social y espiritual en el que vivo, lo marque Él y yo lo acepte con fe, y lo viva con esperanza y amor. Dejo que Dios sea Dios en los acontecimientos de mi vida, lo contemplo y me dejo llevar por lo que me inspira y me sugiere hacer en cada momento. En una palabra: pido que desaparezca de mi vida el ego, ese personaje de ficción que nos empeñamos en mantener, y que Dios sea el garante de la identidad cristiana, el eje de la vida, la fuente y el referente primero de los actos.
Seguimos pidiendo con san Lucas: “Danos cada día nuestro pan cotidiano”. Al pedir el pan se corre el riesgo de esperar que Dios dé abundancia y hartura, pero no es eso; se pide que no falte en ninguna mesa “el pan de cada día”; como dice el libro de los Proverbios: “no me des riqueza ni pobreza, concédeme mi ración de pan; no sea que me sacie y reniegue de ti, diciendo: «Quién es el Señor?»; no sea que robe por necesidad y ofenda el nombre de mi Dios” (Prov 30,8-9). En el medio está la virtud. Equilibrio. Confianza en la providencia. El pan de cada día, mañana Dios dirá. Cada día tiene su afán (Mt 6,34).
Sigue la oración del padrenuestro: “perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe”. Y aquí se nos revela la sabiduría del amor y el perdón. San Mateo añade, que “si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas” (Mt 5,14). No es que Dios no quiera perdonar o amar a quien no perdona ni ama, es que no puede hacerlo sin violentar su libertad. La puerta del corazón es una y no dos como pretenden los hipócritas. Es ignorancia pedir el perdón de Dios, abrir la puerta para que entre Él, y no perdonar al hermano, es decir, tener al mismo tiempo la puerta cerrada al prójimo. Quien honradamente y sinceramente pide perdón a Dios ha descubierto la riqueza de la misericordia y está dispuesto a perdonar al hermano. Lo contrario es hipocresía. No hay dos puertas en el corazón.
Finalmente, el Espíritu invita a reconocernos débiles, necesitados de Dios: “no nos dejes caer en tentación”. Importa pedir esto porque la soberbia hace que nos creamos poderosos y autosuficientes cuando la verdad es que no podemos nada sin la gracia de Dios. “Sin mi -dice Jesús- no podéis hacer nada” (Jn 15,5). San Pablo lo entendió bien: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,16), porque es entonces cuando le doy al Espíritu Santo las riendas de mi vida. Deja, Señor, que sea yo, no hagas por mi nada que yo pueda hacer por mí mismo, pero no me dejes solo, no permitas que me aleje del camino recto.
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Así que ya sabes: cuando ores no pidas al Señor barbaridades tales como que te toque la lotería, que le vaya mal al vecino al que odias o que tu vida sea un lecho de rosas. Tu avaricia, soberbia y comodidad serían tu perdición. No es que no puedas pedir a Dios bienes materiales para ti y los demás. Puedes pedirle, pero termina siempre diciendo: “si me conviene, le conviene a los otros, y si está en línea con tu voluntad concedérmelo”.
Y aprende a orar con oraciones inspiradas. La oración litúrgica de la Iglesia (misa, oficio divino) es oración inspirada; en ella no falta la Palabra de Dios y la garantía que da la comunidad eclesial. Es más fácil equivocarse sólo que en comunidad. No sin razón Jesús enseña a orar diciendo “Padre nuestro” y no “oh Padre mío”. El Padrenuestro es la oración de la Iglesia, nuestra oración. Rezarla sin sentir el calor de los hermanos que cada día oran con estas palabras es un despropósito.
Padrenuestro. No dejes de rezar cada día, al menos tres veces, esta oración. Y alguna vez párate en las palabras y su significado. Una contemplación asidua del Padrenuestro te descubrirá tesoros espirituales que ni siquiera sospechas.
¡Feliz domingo!
Julio 2025
Casto Acedo.
Palabra del Señor.
Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo. Pero un samaritano que iba de viaje llegó adonde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré cuando vuelva”.
¡Palabra del Señor!
La conclusión primera que sacamos de esta parábola es muy simple: obras son amores y no buenas razones; es decir, no basta decir “¡Señor, Señor!” para entrar en el Reino; se requiere la vida, la ratificación de la palabra con los hechos (cf Mt 17,21). “El mandamiento -dice la primera lectura de hoy- está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas” (Dt 30,14), es decir, está en tu mano.
Todos conocemos la enseñanza de Jesús, su “mandamiento del amor”, pero ¿porqué no lo hago efectivo?, ¿qué me lo impide? Si lo importante en esto de amar está en la acción, ¿por qué se paralizan mis miembros cuando se presenta la ocasión?
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Observemos a los personajes de la parábola. Son cinco: un hombre anónimo, un sacerdote, un levita, un samaritano y un posadero.
Al personaje anónimo atracado y malherido podríamos identificarlo con cualquier persona o grupo que es despojado de su dignidad, marginado o directamente descartado. “lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Representa a cualquier ser humano en situación de necesidad y que, “por casualidad”, se cruza en nuestro camino.
En la parábola merecen mención especial el sacerdote y el levita, prototipos de religiosidad en su vertiente moral, ritual o teológica. ¿Por qué no se paran y ayudan al herido? Las razones son tan incomprensibles como evidentes. Tal vez la primera de ellas es que viven tan fuera de sí mismos y de Dios, tan estresados, tan en su mundo, que, “aunque miran no ven”; su obsesión por lo urgente les impide ver lo importante. ¿No te ocurre con frecuencia? Te enfrascas en planes, proyectos, tareas, deberes, … y te olvidas de que ahí, a tu lado, tienes a tu pareja, tus hijos, tus padres, tus vecinos, tus compañeros de trabajo ,… y ni siquiera reparas en ellos.
Una segunda razón para la inacción ante situaciones de injusticia que reclaman la atención es la que expone el pastor y mártir M. Luther King en una homilía orientada a despertar la conciencia de quienes eran remisos al compromiso en la lucha contra la segregación racial. Comentando esta parábola señala al miedo como la razón por la que el levita y el sacerdote decidieron pasar de largo. Puede que vivieran el miedo a que los salteadores estuvieran aún al acecho para caer sobre ellos; o incluso puede que el herido no fuera sino un impostor que finge estar herido para a traer incautos caminantes que serían presas fáciles de atrapar.
“Puedo imaginar entonces que la primera pregunta que se hicieron el sacerdote y el levita fuera: “Si me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué me ocurrirá?”
Es importante reparar en la pregunta; se trata de un enfoque egoísta de la situación: “Si me detengo, … ¿qué me ocurrirá?”. Es evidente que quien se hace esta pregunta sólo piensa en sí mismo, lo cual le hace entrar en pánico, en un miedo que le impulsa a huir de la responsabilidad de atender al herido.
Hay quien ha anotado que la causa del pasar de largo estaría en las prisas por llegar al templo o la prevención para no incurrir en impureza legal judía tocando un cadáver; pero no se dice en la parábola que el sacerdote fuera a celebrar unos oficios, ni que el hombre asaltado estuviera ya muerto. Me inclino a creer que lo que les bloquea es el miedo.
Luego llegó el buen samaritano que, por la naturaleza misma de su corazón compasivo, invirtió la pregunta: “Si no me detengo para ayudar a este hombre, ¿qué le ocurrirá?”.
Tenemos aquí una pregunta altruista y bondadosa. Este hombre vive en el presente, tiene consciencia de los hechos reales, posee una mente despierta que no se deja atrapar por el miedo de los pensamientos subjetivos. Al no focalizarse en su ego ve la realidad que hay fuera sí. Es un contemplativo compasivo que vive la presencia y el dolor del herido como propios; se sabe parte del próximo necesitado y lo siente como parte de su misma humanidad. Despreocuparse de aquel hombre sería despreocuparse de sí mismo.
Viéndose realmente en la persona y situación del otro se despierta en el samaritano un altruismo y una bondad naturales que le mueven a la práctica de la misericordia: “lo vio, se compadeció, le vendó las heridas, cargó con él, lo llevó a la posada y lo cuidó”, es decir, se complicó la vida; deja lo urgente que lleva entre manos y opta por lo importante que le sale al paso. Al hacer eso no se despreocupa de sí mismo; al contrario, sabe que sólo ocupándose del herido se ocupa de sí. El samaritano, más que ola solitaria que acaricia la orilla, se sabe parte del inmenso océano de la humanidad; sabe que sin ella él sería inexistente. Tú eres yo, y yo no puedo ser yo plenamente si no soy tu. ¿No es maravilloso este grado de hermandad? Curar un miembro es sanar el cuerpo.
Luther King, en la homilía que mencionamos, establece un vínculo entre las enseñanzas de la parábola y los costos personales que se exponían a pagar quienes ayudaban a los afroamericanos en su lucha por la justicia. Aplicó la parábola a las circunstancias que estaba viviendo entonces. A cada uno de nosotros nos costará sacar conclusiones prácticas para nuestro aquí y ahora. Hasta qué punto estoy dispuesto a complicarme la vida practicando la virtud de la caridad?
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Nos queda un último personaje: el posadero. Normalmente lo vemos como una persona de confianza, un hombre honrado. Pero la verdad es que en la antigüedad los posaderos no eran miembros muy respetables de la sociedad. Quienes escuchan la parábola en boca de Jesús también debieron sorprenderse de la bondad del posadero del que habla Jesús. En las posadas eran frecuentes peleas, robos, prostitución, y hasta asesinatos. Dejar a un hombre herido en la posada, fiándose del posadero, es un desafío para el auditorio del narrador. La práctica de la justicia requiere dar un voto de confianza a otros; aunque la vox pópuli los considere inadecuados. Amar es también confiar. Y si, como dice Orígenes en su comentario al texto, la posada es la Iglesia, ¿no es también un gran acto de fe confiar al herido al cuidado de ella? La Iglesia, como la posada, no es casa de perfectos, pero no por eso deja de ser lugar de salvación.
En fin, en esta parábola todos actúan de modo contrario a las expectativas de quienes escuchan el relato. El samaritano, el sacerdote, el levita, el posadero, son personas que escapan a los patrones de conducta que se esperaría de ellos. Ahí está la fuerza de la parábola. Y ahí deberíamos incidir esta semana en nuestra oración. Romper los moldes de las falsas urgencias de nuestra vida para ir a lo verdaderamente importante: la compasión y la misericordia como virtudes a vivir en el presente, aquí y ahora, al ritmo del momento. Esto es lo que quiere decir la Palabra que ya hemos citado: "El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca, para que lo cumplas -lo vivas-". (Dt 30,14).
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PARA MEDITAR-ORAR
Hay un texto de Facundo Cabral que podría servir de oración para este domingo. Quizá ya lo conozcas. Invita a reconocer dónde está lo verdaderamente urgente en la vida, lo único importante. El Evangelio de hoy es una invitación a no huir del momento, a “vivir el presente”, a conectar con Dios en el único lugar e instante posible: aquí y ahora. Vivir el amor y la compasión hoy-aquí es la única urgencia, porque es lo único importante. Vivir el amor en el instante es vivir. El samaritano compasivo no pierde su vida al ayudar al herido, la encuentra (cf Mt 10,39). Las personas que el Señor pone ante nosotros en cada momento son un regalo que Él nos hace, una oportunidad para ser nosotros mismos, para vivir intensamente el amor.
FACUNDO CABRAL.
Urgente
https://www.youtube.com/watch?v=o_nY1lmWwxo
Texto
Para ti, que siempre vives la vida a un ritmo vertiginoso, quiero recordarte que los más importante que tienes en la vida, eres tú y todos los que te rodean, y recuerda que ...
"Urgente", es una palabra con la que vivimos, día a día, en nuestra agitada vida, y a la cual, le hemos perdido ya todo significado de premura y prioridad.
"Urgente", es la manera más pobre de vivir en este mundo, porque sabes, el día que nos vamos, dejamos pendientes las cosas, que verdadera mente fueron urgentes.
"Urgente" , es que hagas un alto en tu ajeteadra vida, y te preguntes: ¿Que significado tiene todo esto que yo hago?.
"Urgente", es que seas más amigo, más humano, más hermano.
"Urgente", es que sepas valorar el tiempo que te pide un niño, una niña.
"Urgente", es que cada mañana, cuándo veas salir el sol, te impregnes de su calor, y le des gracias al Señor, por tan maravilloso regalo.
"Urgente", es que mires a tu familia, a tus hijos, a tu esposa, y a todos los que te rodean, y valores ese tan maravilloso tesoro.
"Urgente", es que le digas a las personas que quieres, hoy, no mañana, ¡cuánto los quieres!
"Urgente", es que te sepas hijos de Dios, y te des cuenta que él te ama, y quiere verte sonreír feliz y lleno de vida.
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Otro comentario a la parábola de hoy en:Feliz domingo
Julio 2025
Casto Acedo
EVANGELIO "Dijo Jesús a sus discípulos: «Un hombre rico tenía un administrador, a quien acusaron ante él de derrochar sus bienes. Enton...