viernes, 26 de mayo de 2023

Dios es Espíritu (Pentecostés, domingo 21 de Mayo)


HECHOS DE LOS APÓSTOLES
 2,1-11

AL cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.

Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:

«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa? Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

¡Palabra de Dios!

*


La semana pasada, celebrando la Ascensión, el Señor nos invitaba a quedarnos en casa a la espera del Espíritu. “Les ordenó que no se alejaran de Jerusalén" (Hch 2,4). Hoy, tras unos días de espera en oración, celebramos el envío y recepción del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es la persona más desconocida de la Santísima Trinidad. Y no sólo por ser la más difícil de dibujar o imaginar mentalmente. Es una persona que se resiste a ser cosificada. Pintamos al Padre como un abuelo sabio, canoso e indulgente, con reminiscencias manidas adquiridas desde la parábola del hijo pródigo. Al hijo le solemos representar con un rostro de atractiva humanidad. Pero para el Espíritu Santo nos faltan imágenes de referencia; para describirlo recurrimos a símbolos: paloma, agua, viento, rocío, fuego, aceite, etc.,  que evocan, pero que no logran definir por sí mismas el Misterio de Dios. 

Una de las cosas buenas que tiene la tercera Persona de la Santísima Trinidad es que es difícil de objetivar en una concreta imagen externa. Las representaciones materiales son fácilmente manipulables; el cuadro o imagen del santo o la santa a quien acude el devoto permanece siempre el mismo (¡que no nos cambien el santo!), los símbolos, sin embargo, se disipan o se consumen, quedando sólo la referencia a lo simbolizado; de este modo remiten siempre a un reconocimiento más espiritual que material.

Al Espíritu no le solemos dar culto sacando una enorme paloma en andas procesionales, ni poniendo cañones de aire que ventilen artificialmente los templos y las calles. Tampoco idolatrando un cirio, una hoguera o una pila de agua bendita; aunque algunos lo intenten. El Espíritu (mayúsculas) sólo puede ser adorado y reconocido en el espíritu (minúscula). Sin cultivo de una espiritualidad genuina, sin vida interior, no hay culto a Dios. La dificultad a la hora de acercarnos a Dios-Espíritu-Santo  no está tanto en la imposibilidad para imaginarlo sino en la poca relevancia que le damos en la vida personal y en la vida de la comunidad. 

Como realidad espiritual Dios Espíritu Santo nos previene de la idolatría material de las imágenes (cf Ex 20,3-4) e invita a ser conocido desde la fe que se nutre en la experiencia, a ser adorado como Presencia (presente) en el corazón del creyente, y en el halo de divinidad que envuelve a toda la creación.  “Se acerca la hora, ya está aquí, –dijo Jesús a la Samaritana- en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que lo adoren así.  Dios es espíritu, y los que adoran deben hacerlo en espíritu y verdad».  (Jn 4, 23-24).


* * *
Pentecostés celebra la fiesta del Espíritu, fiesta de Dios, porque Dios es Espíritu. ¿Qué ocurrió en Pentecostés? Algo  muy grande. Incomprensible. Inefable. El libro de Hechos de los apóstoles habla de un grupo de personas reunidas en un mismo lugar, en oración, abiertas en fe al porvenir de una promesa. En realidad no saben cómo continuar la obra del Resucitado, pero confían. Por eso oran a pecho descubierto, vacíos de ego, abiertos al don de Dios. Y cuando retumba el lugar, sopla el viento y se posa en ellos el fuego, no cierran sus ventanas por miedo a una catástrofe, sino que se dejan invadir por esa Presencia de aire, luz y energía que cambia sus vidas y les impulsa a salir de sí e iniciar la misión en comendada por Jesús.

Estamos hablando del un encuentro real y vivo con el Espíritu; o sea,  de una experiencia de Dios. Aquellos hombres y mujeres no fueron motivados a evangelizar partiendo de unos planes pastorales o ideas geniales acerca de Dios (teologías). Salieron llenos de Espíritu y de vida. No supieron como decir lo que estaban viviendo, pero todos comunicaban y a todos se les entendía como si hablaran la lengua materna de los oyentes. Muchos se reían de ellos, pero no les importaba, porque habían dejado atrás el culto al qué dirán. 

Pedro da la razón de todo lo que sucede: Dios ha resucitado a Jesús, al que matasteis, y "ha derramado su Espíritu, tal como vosotros mismos estáis viendo y oyendo" (Hch 2,33).   La promesa del Nazareno, que había dicho que “cuando sea levantado (crucifixión, ascensión) sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32) se está cumpliendo.

Había en el lugar gente "venidas de todos los pueblos que hay bajo el cielo. ... acudió la multitud y quedaron desconcertados, estupefactos y admirados, diciendo: ¿No son galileos todos estos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros les oímos hablar en nuestra lengua nativa?" (Hch 2,5-8).  Se refieren a  la lengua del Espíritu Santo, lengua nativa, maternal, universal: el lenguaje del amor.

En medio del desconcierto, el estupor y la admiración que produce la pluralidad y diversidad de modos y maneras, hay un punto de unidad: un mismo Espíritu, "un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, actúa por medio de todos y está en todos" (Ef 4,5-6). Cuando Dios, "luz que ilumina a todas las naciones" (Lc 2,32), es acogido todo se unifica. Es un indicativo claro de hacia donde debe caminar la Iglesia, que no es sino hacia donde el Espíritu la lleva, a la edificación de una comunidad universal donde el amor sea el único criterio de pertenencia. 


Pide el don del Espíritu para ti, para la Iglesia y para el mundo. Este Soplo divino es la clave secreta, escondida, misteriosa, para alcanzar la paz, el progreso y el entendimiento entre todos los seres de la tierra; porque "hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Dios que obra todo en todos" (1 Cor 12,4-6).

¡Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.

Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.

Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno!

Amén.
😊

Mayo 2023
Casto Acedo.

sábado, 20 de mayo de 2023

Ascensión del Señor (21 de Mayo)


EVANGELIO
Mt 28,16-20 

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:

«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».

¡Palabra del Señor!

*

Las despedidas siempre son tristes, pero necesarias; son la expresión de algo que siendo muy humano nos cuesta aceptar: la independencia y la libertad. El apego a las personas, la dependencia de ellas impiden el crecimiento. Hay que poner distancias para comenzar a ser uno mismo.

Jesús, tras haber caminado con los suyos por los pueblos de Judea, Samaría y Galilea; después de compartir con ellos su vida, su pasión, su muerte y su resurrección ha de volver al Padre. “Es necesario que yo me vaya”, dice a los suyos.

Los últimos domingos lo hemos visto animándolos a no desfallecer, “que no se turbe vuestro corazón” (Jn 14,1)no os inquiete  mi partida; no os abandono, “no os dejaré huérfanos, volveré a vosotros” (14,18). Hoy, día de la Ascensión, Jesús parte definitivamente  a los cielos. Su manifestación histórica llega a su término. Vino del seno de la Trinidad y vuelve al mismo lugar. Este gesto nos da a entender que también nosotros, que “venimos de Dios” estamos destinados a regresar a Él. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas. Me voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo” (14,3). Jesús nos ha mostrado con el ejemplo de su vida el camino espiritual a seguir. De Dios venimos, a Dios vamos.

En el momento mismo de su partida, anima a los suyos seguir la tarea que le trajo al mundo: despertar la conciencia de la humanidad para que se vuelva al mismo Dios del que procede. Para ello les da este mandato: “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar lo que os he mandado”.

Un mandato múltiple: “haced discípulos”, “bautizad”, “enseñar”. La Iglesia sigue cumpliendo ese mandato, pero ¿acertadamente?  Desde luego la Iglesia bautiza, enseña y hace discípulos; sin embargo, creo que hemos perdido el orden. El primer mandato del Señor es “haced discípulos”, y a partir de ahí bautizar y enseñar.

¿Cuál puede ser el principal déficit de la evangelización hoy? Muchos sostienen que es la falta de conexión entre la fe y la vida. Hay prácticas rituales cristianas que realizamos, normas morales cristianas que procuramos cumplir, pero falta espiritualidad cristiana, vida animada desde dentro por el Espíritu, vida discipular. Hemos reducido la Iglesia a una comunidad masiva donde se “bautiza” (bautismos, comuniones, confirmaciones, confesiones, bodas,...), incluso se “enseña” (se dan principios morales), pero ¿cómo andamos en lo de “haced discípulos”? Jesús es lo primero que manda. ¿No da la sensación de que sobran bautizados y faltan discípulos? Sin discipulado, sin seguimiento de la persona de Jesús, sin amor al Maestro, sin dinámica interior cristiana, sin conexión fe-vida, ¿de qué sirven las prácticas rituales?

Discípulo es quien ha conocido a Jesús, se siente enamorado de su persona, ha “visto” sus enseñanzas haciéndolas suyas, y está preparado para seguir sus huellas tras su partida. Con la mirada puesta en Dios en sus mandatos está en espera atento a recibir el bautismo del Espíritu Santo, preparado para recibirse, saberse y decirse “cristiano adulto”.

* * *

El próximo domingo es Pentecostés, la fiesta del Espíritu. Con esa solemnidad culmina la Pascua. En estos domingos nos hemos afianzado en que merece la pena seguir al Resucitado. Nos hemos alegrado por su presencia histórica. Permanecemos en oración atentos a la venida del Espíritu. Sentimos hoy su partida, lamentamos que no siga físicamente con nosotros. Pero si ha tocado nuestra vida, si a pesar de haberse ido a los cielos la ilumina, si nos sentimos unidos a Él en el quehacer de cada día, si nos fascina su modo de ver la realidad y de actuar ante ella, si somos discípulos, no debemos perder la esperanza.

La mayoría hemos sido bautizados cuando éramos unos bebés. No es un inconveniente para ser cristiano, pero si puede serlo si creemos que por habérsenos "echado el agua" ya lo somos de veras. “Cristiano quiere decir discípulo de Cristo”, rezaba el catecismo que aprendí. Hoy entiendo que “ser discípulo” es algo más que ser bautizado. Hay un segundo bautismo, el bautismo del Espíritu, la conversión auténtica a Cristo más allá de los formalismos sacramentales.

Jesús se va. Es necesario. Al marcharse te invita implícitamente a revisar tu identidad de discípulo, a renovar tu bautismo dejándote llevar por su Espíritu y a profundizar cada día más en sus enseñanzas. Y explícitamente te manda que con tu palabra y tu testimonio hagas discípulos a quienes encuentras en tu camino, para que reciban el bautismo (o activen el bautismo recibido abriéndose al Espíritu recibido en él) y conozcan y vivan cada vez más en la espiritualidad del Evangelio de Cristo.

No hay duda alguna de que el evangelio de hoy, al poner como primera obligación del misionero el "haced discípulos", está dando una clara consigna para la renovación pastoral de nuestras parroquias. Sabemos que el giro desde una sacramentalización enquistada hasta un discipulado fluido y evangelizador no es fácil; pero también sabemos que, para superar el neopaganismo ambiental que nos envuelve e incluso penetra en ciertas capas de la institución eclesial, no estamos solos.

“Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos”. Su Espíritu sigue haciéndolo presente. ¡Adelante con tu renovación espiritual y con tu misión eclesial!


Mayo 2023
Casto Acedo

viernes, 12 de mayo de 2023

El Espíritu de la verdad (Domingo, 14 de Mayo)

EVANGELIO
Jn 14,15-21

Dijo Jesús a sus discípulos:
«Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Y yo le pediré al Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad. El mundo no puede recibirlo, porque. no lo ve ni lo conoce; vosotros, en cambio, lo conocéis, porque mora con vosotros y está en vosotros. 
No os dejaré huérfanos, volveré a vosotros. Dentro de poco el mundo no me verá, pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo. Entonces sabréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros. 
El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él».

Palabra del Señor

 

Verdad y verdades

Basta abrir los medios tradicionales de comunicación o las redes sociales para comprobar que hoy la verdad no es precisamente un valor en alza. La sociedad de la información es paradójicamente sociedad de la desinformación. Nunca hubo tantos medios de información y nunca estuvimos tan mal informados. No es accidental el hecho de que un gobierno establezca una "oficina anti-bulos" para prevenir el daño que la no-verdad puede ejercer sobre la ciudadanía. Idea noble y digna de elogio si no escondiera el peligro de crear un ministerio de la verdad que, en otra paradoja evidente, sería la consagración de la mentira. 

Esta supuesta defensa de la verdad se predica sin tener en cuenta la jaculatoria pos-moderna que repite incansable que todo es relativo y que no hay verdad, sólo verdades. Hoy se habla incluso de la post-verdad, que no es sino la construcción mediática de los hechos a gusto del consumidor. Si la mentira es "decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar", la post-verdad es la elevación de la mentira a categoría de verdad objetiva, es decir, lograr que las cosas no sean lo que son sino lo que yo quiero que sean. 

Pero, seamos honrados: la verdad existe, la post-verdad no. Y el peligro está en construir una sociedad sobre verdades parciales subjetivas y contrarias  cuando sólo la verdad objetiva es digna de fe. ¿No se da a menudo la situación de dos visiones subjetivas enfrentadas e incapaces de crear comunión al no aceptar una verdad objetiva? 

Todo esto, más allá de parecer un juego de palabras, es algo muy serio, porque en el juego de la verdad arriesgamos algo tan importante como la paz social. A la situación actual de Europa y de España me remito. ¿No consiste la paz entre Rusia y Ucrania en acordar una sola verdad? ¿No hay en España un cierto tufillo a verdades a medias que no hacen sino crear divisiones? 

A un mundo sin verdad o medias verdades (no sabemos qué es peor) nos han ido acercando los maestros de la sospecha (Feuerbach, Marx, Nietzsche y Freud): no hay Dios, no hay justicia, no hay nada, no hay realidad. No hay verdad. Todo es motivo de sospecha, nada digno de confianza. No hay Dios, sólo hay "nada". ¿Será cierto? Y si lo es, ¿no hay nada ni nadie en qué o en quien confiar? Si no hay una verdad absoluta que esté por encima de nuestras verdades, ¿hacia dónde vamos? ¿No estamos perdidos en el espacio?

En una palabra, ¿no nos estamos quedando huérfanos? 


El espíritu de la verdad 

El Señor, poco antes de partir -próximamente celebraremos el día de la Ascensión-, promete que no dejará huérfanos a los suyos, sino que les mandará un Defensor al que, curiosamente, define como el “Espíritu de la Verdad” (Jn 14,17). 

¿Es posible que exista este Espíritu? La "Verdad", así, en singular absoluto, es una palabra caída en desuso, y ya hemos dado a entender que insignificante para el hombre contemporáneo. Sin embargo, Jesús dijo: “Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz. Pilato le responde:“¿Y qué es la verdad?”(Jn 18,37-38). La pregunta del procurador quedó en suspenso, sin respuesta. Tal vez por su escepticismo pueda ser considerado Pilato un adelantado a nuestro tiempo en el que creer en la verdad es ser un hereje de la -otra paradoja- "absoluta relatividad".

Hay verdad. Y la podemos definir con dos palabras que se complementan mutuamente: amor y humildad. Si se ha de creer en algo éste algo es el Amor; y a este Amor sólo se puede acceder  desde la humildad. 

Y es evidente que, para llegar a conocer y vivir la verdad como humildad se precisa una alta dosis de conocimiento de sí, otro valor en declive debido a los engaños y a utoengaños a los que nos someten y  nos sometemos.

¿Cómo llegar a alcanzar humildad? Santa Teresa aprendió en la contemplación que humildad y verdad son dones de Dios, y van de la mano.
"Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y púsoseme delante -a mi parecer sin considerarlo, sino de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad, que lo es muy grande no tener cosa buena de nosotros, sino la miseria y ser nada; y quien esto no entiende, anda en mentira" (6M 10,7). 
La santa recibió esta revelación en una intuición divina -"sin considerarlo, sino de presto"-: sólo en la Verdad que es Dios, se tiene acceso a la verdad que somos y estamos llamados a vivir. Dios. El Espíritu de la verdad (Jn 14,16), que arraiga allí donde hay humildad, es el único que nos garantiza una verdad sólida. 


Adoradores en espíritu y en verdad

Enfrentado al Dios de la Verdad está el Príncipe de la mentira, el diablo, que trabaja para que sigamos ignorando el Amor, lo cual equivale a ignorar a Dios. Así  quien adora al señor de la mentira “no puede recibir al Espíritu de la Verdad, ya que no lo ve ni lo conoce” (Jn 14,17), es decir, lo ignora. Cuestión aparte es si se trata de una ignorancia culpable o inocente.

A menos que pongamos algún remedio el señor de la mentira va ganando terreno y haciendo poco a poco su obra. ¿Qué hacer? Jesús envía el “Espíritu de la verdad” que nos libera de nuestras mentiras y de las falsedades en y con las cuales nos tiene encadenado el mundo. “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad –dice Jesús- , os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16,13).

Hay una palabra que define a Dios como la verdad: “amen”. Es una palabra que significa algo sólido, digno de confianza, estable, para siempre. Cuando se habla de Dios en la Biblia se dice de él que es fiel. La verdad es Dios, porque es digno de confianza y no falta nunca a sus promesas. En él la verdad se equipara a la fidelidad. El Dios de la verdad es el Dios fiel. Podemos fiarnos de Dios, podemos abandonarnos confiadamente a él, porque no nos defraudará. Él es la verdad porque es fidelidad amorosa, amor invencible.

Y esta verdad-amor que es Dios se ha manifestado en Jesucristo. En la persona de Jesucristo se revela la verdad de Dios, la verdad del hombre y, por tanto, también la propia verdad. Abrazar la verdad que es Jesús es abrazar su evangelio: “En verdad, en verdad, os digo... (amen, amen, dico vobis)”.

Cristo ha venido a dar testimonio de la verdad. Con Él cambia el modo de entender las relaciones con Dios y con el prójimo. Hay que construir no desde la ley y el templo, sino desde la verdad. “La ley fue dada por Moisés, por Cristo viene la gracia y la verdad” (Jn 1,17). “Llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4,23). Todos sabemos lo que quiere decir esto; los profetas del Antiguo Testamento ya habían preparado el terreno cuando echaron en cara a los poderosos la falsedad de su fe y de sus actos de culto.

Lo que Dios quiere es “adoradores en espíritu y en verdad”, o lo que es lo mismo, hombres misericordiosos capaces de servir a Dios y a los hombres sin artimañas ni componendas, en la desnudez de la verdad. Vivir en la verdad es amar. Del odio no surge conocimiento alguno sino oscuridad e ignorancia. Conocer la verdad es conocer a Dios, y este conocimiento viene del amor y se manifiesta en el amor. “Quien dice: ´Yo le conozco´ y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él” (1 Jn 2,4). 

Hay que ser muy humilde para aceptar la Palabra de Dios como la verdad definitiva sobre la persona, el mundo y la historia. Pero es el camino; basta dejarle a Dios la última palabra.

Sé pues, celosamente libre para buscar la verdad, y celosamente humilde para  seguir siendo libre.

Mayo 2023
Casto Acedo.

jueves, 4 de mayo de 2023

Felipe y Tomás (7 de Mayo)

 

¿Pueden dos personas pasar semanas, meses, incluso años, viviendo juntas y a pesar del tiempo y la cercanía decir que no se conocen? ¿Se puede compartir, camino, casa, mesa, incluso lecho, con alguien sin llegar a conocerlo en profundidad?

¡Pues sí! La experiencia enseña que dos personas que comparten muchas circunstancias de la vida (esposos, hermanos, compañeros de estudio o trabajo, etc.) pueden no llegar a compartir lo más sagrado: su interioridad. Se comparten cosas (tiempo, dinero, espacio, aficiones, ideas...incluso los propios cuerpos, como en el caso de los esposos y/o amantes), y sin embargo, el corazón, la identidad personal del otro, puede permanecer ajena, extraña y lejana.

Felipe

Algo así le pasó a Felipe. Había compartido con Jesús los caminos, la mesa, el trato cercano y directo; le había oído hablar una y otra vez del Padre, incluso le vio hacer milagros. En el tiempo que llevaba con Él le había sorprendido su grandiosa sencillez, su modo de conjugar la voluntad del Padre con su libertad inaudita ante los hombres,... pero aún no le conocía a fondo, no había entrado en el misterio de Dios que era Jesús. En lenguaje teológico actual podríamos decir que conocía al Jesús histórico, pero aún no se había acercado al Cristo de la fe.

Por eso, en su ignorancia hace a Jesús una petición: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Y Jesús le responde como con palabras a la vez duras y cariñosas: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,8-9).

Felipe, discípulo y apóstol, estaba en la primera fase de su conocimiento de Jesucristo. Le fascina su humanidad. Pero su persona encierra un misterio que el Evangelio de san Juan, con claro enfoque pospascual, va poniendo poco a poco en evidencia: su divinidad. Todos los signos que hace y las palabras que dice Jesús tienen como finalidad mostrar ese misterio; el evangelio ha sido escrito "para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31)

Cada uno de nosotros podemos pasar años siguiendo a Jesús, oyéndole, contemplándole en su deambular evangélico por Galilea, Samaria y Judea, etc., pero puede que aún no nos hayamos dado cuenta de que Jesús es el rostro visible del Padre Dios. La humanidad de Jesús nos fascina, porque nos atrae su abundante ternura y misericordia. Su muerte la asimilamos como final lógico de un hombre bueno a manos de los malvados a los que resulta molesto. Sin embargo, el hecho fundamental de su divinidad que es la resurrección, no es tan fácil de digerir por nuestra mentalidad cientificista.

Y aquí entra en juego la contemplación serena, la mirada a Jesús "desde la otra orilla", la consideración de la persona de Jesús, de su ser, más allá de sus obras, de su hacer: "¿Quién es este...?" (Mc 4,41, Lc 7,49; 9,9; ; Mt 21,10). Hay un inconveniente para conocer el misterio de la persona de Jesús; sólo se accede al "secreto de la persona de Jesús" por el camino de la gracia, es puro don de Dios. "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", dijo Pedro en Cesarea de Filipo, y Jesús le responde "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt 16,16-17).


"Se encarnó por obra del Espíritu Santo, y se hizo hombre", reza el credo. "Dios hecho hombre". Una afirmación que tal vez por ser tan excesivamente proclamada y oída en ámbitos doctrinales y litúrgicos ha perdido fuerza e impacto vital. Si nos permitiéramos una encuesta entre los que se dicen cristianos, tal vez nos sorprendería la cantidad de arrianos -así se llaman los que niegan la divinidad de Jesús- que existen en nuestra iglesia.

Son muchos los que aceptan la humanidad de Jesús en su ser y en su manera humana de actuar, pero no tantos los que se atreverían a aceptar la palabra de Jesús cuando dice que "quien me ve a mi ve al Padre" (Jn 14,9) o "el Padre y yo somos uno" (Jn 10,30).

Seamos sinceros. Lo que el mundo cristiano de hoy necesita es incidir un poco más en la divinidad de Jesús. Tal vez en tiempos de excesivo pietismo necesitó apuntalar su humanidad, pero cuando el activismo y la exterioridad parecen ser lo único valioso, no vendría mal una dosis de mística e  interioridad.

Olvidamos que Jesús, según el parecer de los estudiosos de su persona, fue creciendo en la toma de conciencia de su especial filiación divina; y no hay duda de que su obrar misericordioso es fruto de su conciencia de ser Hijo del Padre de misericordia. Así también nosotros, tomando conciencia de nuestra filiación divina ("somos hijos de Dios"), somos también movidos a crecer en humanidad teniendo cada día una mayor conciencia de ser   coparticipes de la divinidad, como Jesús.

El punto de referencia de lo que somos lo tenemos en Él. Acercándonos, conociéndole, nos acercamos al corazón de Dios, a su misterio; y aprendemos que somos hijos en el Hijo (cf Rm 8, 16-17), y asumimos las cualidades de su ser.

La catequesis más excelsa sobre el Padre Dios es la que nos da el Hijo “A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer” (Jn 1,18). Los evangelios son el testimonio de su paso entre nosotros, de su cercanía. No creemos en un Dios lejano y ajeno, sino cercano y familiar, que comparte nuestras vidas y puede ser contemplado en nuestra historia. Es algo inaudito, pero real; es la grandeza del cristianismo.


Tomás

Tomás, como Felipe, también pide explicaciones. Este apóstol resume en sus actitudes algo tan humano como son las dudas de fe. “Los discípulos le decían: -Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,24-25).

Había escuchado con atención las palabras de Jesús: “os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros. Y a donde yo voy ya sabéis el camino” (Jn 14,3-4); y Tomás pide aclaración: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? Y Jesús le responde: yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 5-,6).

Jesús revela a Tomás y de paso a todos nosotros algo inaudito: para ir al Padre no hay unos caminos (moral, normas de comportamiento), ni unas verdades (dogmas, filosofías, doctrinas), ni unas energías naturales (fuerzas cósmicas). A Dios sólo se llega por medio de una persona: Jesucristo.

"Yo soy el camino, la verdad y la vida". No consiste la salvación en que nosotros salgamos a la búsqueda de un camino, una verdad o un amor, sino en que dejemos que el Camino, la Verdad y la Vida, es decir, la persona de Jesús, venga a nosotros. Se trata de dejarnos encontrar por Dios (dar paso en mí a la gracia), dejando atrás la idea de llegar a Él por caminos voluntaristas o mágicos (cumplimiento de una ley, dominio de unas técnicas, esoterismo). Tomás y Felipe buscaban, pero su vida no cambió definitivamente hasta que ellos mismos se dejaron encontrar por Dios en Jesús.

Lo definitivo en el seguimiento no son las normas o leyes a seguir, sino Aquel a quien se sigue ("Yo soy el camino"); la última palabra no la tiene el hombre, sino Dios Padre que se ha dado a conocer en el Hijo ("Yo soy la Verdad"); y la vida eterna no consiste en que nosotros amemos, sino en que Él nos amó primero en Jesús ("Yo soy la vida").

Ser discípulo no es seguir un manual de instrucciones sino dejarse embaucar por Jesucristo y su modo de vivir que avalan su identidad: “Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mi. Si no, creed a las obras” (Jn 14,11). Cuando el evangelio de san Juan parece excesivamente volátil da un giro y toma tierra: creed a las obras. Si al hablar de Felipe indicábamos la importancia de la divinidad, aquí se señala la humanidad que se revela en sus obras.

Las obras de Jesús, en especial su misericordia para con los más débiles y menos amables, dan consistencia a sus palabras. La teología de la acción verifica y apuntala la de la contemplación. ¿Sería de fiar Jesús cuando dice que creamos en Él si su biografía no nos mostrara en su obrar que era un hombre de Dios? Jesús nos revela su relación con el Padre: “Yo estoy en el Padre y el Padre en mi” (Jn 14,11); “El Padre y yo somos uno” (Cf Jn 17,22). Jesús es Dios. No podemos negar su divinidad, porque eso sería negar sus obras, que son de Dios.

Tomás pidió ver las llagas de la pasión para creer en la resurrección. Y Jesús les mostró las manos y el costado (Jn 20,25), signos físicos de su humanidad entregada. En este caso las obras, los hechos, llevan a Tomás a la fe en Jesús como "Dios hecho hombre".

Es un buen camino el testimonio para evangelizar; pero la fe más firme llega en la intemperie y la sequedad: "Dichosos los que crean sin haber visto" (Jn 20,29). ¿Por qué la fe es más firme en la oscuridad? Porque las obras humanas, donde a veces se apoya la fe, pueden fallar y ponerla en crisis. Pero el abandono de la voluntad a Dios más allá de apoyos humanos, da lugar a una fe más pura sostenida sólo por la gracia de Dios.



Caminar en la ausencia

Él se va y aquí quedamos nosotros. Es hora de caminar en la ausencia, la hora de los discípulos, el momento de la fe y el testimonio de los hechos: “Os lo aseguro: el que cree en mi, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores” (Jn 14, 12).

Puede que tengas una inteligencia solamente humana de Jesús; te da la sensación de que lo único que queda tras su existencia histórica es el ejemplo de su vida como ley suprema a seguir. Si es así es muy triste, porque la ley no salva ni da vida (Rm 7,7-25; Gal 3). Sólo cuando, junto con la humanidad de Jesús crucificado, descubres la presencia vida de Dios en Él ("Señor mío y Dios mío", Jn 20,28), tu vida de cristiana adquiere el dinamismo propio del hijo consciente del amor de su padre y del esposo o la esposa enamorados. Tus obras se teñirán de humildad, porque tu fe te hará ver que todo viene de Él.

"El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aun mayores" (Jn 14,13). Quien cree en Jesús hace las mismas obras que Él. ¿Es nuestra vida como la suya? ¿Vivimos entregados al servicio de Dios y de los hermanos? ¿Hacemos, como Jesús, las obras de Dios? ¿No? Entonces nos falta fe. La falta de fe puede venir por el poco tiempo dedicado a la contemplación-oración; y la falta de energía para una vida cristiana activa, el poco entusiasmo por el trabajo del Reino de la verdad, la justicia y la paz  suele tener como causa la falta de fe. Creer, orar, amar, tres verbos que se han de conjugar juntos.

La Pascua nos sigue invitando a creer desde las obras de Jesús y a obrar según nuestra fe en Él. Con Tomás y Felipe, entra en intimidad con Jesús, escúchale, pregúntale, aclara tus dudas y no dejes de seguirle.
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Mayo 2023,
Casto Acedo

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