miércoles, 29 de marzo de 2023

Domingo de Ramos (2 de Abril)

  


REFLEXION A LA LUZ DE ISAIAS 50, 4-7
(Primera lectura del día)

Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento. 
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. 
El Señor me abrió el oído. Y yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. 
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.

Palabra de Dios

* * * 

La distancia entre Dios y el hombre es infinita. El abismo entre el amor de Dios contemplado en la Pasión de Jesús y el amor del hombre inclinado con frecuencia al egoísmo parece, de principio, insalvable. Quien escucha  la pasión de Jesús -escuchar es más que oír-, quien se adentra en el misterio del dolor de Dios en la cruz, quien se hace uno con Cristo y vive su pasión con Él, queda impactado por tanta grandeza revelada en tanta humillación.
 
Aunque no es así para todos. En tiempos de secularización, de olvido de Dios, de religiosidad superficial y folklórica, la pasión sigue suscitando la admiración, pero también el rechazo de quienes ven en ella sólo el lado oscuro de la Pascua, el fracaso y no el éxito del amor. 

Por otro lado, son muchos los que,  satisfechos de sí mismos, quieren escapar a la dimensión profética de los relatos de la pasión refugiándose en interpretaciones estéticas o folklóricas.

¿Qué mirada dedicaremos este año a la pasión del Señor? ¿Cómo enfocar estos días santos? Porque podemos pasar por la Semana Santa con distintas actitudes:

a) Una actitud totalmente profana, viviendo la Semana Santa con la mirada de los curiosos que contemplan las escenas de la pasión en la lejanía y la frialdad; visión del turista, ave de  paso que ve las cosas de manera externa y transitoria, mirada virtual  de quien pasa por allí coleccionando fotos para el recuerdo. ¿No es una profanación situarse ante pasos y penitentes con el morbo del televidente que se regodea en la privacidad y el sufrimiento ajeno y hace de él espectáculo y comercio?

  Puede que pasemos estos días observando desde la frialdad e indiferencia, como solemos pasar ante el espectáculo vergonzoso de la telebasura, ante las imágenes de la guerra, la opresión y terrorismo que nos sirven los mass media, o como pasamos, ¡Dios no lo quiera!, junto a tantas familias que viven su pasión particular por la falta de recursos con que vivir dignamente, o tantas personas que sufren en silencio su falta de sentido y su soledad.


b) Una actitud artística. La pasión es posiblemente el motivo artístico más representado de la historia. Pintura, escultura, música, literatura, arquitectura... han exaltado la pasión. Y en estos días pasearán por nuestras calles auténticas obras de arte sacro. Las cadenas de televisión ofrecerán a nuestra consideración procesiones y celebraciones litúrgicas, con sus esculturas,  ritos y cantos de indudable valor artístico.

Pero ¡cuidado! El arte es expresión de la trascendencia del hombre, de su “ir más allá de las cosas”, la belleza nos acerca al que es “la suma belleza”, pero también puede cegar los ojos, dejándonos ver sólo el valor material, fruitivo, subjetivo, sin transcendernos al “más allá”, a la experiencia del encuentro con el que es la Belleza absoluta. Ante una obra de arte religioso no podemos escamotear la pregunta acerca del misterio que quiere revelar.

c) Más allá, y sobre las dos actitudes mencionadas, la Semana Santa está pidiendo de nosotros una actitud plenamente espiritual y religiosa, lo cual requiere ciertas condiciones; las mismas que mostró Jesús en su pasión; las mismas que, meditado, nos descubre el canto tercero del Siervo de Isaías (50,4-7):

*Actitud de escucha: “Mi Señor, cada mañana, me espabila el oído, para que escuche como los iniciados. El Señor me ha abierto el oído; y yo no me he revelado ni me echado atrás” (Is50 4b-5). La Pasión -Semana Santa- es lenguaje de Dios, Palabra de Dios. Y una Palabra dura, que invita a bote pronto al rechazo. Para que esto no ocurra debemos evitar acercarnos a ella como extraños y hacerlo  como “iniciados”, como discípulos vulnerables al testimonio de amor de su maestro.

Cualquier no-creyente que levanta su vista al crucificado sólo encuentra en esa imagen motivos de escándalo; no querrá ni oír hablar de un camino de dolor y sufrimiento; y mucho menos de un Dios sufriente. ¡Qué absurda contradicción! A la Pascua, pues, se accede desde la “escucha”, desde la actitud del discípulo, de iniciado que sabe que adentrarse en el misterio de Dios sólo es posible como don del mismo Dios: “El Señor Dios me ha abierto el oído”. Pídele a Dios el don de “escuchar sin echarte atrás” (Is 50,5).
 
* Actitud de recibir para dar, para decir. La Pasión no es lenguaje de Dios cerrado sobre sí mismo. La pasión y muerte de Jesús adquiere sentido porque fue una pasión y muerte “por” nosotros, “para” nuestra salvación. “Mi Señor me ha dado una lengua de iniciado, para saber decir al abatido una palabra de aliento” (Is 50,4a).

En la pasión Dios quiere “decir” algo; se dirige a los abatidos y les anuncia que, a pesar de tanto sufrimiento, a pesar del abandono al que están sometidos, Dios no les da la espalda. “Porque el Señor está conmigo –dice el justo injustamente perseguido- sé que no quedaré avergonzado” (Is 50,7b).

 Vivir estos días en actitud religiosa nos capacita para “decir”, para ser también nosotros lenguaje de Dios, para dar una palabra de aliento a nuestro corazón abatido y al corazón abatido de tantos hermanos que están esperando de nosotros una respuesta a la pregunta sobre el mal y el dolor propio y ajeno. Viviendo religiosamente la Semana Santa evangelizamos a los hermanos; nos hacemos nosotros mismos palabra de Dios para los demás.

 
*Ese “decir” no es sólo teórico. El “decir” de Dios es “obrar, porque en Dios la Palabra es Verbo, acto de Dios. Yo, nos dice el Siervo, “no me he rebelado ni me he echado atrás” a la hora de arrimar el hombro en la tarea de vencer el dolor y la muerte. “Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos” (Is 50,6). Le sostiene una fe que da fuerzas para lo imposible: “Mi Señor me ayudaba, por eso no quedaba confundido” (Is 50,7a).

 * * *

La semana Santa no es retórica sino práctica; si algo tiene de teoría es para explicar lo que previamente se ha practicado. No olvidemos que antes que narración, la pasión fue acto, acontecimiento. Por eso, sólo cuando se vive en la propia carne la pasión del rechazo, del abandono, de la entrega generosa por los más pobres y desgraciados de entre los nuestros, sólo cuando se vive en la propia carne el “sacrificio”, se abre el oído y el entendimiento al mensaje del Siervo. Sólo cuando de hecho se muere con Cristo, se resucita con Él. No hay por tanto Semana Santa sin inmersión en el sufrimiento del mundo, sin hacer lo imposible por caminar con Cristo buen samaritano cargando la cruz de los que viven sumergidos en la crisis, sea esta económica o existencial

Entra en Semana Santa con espíritu de escucha, con el oído abierto; deja a un lado la pasión del folklore y del turista, la pasión epidémica del documental televisivo. “Deja que los muertos entierren a sus muertos, tú sígueme” (Mt 8,22).

Marzo 2023
Casto Acedo.

martes, 28 de marzo de 2023

Una reflexión sobre el sacramento de la Penitencia


Somos muchos los que en los días finales de Cuaresma acudimos al Sacramento de la Penitencia o Reconciliación. El apremio de las fechas, la mentalidad de “cumplimiento pascual” tan arraigada en nuestros pueblos y la consideración del rito sobre todo como “confesión auricular individual”, hacen que el sentido último del sacramento corra el riesgo de diluirse. La consecuencia de esta disolución es obvia: se cumple con lo mandado, hay "confesión" y absolución, pero la misericordia de Dios, por no decir Dios mismo, la esencia del sacramento, sigue en penumbra; y tras el rito  “la vida sigue igual”.

En otro orden de cosas, hay quien dice que “ya nadie o muy pocos se confiesan”, lo cual personalmente no me escandaliza, porque creo que la crisis espiritual no está en el hecho en sí de la confesión sino en la pérdida del sentido del pecado, en la propensión a no reconocerse pecador y en el desprecio de la virtud de la humildad, madre del arrepentimiento. El trasfondo de todo creo puede estar en la expulsión de Dios no sólo del del ámbito público sino también del privado.  Para muchos de los que se dicen creyentes Dios es considerado sólo como un apaño para momentos de bajo ánimo, una pastilla a la que recurro cuando mis caprichosos deseos no son correspondidos y entro en caída libre; Dios "para mí". 

* * *

Una primera pregunta: ¿Qué es el pecado? Si hiciéramos una encuesta entre personas asiduas a la Iglesia hallaríamos respuestas de catecismo tales como que el pecado es  una “desobediencia voluntaria a la ley de Dios”. Pero difícilmente encontramos personas que vayan más allá de la consideración del pecado como transgresión de unas leyes o mandamientos que a veces parecen absurdos. Sea como sea pocos entienden el pecado como un daño que se infringe uno a sí mismo o al prójimo cuando no se es fiel a los designios de Dios. 

La culpa y el pecado parecen haber desaparecido  en el mundo de hoy. Sin embargo, como dice el catecismo de la Iglesia Católica,


“el pecado está presente en la historia del hombre: sería vano intentar ignorarlo o dar a esta oscura realidad otros nombres. Para intentar comprender lo que es el pecado, es preciso en primer lugar reconocer el vínculo profundo del hombre con Dios, porque fuera de esta relación, el mal del pecado no es desenmascarado en su verdadera identidad de rechazo y oposición a Dios, aunque continúe pesando sobre la vida del hombre y sobre la historia” (CATIC 386). 

La cursiva es del propio catecismo. ¿Cómo vamos a comprender el pecado si no existe un vínculo, una relación con Dios?

Más que el incumplimiento de una ley el pecado es la ruptura de una relación que tiene consecuencias deplorables. Ahora bien, ¿basta que haya ruptura entre personas para que podamos hablar de pecado? Muchos, a la hora de analizar su conciencia en estos días se limitan a mirar cómo tratan a su esposo o esposa, a su familia, al vecino, al compañero de trabajo, etc., olvidando el enfoque teológico, es decir, la relación con Dios.  Sin conocimiento de Dios no podemos conocer el pecado (lo cual no quiere decir que no exista), y sin la revelación de Dios no  podemos conocer a Dios (que existe aunque lo desconozcamos o ignoremos).  Así explicita esto el mismo catecismo:


“La realidad del pecado, y más particularmente del pecado de los orígenes, sólo se esclarece a la luz de la Revelación divina. Sin el conocimiento que ésta nos da de Dios no se puede reconocer claramente el pecado, y se siente la tentación de explicarlo únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc. Sólo en el conocimiento del designio de Dios sobre el hombre se comprende que el pecado es un abuso de la libertad que Dios da a las personas creadas para que puedan amarle y amarse mutuamente” (CATIC 387).

Bastan los dos números citados del Catecismo para que nos planteemos en estos días el sentido que ha de tener nuestra celebración del perdón, que no es sino el de un encuentro de Dios, a quien antes reconoces que no prestabas mucha atención y al que ahora, reconociendo tus errores, estás dispuesto a aceptar y a vivir una etapa nueva en tu relación con Él. El pecado en este caso era el obstáculo que impedía la comunicación; y no se trata de actos sino de actitudes, de tomas de posición contrarias a la voluntad de Dios revelada en la Escritura. El pecado es ir contra esa voluntad divina,  unas veces  por ignorancia y otras por desidia.

¿Qué tengo que hacer, entonces, para que la celebración del Sacramento del perdón sea lo más correcta posible?

*Primero poner los medios para salir de la ignorancia. ¿Cómo? Recurriendo al conocimiento de Dios que se revela en la Sagrada Escritura. “Lámpara es tu palabra para mis pasos” (Sal 118,1), por tanto necesito esa Palabra para conocer los designios de Dios y no errar en la vida. Cuando la Palabra va calando en mi corazón ya están siendo sanadas mis heridas. La Palabra cura (Mt 8,8)  y limpia (Jn 15,3), es medicina y fortaleza. Para prepararte a la celebración penitencial te aconsejo que medites detenidamente el salmo 118; habla sobre la Palabra de Dios, y es  muy largo, 176 versículos, pero merece la pena; y más cuando se ha llegado a la certeza de que Jesús de Nazaret es la Palabra de Dios hecha carne. Se entiende entonces que Jesús, por la Palabra, nos abre los ojos y nos sana.

*Y en segundo lugar, conviene tener asumido que el pecado, más que un acto concreto, es un “misterio”, el misterio del mal que se apodera del espacio interior, del alma. Los psicólogos y gurús de la nueva espiritualidad (nueva era) suelen identificar el pecado con el “ego”, una personalidad o personaje ficticio, que sirve a intereses creados y que oscurece y oculta mi ser original (soy criatura de Dios renacida por el bautismo) entorpeciendo la correcta relación conmigo mismo, con los hermanos y con toda la creación; poca o nula importancia dan las nuevas espiritualidades al pecado como ruptura con Dios.

* * *


Como dice uno de los textos del catecismo antes citados, se siente la tentación de explicar el pecado únicamente como un defecto de crecimiento, como una debilidad sicológica, un error, la consecuencia necesaria de una estructura social inadecuada, etc.”. 

Cuando la propia vida y la historia se miran exclusivamente con las gafas del "yo, mi, me", desde el prisma de la subjetividad autoreferencial, tendemos a considerar al pecado como enfermedad psicológica, una desviación de la mente que puede ser erradicada con una buena terapia. La experiencia demuestra, no obstante, que siguiendo métodos terapéuticos no siempre se resuelven los conflictos y los síntomas vuelven a aparecer de nuevo una y otra vez.  ¿No será  por el olvido de que somos seres en relación no sólo conmigo mismo sino también con el prójimo y con Dios? 

Algunas escuelas de psicología se están planteando ya si no hay que ir más allá de la mente y su dinámica, al espíritu y la espiritualidad subyacente, para lograr determinadas curaciones. Somos mente (psiché, alma) pero también espíritu abierto a la trascendencia.

¿Es el pecado algo más que un desajuste psicológico? ¿Basta trabajar sus afectos y tus aflicciones con un buen psicólogo para sanar la vida? Muchos piensan que sí, que con unas sesiones de mindfullnes y de terapia psicológica que empoderen al paciente es suficiente para que todo lo que está roto en el mundo se recomponga. Sería preferible decir "en su mundo", porque suelen sostener que el mal no es sino una mala visión, un problema visual del pecador. "Deja ir los problemas, suéltalos, no te ates a ellos,  y verás como te encuentras mejor. Tú puedes", dicen los gurús de la autoayuda. ¡Hay que ser ingenuos para creer esto! La táctica del avestruz que esconde la cabeza bajo tierra. Abre los ojos, despierta. No confundas la ingenuidad con la bondad, la primera es miope, la segunda es experta en ver las cruces  propias y las ajenas y en poner soluciones.  

Pienso que la psicología es un magnífico instrumento para observar los devastadores efectos del pecado: incomunicación, soberbia, tristeza, ira, violencia, lujuria,  envidias, etc., pero ¿basta con conocer el mal para que quede sanado? ¿Es el diagnóstico lo único necesario para curar una enfermedad? ¿Basta con ser consciente y empoderarse del propio ser para salir del agujero de la caída? Cierto es que saber lo que no funciona bien en ti es el principio de la conversión (cambio de vida), pero estoy convencido de que sólo un plus de amor mayor que el que yo me tenga puede sacarme del hoyo en el que he caído. 

El misterio del pecado -y digo misterio porque el mal es una realidad incomprensible e inexplicable-,  sólo puede ser vencido adentrándome en el misterio de Dios. Dios es amor; sólo el amor de Dios tiene suficiente poder para disolver las deficiencias y fallos de mis amores.

Sólo un amor más grande me libera de quedar atado a amores pequeños como son el amor a mí mismo, o el amor a mis objetivos o aspiraciones, o el amor a los que o de los que me rodean. Si mi salud espiritual, mi santidad, depende de personas  tan limitadas como yo, es grande el peligro de fracasar. Son amores parciales, limitados, imperfectos.  Pero si mi confianza y fuerza las pongo en Dios, un amor superior, infinito, eterno, puedo aspirar a poner remedio definitivo a mis males.  

* * *

Desde las premisas expuestas quiero advertir que una Celebración Penitencial sólo tiene sentido si se la enmarca en un proceso de fe y de crecimiento espiritual que tiene como referencia primera el amor de Dios. Si haces de ella sólo un "lavado de cara" un simple "maquillaje", un "lifting" espiritual, entonces es mejor que no te confieses, porque lo único que harás será tapar las ronchas que te han salido a causa de la infección que pudre tus entrañas. Si las tripas enfermas de tu alma no se exponen a la misericordia de Dios no podrán curarse para siempre, y las ronchas seguirán apareciendo una y otra vez. 

El legalismo es la enfermedad del fariseo, la convicción de que se pueden hacer apaños con Dios, engañarle, mostrarle los eccemas de la piel mientras se le oculta el cáncer que corroe el espíritu. Cuando se hace una confesión sin el debido examen a la luz de la Palabra y el necesario arrepentimiento y dolor de los pecados, lo que se está haciendo en realidad es un ejercicio de soberbia e hipocresía; un pecado multiplicado. Corruptio optimi pessima, la corrupción de los mejores es la peor, dice el dicho latino. "Si estuvierais ciegos -dice Jesús a los fariseos-, no tendríais pecado; pero como decís "vemos", vuestro pecado permanece" (Jn 9,41), y se hace cada vez más grande, añado.

* * *

Si te estás preparando para celebrar la Penitencia estos días, ya sea en comunidad o individualmente, no pienses que el sacramento se juega entre tú y la psicología, tú y las leyes morales, tú y tu relación con el prójimo, tú y tu aceptación de ti mismo. El sacramento es un misterio de encuentro entre tú y Dios, tu ser limitado y pecador y el Ser misericordioso e infinito que es Dios. Dejarte abrazar por Dios no va a producir en ti un simple cambio legal, un paso de pecador a justificado, sino un cambio tremendamente vital,  paso de siervo a hijo de Dios, de ajeno a amigo de Jesús, de sufrirte vacío a sentirte habitado por el Espíritu, pasas de ser admirador de Dios a ser un enamorado. La Penitencia, el perdón de Dios, no te sube a un pedestal, te baja a ras de tierra, donde puedes  encontrarte con Jesús, Dios encarnado y crucificado, Dios amante.

Al preparar tu Penitencia no te fijes en tus actos pecaminosos: violencia, juicios injustos, envidias, apropiación indebida de cosas o personas, crímenes verbales, etc. Los actos externos son la punta del iceberg, lo que más se ve, pero no lo son todo en el “misterio del mal”. Si es verdad que no nos justifican las obras sino el amor que ponemos en las obras, también es verdad que no nos hacen pecadores las malas acciones sino el impulso maléfico que las provoca. Por eso, ahonda y busca las causas que te llevan a obrar incorrectamente. La psicología te puede ayudar. Es importante conocer el mal que padece tu alma,  como es importante también conocer a Dios y tenerlo en cuenta.

Cuando te limitas a confesar los actos cometidos, y  te desinteresas sobre la causa interior  que los provoca, las mismas faltas vuelven a ser materia de la próxima confesión. Deberías preguntarte ¿por qué? Y posiblemente descubras que en realidad no estás convertido a Dios, no vives de cara a Él sino a otras cosas, esas “otras cosas” que no quieres soltar y que hace años que pactaste contigo mismo -o con el diablo- hasta dónde estás dispuesto a llegar en tu renuncia. Tu corazón está atado a otros dioses que no son el Dios de Jesucristo. Tu tesoro no está en Dios, y “donde está tu tesoro está tu corazón”.

Termino recomendándote que medites sin prisas todo lo que he dicho acerca de la ley, la confesión, el misterio del mal, Dios, la renuncia, etc... Y que te replantees seriamente por qué te confiesas estos días. ¿Por ley o por compunción amorosa? ¿Haces una confesión de tus pecados  interesada para alejar de ti el miedo a perderte el cielo, o es una confesión del amor de Dios que consideras que no mereces y sin embargo recibes? Si tu respuesta es la primera, compadécete de ti mismo, porque al creer que tienes que ser siempre perfecto te estás perdiendo la alegría de la vida; si es la segunda, alégrate, porque estás en el buen camino, la senda de los pecadores que se saben amados.

Leyendo los evangelios, pregúntate: ¿Quiénes eran los amigos que se escogió Jesús? ¿Fariseos que ponían su fe en el cumplimiento de las leyes, o pecadores como Pedro, Mª Magdalena, Zaqueo, Pablo de Tarso, etc? Es claro que lo que sanó a éstos últimos fue el misterio del amor de Dios en Jesús; se dieron cuenta de que ganar el cielo no es un juego de habilidades y cumplimientos legales sino un modo de existencia donde el amor de Dios es lo primero. Fue el amor de Dios en Jesús lo que les sedujo, no un acceso al cielo a plazos y con rebajas.

Cuando te acerques a "confesar" uno de estos días, no absolutices tus pecados; confiesa el amor de Dios, el único que puede sanar tu corazón enfermo. Y aprovecha para replantearte si tu espiritualidad es farisaica (alcanzar el cielo por tus méritos) o cristiana (vivir el cielo como un don de la misericordia divina que recibes  con humildad),  y ¿por qué no plantearte un reinicio de tu vida a partir del Evangelio de la misericordia?

¡Feliz encuentro con el Señor en el Sacramento del Perdón! 

Marzo 2023

Casto Acedo 

jueves, 23 de marzo de 2023

La resurrección y la vida (5º Cuaresma. 26 de Marzo)

EVANGELIO
Jn 11,3-7.17.20-27.33b-45

En aquel tiempo, las hermanas de Lázaro mandaron recado a Jesús, diciendo: «Señor, tu amigo está enfermo.»
Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.»

Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
Sólo entonces dice a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea.»

Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa.
Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.»
Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará.»
Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día.»
Jesús le dice: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?»
Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.»

Jesús sollozó y, muy conmovido, preguntó: «¿Dónde lo habéis enterrado?»
Le contestaron: «Señor, ven a verlo.»
Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!»
Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?»

Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa.
Dice Jesús: «Quitad la losa.»
Marta, la hermana del muerto, le dice: «Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.»
Jesús le dice: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?»

Entonces quitaron la losa.
Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.»
Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, ven afuera.»
El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario.

Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar.»
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.

¡Palabra del Señor!

* * *

San Pablo, en uno de los textos más antiguos del Nuevo Testamento, nos dice: «Porque yo os transmití, en primer lugar, lo que yo a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las Escrituras; que se apareció a Pedro y luego a los doce» (1 Cor 15,3-5) «Según las escrituras», el Señor resucitó, y, según las Escrituras también nosotros resucitaremos con Él. «Porque lo mismo que por un hombre vino la muerte, también por un hombre ha venido la resurrección de los muertos. Y como por su unión con Adán todos los hombres mueren, así también por su unión con Cristo, todos retornarán a la vida» (1 Cor 15,21-2). 

Este mensaje que san Pablo traduce a clave doctrinal es el mismo que el evangelista san Juan nos  transmite con el relato de la resurrección de Lázaro: Dios, en Jesucristo manifiesta su poder sobre la muerte y lo que la causa, el pecado. Hay por tanto esperanza para los que creen, porque el amor de Dios es más fuerte que la muerte (cf 1 Cor 54,56).

La fe: pórtico de la resurrección

Los dos últimos domingos de cuaresma nos han invitado a “pasar” (Pascua) de la sed a la satisfacción (samaritana) y de las tinieblas a la luz (curación del ciego); y hoy, siguiendo ese esquema pascual, con el relato de la resurrección de Lázaro san Juan nos invita a contemplar y actuar en nosotros la conversión como un pasar de la muerte a la vida.

La historia narrada en el capitulo 11 del Evangelio de san Juan trata de la "resucitación" (reservo la palabra "resurrección" para un resucitar para nunca más morir) de Lázaro, el amigo de Jesús, el hermano de Marta y María. Pero ahondando en su significado no cabe duda de que Lázaro somos tú y yo.

“Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro” (Jn 11,5). También a ti te ama Jesús, también tú “estás enfermo o enferma” en el cuerpo o en el espíritu, y también por ti ruega la comunidad: “¡Señor, aquel a quien tu amas, está enfermo!” (Jn 11,3). Y Jesús, el médico, se acerca a tu enfermedad, a tu tumba, a tus dolencias físicas o espirituales, a tus pecados, a tu vida putrefacta que huele mal. Por la misericordia de Jesús Lázaro y tú vais a recobrar la vida; volveréis a vivir. 

La vida perdida se recobra en un cara a cara con Dios desde la fe. Así lo deja entrever el texto de san Juan al ofrecernos en plano corto un jugoso vis a vis entre Jesús y su Iglesia, entre Marta y Jesús. Un diálogo donde se pone de manifiesto la fe. Es curioso: en los tres evangelios de estas últimas semanas de Cuaresma sale a relucir la fe:
 
*En la samaritana: “Sé que va a venir el Mesías, el Cristo... Ya no creemos –dirán los samaritanos- por lo que tú nos has dicho, porque nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que es el salvador del mundo” (Jn 4,25);
 
*En el ciego de nacimiento: “¿Crees en el hijo del hombre? El contestó ¿y quién es para que crea en él? –Lo estás viendo, el que te está hablando, ése es. Él dijo: -creo, Señor. Y se postró ante él.” (Jn 9,35-38); 

*Hoy, con Lázaro, vuelve a surgir el tema: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá, y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Y Marta respondió: -Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.(Jn 11,25-27).

¡Qué grande la fe de Marta! Y, en descargo de la secular marginación de la mujer en la Iglesia, ¡qué atrevimiento el testimonio del cuarto evangelio al poner en boca de Marta lo que los sinópticos ponen en boca de Pedro!: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo” (Mt 16,16; cf Mc 8,29;Lc 9,20). También en este evangelio  de Juan una mujer, María Magdalena, será el primer apóstol, la primera persona que llevó la noticia de la resurrección a la Iglesia naciente (cf Jn 20,28).

La fe obra el milagro de la "resucitación". ¡Basta que tengas fe! “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?”. 

Hoy, cercana ya la Semana Santa, Jesús llora tus muertes: "¡Jesús se echó a llorar!" (Jn 11,35); Dios en Jesucristo se hace humano hasta sentir dolor por tu sufrimiento, por tu pérdida de fe; Jesús llora e intercede por ti: “levantando los ojos a lo alto” ora al Padre; y te dice: “Ven afuera” (Jn 11,40-43), sal de tu tumba, abandona tus muertes; sal de tu apatía, de tu indiferencia, de tu envidia, de tu lujuria, de tu avaricia, de tu envidia, de tu vida de injusticias,... sal de todas esas situaciones que te están matando, de ese modo soberbio de encarar la vida que no es sino una losa asfixiante que te ahoga y te aplasta. Ya la losa ha sido quitada, a ti sólo te queda dar un paso hacia afuera y salir.

“El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario”. Ha renacido, como tú renaciste en tu bautismo; como quiere que vuelvas a renacer ene esta Pascua. “Desatadlo y dejadle andar” (Jn 11,44), dice Jesús a los presentes, a la comunidad. También en esta Pascua el Señor te dice: -¿Crees en mi?, (te invita a renovar tu fe) -¡Ven afuera! ¡Sal de tus muertes! La fe te coloca en el pórtico de la resurrección, la Iglesia con los sacramentos, te desata, te alimenta y te ayuda andar de un modo nuevo. 

* * *


La liturgia dominical de este domingo te invita a la Pascua de la vida nueva que se abre paso entre la podredumbre del pecado y la oscuridad de la muerte. No olvides que la vida tiene una proyección más allá de las fronteras físicas. Lázaro volvió a morir -por eso hablo de "resucitación"-,  o tal vez sea mejor decir que hubo de esperar un poco más para pasar a la resurrección de la vida eterna: “El que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26). 

La vida nueva que nos ofrece Jesús podemos entenderla como un vivir nuestra historia personal y social terrenal de una forma luminosa, vivir como hijos de la luz. A eso nos llama la liturgia de hoy: "Yo mismo abriré vuestros sepulcros y os sacaré de ellos, pueblo mío... Pondré mi Espíritu en vosotros y viviréis.... Y comprenderéis que yo soy el Señor" (Ez 37,12-14, primera lectrura). Resucitar aquí, en la tierra, a la vida de la gracia, pero también resucitar a la vida eterna, resurrección en el más allá (resurrección escatológica): “Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo espíritu que habita en vosotros” (Rm 8,11).

Quedan pocos días para el triduo pascual. Ve despertando del sueño de esta vida inconsistente e impermanente. Es la invitación que se te  hace este domingo: "Despierta tú que duermes,  levántate de entre los muertos  y Cristo te iluminará". (Ef 5,14). 

¡Nos vemos en la fiesta de la vida! En el gozo de ésta vida y de la que Dios tiene prometida a los que le aman.

Marzo 2023
Casto Acedo

lunes, 20 de marzo de 2023

San José (20 de Marzo)

Hace ahora 27 años, Don Oswaldo Ordoñez (DEP), en aquel momento párroco de Calamonte, donde ejercía el ministerio junto con su hermano Néstor, me pidió que predicara en el día de la fiesta. Y rebuscando qué decir de san José en este blog, se me ha ocurrido la idea de transcribir la homilía que hice en la ocasión. Por si sirve de reflexión en el día de san José, aquí va. Y de paso felicidades a los que celebran hoy o celebraron ayer su onomástica, a los seminarios que celebran su día, a las demás instituciones que están bajo la advocación de san José, ... y a toda la Iglesia por tener un patrón tan discreto.
Y para quienes puedan pensar que voy con retraso en el día del santo, recordar que este año la Iglesia celebra al santo el día 20 de Marzo por la prevalencia del cuarto domingo de Cuaresma, que fue ayer.

 
HOMILIA PARA LA SOLEMNIDAD DE SAN JOSE
 CALAMONTE (Badajoz)
19 de Marzo de 1996

Queridos hermanos:

Invitado por vuestro párroco, D. Oswaldo, me encuentro aquí compartiendo con vosotros el pan de la Palabra y la Eucaristía en este día tan importante para la comunidad cristiana de Calamonte.
 
Y aquí estamos, reunidos en torno a la mesa común, una mesa que siempre preside nuestro señor Jesucristo, pero que en el día de hoy tiene un invitado especial: san José. Su presencia queda patente en su imagen, pero donde se muestra de forma más patente es en la devoción que profesáis al santo. Los cristianos católicos adoramos a un solo Dios, al Dios trinitario, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Pero ese culto de adoración no nos impide darle gloria recordando y venerando las maravillas que ha hecho en medio de su pueblo. Y una de esas maravillas ha sido el seguirse manifestando a nosotros por medio de hombres santos que con su vida han dado testimonio de Dios.

Los santos, y entre ellos la Virgen Santísima y  san José, son para nosotros motivo de alegría y de esperanza, porque en ellos contemplamos la obra de Dios, lo que Dios ha obrado en medio de nosotros. Hoy, la Iglesia entera, y de una forma particular el pueblo de Calamonte, venera a san José. Tenéis el orgullo de tener por patrón al patrón de la Iglesia, al hombre al que Dios confió los primeros misterios de la salvación de los hombres (Oración colecta)


Patrono de la Iglesia

La oración colecta de la misa nos da una  primera clave para comprender bien la devoción a la persona de san José: ...haz que por su intercesión, la Iglesia los conserve fielmente (los primeros misterios de la salvación) y los lleve a plenitud en su misión salvadora.  Ser devoto de san José es continuar su tarea, la tarea de mantener viva la fe en el misterio de la encarnación de Jesús, el Hijo de Dios, y de entregar esa fe a todos los hombres para su salvación.
 
Nuestro Dios se ha ido revelando a los hombres a lo largo de la historia. La Palabra de Dios en la Biblia recoge la historia de la acción de Dios dirigida a un pueblo y unos hombres concretos: Abrahán, Moisés, los profetas, María... A su vez, la respuesta de estos hombres a Dios, su fe, sus buenas obras, se han hecho también revelación para nosotros. Dios no habla solo con Palabras, sino también con hechos. Los grandes hombres de la Biblia, su actuación, también son palabra de Dios, evangelio, buena noticia. El culmen de esta revelación, su plenitud, se nos dio en Jesucristo: reflejo de la gloria del Padre. Palabra y vida se han fundido en Él. Cristo es la Palabra hecha carne, Dios dentro de la historia.
 
A san José, hombre de fe, conocedor de las Escrituras, lo elige Dios para ser un fiel custodio del misterio de Cristo. Y, no sin dificultades, aceptó el encargo, la misión de facilitar la salvación de Dios a la humanidad .
 
Hoy la Iglesia tiene esa misma misión. Y al hablar de Iglesia, no quiero que penséis en el clero, en la jerarquía. Pensemos hoy en la Iglesia de Calamonte, en su comunidad cristiana. Hemos recibido una tradición. Y esa tradición no son unos ritos, ni unas prácticas rutinarias de fe. Una tradición es un hilo de vida, unos valores humanos (solidaridad, bondad, honradez, espíritu de sacrificio, etc.) y divinos (una fe viva y una esperanza ardiente en el Misterio de Dios), que se transmite de padres a hijos, de generación en generación.
 
La devoción a san José  es una tradición propia de esta comunidad. Y os toca ser garantes y fieles conservadores y transmisores de ella.  Ser devotos de san José es un gran privilegio, pero también un compromiso: imitar sus virtudes, procurar vivir en la fe como vivió él, dejarse arrastrar por el amor de Dios como él hizo. Mantener la celebración externa, la apariencia, sólo será posible si ésta responde a una interiorización de los mismos valores que vivió nuestro santo.
 
¿Cuáles son los valores concretos que sobresalen en san José?  La Palabra de Dios no nos dice gran cosa sobre Él. O mejor, nos dice mucho, pero con pocas palabras: “José...que era bueno”. De Jesús se decía: “todo lo ha hecho bien”. De José, su padre, que “era un hombre bueno”. Y, hermanos, la bondad es el mayor de los valores a los que uno puede aspirar. Ser bueno es ser santo. En estas palabras del evangelio, san Mateo está canonizando al esposo de María. Era bueno a los ojos de los hombres, y bueno a los ojos de Dios. Su santidad-bondad se nos manifiesta en sus virtudes. Comentemos algunas de ellas.


La virtud de la fe.

En la segunda lectura de la liturgia de hoy san Pablo nos dice de Abrahám: No fue la observancia de la ley, sino la fe, la que obtuvo para  Abraham y su descendencia  la promesa de heredar el mundo. (Rm  4) Estas mismas palabras las podemos aplicar a José. Dios llamó a Abraham para una misión, también a san José . A ambos se les pidió confiar, creer, abandonar  sus  propios proyectos y abrazar los de Dios. Dios los eligió, los apartó, para ser santos.  Y ambos se lanzaron a vivir las pruebas de la fe, crucificando la razón, poniendo el amor a Dios sobre todas las demás cosas.
 
También a nosotros nos ha llamado Dios. También nos ha elegido por el bautismo «para que seamos santos e irreprochables ante él por el amor».  También a mí y a ti, nos ha elegido el Señor, y nos ha traído esta mañana de san José a este lugar para aumentar nuestra fe y edificar nuestra vida con la contemplación de su obra: la obra que Dios hace en san José.
 
Es el Señor quien nos convoca. Nosotros solos no habríamos podido venir. Estaríamos mejor en casa, descansando, reponiendo fuerzas para seguir la fiesta... Hay que dar gracias a Dios, porque es el que llama, pero también,.  junto con la llamada, da la fuerza para responder.  Como todo depende de la fe, todo es gracia .(Rm 4) Lo mismo hizo con san José. Le llamó para una delicada tarea, para una paternidad un tanto irregular, y él aceptó fortalecido por la gracia que le vino por  la fe. Por eso estamos de fiesta; porque Dios se fijó en san José y lo bendijo.

Obediencia.

La fe es un don de Dios, una llamada que pide una respuesta: la obediencia. Dios no se entromete en la vida del hombre sin su permiso. Tal vez pensemos que José fue un «pobre hombre» al que Dios le fastidió sus planes, una víctima de la elección de Dios, uno al que le tocó el papel del feo de la fiesta.  Pensar así es minusvalorar a Dios, o, peor aún, entender a Dios como enemigo nuestro. Y Dios no es así. Él no viene a robarnos la vida, sino a dárnosla, a planificárnosla. Dios no destruye en nosotros lo humano, sino que lo potencia.
 
José podría haber actuado denunciando a María, y dejándo que fuera condenada a muerte. Si así lo hubiera hecho sus paisanos le hubieran considerado un hombre de honor amante de las leyes. Sin embargo, respetó el misterio, creyó la Palabra que le anunció que lo que llevaba María en su seno era cosa de Dios y aceptó el compromiso. Su respuesta estuvo preñada de amor a Dios y, cómo no, de amor a María.  Obró valientemente. Pudo más en él el amor que el odio, la fidelidad interna que la «honra externa».
 
 Tal vez habría lavado su honra con la denuncia de María y su posterior condena a morir apedreada; hubiera blanqueado la fachada, pero prefirió mantener limpia la copa por dentro, aunque por fuera se le tildara de «deshonrado». Dios no le arrancó su humanidad, sino que lo hizo «más humano» en el más amplio sentido de la palabra: más sensible a su dimensión espiritual, más sensible a la situación un tanto embarazosa de María. Amó a María repetándola sin pedir nada a cambio. Hubo de crucificar su razón,  y hubo de pasar por alto el “miedo al qué dirán”  para dar paso a la obediencia de la fe.
 
Jesús, en un momento de su vida pública dijo : “mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado”. En la prueba de la pasión repetirá: “Padre, no se haga mi voluntad, sino la tuya”. Esa obediencia sin condiciones a los deseos del Padre fueron también una realidad en san José. 
 
La fe gigantesca de José,  y su obediencia a la voluntad de Dios, son, sin duda, sus mayores virtudes. Desde ella hay que entender su vida y los motivos de su patronazgo sobre la Iglesia.
 
Padre y esposo.  
 
Sólo desde la fe podemos entender la paternidad de san José. Elegido por Dios para “aparecer’ como padre de un niño que sabe que no es obra suya. Renunciar a la “bendición”  que suponía para un buen judío de su tiempo, tener una descendencia propia. Aceptar en su casa a una mujer sobre la que pesaba la sospecha de la deshonra. Al aceptar a María, José adquirió una responsabilidad tremenda.

¡Por amor a Dios! -podemos decir. También por amor a María. No se comprendería el uno sin el otro. El amor a Dios no quita el amor a la esposa.José amó respetando el misterio en su esposa. ¡Qué ejemplo para nuestros matrimonios! Amar sabiendo respetar la identidad y originalidad del otro.
 
Como pareja matrimonial un tanto irregular, José y María, son todo un ejemplo a seguir. Esposo-esposa, y Dios en medio. Jesús, el Hijo, que podría haber sido motivo de discordia, por sus orígenes no muy claros, se convierte en motivo de unión, en semilla de amor fecundo.
 
Poner a Dios-en-medio (Dios-con-nosotros) es garantía de fidelidad, de entrega, de proyecto común que no se encierra en las cuatro paredes de una casa, sino que se proyecta hacia metas insospechadas. José es modelo de fidelidad a Dios, y esa fidelidad se manifiesta también en la fidelidad a su compromiso matrimonial vivido con renuncias y sacrificios.
 
Con respecto a Jesús, José debió tener la actitud que a menudo echamos de menos en las relaciones padre-hijo. Él tuvo conciencia de que los hijos no son propiedad de sus padres. A ellos solo les incumbe la tarea de educarlos. Los hijos son de Dios. Son hijos de la libertad. Por eso, tanto ahora, como en cualquier época, la tarea de educar es difícil. Educar para la libertad. Si Jesús se manifestó en su vida pública como el hombre libre por excelencia, san José puso en ello, sin duda, su granito de arena.
 
 
Trabajador.
 
Uno de los pocos detalles que nos desvela la escritura sobre san José es su condición de trabajador. A Jesús le llamaban “el hijo del Carpintero de Nazaret”. El trabajo del santo era, por tanto, un trabajo manual. Por ello es también patrono de los obreros.
 
Su fe no le impidió realizar su trabajo, al contrario, le dió un sentido.  Para un cristiano, para un devoto de san José, el trabajo manual no es un signo de maldición divina. Nuestra fe no dió sus primeros pasos en una familia de aristócratas, sino en una familia de obreros, de pequeños artesanos.  Para José y Jesús de Nazaret, el trabajar con sus manos no sólo fue una necesidad por tener que  ganarse el sustento diario, también fue un medio de santificación. Trabajar es colaborar con el Padre en la obra de la creación. El trabajo bien hecho me santifica y santifica al mundo. Y en esto, san José nos da también un ejemplo. “Un hombre justo”, un “hombre trabajador”.
 
Por ello, privar a un hombre de la posibilidad de un trabajo con que mantener dignamente a su familia y realizarse como ser humano útil a la comunidad, es algo cristianamente inaceptable. No se puede ser devoto de san José sin valorar la dignidad del trabajo ni el derecho de todo hombre tiene a este medio de realización personal y plenitud de vida. El título de “obrero” dado a san José por el pueblo cristiano es una invitación apremiante a reconocer el derecho al trabajo y la obligación de trabajar.
 
Ser santo no es sentarse a mirar la inmensidad del cielo esperando que Dios venga a recogernos. Ser santo es tener los pies bien puestos en la tierra, construir aquí abajo el Reino de Dios con la esperanza de que un día se vea cumplido plenamente.
 
Y hay una pregunta que los creyentes que más asiduamente pisamos la Iglesia deberíamos hacernos: ¿porqué el mundo obrero se aleja de ella? San José era obrero.

Conclusión.

Hoy estamos de fiesta. Damos gloria a Dios por el testimonio que san José es para todos nosotros. Somos sus devotos. No olvidemos que esa devoción nos obliga a seguir el camino de las virtudes señaladas por él.

Tampoco olvidemos que la fiesta tiene que crear entre todos los calamonteños, como entre todos los hombres,  un sentido de unidad y fraternidad por encima de ideologías y formas de entender la vida. La fe en el mismo Dios en quien creyó san José nos une por encima de cualquier otra cosa.

Demos gracias a Dios y a san José, y continuemos la celebración eucarística con devoción. ¡Que la protección de san José esté siempre con nosotros!. 
 
Casto Acedo. Calamonte, 1996





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