INVITACION A NO FALTAR A LA CELEBRACIÓN DE ESTE DIA
El 8 de Diciembre no celebramos una fiesta ni un domingo, sino una Solemnidad, y la experiencia me dice que muchos de los practicantes habituales de la Iglesia, los que asisten domingo a domingo a la celebración de la Eucaristía, absorbidos por la vorágine de eventos y consumismos que suelen desbordarse en estos días, están dejando de celebrar litúrgicamente las solemnidades.
Hubo un tiempo en que eran muchos los cristianos que faltaban a la misa del domingo, pero no pasaban sin asistir a la Iglesia en días tan señalados como la Navidad, Año Nuevo, Domingo de Ramos, Jueves Santo, Domingo de Resurrección, Corpus Christi o este día de la Inmaculada. Incluso en ambientes rurales donde se respetaba poco el precepto de descansar el domingo, la mayoría de personas no trabajaba en las solemnidades.
Hoy tengo la impresión de que, al coincidir estas solemnidades con grandes fines de semana o puentes vacacionales, las solemnidades pasan desapercibidas, desconectadas con la esencia de la vida Cristiana. Y no debería de ser así. De hecho, si hay unos días en los que la presencia en los cultos de la Iglesia debería ser irrenunciable, son estos. ¿Qué sentido tiene celebrar cada domingo la misa si ninguneamos esos días que le enmarcan y dan un contenido profundo a la celebración dominical?
Un detalle me resulta especialmente escandaloso: el sinsentido litúrgico que estamos transmitiendo a los niños que están en catequesis para la Primera Comunión o los adolescentes que se preparan para la Confirmación. Muchos asisten (sospecho que más obligados que voluntariamente) a la misa dominical durante el curso escolar (¡cuando separaremos el calendario de la parroquia del calendario escolar!), pero desaparecen del templo en un día como el de hoy, en Navidad, Semana Santa u otras solemnidades. ¿Tiene esto algún sentido? ¿No queda así castrada la dimensión litúrgica de la catequesis? ¿Es así como se recuperará la "solemnidad" de las solemnidades?
He advertido últimamente que hay personas que asisten a los cultos habituales del domingo, pero no están presentes en días solemnes; como quien visita a los abuelos todos los domingos y no se hace presente en su aniversario de bodas o en sus cumpleaños. ¿Qué está pasando? ¿Está devorando el sentido lúdico de las solemnidades al sentido cristiano? Si es así hay que reaccionar de alguna manera. ¿Cómo? Lo primero dando testimonio de presencia en las celebraciones litúrgicas. Por eso, procura poner más interés en participar en las celebraciones de estos días en que la atracción de lo "festivo secular" se esfuerza con esmero y empeño en que porque dediquemos todo el tiempo a esas otras cosas que no son Dios.
Y tras esta reflexión que he considerado oportuna, digamos algo de la Inmaculada Concepción.
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COMENTARIO LITÚRGICO
LECTURAS (Fragmentos)
El Señor Dios dijo a la serpiente: «Por haber hecho eso, serás maldita entre todo el ganado y todas las fieras del campo; te arrastrarás sobre el vientre y comerás polvo toda tu vida; establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón.» (Gn 3,15)
Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. (Ef 1,4)
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y la dejó el ángel. (Lc 1,38)
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El hecho en sí de la Inmaculada Concepción de la Virgen María no aparece en los Evangelios. Se trata de un dogma que nace de la fe y devoción del pueblo cristiano; de esta fe nace la verdad de la Inmaculada concepción de la Virgen María, muy ligada al misterio de la Maternidad de María, que celebramos el día 1 de Enero,
Decir de María que es “Inmaculada”, concebida en el vientre de su madre sin pecado original, requiere una explicación. Muchos confunden este dogma con el del nacimiento virginal de Jesús. La Inmaculada responde a un privilegio asentado en una lógica teológica.
El privilegio es que María de Nazaret no sufre el pecado de Adán el pecado de la humanidad del que todos los hombres participamos. Que no es un pecado personal sino de la colectividad. Si la humanidad es un todo, si no somos seres solitarios sino comunitarios, la interdependencia común a todos nos hace partícipes de la maldad o bondad de todos. Hablar de “pecado original” es decir que formo parte de una humanidad pecadora; el pecado de Adán y Eva (pecado de cada uno de los adanes de este mundo) me afecta como miembro de la familia humana.
Pues bien, se dice en el Prefacio de la misa de hoy. “Es justo darte gracias, Padre Santo … Porque preservaste a la Virgen María de toda mancha de pecado original, para que en la plenitud de la gracia fuese digna madre de tu Hijo y comienzo e imagen de la Iglesia, esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura”. En esta preservación está el privilegio. Y la lógica teológica se explica desde el mismo privilegio: ¿cómo va a convivir el mismo Dios encarnado en un sagrario donde a la vez está el pecado? Dos contrarios no caben en un mismo ser, dice Aristóteles; no se puede ser blanco y negro a la vez, no se puede tener la plenitud de la gracia (el mismo Dios dentro ocupando todo el espacio) y el pecado.
¿Pero María y Jesús son seres (personas) distintos? Sí. Y tal vez ahí está el privilegio: ¿no hay cierta comunión madre-hijo en la maternidad? El mismo Jesús que corporalmente ocupará el vientre todo de María, amplía hasta la plenitud el límite del espacio espiritual que ocupará en quien será su madre. El mismo Dios, que ensancha nuestro corazón vaciándolo de pecado en el bautismo, lo ensancha por este misterio el corazón de quien será su madre. Esta es la lógica teológica. Si Jesucristo es Dios y María es Madre de Dios, y si Jesucristo no conoció el pecado quien le llevó en su seno tampoco lo ha conocido.
Ahora bien, ¿pudo pecar María? Pues sí; pudo, como tú y yo, que librados del pecado original por el bautismo, y situados así en su mismo punto de partida espiritual, hemos sido infieles en más de una ocasión. Pero ella mantuvo su impecabilidad, que es lo mismo que decir su humildad; porque sólo los humildes se libran de la soberbia del pecado.
¿Qué celebramos en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción? El triunfo de la gracia sobre la des-gracia (pecado), el triunfo del amor sobre el odio; el testimonio de María nos deja ver que vivir en gracia de Dios (santidad) es posible, porque Dios nos concede el privilegio de perdonarnos por el bautismo, la eucaristía y la penitencia, y nosotros recibimos la fuerza del Espíritu que nos hace capaces de liberarnos de las ataduras de pecado; ¡sí se puede vivir en gracia de Dios!, pero con su ayuda. Basta vivir como María: siendo fieles a la llamada de Dios con humildad: “¡He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra!” (Lc 1,38).
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A veces da la sensación de que los cristianos somos “predicadores del pecado”; como que nos dedicamos a decir lo que está mal en el mundo, lo que tiene de perversión y libertinaje. Muchos nos ven como agoreros de desgracias, jueces implacables, y no como mensajeros de buenas noticias (evangelio), que es lo que de hecho deberíamos ser. La Solemnidad de hoy es un grito de júbilo, de alegría, de gozo: ¡Alégrate María!. Dios no es oscuridad sino luz; ella es su lámpara.
Ya en el Génesis, cuando se narra el origen del pecado se da el anuncio de la victoria sobre el mismo: “Establezco hostilidades entre ti (el demonio) y la mujer (el evangelio de san Juan llama a María “mujer”), entre tu estirpe (los malvados) y la suya (Jesucristo); ella (Jesucristo, estirpe de María) te herirá en la cabeza (te destruirá) cuando tú la hieras en el talón (la Cruz)” (Gn 3,15). San Pablo, que en sus cartas habla del pecado, lo hace siempre para poner en evidencia que ese pecado ha sido vencido por la Cruz de Cristo: “Lo mismo que en Adán mueren todos, así en Cristo todos hemos sido vivificados” (1 Cor 15-22).
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Procura celebrar la Solemnidad de la Inmaculada Concepción como el día de la Luz, el día en que Dios prepara una lámpara tota pulchra, toda hermosa, digna de portar la Luz que alumbra a toda la humanidad. Es verdad que la oscuridad habita en el mundo, pero con María ya tenemos la lampara pura y limpia que “ilumina a todos los que viven en tinieblas y en sombras de muerte” (Lc 1,79). Podríamos decir, parodiando el prólogo del Evangelio de san Juan, que “no es ella la Luz, sino portadora de la Luz”. Ella, como la Iglesia que la tiene por modelo, no es una diosa salvadora; no salva la lámpara si la luz que alumbra en ella; pero ¡qué gran don el de la lámpara que nos acerca la luz! Me gusta esta imagen de María como un farol inmaculado, todo transparencia, que deja ver sin obstáculo alguno el Verbo (Niño Dios) encarnado. Así debe ser la Iglesia, así cada bautizado; lámparas prístinas, transparencias, cristales que dejan pasar sin obstáculos el sol que llevan dentro.
Mira hoy atentamente los ojos de María Inmaculada. Contempla en ellos el destello inmaculado de la Luz. La imagino diciéndote: No tengas miedo, no te dejes llevar por los amantes del pecado, ni por los que pecan ni por los que ven en el pecado una oscuridad invencible; mi hijo Jesús ha vencido al maligno, ¡fiaos de Dios!, “haced lo que Él os diga”.
Nos alegramos porque en María Inmaculada contemplamos por adelantado, antes de la Pascua de Cristo, la victoria de Dios, el triunfo de María y nuestro propio triunfo.
¡Feliz día
de la Inmaculada Concepción!
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Diciembre 2022
Casto Acedo
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