jueves, 20 de octubre de 2022

Al hilo de la Palabra (23 de Octubre)

 EVANGELIO Lc (18,9-14)

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola a algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás:

«Dos hombres subieron al templo a orar. Uno era fariseo; el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: “¡Oh Dios!, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”.

El publicano, en cambio, quedándose atrás, no se atrevía ni a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: “Oh Dios!, ten compasión de este pecador”.

Os digo que este bajó a su casa justificado, y aquel no. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».

¡Palabra del Señor!

* * *
Puedes enfocar tu vida de dos maneras: desde el exterior o desde el interior, desde la fachada o desde dentro de casa. Según decidas así serán tus cuidados y desvelos.; o te desvelarás por cultivar tu imagen o bien te preocuparás ante todo de tu estado de ánimo interior. Tienes que decidir donde pones tu atención. Lo que no puedes hacer es comer y cantar, nadar y guardar la ropa, apoyar tu vida en brillos exteriores y al mismo tiempo gozar  de solidez interior; la vida auténtica es única y no se puede desdoblar; es un error querer llevar una doble vida. Lo dice el evangelio: “no  se puede servir a dos señores” (Lc 16,13).

La parábola que hoy te pone el Señor pretende desenmascarar el fariseo que hay en ti, ese ego que tienes, que presume de virtuoso pero es amante del vicio, que cuida la apariencia ignorando el fondo, que teme ser visto en su pobre realidad y se defiende ocultándola tras una máscara fantástica.

Dos hombres van al templo a orar. Sus maneras de rezar muestran cómo un mismo acto puede ser bueno o no; lo que  justifica o hace bueno un acto es la actitud con que se ejecuta. En la parábola uno va al templo a presumir, otro a humillarse ante Dios. Ya de principio aprendes de la parábola que puedes orar desde tu realidad o desde tus sueños, desde tu verdad o desde tus mentiras.

El fariseo

El fariseo, en realidad, no ora, porque no se pone él mismo ante Dios. Observa cómo se describe: “no soy como los demás hombres: ladrones, injustos, adúlteros; ni tampoco como ese publicano”. No se define por lo que es sino por lo que no es. Me recuerda a mí mismo cuando critico a alguien; lo que hago, más que condenar al otro, es justificarme yo. “Mira ese, bla, bla, bla, pero -pienso en mis adentros- yo no soy así”.

El fariseo me recuerda a mí mismo cuando evalúo lo bien que hago las cosas, las alabanzas que me merezco, lo injustas que son conmigo las personas que me rodean o lo injusto que es Dios que no tiene en cuenta mis desvelos por Él y por su Iglesia. ¿Acaso este soy yo? ¿O es ese ego que me he inventado para estar contento conmigo mismo sin crear problemas a los demás?

El fariseísmo es un vicio muy sutil; te encierra en una jaula de oro de la que cuesta salir porque hasta cierto punto es cómoda; ¡se está tan bien en ella!. ¿Cómo no felicitarme y jactarme de las alabanzas que otras personas me dirigen? ¿Quién va a negar -mas allá de un educado “por Dios, no lo merezco”- que me gustan los reconocimientos y  homenajes? ¿No te has deprimido nunca al menos un poco porque crees que no te han tratado o recibido como crees que mereces? ¡Quién se habrán creído que soy! ¿Un cualquiera?

Fíjate bien en para quién propone Jesús esta parábola: para  ”algunos que se confiaban en sí mismos por considerarse justos y despreciaban a los demás”. Este soy yo, y si no me reconozco debería cerrar el evangelio, porque no me enteraré de nada.


El pecador

El publicano, sin embargo, no se considera mejor que el otro; simplemente reconoce lo que es, y desde su ser pobre, débil y pecador se relaciona con Dios. No hace, como el fariseo,  un monólogo consigo mismo; en su oración hay diálogo, porque no se presenta ante Dios como querría ser sino como es, y desde su ser real habla con Él. Le gustaría ser humilde, pero le come la soberbia; sabe que debe perdonar a quien le ofende, pero no lo consigue; sufre arranques de violencia que no consigue frenar; se deja llevar por la gula, la envidia y la lujuria,  ante las cuales se siente incapaz, etc. ¿Entiendes ahora por qué santa Teresa dice que “humildad es andar en verdad”? El publicano está en la verdad de sí mismo, mientras que el fariseo vive en la mentira.

El publicano no es, en lo exterior, mejor que el fariseo; pero reacciona no ocultando su pecado a sí mismo y a Dios, sino poniéndolo delante y pidiendo a Dios que se apiade de él. Ha entendido que Jesús no ha venido para los justos sino para los pecadores (Lc 5,32 y sabe que difícilmente curará su enfermedad si no comienza por reconocerla y confesarla al médico.

Podríamos llamar a esta parábola la de “los dos pecadores”, como lo es en la parábola del Hijo pródigo (cf Lc 15,11-31), uno que reconoce el error que comete al vivir lejos del Padre (“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti”)  y otro que vive lejos pero se cree que está en casa (“Tantos como te sirvo y a mí nunca me has dado un cabrito, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”).


Conversión pastoral (DOMUND)

En el fondo, lo que persigue Jesús con la parábola es provocar la conversión del fariseo poniendo ante sus ojos una realidad necesitada de conversión. Que cada cual se aplique el cuento. 

¿Y ya está?

Podría quedarme aquí, en la lectura personal de la parábola. Pero me gustaría que en este día en que también se celebra el DOMUND (Domingo Mundial de la Propagación de la Fe), y cuando se está hablando de "conversión pastoral", leyéramos también la parábola en clave comunitaria. 
 
Tendríamos desde esta perspectiva dos iglesias o dos modos distintos de ver la Iglesia: Por  un lado la iglesia “autorreferencial”, cumplidora (“Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todo lo que tengo”), obsesionada por hacer ver que ella es mejor que otras instituciones, sino la mejor. 

Es esta una Iglesia que sigue atada a cargos, sistemas y protocolos de organización anclados en la "mundanidad espiritual", que bendice primeras comuniones, confirmaciones y bodas claramente catequizadas y alentadas por el consumismo ambiente. Es una iglesia permisiva con lo ostentoso de las celebraciones sacramentales.  Tanto en lo litúrgico como en lo profano se tiende a la ostentación sin que resuene en la Iglesia una palabra o un gesto proféticos, un discernimiento serio de lo que se está bendiciendo al administrar esos sacramentos.  

¿Quién se atreve a hacer una encuesta a pie de calle, a las puertas de una Iglesia, donde se celebran alguno de esos "eventos"?  Simplemente preguntar a los protagonistas: ¿qué vas a hacer? , o a los invitados ¿a qué has venido?  Y no conformarse con respuestas estereotipadas. Por sus respuestas podríamos ver lo que no nos atrevemos ni a imaginar. 

¿Es posible acompasar sin caer en la falsedad el anuncio del evangelio con la práctica global (religiosa y secular) de estas celebraciones? Lo dudo. Y es una pena. Cada vez son más los que se acercan de buena fe a la Iglesia y luego la abandonan ante semejante desajuste. No se puede nadar y guardar la ropa, hay que decidir: o una Iglesia estancada, poco evangelizadora, instalada en la mediocridad, o una Iglesia profética y rompedora.

Por el bando del publicano tendríamos la Iglesia de esos que se acercan o recalan en ella buscando un refugio seguro que les salve de sus vidas vacías y sin sentido. Esta es la que llamo Iglesia de pecadores. Me decía hace poco un monje carmelita que él vive en la esperanza de que para los “tiempos recios” que corren y que se auguran más recios aún, el futuro de la Iglesia vendrá de la mano de los pecadores, de todos esos a los que con frecuencia consideramos impuros (divorciados, drogadictos, frustrados, ricos insatisfechos, incrédulos,…). Acogerlos debería ser el principio de nuestra conversión pastoral. ¿No habéis notado la fuerza con la que viven y anuncian el evangelio los  conversos procedentes de ambientes descristianizados que entran en las filas de la Iglesia? ¿O hemos olvidado la procedencia de san Pablo y de la mayoría de los primeros testigos del evangelio?

La parábola de hoy puede ayudarnos a mirar con ojos de evangelio qué Iglesia queremos, y cuál vemos más necesaria para evangelizar, ¿la del fariseo o la del publicano? "Para ser mis testigos", dice el eslogan de este año. Puedes preguntarte: quién es más creíble cuando habla del evangelio, ¿un cristiano "de toda la vida", acostumbrado ya a unas formas y modos estereotipados de testimoniar?, ¿o un recién converso que ha descubierto la novedad del evangelio como apoyo para superar su pecado y habla de ello con la frescura del agradecido? 

Ya que se habla tanto de la “conversión pastoral” meditemos si en la Iglesia no estamos necesitando más pecadores y menos justos. Creo que me explico. Nuestro tiempo precisa una Iglesia de humillados enaltecida por el Señor. La "conversión pastoral", o es un cambio de espiritualidad y estructuras de fondo o será sólo un golpe de efecto, un entretenimiento farisaico más para seguir haciendo lo mismo. Y vistos los resultados, ¿merece la pena?

 "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido". La iglesia que se enaltece será abajada, la iglesia humillada será enaltecida. Sé honrado contigo mismo y con la  Iglesia y  escoge el camino de la humildad 

* * *

Otro comentario para el evangelio de hoy;

¡Feliz domingo!

Octubre 2022

Casto Acedo

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