EVANGELIO LC 14,25-30.33
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En este texto de san Lucas habla Jesús de posponer “padre, madre, mujer e hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo”. San Mateo añade “tierras” (Mt 19,29) a la lista de necesarios desapegos, san Lucas pide "renuncia a todo sus bienes"; y no sólo dice san Mateo que hay que posponer, sino dejar.
¿Qué significa eso de dejarlo todo? ¿Si deseo ser un auténtico cristiano debería abandonar a mis padres y al resto de mi familia a su suerte, y ser célibe, además de quedarme sin blanca en el bolsillo? En una lectura fundamentalista literal sería así; pero entonces sólo serían discípulos genuinos los eremitas que se retiran al desierto apartándose de todos y de todo; quedarían excluidos del grupo los monjes que viven en comunidad ¿o no son hermanos también los que comparten vida en común entre los muros de un monasterio?
Lejos de mí una lectura tan radical de este texto. Sí así fuera no me atrevería a llamarme cristiano, discípulo de Cristo; no reuniría los requisitos. Me inclino más por leer este evangelio viendo en él más un posponer o relativizar que un renunciar totalmente. Porque tener familia o bienes con los que sustentarme y sustentarla no va contra los planes que Dios tiene parea mi.
Ser discípulo de Cristo, decidir seguirle, es optar por un buen proyecto de vida que no se base en los parámetros que hasta entonces hemos considerado mejores. Desde niños se nos han ido inculcando una serie de principios y valores a poner en juego que no siempre coinciden plenamente con aspectos del espíritu cristiano. Si observamos con detenimiento y objetividad descubrimos que nos educaron con un cierto espíritu de clase, de pertenencia a un colectivo limitado, con mentalidad estrecha a la hora de plantearnos grandes retos. Nos miramos desde el apellido, la pertenencia a un pueblo o ciudad, una región o nación, etc. En teoría “todos somos iguales”, pero en la práctica consideramos como más dignos de nuestro amor y cuidados a nuestros familiares y compatriotas, y por supuesto a nosotros mismos.
A causa de la educación tan, digamos, "patriarcal", nuestro amor queda estrecho de miras, sin proyección universal. Y esto es, tal vez, algo que quiere corregir el evangelio de hoy. El discípulo ha de procurar amar a todos por igual, más allá de sus preferencias familiares y sociales. Jesús llama a seguirle en el amor que Él es y manifestó. ¿A quién amó Jesús? A su padre José y su madre María, a sus parientes, a sus vecinos; pero no se quedó ahí. Superó su judaísmo amando y acercándose con la misma ternura a los que no eran judíos y además eran pecadores públicos; y en el colmo del amor, llegó a amar a sus enemigos con la misma intensidad que a su familia más cercana.
Hay un texto de san Pablo a los Romanos que merece la pena meditar, porque nos pone ante la evidencia de que si Jesús nos ama no es porque merezcamos ser amados por nuestros méritos sino por pura gratuidad. “Cuando nosotros estábamos aún sin fuerza, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; ciertamente, apenas habrá quien muera por un justo; por una persona buena tal vez se atrevería alguien a morir; pues bien: Dios nos demostró su amor en que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5,6-8).
Tú y yo no somos de su familia de sangre; de hecho le traicionamos muy a menudo; sin embargo, él nos ama y nos hace hijos de Dios, familia suya, por pura gratuidad; Jesús relativiza su familia humana y su pertenencia social o religiosa para abrir el abanico de su amor a todo ser humano y a toda la creación.
La compasión universal de Jesús es la que justifica que posponga a su familia, sus amigos y a sí mismo cuando se trata de amar. Él predicaba amor de total entrega hacia todos. Esta virtud es parte esencial de su proyecto de vida y su misión. Muchos consideraron imposible vivir semejante propuesta.
Dicen los evangelios que cuando la pasión los fariseos y uno de los crucificados con él se burlaban porque no se salvaba a sí mismo. Pero Jesús se mantuvo fiel a su palabra que predicaba amor misericordioso: “Padre perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). Estas palabras de perdón pronunciadas en la cruz son una señal de coherencia, honestidad y victoria del amor total sobre quienes lo consideran utópico o ridículo. Jesús "amó hasta el extremo" (Jn 13,1).
Nosotros sabemos ahora que el amor hasta el extremo de dar la vida por los enemigos le estaba honrando, y desde ahí nos estaba salvando. El amor sin fisuras es sanador para quien lo practica y para quien lo recibe.
Es difícil entender esto del amor in límites. Como se afirma en la primera lectura de hoy (Sab 9,13-18) "los pensamientos de los mortales son frágiles e inseguros nuestros razonamientos, porque el cuerpo mortal oprime el alma y esta tienda terrena abruma la mente pensativa". Necesitamos la luz de la sabiduría divina, el conocimiento íntimo de Jesucristo, porque "si apenas vislumbramos lo que hay sobre la tierra,...¿quién rastreará lo que está en el cielo?". Me gusta decir que lo natural es amar a los amigos; para amar a los enemigos necesitamos un plus de gracia de Dios, porque amar así es sobrenatural.
Concluyendo: El evangelio de este domingo no está invitando a adherirnos con decisión a la sabiduría de Cristo. Para hacerlo no se necesita despreciar a la familia de sangre sino a amar a toda persona con el mismo amor con que Jesús me ama, o al menos con la misma premura con que estoy dispuesto a amar a los míos. Ser discípulo no es posible desde el corralito de la familia o del grupo afín. Está bien ser un buen padre-madre, esposo-esposa hijo-hija o hermano-hermano; tampoco desmerece ser un patriota o amante de la nación a la que pertenezco; el pecado es permitir que ese amor sea putrefacto, y lo es cuando se limita a las realidades de corto alcance y no se abre a la universalidad.
Medita: como discípulo de Jesús deberías cultivarte y prepararte, entrenarte en la práctica del amor sin fronteras, al modo de Jesús. Si no lo haces así no te extrañe que quienes no ven en ti el amor que predicas sonrían maliciosamente y te consideren un beato o beata en el peor sentido de la palabra. Ocurre eso cuando por tus rezos y tus devociones presumes de ser un cristiano o cristiana integral cuando en realidad eres sólo un constructor fracasado que proyectó una torre muy alta, comenzó a construirla, pero fue incapaz de terminarla.
¡Feliz Domingo!
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