Día de Corpus Christi, fiesta que huele a flores e incienso. Día del
Señor. Día en que los cristianos nos alegramos porque el mismo Jesús, en el
Sacramento de la Eucaristía, pasa por nuestras calle y bendice nuestros
hogares. Día de caridad.
Este año Cáritas nos propone un lema muy rico en contenido: “SOMOS LO
QUE DAMOS, SOMOS AMOR”. No es un simple juego de palabras para motivarnos a ser
generosos en nuestra aportación en la colecta
del día, que en esa ocasión es para Cáritas. Decir y creer que ”somos lo que
damos, somos amor”, es hacer una afirmación de fe. Porque en realidad somos
imagen de Dios, que es amor; soy amor; el amor es lo único que me hace
ser yo mismo.
En el tiempo que vivimos, marcado por un creciente individualismo y
consumismo, donde se educa para sobresalir y triunfar acaparando bienes, poder
e influencia, resulta desconcertante que Jesús de Nazaret nos diga que los
bienaventurados son los pobres (Mt 5,3), que el más grande de todos sea vuestro
servidor, porque para ser el primero debes aprender a ser el último (cf Mc,9.35).
El camino del amor, el ,ás grande. ¡qué paradoja!, no es el de ascenso al cielo
sino el de descenso a los infiernos del
mundo.
¡Qué sutil es la tentación del prestigio-poder-honra! La supervivencia
del ego necesita de eso; y se agarra a ello con ahínco. Mi yo pecador me dice que sin eso no soy nadie. ¡Qué mentira! Ya tengo edad suficiente para haberme dado cuenta. Pero soy terco y mi
tendencia, como débil que soy, es la de seguir confiando en esas cosas que
ocupan, o más bien esclavizan, mis días.
* * *
Comienzo mi meditación soltando todo lo que se apega a mi
ser, todo lo que me produce estrés, preocupaciones y problemas. Luego procuro hacer
silencio de todo lo que desde fuera llama mi atención. Es el primer paso para
alcanzar quietud y estabilidad interior. Busco estar en mi centro, donde está
conmigo el Espíritu de Jesús. No rechazo
los sonidos, pensamientos o sensaciones que me vienen de fuera, intento que las
realidades exteriores, personas y cosas, estén ahí; pero no me dejo enganchar
por ellas; las dejo ir sin juzgarlas, dejando que sean lo que son,
contemplándolas en lo que son, amándolas. Finalmente, en un acto consciente de
mi voluntad y con la ayuda del Espíritu, activo mi corazón compasivo y expando
mi amor a toda la creación, especialmente a los más necesitados.
Es un ejercicio hermoso y gratificante; pero no es el todo, y por
supuesto no es la meta, de mi vida cristiana. Es sólo el principio. En la
oración me abraza la misericordia de Dios y aprendo a soltar prejuicios,
ambiciones, deseos. Necesito sentir que mi vida no la alimentan esas cosas que
suelto, sino sólo el amor de Jesús.
Luego, cuando dejo mi espacio de oración y salgo a la calle a batallar, viene
la prueba de fuego. Ahí, en mis relaciones, en el modo de encarar el día a día,
es donde se dilucida la verdad de mi vida espiritual. Me es fácil amar y darme
en espíritu a otros en el momento de la oración; pero esa donación no es
completa si no me doy también en cuerpo. Aquí la pereza, el miedo, la
incertidumbre ponen a prueba mi fe. Obras son amores y no buenas razones;
tampoco buenas oraciones.
Me llama la atención que Jesús, en la última cena, al instituir la
Eucaristía no diga. “Tomad y comed todos de él; esto es mi espíritu”. No. Dice
“esto es mi cuerpo”. Podría haber dicho lo primero, pero dice lo
segundo. Y no es que no entregara también su espíritu; porque la persona no es
dualidad sino unidad de cuerpo y espíritu. Pero para dar a entender a otros el
amor lo mejor es hacerlo visible y palpable; por eseo Jesús dijo "mi cuerpo". “Tú no quisiste sacrificios ni
ofrendas, pero me formaste un cuerpo. ....
Entonces yo dije: He aquí que vengo -pues así está escrito en el
comienzo del libro acerca de mi- para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad.” (Hb 10,6-7).
El cuerpo de Cristo es su realidad total presente de modo palpable. El sacrificio
espiritual es dudoso y oscuro si no se ilumina con el sacramento del cuerpo. La
caridad se ve en los actos, no es invisible. Y en signos visibles se ha querido quedar con nosotros el
Señor. Cuerpo entregado y sangre derramada. La conexión de su
oración en Getsemaní y su entrega en la Cruz forman un todo. Jesús, al darse
todo en la cruz, hace visible el amor divino. Y de paso me enseña el camino del
amor humano: “Nadie tiene más amor -nadie es más humano- que el que
da la vida por su amigos” (Jn 15,13).
Soy cuerpo (y alma y espíritu). Y todo lo que soy se me da para darlo. No
debo limitarme a dar cosas; he de darme yo, entero, sin reservas. Y dándome
vivo, porque entro en sintonía con mi ser profundo. “Somos lo que damos”.
¡Qué gran verdad! Quién más da, más es; Dios lo da todo en Jesucristo, por eso
Dios es en Jesucristo. Adorar la Hostia Santa el día del Corpus es reconocer
que quien se da totalmente en alimento para la vida del mundo, realiza
plenamente su vida. Eso hizo Jesús; se entregó totalmente, y su Cuerpo clavado
en la cruz y luego resucitado, es el lenguaje con que nos da a conocer su amor.
Celebraré la fiesta del Corpus tomando conciencia de que la Eucaristía
es el mayor don que se me puede dar. Es el don, la donación de quien es “todo
en todos”. Dios es y me hace ser en la Eucaristía. Me adentro en su Misterio y
permito que mi cuerpo, alma y espíritu bailen al ritmo de su presencia; me permito
ser lo que soy: Corpus Christi, Iglesia, “porque ella es su cuerpo,
plenitud del que llena todo en todos” (Ef 1,23).
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Otra reflexión sobre el Corpus Christi en
https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2022/06/un-sacramento-es-un-signo-visible-de-la.html
Feliz día de Corpus Christi.
Junio 2022
Casto Acedo
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