viernes, 24 de diciembre de 2021

San Pedro de Mérida - Horarios de Navidad

 

Parroquia de San Pedro Apóstol

SAN PEDRO DE MERIDA

Horarios de celebraciones Navidad 2022-2023

 




Sábado, 24 de diciembre (Nochebuena)
19 h. Misa de Vísperas de Navidad

* * *

Domingo 25 de diciembre de 2022
12 h. Misa Solemne de Navidad

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26 al 30 de diciembre
No hay misas

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Sábado , 31 de diciembre (Nochevieja)
19 h Misa de vísperas

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Domingo 1 de Enero (Año nuevo)
12 h. Misa de Santa María Madre de Dios

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Martes, 3 y Jueves 5 de Enero
19 h. Misa

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Jueves 5 de Enero , vísperas de Reyes
19 h Misa de vísperas

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Viernes 6 de Enero, día de Reyes
11 horas Misa de Epifanía

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Sábado 7 de Enero
19 h. Misa de Vísperas

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Domingo 8 de Enero
12,30 h. Misa del Bautismo del Señor.





¡Participa en los cultos ce tu parroquia!

Casto  Acedo.


jueves, 23 de diciembre de 2021

Al hilo de la Palabra (Navidad)


El significado último, profundo, decisivo, de la Navidad se puede resumir en una palabra que es un nombre: “Enmanuel”, que significa Dios con nosotros, o “Jesús”, Dios salva (Lc 1, 21.22). Dios se hace "Verbo", Palabra (Jn 1,14); la persona de Jesús es el lenguaje que Dios escoge  para hacerte saber que aunque tu olvido sea grande Él no se olvida de ti; que siempre estuvo, está y estará de tu lado.

El centro del belén es la figura del Niño recién nacido, una figura pequeña, casi imperceptible; pero sin ese bebé  el resto de elementos, las figuras de José y María, el buey y la mula, los ángeles, los pastores, los magos, las lavanderas, los leñadores, e incluso los personajes hostiles como  Herodes, quedan huérfanos, vacíos de sentido. 

Quitad al niño y ya no hay Belén. No hay duda de que Jesús, es el centro de todo; con su presencia diminuta ilumina el portal y le da un significado. Todas los personajes que ocupan las escenas del belén, miran al Niño y encuentran en Él su identidad y su papel en la representación  del gran teatro del mundo. 

La Navidad invita a ver el mundo como un inmenso Belén en el que todos se sienten atraídos por la mirada del Niño. Lo vemos en su cuna-pesebre, fajado, inmovilizado, tal como acostumbraban a hacer las madres de su tiempo. ¡Qué hermosa imagen la de esa inmovilidad! Dios sujeto a los límites de lo humano, mostrando su grandeza y su poder en la debilidad, proclamando la fuerza del amor de Dios en la aparente pasividad de la cuna-cruz. “Cuando haya sido elevado – dice Jesús- atraeré a todos hacia mí” (Jn 12,32). ¡Qué hermosa similitud visual la de Belén y el Calvario! Es el amor del crucificado lo que nos conmueve en Belén. 

* * *

¿Por qué nos fascina tanto este Niño? ¿Por qué todo el que le mira queda prendido en Él? ¿Qué tiene Jesús que tanto atrae? Hay quienes están contra la institución religiosa, contra los curas, contra los ritos y las ceremonias, pero difícilmente hallarás a alguien que esté contra Él. ¿Por qué? ¿Qué tiene Jesús de especial?

La respuesta está en el enigma que oculta. ¿Te has preguntado alguna vez quién eres, para qué has nacido y a qué estás llamado? Pues el Niño-Dios te responde. Mírale y  sabrás quién eres (hijo de Dios), para qué has nacido (para amar) y a qué estás destinado (a la unión con Dios). No busques más, "el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Vaticano II, GS 22 ). En Jesús está la entera humanidad: tú, yo, todos. Si andas perdido puedes encontrarte en Él, porque Jesús es el modelo, el molde de tu hechura.  Desnúdate, quítate el velo de egolatría que te envuelve y podrás gozarte en lo que tienes de divino.

La ternura y la compasión, el deseo de paz y de amor, la chispa de fraternidad que brilla en los días de Navidad, no son casuales. Son virtudes esculpidas en tu alma de hijo de Dios y lo ves con claridad cuando te miras en el espejo-Jesús y en Él te reconoces. “Los ojos en Él”, “mira que te mira”, decía santa Teresa a sus hijas. Contempla al Niño, abísmate en su mirada, y te verás a ti mismo en toda tu verdad, tu bondad y tu belleza divinas.

Y, ¡oh maravilla!,  no sólo te ves a ti mismo o a ti misma en Él. También puedes contemplar en su figura a toda la humanidad. Jesús dice que lo que haces o dejas de hacer por tu hermano lo haces o dejas de hacer por Él (cf Mt 25). Si te enamoras y te abismas en Jesús empiezas a ver en los otros el rostro mismo de tu Amado, y te es más fácil el ejercicio de la caridad. ¿Entiendes ahora por qué en estos días te sientes más tierno, fraternal, acogedor y amoroso? Quien se deja seducir por el niño purifica su mirada y ve el mundo como es en realidad: un gran belén en el que un Niño inocente, de corazón limpio es Rey; en un Reino en el que los pobres, los humildes, los pacíficos, son privilegiados. 


*  *  *
Déjame ser reiterativo. Esta Navidad, en un requiebro de amor, mira a Jesús y déjate mirar por Él. "Mira que te mira". La mirada de Jesús  seduce,  enamora, despierta la conciencia de tu ser. Es una mirada muy poderosa; puede cambiar tu vida. Esa mirada tiene el poder de cambiar tu vida para bien incluso en aquello que hasta ahora te parecía imposible. 

Permítete estos días ser iluminado por el amor de Jesús. “Tu luz, Señor, nos hace ver la luz”, dice el salmo (35,10). Contempla a Jesús; deja que la Luz de su Evangelio entre en tu vida. Ser iluminado por su sabiduría te abre a un mundo nuevo, un Reino en el cual todo lo que buscabas y esperabas para ser feliz se te ofrece como un sabroso manjar navideño.

En Nochebuena y Navidad acércate al Niño. Te está diciendo: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Dile: Abre mis ojos, “Señor, que vea” (Lc 18,41.42).  Pon tu fe, tu esperanza y tu amor en Él, y comienza a beber en la fuente de la sabiduría divina. Apacigua tu sed en Él. Será para ti un buen comienzo, un nuevo nacimiento, Navidad.

¡FELÍZ NAVIDAD!

Casto Acedo 

martes, 21 de diciembre de 2021

Felicitación Navideña Visual (Trujillanos)

Quede este pequeño video como felicitación navideña para todos los que somos parte de la Parroquia de la Santísima Trinidad de Trujillanos.  Mi agradecimiento especial a las catequistas y a l@s niñ@s que participan en las actividades de la Parroquia. En Navidad también os espero para celebrar en la Iglesia estas Fiestas. ¡Feliz Navidad! 

Calidad media, 41 MB 

También en

https://drive.google.com/file/d/1k2MuaO_yMOnbuEEwIo0eIa3qjP9zFywi/view?usp=sharing

Diciembre 2021

Casto Acedo 

sábado, 18 de diciembre de 2021

Al hilo de la Palabra (19 de diciembre)

EVANGELIO. Lucas 1, 39-45

En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.
En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá."
* * *
Entramos en una semana muy especial que podríamos llamar  “semana de los encuentros”. Encuentro es lo opuesto a separación, alejamiento, ruptura, divorcio, ocultación. Desde este domingo hasta Navidad recibiremos y haremos signos que dejarán ver que nuestra vocación es unir, acercar, reconstruir, reconciliar, abrir a la luz. Los viajes rompen la distancia, las cenas reúnen a las familias, la solidaridad con los pobres crece en  Cáritas y otras asociaciones benéficas. 

La palabra ENCUENTRO puede servirnos de reflexión o meditación para este domingo. Porque la Navidad es el encuentro del cielo con la tierra, de Dios con la humanidad. “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14); Dios, el trascedente, el eterno, el inaccesible, se hace palpable, débil, cercano. A unos días de la celebración de la Navidad, ¿cómo prepararme para que este misterio no pase inadvertido?

1
Lo primero y más importante es el “ENCUENTRO CONMIGO MISMO”. Porque he de reconocer que ando perdid@. Se me pasan los días persiguiendo la quimera de una felicidad que no existe, la que pretende sostenerse en los bienes externos, en la consideración social, en el sometimiento de todo a mis gustos y deseos. ¿Cuántas cosas tendrán que cambiar fuera de mí para poder ser feliz? Me tiene que tocar la lotería, me tiene que pedir perdón ese amigo o familiar que me ningunea, me tienen que dar el mejor trabajo del mundo, mi hij@ tiene que ser perfect@, las enfermedades y limitaciones familiares tienen que desaparecer, etc.

Vivo tan pendiente de esas cosas externas e improbables en las que he puesto mis esperanzas y acabo perdiéndome en la barahúnda de deseos insatisfechos;  ni encuentro satisfacción en nada ni me encuentro a mí mism@. ¡Es urgente encontrarme conmigo!, porque la auténtica felicidad comienza por ahí, por reconocerme y amarme en lo que ya soy y en lo que vivo. No me vendrá la felicidad porque el mundo y la historia se pliegue a mis caprichos sino por gestionar con sabiduría lo que me venga. Clarificarme, comprenderme y amarme a mí mism@ es el primer encuentro deseable en Navidad. 

El pasaje del evangelio de hoy ofrece la escena de dos mujeres, María e Isabel, que lejos de venirse abajo en situaciones difíciles -embarazosas- aceptan la voluntad de Dios; no se sienten ni manipuladas ni ninguneadas sino bendecidas por Dios, y se alegran. Se palpa en el texto que son dos mujeres sabias, que se han encontrado a sí mismas en Dios y saben bien para qué han nacido; para amar.



Una vez que encuentro mi identidad y mi vocación, ya feliz por lo que soy y lo que estoy llamado a ser, mi corazón tiende a comunicar mi gozo a los demás, y ahí se da el ENCUENTRO CON L@S OTR@S. La Navidad es mágica; cuando entra en el corazón consigue que personas que están alejadas puedan reconciliarse, que otras que se sienten ajenas puedan reconocerse, que parientes y amistades cuyo calor habían enfriado el tiempo y la distancia vuelvan a abrazarse.

Un buen ejercicio para estos días es felicitar la Navidad a todas las personas que conoces, intercambiar buenos deseos, pasar de hacer juicios negativos sobre nadie a mirar a tod@s con ojos de benevolente compasión. Aprovecha para sentir que Dios está presente donde entras en relación con las personas; Él mismo es relación de personas, Trinidad. 

Si para ser feliz necesitas encontrarte contigo mism@ ahondando en la profundidad de tu ser, no es menos cierto que necesitas también salir hacia afuera, abrirte al encuentro con todas las personas, especialmente con aquellas que sabes que necesitan de ti. Contempla a María, que prepara la Navidad acudiendo a casa de su prima Isabel. Ya sabes que es más feliz quien activa en su vida el amor que quien se sienta esperando recibirlo. Pon manos a la obra; haz de tu vida una caricia de Dios.


Y un tercer encuentro no menos importante, el ENCUENTRO CON DIOS. Como  humanos que somos podemos decir que vivimos en tres dimensiones, una dimensión personal que cultivamos con la meditación y conocimiento del propio ser; otra social o comunitaria que se realiza en el trato amable con los quienes nos rodean; y una tercera dimensión, menos conocida que podemos llamar “dimensión trascendente o espiritual”; ésta  no suprime las anteriores sino que las supone; aquí nos abrimos a una mirada divina universal, porque  percibimos con claridad que somos parte de un todo.  El encuentro con Dios sólo lo saborea quien se ha reconciliado consigo, con todos y con todo. 

En esta semana párate y mírate “desde Dios”, o mejor, mira todo, a ti mism@, a las personas, a la realidad toda, incluidas tus circunstancias personales, con la mirada de Dios. Navidad es la revelación de un misterio: Dios es amor (1 Jn 4,8). Siente que Dios cree en ti, que te espera, que te ama, que te da un abrazo, que viene a encontrarse contigo. Como cristiano no deberías rechazar su invitación al perdón celebrando estos días el Sacramento de la Reconciliación; tampoco en Navidad deberías renunciar a la Fiesta de la Eucaristía. Si lo haces, si recibes el Sacramento del Perdón y comes el Pan de la Eucaristía, en lo oculto, en lo más íntimo de ti, prácticamente invisible a los ojos, pero real, puedes vivir una explosión de felicidad como la que gozó el Bautista en el vientre de Isabel al recibir la visita del Niño Dios que se le acerca en el vientre de María. “En cuanto tu saludo llegó a mis oídos-dijo Isabel- la criatura saltó de alegría en mi vientre”. María es símbolo de la Iglesia que te acerca a Jesús en estos días; deberías exclamar con Isabel: "¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?". Para llegar a este encuentro, ¿no merece la pena hacer la paz contigo, con los hermanos y con Dios? 


* * *
Los días que quedan para Navidad vívelos en las tres dimensiones expuestas.  
*Acéptate en lo que eres: una persona bendecida por Dios, amada; aunque te cueste creerlo Dios te ama más que tú mism@. 
*No des la espalda, no minusvalores ni desprecies a nadie, sé como Dios, que en su nacimiento viene de frente, con los brazos abiertos, con la mirada limpia, sin prejuicios. ¡Mírate en los ojos del Niño Dios y enamórate de su mirada! 
*Y ábrete al misterio; déjate encontrar por la inmensidad de Dios; deja de mirar tu ombligo y vívete como parte de un Todo, como miembro de una familia universal que tiene un Padre, Dios, que se hace uno de nosotros en el Hijo para acercar a todos el Espíritu de la Navidad.

Cierra los ojos, serénate, inspira y espira con suavidad; deja que el viento del amor de Dios penetre en tu cuerpo y en tu alma, permite que invada cada rincón de tu ser y salga renovado expandiendo el suave olor del Amor de Jesús. 

Diciembre, 2021. 
Casto Acedo 

lunes, 1 de noviembre de 2021

Reflexión sobre la muerte (2 de Noviembre)

El dos de Noviembre, un día después de la Solemnidad de Todos los Santos, la Iglesia dedica la liturgia del día a la memoria de los Fieles difuntos. No podemos desligar esta memoria menor de la fiesta mayor que le antecede. Nosotros, los que estamos de paso por el mundo -Iglesia peregrina- caminamos hacia un lugar, una meta: la comunión total con la Iglesia triunfante; de ahí que, para los creyentes, lejos de ser una mala noticia, la muerte es  una invitación a la esperanza, un interrogante con respuesta: ¡Cristo ha resucitado!. 

Es una pena que este grito de victoria, clave de la fe cristiana, se vea oscurecido en un mundo que condena al olvido la pregunta y la realidad de la muerte, cerrando así la puerta a la revolución que supone creer en la Vida Eterna.

La muerte como tabú 

Es extraño celebrar un día de difuntos. Parece un día consagrado al pesimismo, a la contemplación angustiosa del fracaso de la vida. La muerte y el dolor físico y moral que conlleva suelen ser acontecimientos que queremos mantener alejados de nuestra consideración. Si hasta no hace mucho era tabú (prohibido) todo lo relacionado con el misterio del origen (sexualidad, nacimiento), hoy podemos decir sin duda alguna que el tabú se ha trasladado al misterio del final (la muerte). Parece como si quisiéramos conjurar el dolor y la muerte negando su existencia. 

Escondemos el dolor y el sufrimiento en las camas de los hospitales, en los geriátricos, en los psiquiátricos, en los centros de atención a enfermos terminales, etc... Ocultamos el dolor y la muerte, o nos desentendemos de ellos negándonos a mirarlos de frente. ¿Porqué? Seguramente porque las contrariedades de la vida, el sufrimiento y la muerte, son hechos que ponen al descubierto la banalidad de nuestras vidas atadas al consumismo. 

Para los jóvenes, acostumbrados a ver la muerte virtual en medios audiovisuales y a divertirse con ella en las fiestas de Haloween, supone un tremendo golpe toparse con la cruda realidad de la muerte concreta de personas cercanas. Las nuevas generaciones no han sido educadas para leer y encajar con sabiduría la muerte de los suyos;  cuando sucede tienen pocos recursos para gestionar los sentimientos que les causa, y en su desconcierto, tras un primer estado de shock, suelen reaccionar con una huida hacia atrás; olvidemos lo pasado y vivamos el "carpe diem" sin dejarnos atrapar por las preguntas que la muerte suscita;  comamos y bebamos que mañana moriremos. 

No se educa para afrontar la realidad de la muerte. El lenguaje siempre ha sido limitado para expresar los sentimientos de pésame y dolor, pero las costumbres sociales nos están llevando cada vez más a pasar cuanto antes el trago amargo de la desaparición de los nuestros, a guardar un silencio incómodo  y a seguir la vida como si nada. 

El “imaginario” y el lenguaje que nos ha servido tradicionalmente para hablar de todo esto (ir al cielo, descansar en Dios, paraíso, vida eterna,...) se ha desvanecido a gran velocidad, sin que lo substituya ningún otro.

Mirar la vida desde la muerte no es abandonarse al pesimismo. 

Es bueno vivir teniendo siempre presente la finitud de la vida humana. No quiero decir con esto que la muerte deba obsesionar la existencia y paralizar la tarea de los vivos,  pero sí que debería servir de revisión serena acerca de los parámetros que aplicamos a la vida. La reflexión sobre la muerte es necesaria para aprender a vivir. La vida que olvida la muerte corre el peligro de detenerse en tonterías; corre también el peligro de ser manipulada, de ser desvivida, de perderse, si no es consciente de su limitación y su finalidad. 

Son muchos los testimonios de personas que, tras salir de una enfermedad, de una operación o de un accidente que les hizo tocar la frontera de la vida y de la muerte, cambiaron de valores. Descubrieron hasta qué punto no eran dueños de su vida, hasta dónde habían equivocado el norte; incluso llegaron a ver cómo estaban siendo manipuladas por una sociedad sólo interesada en sus capacidades productivas y consumidoras. En la cercanía de la muerte descubrieron de lo que no deberían ser y lo que realmente merece la pena ser, lo que importa sobre todo. 

Mirar la vida desde la muerte no es condenarse al pesimismo, sino construirse en esperanza desde el realismo. Somos limitados, nos necesitamos unos a otros, está en nuestro propio ser el proyectarnos más allá de la nada y el vacío al que parece condenarnos nuestra cultura. Si al final no hay nada, la vida es para nada; si al final está la plenitud, la vida se llena de esperanza.



Pensar la muerte y pensar desde la muerte.

A nadie le deseamos ningún mal. Pero la muerte de los más allegados a cada uno,  y cuya partida nos ha dolido como si nos arrancaran algo nuestro, debería hacernos pensar en la muerte y repensar nuestra existencia desde ella.

Pensar y aceptar que el dolor, el sufrimiento y la muerte están ahí y reconocerlo es el primer paso para eliminarlo o superarlo. ¡No os dejéis embaucar por una sociedad que esconde estas realidades y que predica un futuro paradisíaco e indolente! Hay sufrimiento, hay dolor... hay muerte.

 Mucha gente sigue sufriendo y sigue muriendo. Están entre nosotros, sufren a escondidas; nuestra cultura rechaza a los que se muestran enfermos y débiles, por eso muchos no desahogan su dolor; nosotros mismos los escondemos por no sé qué intereses. No tengamos miedo a reconocer nuestros propios dolores y sufrimientos, a aceptar nuestras contradicciones. Y tampoco tengamos miedo a pedir a Dios que nos salve, que nos saque del dolor y de la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida.

Como seres humanos deberíamos también pensar y meditar sobre el valor (los valores) de la vida: la familia, la amistad, la paciencia, la bondad... Cuando fallece un conocido tendemos a resaltar todo lo bueno y a olvidar lo menos bueno de sus vidas. Qué bueno sería que siempre  hiciéramos eso. ¿Porqué no buscamos lo bueno sabiendo que eso es lo que queda? 

Además, la muerte debería lanzarnos a la contemplación del más allá, a meditar sobre las cosas últimas. ¿Hay algo después? ¿Qué valor tiene una vida que termina con la muerte? ¿Merece la pena? ¿No habrá de ser considerada un fracaso? Un no creyente carece de algo que posee quien cree, algo cuyo valor no solemos considerar: la fe en la vida eterna. ¿No está el descenso de la fe relacionado con la negación de la trascendencia? O al revés: ¿No está el olvido-ocultación de la muerte relacionado con el descenso de la fe?  “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni mente alguna puede concebir lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Cor 2,9).

La muerte también nos lleva a meditar sobre los misterios cristianos. El seguimiento de Jesucristo, su vida y su enseñanza, adquieren sentido desde la fe en que “resucitó al tercer día”. Y este artículo de nuestra fe es de tal importancia que “si Cristo no ha resucitado –dice san Pablo- vuestra fe carece de sentido... Si nuestra esperanza en Cristo no va más allá de esta vida, somos los más miserables de todos los hombres” (1 Cor 17.19). 

Para un cristiano la muerte, enfocada desde la resurrección, queda despojada de derrotismo y de negatividad; la muerte es parte del proceso de paso (Pascua). “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos (Tm 2,8) ... Si con Él morimos, viviremos con Él" (Rm 14,8). 

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El día dos de Noviembre no celebramos la derrota de la humanidad  expuesta a una vida sin sentido. Conmemoramos a nuestros hermanos difuntos mientras aguardamos expectantes la resurrección. No pensamos en nuestros familiares y amigos difuntos en clave de corrupción y muerte, sino en clave de resurrección y vida. En clave de Pascua: “Porque si hemos sido injertados en Cristo a través de una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección” (Rm 6,4). 

Pidamos la resurrección para ellos: “Dales, Señor, el descanso eterno”, mientras trabajamos por construir en la tierra una cultura de vida donde la muerte se perciba como lo que es, el abandono de un sueño, el despertar a una realidad más plena. 

Señor Jesús, ¡resucita y da la vida eterna a nuestros hermanos difuntos! ¡Resucítanos también a nosotros, Señor! Despierta nuestra conciencia a la verdad de la vida como tránsito.  ¡Ponnos en el camino que conduce a la vida eterna! Y tú, María, Madre de Dios y madre nuestra, “ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte”. Amén. 

¡Que todos nuestros hermanos difuntos descansen en la felicidad eterna que Cristo inauguró  para nosotros!.  

Noviembre 2021

Casto Acedo. 

465 

domingo, 31 de octubre de 2021

Al hilo de la Palabra (1 de Noviembre).


EVANGELIO, Mt 5,1-12.

Viendo la muchedumbre, Jesús subió al monte, se sentó, y sus discípulos se le acercaron. Y tomando la palabra, les enseñaba diciendo:

«Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los humildes, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.»

Palabra del Señor 


* * *

Puedes acercarte a este texto evangélico queriendo extraer de él unas enseñanzas prácticas para la vida, tales como "tengo que vivir pobre, practicar la misericordia, mantener limpia mi alma, ser pacífico, etc". Pero si te limitas a ver en las bienaventuranzas una simple versión  actualizada de los diez mandamientos no has calado en su hondura.

Estos dichos de Jesús son algo más que una invitación a ser mejores; eso sería sólo un efecto colateral de su contemplación. Las Bienaventuranzas son, antes que un discurso programático,  un discurso autobiográfico, una autobiografía de Jesús. No hay nada que se diga en ellas que el mismo Jesús no haya vivido, ratificando que en Jesús palabra y acción, dichos y hechos están en perfecta armonía.

Por esto hoy, día de Todos los Santos, te invito a contemplar a Jesús, el Santo entre los Santos, el Santísimo, tal como nos lo retratan los aforismos que llamamos bienaventuranzas y que pronuncia Él mismo ante la muchedumbre introduciendo el llamado sermón del monte (Mt 5-7). 

1. Bienaventurados, dichosos, felices, los pobres, dice Jesús. Y basta mirar su nacimiento o su vida pública para reconocer en Jesús a Aquel que “siendo rico se hizo pobre para que nos enriqueciéramos con su pobreza" (2 Cor 8,9). Se despojó de su rango, dirá también san Pablo (Flp 2,7). Y el mismo lo dirá de sí: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza" (Mt 8,20). 

2. Bienaventurados los mansos. No me gusta la palabra "mansos" por lo que de connotación negativa tiene en nuestra cultura, yo diría mejor  "pacientes, dóciles a la voluntad de Dios". Así fue Jesús; no dejó de mostrarse bravo ante lo que consideró un atropello a los derechos de Dios cuando en el templo arrojó al suelo las mercancías, echando afuera a los bueyes y abriendo las jaulas de las palomas; pero nunca se mostró impaciente con las personas; al contrario, tuvo paciencia con todos, especialmente con los discípulos, a los que les costaba tanto ir asimilando su mensaje.

3. Felices, bienaventurados, los que lloran. Como hizo Jesús camino de Jerusalén "al acercarse y ver la ciudad, lloró sobre ella, mientras decía: ¡Si reconocieras tú también en este día lo que conduce a la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos! "( Lc 19,41-42).  Es tal la compasión de Jesús, su condolencia con la humanidad, que asume como propio el dolor y el sufrimiento humano y llora por todos. Como  hizo también con ocasión de la muerte de Lázaro y el duelo de sus hermanas: "¿Dónde lo habéis enterrado?. Le contestaron: Señor, ven a verlo. Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!" (Jn 11,34-36). Las lágrimas no son siempre y necesariamente signo de debilidad o miedo; en ocasiones son también muestra de solidaridad y compasión por los que sufren. Y signo de la vulnerabilidad propia de un gran amor. Las lágrimas nos hacen humanos, y nos felicitamos por ello con Jesús, Dios humanado.

4. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, los que viven anhelando un mundo mejor.  "Pasó haciendo el bien" (Hch 10,38). Se preocupó por los pobres, por dar pan a los hambrientos, salud a los enfermos y ánimo a los desesperados. "Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor" (Mt 9,36). Su muerte fue consecuencia de su defensa de la persona frente a la hipocresía de los poderes religiosos y la tiranía de los poderes políticos. Su condena a muerte se debió al deseo de los privilegiados de acallar  su libertad de palabra y de acción en favor de los desfavorecidos. Y se justificó como virtud lo que sólo fue un crimen detestable. "Conviene que muera un solo hombre por el pueblo" (Jn 18,14).

5. En un mundo donde la venganza y el revanchismo no están del todo mal vistos, Jesús predicó y practicó la misericordia, el perdón. Felices los misericordiosos. Incluso en las circunstancias más delicadas, en medio del dolor, la soledad y el sufrimiento, en la cruz, Jesús gritó orando por los mismos que le daban muerte: “Padre, perdónalos” (Lc 23,34).

6. También nos felicitamos con Jesús, y le felicitamos, como no-violento e incansable trabajador por la paz. No tengáis miedo, decía; el miedo genera pasividad, o violencia y rechazo. "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn 14,16). Jesús trabajó por esa paz que es más que el silencio de las armas. La paz que hace felices porque serena el corazón y llena de alegría. La paz no es fruto del miedo sino del amor y el perdón. Esta es la paz de Jesús.  Dios Padre "reconcilió todas las cosas,  las del cielo y las de la tierra, ¡haciendo la paz por la sangre de su cruz" (Col 1,20).

7. Que se feliciten también en Jesús los que sufren persecución por causa de su compromiso con la justicia. Quien predica un mundo justo, fraterno, que hace de la igualdad bandera, corre el riesgo de ser difamado, marginado e incluso asesinado, por aquellos que no quieren renunciar a su posición de poder. Dichosos los perseguidos por causa de la justicia. No son dichosos por sufrir persecución, sino porque su causa es de Dios, y tienen razones para estar satisfechos de su entrega. Dichoso Jesús, que vivió en carne esa persecución de parte de las autoridades. Dichoso, porque no traicionó su misión de justicia sino que la completó con su muerte en la cruz.

8. Felicidades, en fin, a todos los que por Jesús sufren calumnias, injurias y mentiras;  los que son ridiculizados o rechazados por poner en la mesa del mundo el nombre de Dios; los que no se avergüenzan de Jesús. Tienen motivos para estar contentos y felices de su valentía y coherencia al defender con todo empeño su libertad y su derecho a creer y practicar su fe.


* * *
Como puedes ver, todas las bienaventuranzas  pueden y se deben mirarse teniendo como  trasfondo la figura de Jesús. Es más, solo contemplando su obra y su entrega, su muerte y su resurrección, tienen sentido. Puedes releer cada bienaventuranza y  llenarte del Espíritu de Jesús. Y sólo desde ahí puedes comprenderlas y vivirlas. Porque en Jesús las bienaventuranzas del Reino han logrado la perfección.

Hoy nos alegramos por este gran regado de Dios a todos: el don de su Hijo y su mensaje de felicidad. Y también nos alegramos los que, siguiendo sus huellas, fueron felices como Él lo fueNo puedo imaginar a Jesús ni a ninguno de los santos cristianos  como personas tristes.  Fueron felices en la tierra y lo son ahora en el cielo.

No olvidemos hoy algo muy importante y que solemos olvidar: también nosotros, los que aún somos aún peregrinos en la tierra, estamos de fiesta porque “somos santos”. A los primeros cristianos se les denominaba, y san Pablo lo hace a menudo en sus cartas, como “los santos”; porque lo eran. Santo es aquello o aquella persona que se separa de la maldad del mundo y se consagra a Dios. El bautismo nos ha hecho santos. Somos parte de la Iglesia que vive en la "comunión de los santos"; ellos, los que llegaron, forman parte de nosotros y nosotros parte de ellos. Nosotros en la Iglesia peregrina, ellos en la Iglesia triunfante. Es verdad que quienes seguimos caminando por la historia estamos expuestos al pecado, pero no por eso vivimos abandonados de Dios.  Dios sigue estando en nosotros santificándonos con su gracia. Somos santos. Y no es un título nobiliario, es un don y una tarea.

Alegrémonos con los mejores hijos de la Iglesia, los santos del cielo, y ojalá un día los "santos y pecadores" que aún vivimos en tránsito por el mundo,  gocemos con ellos de la  plenitud de la gloria de Dios que ahora participamos en la esperanza y los sacramentos.

Bendiciones en la solemnidad de Todos los Santos.
Noviembre 2021
Casto Acedo
689

viernes, 15 de octubre de 2021

Al hilo de la Palabra (Domingo 17 de Octubre)


EVANGELIO, Mc 10.35-45

Se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron:  «Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.»

Les preguntó:  «¿Qué queréis que haga por vosotros?»

Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda.»

Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»

Contestaron: «Lo somos.»

Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya reservado.» 

Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.

Jesús, reuniéndolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos.»

* * *


Les pasaba a los Zebedeo lo que suele pasar a todos: soñamos y esperamos una religión, una sociedad, un mundo, maravillosos, en el que todo funcione a la carta, y, por supuesto, donde yo ocupe un cargo importante. “Cuando seas Rey siéntanos a tu lado, uno a la derecha y otro a la izquierda de tu trono”. ¿Quién no ha soñado nunca con triunfar en la vida? Ser importante, reconocido, admirado, un gran santo, un personaje al que todos respetan y rinden pleitesía. Vivimos todos, en mayor o menor grado, el sueño de ser algún día el centro del universo.

A Jesús le debió sorprender que, después de dar abundantes enseñanzas sobre el amor y el servicio, los discípulos sólo muestren interés por satisfacer sus ambiciones personales. Es francamente decepcionante: los llamados por Jesús a ser servidores obsesionados por ser servidos. Muy fuerte. Tan chocante que el evangelio de san Mateo, escrito al hilo de san Marcos, pone la petición en boca de la madre de los Zebedeo, como queriendo justificar la impostura por el desmedido amor de la madre. Aquí es ella quien hace la petición: “Ordena que estos dos hijos míos se sienten en tu reino, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda” .(Mt 20,21).

Los privilegios que piden los Zebedeo son señal inequívoca de que no habían entendido nada. Jesús no predica un reino de este mundo sino el reinado de Dios en el interior de cada persona, cada acontecimiento y cada institución, una conversión del corazón, un cambio de mentalidad que saque a cada cual del encerramiento en sí mismo y lo ponga al servicio del prójimo.

Jesús quiere sanarnos de una enfermedad tan común como ignorada: las ansias de tener y poder; enfermedad que lleva al delirio de confundir los sueños con la realidad, a vivir dormidos soñando lo que no somos, a aspirar a ser lo que nunca seremos, y a  poner la esperanza de realización personal en sueños inalcanzables. Todos queremos estar en la cima de la pirámide, algo que, además de imposible, es causa de  disputas. “Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan”. Se indignaron porque también ellos aspiraban a ocupar esos puestos. ¿Qué podrá hacer Jesús con semejante pandilla? Paciencia y volver a empezar.

De momento, les enseña que su percepción de la realidad es errónea. “No sabéis lo que pedís”, porque pedís algo que no me corresponde a mí daros, ¡dejad que el mundo funcione a su ritmo en eso de dar cargos!, vosotros vivid sin aspirar a ninguno de ellos; no los busquéis, y si os dan un puesto importante aceptadlo sólo si veis en él una oportunidad para un mayor servicio. Porque vuestra felicidad no está en ser servidos (dependería de circunstancias externas) sino en todo amar y servir (hacer todo en gratuidad amorosa).

* * *


Uno de los problemas que tenemos como personas religiosas es el de los sueños. Hacemos de la religión un sueño, una existencia ideal. Voy a misa, recibo sacramentos, rezo, doy alguna limosna, incluso colaboro en las tareas parroquiales, pero cuando la vida aprieta, cuando la realidad aparece con un grave problema personal, familiar, laboral o de otra índole, nuestra fe se derrumba. ¿Por qué? Tal vez porque consideramos a Dios como uno más de los muchos elementos o personas que deberían estar a mi servicio, un "dios útil". Y cuando ya no me resulta práctico, se derrumba mi religiosidad.

Jesús quiere ayudarnos a despertar a la realidad. “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?”. ¿A qué se refiere Jesús con estas palabras? ¿Qué cáliz va a beber Jesús o qué bautismo va a recibir? Esta claro que habla de su vida y a su muerte como donación total, como servicio absoluto. Es como si dijera: ¿Estáis dispuestos a morir conmigo? ¿Aceptaréis de buen grado el ser los últimos en la base de la pirámide? ¿Aceptaréis la cruz? Porque es ahí a donde os quiero llevar. Y no porque os desee males y sufrimientos, sino porque os quiero, y porque sé que vuestros sufrimientos son causados precisamente por vuestras ambiciones personales. Estar en la base, ser humildes en el servicio, soltar amarras, es la clave de la verdadera  felicidad.

Analiza tus fracasos y tristezas ¿acaso no esconden detrás una frustración de deseos y aspiraciones? Si en lugar de vivir egoístamente ambicionando dineros, buena fama, cargos, títulos y demás fanfarrias, vivieras el desapego de todo eso, no sufrirías su carencia y vivirías en libertad. No se trata de que prescindas de todo, sino de que no les des el corazón. La vida te la juegas en tu interioridad, en vivir compasivamente, que no es otra cosa que des-preocuparte de tus deseos y vivir atento a las necesidades de tu prójimo.

Cuando no hay conexión entre tus prácticas religiosas y tu vida, es que vives la religión como un sueño, una fantasía, una mentira. Piensa simplemente en qué cambiaría en tu vida (oraciones y cultos religiosos aparte) si no creyeras en Dios y en Jesucristo. Si tu respuesta es "cambiaría poco o nada" es que necesitas despertar al amor y la religión real y auténtica, la que se juega en la calle, en la familia, en el trabajo, en las diversiones, etc. Vives en los mundos de yupi y deberías aterrizar.

Este domingo, además de para ir a misa, aprovecha para visitar algún enfermo, hacer ese favor que alguien está esperando de ti, acercarte a perdonar al que te ha ofendido; apagar la televisión y charlas o jugar con tus hijos, … entonces sabrás que la religión ha cambiado algo en tu vida, y sentirás el gozo y la libertad que da el servir.

Beber del cáliz del Señor no es solo ir a misa el domingo, es hacer de tu vida una donación, una entrega.  
“El que quiera ser grande,
sea vuestro servidor;
y el que quiera ser primero,
sea esclavo de todos”
Feliz domingo. Bendiciones. Primero Dios.

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Trujisampe@gmail.com. Octubre 2021.
Casto Acedo

lunes, 20 de septiembre de 2021

En memoria de Antonio Mendoza

Ha fallecido Antonio, mayordomo de nuestra hermandad de la Virgen de la Albuera y pilar importante en el edificio de nuestra comunidad parroquial, una de esas personas que, desde su entrega desinteresada y discreta hacen posible que funcionen bien las cosas que todos disfrutamos.

Aunque en mi anterior etapa en san Pedro (1985-1992) se le veía por el pueblo sólo en fechas señaladas dada su residencia en Madrid, nunca dejó de sentirse plenamente sampedreño y, por supuesto, nunca dejó de acudir a la fiesta de Nuestra Madre de la Albuera. Desde su jubilación y regreso a casa ha sido un fiel servidor de la Hermandad y la Parroquia, y un eficiente juez de paz para el pueblo.

El primer año que celebré con los sampedreños la fiesta de la Virgen recuerdo que tuvimos unos pequeños “peros” acerca del cómo se hacía la procesión por su desorden y barullo. Sé que no le gustó mi actitud de queja por ese desorden. Tuvo la oportunidad de responderme de mala manera o con desdén, pero supo hacerlo como lo que siempre fue, una persona educada y paciente. Desactivó mis quejas sucesivas con su actitud sencilla y su humildad. Nunca le vi presumiendo de sus cargos ni de sus grados, y en especial, nunca le sorprendí queriendo sobresalir entre los miembros de la hermandad, regida entonces por Daniel.

En el mes de Julio pasado, al saber que volvía a la Parroquia me llamó inmediatamente por teléfono felicitándose y felicitándome por ello; y en más de una ocasión volvimos a contactar haciendo planes para el futuro. Todo vía telefónica, mantenido las distancias a causa del covid. El era consciente de que su enfermedad tal vez no le daría la oportunidad de que trabajáramos juntos mucho tiempo, pero desde luego sí confiábamos en poder compartir un tiempo de servicio común a la Parroquia.

No ha podido ser. Hemos rogado a Dios y a la Virgen por su salud y su reintegración a la vida familiar, parroquial y social. El día después de mi presentación como párroco se nos ha ido. No ha sido de incógnito sino despacio, bebiendo el cáliz amargo de su pasión con la entereza de su fe cristiana; sin perder la esperanza.

Me apena su partida por su gran valía humana y cristiana, y también por ese deseo un tanto egoísta de que ya no pueda contar con él como servidor fiel y solícito para la Parroquia. Seguirá presente, pero desde la otra orilla, la de los justos y los buenos.

El hombre propone y Dios dispone. Aceptar que personas que amamos se vayan de nuestro lado pide a quienes quedamos un ejercicio de renuncia y humildad. También una invitación a continuar los buenos ejemplos y tareas que emprendieron con nosotros o para nosotros.

Antonio amó la vida, la entendió como un don de Dios, pero también como una tarea ejercida en libertad; tuvo muy presente lo que dijo san Agustín: “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”. Es verdad que venimos al mundo por voluntad divina, nadie nos pidió permiso para nacer; pero también es verdad que una vez nacidos toca a cada uno decidir qué camino seguir.

Hay una palabra que solemos malinterpretar al referirla solo a las realidades futuras; es la palabra “salvación”. Nos educaron con esa idea de que el objetivo de la vida es “salvarse”, ir al cielo y librarse del infierno. Muchos entienden la salvación cristiana como un fastidiarse en un presente cierto para gozar luego en un futuro incierto. ¡Qué gran error! No me imagino a los seguidores de Jesús atraídos por unas promesas que se desentiendan del presente. Tampoco he visto en Antonio, como creyente que era, a una persona que buscara el sufrimiento para ganar el cielo.

El cielo comienza en la tierra; Antonio lo entendió bien, y por eso procuró hacerlo presente aquí. ¡Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia! Felices los que hacen felices a los demás.  ¿No hizo Antonio felices  a quienes pudo ayudar con sus atenciones? Esa es la salvación cristiana, una vida feliz que goza haciendo el bien. Quien vive así participa ya del cielo.

“Pongo ante ti el bien y el mal, la vida y la muerte, la felicidad y la desolación -dice Dios en la Biblia- escoge el bien y serás feliz”. Y Antonio supo elegir. Salvando el dolor que en este momento nos embarga y el recuerdo de sus padecimientos recientes, creo que podemos decir con certeza que Antonio ha disfrutado de la vida, ha sido feliz. Porque ha sido un hombre bueno. No ha sido perfecto, porque nadie es perfecto más que Dios.  Pero ha sido bueno. Y así le recordamos.

* * *

Antonio, todo se ha cumplido, descansa. Ya estás con Él, ya ha concluido la batalla interior que has debido sostener durante tu enfermedad. La luz vence a las tinieblas. Te pienso ahora triunfante, feliz, sereno, en paz contigo, con todos y con Dios. Estás en paz y felicidad porque en tu vida elegiste eso: vivir en paz y felicidad. Has sido feliz amando y dejándote amar por Dios y por la Virgen; has sido feliz sirviendo a los que te rodearon: como joven creyente en su momento, como esposo fiel, como padre amoroso, como honesto profesional de la guardia civil, como miembro activo de la comunidad, como devoto y mayordomo de la Virgen de la Albuera, como buen discípulo de Jesucristo. Quien te ha conocido sabe de tu entrega a aquello en lo que has creído. Eso te honra, y honra a quienes te apreciamos.

Me quedo con tu sonrisa amable, tu moderación, tu paciencia, tu elegancia en el trato, tu empeño en llevar adelante todo lo que te propusiste en tu vida personal, familiar, social y cristiana. Te miro y te veo como Jesús camino del Calvario diciéndonos a quienes nos dolemos por ti: “No lloréis por mí, llorad más bien por vosotros”. No sufráis, porque yo quiero que seáis felices, tan felices como yo lo estoy ahora.
Mi más sentido pésame y ánimos a su esposa, a sus hijos y demás familia. Es inevitable el dolor de la pérdida, pero vividlo con esperanza. Tened esta certeza de fe: descansa en paz.  

  Antonio, nos vemos en la casa del Padre.

Casto Acedo.
Párroco de san Pedro 

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