EL primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo: «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Todas las celebraciones del año litúrgico convergen en la noche del Sábado Santo, en la celebración de la Solemne Vigilia Pascual, pórtico del Domingo de Resurrección. No es una noche cualquiera: “Esta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo. ¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?” (Pregón Pascual). Esta es la noche en la que la oscuridad de estos días encuentra luz y esperanza.
Estamos en la noche del reencuentro de Dios con la humanidad. Es
tan glorioso este acontecimiento que en una lectura creyente de la historia se
puede decir algo aparentemente paradójico: “Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo” ¡Feliz la culpa que mereció tal
Redentor!”. (Pregón Pascual). San Pablo lo dirá de otro modo: “Donde
abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rm 5,20). Sin el pecado de Adán, Cristo no nos habría
redimido, y no hubiéramos conocido la grandeza del amor de Dios revelada en
Cristo.
Esta es la noche en que “se une el cielo con la tierra, lo humano y lo divino” (Pregón). La vida de Dios alcanza de pleno al hombre, porque la resurrección abre el acceso a Dios. "Dios se hace hombre para que el hombre sea divinizado" (San Atanasio).
En esta noche converge
toda la historia de la salvación
Los motivos de nuestra alegría pasan ante nosotros en la liturgia de la Palabra que narra los hitos de nuestra salvación, desde la creación del mundo y del hombre (Gn 1, 1-31;2,1-2), hasta la nueva creación por la resurrección (evangelio: Mt 28,1-10) y el bautismo (epístola: Rm 6,3-11). Contemplamos como la Iglesia ve la salvación incluso en las situaciones más difíciles, como lo fueron el sacrificio de Abrahán (Gn 22,1-18), el paso del mar Rojo (Ex. 14,15-15,1), o el momento del Exilio (Ez 36,16-28).
El mensaje central de todas las lecturas proclamadas confluye en una afirmación incontestable: La victoria es de nuestro Dios. Ya no hay situaciones totalmente desesperadas. “La tumba está vacía. No está aquí: HA RESUCITADO, como había dicho” (Mt 28,6a).
Con la resurrección las situaciones oscuras (el dolor, la enfermedad y la muerte) adquieren una perspectiva distinta Ya no hay lugar para la desesperación total. Si el que murió en la cruz y “descendió a los infiernos” ha resucitado siendo acreditado por el Padre ¿qué mal podemos temer?
"No temáis", dirá Jesús resucitado a sus discípulos bloqueados por un hecho hasta entonces inusual que les lleva a confundirlo con un fantasma. Soy yo, que vuelvo para estar con vosotros y sosteneros en vuestra lucha. Es como si dijera con Juliana de Nordwich: "Todo irá bien ... El Señor nunca dijo ‘no seréis zarandeados por la tempestad’ o ‘no os veréis abrumados por el trabajo’ o ‘no os faltará consuelo’, sino que dijo: ‘No seréis vencidos’. Dios quiere que tengamos en cuenta estas palabras, de forma que siempre, tanto en la alegría como en el dolor, tengamos una total confianza".
Bautismo y Eucaristía.
En esta noche y este día eminentemente Pascual adquieren su sentido los sacramentos, y especialmente el Bautismo y la Eucaristía.
“Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva” (Rm 6,4). Hoy renovamos las promesas de nuestro bautismo que nos injerta en la Vida resucitada del Señor: “Si hemos muerto con Cristo (ritual y existencialmente), creemos que también viviremos con Él” (Rm 6,8). Este es nuestro gozo y nuestro “secreto” (el misterio de nuestra fe y nuestra esperanza).
También la Eucaristía celebra en esencia el misterio de la Pascua. Jesús resucitado parte el pan con nosotros y para nosotros. La Eucaristía nos permite participar con Cristo y por Cristo en la experiencia de la resurrección. “El que come de este pan vivirá para siempre... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,51.54).
*
Que se abran las ventanas de nuestro espíritu y expandan la noticia: ¡Cristo ha resucitado! “Verdaderamente ha resucitado el Señor” (Lc 24,34). Esta es la causa y razón de nuestra esperanza.
¡FELIZ PASCUA DE RESURRECCION!
Abril 2025
Casto Acedo
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