Comentario a partir de la segunda lectura del día, de los Hechos de los Apóstoles
HECHOS DE LOS APÓSTOLES
(5,27b-32.40b-41):
"En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los apóstoles y les dijo: «¿No os hablamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ése? En cambio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñanza y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.»
Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los apóstoles salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús"
¡Palabra de Dios!
Comentamos hoy el texto de los Hechos de los Apóstoles, primera lectura del domingo. Y nos fijamos en la respuesta de Pedro al sumo sacerdote. Éste, de acuerdo con el Consejo de ancianos o Sanedrín, había prohibido a los apóstoles enseñar en el nombre del Señor. Sin embargo, los apóstoles, apelando a su propia conciencia, replican que no van a callar, porque “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Y aún más, Pedro no se limita a exponer su postura sino que aprovecha para anunciarles el mensaje que le mandan silenciar saltándose la prohibición expresa: “a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero, Dios lo ha exaltado para otorgarle a Israel el perdón de los pecados”.
Llama la atención el cambio que la experiencia de la resurrección produjo en los apóstoles. Los que habían huido en el momento de la detención del Maestro, ahora se muestran dispuestos a darlo todo por él, han perdido el miedo; su vida han dado un vuelco total. ¿Qué es lo que ha cambiado? Su visión de las cosas. Las enseñanzas que Jesús les dio han dejado de ser una doctrina entre otras para convertirse en un proyecto de vida entusiasta motivado por el triunfo de Jesús y la adhesión a Él, a quien han visto resucitado.
Hasta el encuentro con el Resucitado los discípulos entendieron su Palabra como una filosofía más. Tal vez la vivieron centrados en su propio interés, alimentado su ego, bailando al ritmo que le marcaba el ambiente social y religioso judío de su época. Recordad cómo la madre de los Zebedeo, Santiago y Juan, propuso a Jesús colocar a sus hijos en puestos importantes cuando llegue el momento, y cómo los demás se enfadaron al enterarse de la petición. Acto seguido Jesús les advierte que seguir el Camino no es fácil, porque trae problemas (cf 20,17-27; Mt 10,34-41;), pero no debieron creerle; siguieron con Él tal vez confiando en sacar algún provecho siendo fieles al grupo.
También nosotros nos dejamos llevar por la inercia de la costumbre, nos pasamos la vida adaptándonos a la sociedad en la que nacimos, siguiendo los parámetros sociales y religiosos del entorno. Se nos educa para agradar a los demás, para dar gustos y contentos a nuestros padres, a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestra pareja, a nuestro grupo, a nuestra iglesia, a nuestro club, etc. Vivimos anclados a un concepto estereotipado de Dios. Desde la infancia nos han enseñado que este es el camino, y nos han obligado a ocultar lo que de veras pensamos y sentimos. Estamos muertos. Tenemos que resucitar nuestro verdadero ser.
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Ser uno mismo no es fácil, sino en cierto modo complicado. Primero porque hasta el presente nos hemos pasado la vida cuidando nuestra imagen, cultivando el “personaje” que nos hemos inventado, procurando agradar a los demás para no perder su simpatía, callando las verdades y asintiendo a cosas injustas por temor a ser rechazados. La familia, los parientes y el grupo social en el que nos movemos nos dan cierta seguridad; y el miedo a perder lo que nos parece un suelo firme nos hace sumisos a esa ley social no escrita y cobardes para poner sobre la mesa la verdad y la justicia en que creemos.
Y, en segundo lugar, es complicado ser uno mismo porque llevar una vida transparente y justa descubre la suciedad e injusticia del mundo que nos rodea. El justo es como una luz que deja ver con la pureza de su vida la suciedad de los corazones injustos. Por eso éstos le señalan, le ridiculizan, le persiguen, y si llega el caso incluso le matan. No pueden soportarlo.
Vivir en justicia trae consigo soledad e incomprensión; incluso los que hasta ahora fueron tus mejores amigos pueden llegar a dejarte. ¿Quién defiende al justo? Es más cómodo callar y otorgar, volver la mirada ante los insultos y salivazos que recibe el hombre bueno, sonreír hipócritamente las gracias del insolente y pendenciero, cuando se me complica la vida al defenderlo. A veces sólo Dios está de su parte.
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Cuando entramos en el conocimiento interno de Jesús Resucitado vemos la vida de una manera diferente. Y en ese modo nuevo de ver el mundo descubrimos que si queremos ser felices no nos queda otra que armonizar nuestra vida con la verdad que hemos encontrado en Él. Descubrimos que la mayor parte de nuestras decepciones nos vienen porque “no caemos bien a otros”. Pero ¿por qué tienes que caer bien a nadie? La resurrección de Jesús viene a decirte que te es posible vivir desde tu propia interioridad; lo importante es "caerte bien a ti mismo". Jesús, hombre libre, vivió siendo fiel a sí mismo, y eso le acarreó el rechazo, pero su fidelidad al modo de ser del Padre Dios no quedó frustrada. El amor es más fuerte que la muerte. Resucitó.
Su resurrección abre las puertas a mi resurrección. Los apóstoles, al ver a Jesús Resucitado, se dieron cuenta de que la verdadera vida se les estaba escapando; y decidieron recuperarla: “hay que agradar a Dios antes que a los hombres”; ahora sabemos que la verdadera vida no la garantiza la sumisión a las costumbres sociales sino la obediencia (escucha, audiencia) a Dios, defensor del justo, único garante de la libertad y felicidad verdaderas. Lo que Jesús ha dicho y hecho es la verdad. La resurrección lo ratifica.
Frente al miedo y la sumisión servil al “qué dirán”, la Resurrección de Jesús, a quien antes rechazamos, le hace ser la piedra angular del nuevo orden (Mt 21,42; Lc 20,17; Hch 4,11). Basta mirar a Jesús para aprender a vivir en libertad. En Él vemos a “un hombre que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (Hch 10,38), que no le importó perder la buena fama porque nunca la tuvo ni la buscó; es de idiotas aferrarse a algo que depende sólo del juicio de los demás. Tampoco importó a Jesús quedarse sin propiedades, porque vivió en pobreza; ni perder la vida, porque no estuvo aferrado a ella. La resurrección deja ver el absurdo de buscar alabanzas ajenas, acumular títulos, acumular poder, obtener ganancias materiales, etc.; todo esto forma parte de las trampas que pone el enemigo. Morir a todo, vaciarme de todo aquello que parece vida y no lo es, ser yo mismo o yo misma sin adornos, es más saludable y garantiza mejor mi felicidad. La resurrección da fe de esto.
Considera hoy la Resurrección desde esta perspectiva. Hay un ego en ti que se alimenta del qué dirán los demás, y un yo profundo, imagen de Cristo, que quiere abrirse paso, que quiere salir de la tumba quitando la losa de los convencionalismos que te agobian por ser opuestos a tu mismo ser. No es fácil dejar de hacer lo que los demás esperan de ti para hacer lo que realmente crees que has de hacer. Esto es ir contra corriente. Tendrás que sufrir un poco, pero será un sufrimiento fecundo, que no terminará en muerte sino en una mayor felicidad; como la de los apóstoles, que “salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús”.
Si te has encontrado con el Resucitado en tu vida, obedece su Camino, sé fiel a ti mismo, porque sólo serás feliz si obedeces a Dios, a tu conciencia, antes que a los hombres.
¡Feliz domingo!
Abril 2025
Casto Acedo
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