jueves, 26 de septiembre de 2024

Recibe el bien (Domingo 26º Ciclo B)

 


EVANGELIO Mc   9,38-41

“En aquel tiempo, Juan dijo a Jesús: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre y se lo hemos prohibido, porque no es de nuestro grupo.” Jesús replicó: No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre puede luego hablar mal de mí. Pues el que no está contra nosotros está a favor nuestro". 

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El Papa Francisco nos ha retado a construir una “Iglesia en salida”; y  hay quienes entienden este reto como un salir a pescar en la calle para llevar mucha gente al templo. Esto no es exactamente lo que hace y dice Jesús. El evangelio de hoy lo ratifica.

El apóstol Juan solicita a Jesús permiso para frenar la actividad de gente que iban por ahí haciendo el bien en su nombre; consideraba el apóstol que Jesús y el bien que reporta es patrimonio o propiedad del grupo de los doce. Y el mismo Jesús le recrimina su actitud: “No se lo prohibáis, el que no está contra nosotros está a favor nuestro”.

No hay que envidiar, censurar ni poner trabas a quienes hacen el bien, aunque no estén en la nómina de nuestro grupo; al contrario, se ha de apoyar toda iniciativa buena y de buena voluntad venga de quien venga.

La presencia y la acción de Dios no se ciñe a los muros de los templos o al reducido grupo de los que se reúnen en ellos para escuchar la Palabra o celebrar los sacramentos. El Reino de Dios es más amplio que la Iglesia; a Dios se le puede ver, más allá de los ámbitos sagrados de la religión, en toda circunstancia y en toda persona o grupo que obra el bien.

Por tanto, siéntete hermano de todo aquel que coincide contigo en la búsqueda de la verdad y la práctica de la justicia. La teología que inspiró el Concilio Vaticano II habla de “cristianos anónimos”. Hay muchos. Personas que buscan la verdad y practican el bien siguiendo los dictados de su conciencia.

Un buen ejercicio para esta semana puede ser mirar si hay fuera de la Iglesia personas que viven los valores del Reino de Dios: paz, justicia, bondad, generosidad. A quienes practican estas virtudes considéralos de nuestro grupo; y no te preocupes si no van a misa o incluso si dicen ser ateos. Tal vez no han conocido a Dios con su mente, pero lo llevan en el corazón. ¿Se puede decir lo mismo de todos los que nos consideramos dentro de la Iglesia?

No juzgues a nadie por sus prácticas o no-prácticas religiosas. Si ves a alguien ayudando al prójimo únete a él sin preguntarte si es no-creyente, si es cristiano o de alguna otra religión. A los ojos de Dios lo definitivo no es la afiliación religiosa o las experiencias místicas gozadas sino la práctica del amor, la cruda y palpable realidad de una vida compasiva en todo y con todos.

Haz el bien y no mires a quién, dice el refrán. Y, con una ligera variante, podemos decir también:  Recibe el bien y no mires de quien.

¡Feliz domingo !

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Un comentario más amplio a la Palabra de hoy en:

https://blogdecastoacedo.blogspot.com/2021/09/fuera-de-la-iglesia-no-hay-salvacion.html

Septiembre 2024

Casto Acedo. 

martes, 17 de septiembre de 2024

El justo, perseguido (22 de Septiembre)

 


PRIMERA LECTURA Sb 2,12.17-20.

Se dijeron los impíos: «Acechemos al justo, que nos resulta incómodo: se opone a nuestras acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada; veamos si sus palabras son verdaderas, comprobando el desenlace de su vida. Si es el justo hijo de Dios, lo auxiliará y lo librará del poder de sus enemigos; lo someteremos a la prueba de la afrenta y la tortura, para comprobar su moderación y apreciar su paciencia; lo condenaremos a muerte ignominiosa, pues dice que hay quien se ocupa de él.»

EVANGELIO Mc 9,30-37

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se marcharon de la montaña y atravesaron Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus discípulos.

Les decía: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará.»

Pero no entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.

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El justo –dicen los malos- resulta incómodo. La justicia incomoda a quien vive instalado en la injusticia, y su reacción suele ser el rechazo del justo, la marginación, e incluso la eliminación. Ahí hallamos el origen y la causa de la pasión y muerte de Jesucristo. Él era justo, y su “luz” puso en evidencia la injusticia que se oculta en el corazón del malvado. Frente a la inocente mirada del justo sólo quedan dos opciones: o aceptar la luz que irradia, y el consiguiente reconocimiento de la propia oscuridad (arrepentimiento y conversión), o tratar de huir de esa mirada descreditándola o, en última instancia, dedicarse a eliminarla (obcecación en el pecado).
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El justo sufre persecución

La historia del “justo injustamente perseguido” que nos describe la primera lectura de este domingo es la historia de Jesús. Pero también es la historia de muchos personajes de la Biblia: Abel, acechado, envidiado y asesinado por su hermano Caín; Moisés, rechazado por el Faraón; David, perseguido por Saúl; los grandes profetas, desterrados y perseguidos por el pueblo y por los reyes; Pablo de Tarso, acusado de blasfemo y enemigo por los fariseos a los que pone en evidencia con su predicación acerca de la inutilidad de la ley como clave de la vida religiosa; etc….

La misma actitud beligerante  se da en la vida de los “justos” (santos) en la historia de la Iglesia: primeros mártires perseguidos (san Esteban, los apóstoles), grandes santos de la antigua historia de la Iglesia que han sufrido la violencia del martirio: Ignacio de Antioquia, Tomás Moro, Oscar Romero, Ignacio Ellacuría, etc. O los más recientes casos de cristianos que sufren persecución en el mundo islámico, en las sociedades consumistas occidentales, o en cualquier lugar donde se denuncian la injusticias como una ofensa al mismo Dios.

Ser "justo”, vivir en coherencia con el Dios de Jesucristo, predicar su doctrina y, sobre todo vivirla, desagrada a muchos. Podemos hablar del “Dios conflictivo”, Dios que, presente en los sencillos de corazón, entra en conflicto con el mundo, no porque los santos deseen ese conflicto, pero su forma de pensar y actuar  hallan la oposición de quienes no están dispuestos  a rendirse al bien de Dios.

El conflicto entre el bien y el mal, las tinieblas y la luz,  es  inevitable. Jesús lo da a entender en su predicación: "¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división. Desde ahora estarán divididos cinco en una casa: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra” (Lc 12,51-53). Quien tiene los criterios de Dios no puede menos que entrar en disonancia con quien se rige por esquemas de poder, fama y dinero. Son dos mentalidades distintas e irreconciliables: la de Dios y la mundana (cf Jn 17,13-26).

Se impone estar atentos, porque no pocas veces la mentalidad de este mundo impregna incluso a la Iglesia. Ya en sus inicios -lo veíamos el domingo pasado en el evangelio- el mismo san Pedro expresó su discrepancia con los planes de Dios al querer convencer a Jesús de que cambiara de camino, de que no se dirigiera a la cruz, que huyera de su misión; el mismo Jesús le llama la atención: “apártate, Satanás, tú piensas como los hombres, no como Dios” (Mc 8,33); un poco después son los apóstoles los que manifiestan que su mentalidad, sus pensamientos, necesitan conversión: “por el camino habían discutido quién era el más importante” (Mc 9,34).


Ser cristiano desconcierta 
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La Palabra de hoy nos invita a una elección: o seguir los caminos del mundo, “donde hay envidias y peleas, hay desorden y toda clase de males” (Sant 3,16) o seguir los caminos de Dios: “los que siembran la paz y su fruto es la justicia” (cf Sant 3,18). 

Teóricamente lo tenemos claro; pero no nos engañemos: lo que pide el Señor a sus discípulos no es que se aprendan la lección, como los fariseos estudiosos de la ley, sino que practiquen la justicia siguiendo el estilo de vida que él propone. Y cuesta aterrizar en la realidad viviendo  según los esquemas de Dios. Cuando el evangelio entra en el mundo genera en las personas y en las instituciones un desconcierto que hay que saber discernir.

Primeramente me desconcierto y divido yo mismo. El rechazo a los  planes de Dios no se da solo entre mi yo creyente y los otros; también en mi mismo interior se da con frecuencia ese rechazo; son muchas las ocasiones en que me niego a aceptar los retos que me propone el evangelio. El evangelio tiene su grado de incomodidad. Me incomoda cuando me hace ver que soy ricos y tacaño para con mis hermanos, intolerante y soberbio, remiso a ayudar a otros si ello me supone pérdidas económicas o de consideración social, etc. 

"El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y lo matarán; y después de muerto, a los tres días, resucitará" (Mc 9,31). Todo crecimiento espiritual, todo seguimiento de Jesús, trae consigo la muerte del ego para que florezca el yo auténtico, el hijo de Dios que soy. Observa que no sólo desde fuera encuentro oposición a mi ser creyente; también en mi interior surge la duda acerca de si Dios, finalmente, estará conmigo. Es importante mirar dentro de mi. 

La vida  de fe tiene un enemigo oculto en mi personal visión mundana de las cosas. Recuerda Getsemaní: "no sea lo que yo quiero, Padre, sino lo que tú quieres".  El camino para ser fuertes en la persecución se fragua en el corazón. Es lo primero que hay que sanar si de veras queremos superar las pruebas que nos llegan desde el exterior.

Y si es necesario un fortalecimiento personal para mantener la calma en medio de las tormentas, no menos necesario es el fortalecimiento institucional. A nivel de Iglesia es bueno repasar si en nuestra institución los que cuenta es los más débil o lo más fuerte, lo más sencillo o lo más ostentoso. 

"Tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó, y les dijo: El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mi" (Mc 9,36-37)El niño, en la cultura judía del siglo I carecía de importancia, no era tenido en cuenta. Lo que Jesús quiere decir a sus discípulos y nos dice hoy a nosotros es que hay que hacerse pequeño, y desde ahí, desde abajo, ser misericordioso y acogedor con los que menos cuentan según la escala dominante. “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9,35).

La defensa de los débiles siempre crea problemas. Raramente encontramos oposición a nuestras creencias a no ser que estas salgan a la calle y tomen partido por la justicia. Podemos aprender mucho sobre la grandeza e nuestra fe observando el efecto que produce en nuestro entorno. ¿Ladran? Luego cabalgamos. Si las críticas a la Iglesia son debidas a la defensa de la vida, la denuncia de la injusticia y la afirmación de Dios, ¡enhorabuena!, vamos por buen camino.

A todos nos gusta una Iglesia socialmente bien considerada. Pero no siempre se da esa consideración. Y para caer bien tendemos a hacer una iglesia según el modelo del mundo, cuando su misión es precisamente la contraria: hacer un mundo según el modelo del evangelio. Si lo que ofrecemos en la Iglesia es más de lo mismo (poder, privilegios y cargos de honor), ¿para qué sirve?, eso ya lo hay fuera de ella.

Una Iglesia que  no desconcierta y crea polémica, que no suscita críticas y persecución, que no da problemas a la sociedad acomodada, una iglesia así está sobrando. Pero si su presencia desquicia a los que andan cómodamente dormidos en sus algodones, ¡alegraos!, también a Jesús lo persiguieron y condenaron; cuando ladran los perros es porque algo está vivo y se mueve. La persecución por el Reino es una señal de que se marcha por caminos de fidelidad  a Dios.


Pide lo que nunca 
te has atrevido a pedir

Entra  hoy en oración ante el Señor y su Palabra con toda sinceridad. Contempla en tu interior la voluntad de Dios, su opción por los últimos, y trata de ver cuán lejos estás de ella. Atrévete a reconocer que el primer "impío" que te acecha y persigue lo tienes en ti mismo. Cuídate de no escucharle. Pide perdón y la gracia de la conversión. Convertirse es cambiar tu mente. Acostúmbrate a ver en las persecuciones un desafío para crecer y afróntalas con gallardía.  

¡Trabaja en ti las virtudes cristianas! Soportar la persecución sólo es posible dejándote curtir por la fuerza de las virtudes divinas. ¡La fuerza me viene del Señor! 

No me resisto a no transcribir hoy el texto completo de la carta de Santiago (3,16–4,3) que hoy propone la liturgia; es un buen programa para matar el ego y resucitar a Cristo; con Él lo puedo todo:
"Donde hay envidias y rivalidades, hay desorden y toda clase de males. La sabiduría que viene de arriba ante todo es pura y, además, es amante de la paz, comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas obras, constante, sincera. Los que procuran la paz están sembrando la paz, y su fruto es la justicia. ¿De dónde proceden las guerras y las contiendas entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, que luchan en vuestros miembros? Codiciáis y no tenéis; matáis, ardéis en envidia y no alcanzáis nada; os combatís y os hacéis la guerra. No tenéis, porque no pedís. Pedís y no recibís, porque pedís mal, para dar satisfacción a vuestras pasiones".   
Cuando pidas algo a Dios piensa más en los demás que en ti. Y pídele al Señor sufrimientos, persecuciones y desprecios si son convenientes para tu madurez cristiana; esas son las cosas que reza la oración colecta del XXVII domingo ordinario: "que libres nuestra conciencia de toda inquietud y nos concedas aun aquello que no nos atrevemos a pedir". Cuando sueltas la inquietud y el miedo a la pasión y la muerte hallas la resurrección y la vida, la verdadera alegría. 
Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros”. (Mt 5,11-12) 

Septiembre 22
Casto Acedo

lunes, 9 de septiembre de 2024

La fe de Pedro y de la Iglesia (Domingo 15 de Septiembre)


EVANGELIO
Marcos 8,27-35

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de Cesarea de Filipo; por el camino, preguntó a sus díscípulos:«¿Quién dice la gente que soy yo?»

Ellos le contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»

Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?»

Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.»

Él les prohibió terminantemente decirselo a nadie.

Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.»

Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo.

Jesús se volvió y, de cara a los discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!»

Después llamó a la gente y a sus discípulos, y les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»

Palabra del Señor

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En unos días de retiro espiritual con sus discípulos, cerca de Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a los suyos: ¿Quién dice la gente que soy yo? Tras varias respuestas en las que  algunos le identifican con Juan Bautista o algún profeta esperado, en un arranque de lucidez espiritual (iluminación, despertar), Pedro proclama la divinidad de Jesús: “Tú eres el Mesías" (Mt 16,16). Y Jesús, añadirá el Evangelio de san Mateo, confirma la fe de Pedro otorgándole un lugar de preeminencia en la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18). Pedro es débil,  la fe que se le transmite es fuerte. No obstante, es importante entender que lo que hace grande a Pedro no es su persona sino la fe que confiesa  y que se deposita en sus manos como un tesoro en vasijas de barro (2 Cor 4,7). La primacía de la fe de la Iglesia sobre la persona de Pedro la prueba el hecho de que el mismo Pedro no tarda en recibir un buen varapalo del mismo Jesús: “Quítate de mi vista, Satanás; tú piensas como los hombres, no como Dios”. Pedro duda, se asusta, e incluso acabará abandonando al Señor; pero su conversión-compunción le empujará a ser fiel hasta el final a pesar de sus pecados (Mt 16,23). 

La fe se confirma en la cruz

La osadía de Pedro al corregir al Maestro nos muestra que su fe no estaba madura; aún no entraba en sus cálculos aceptar la cruz como camino para la glorificación.
 
Aquello de descubrir y confesar la divinidad de Jesús, ¡Tú eres el Mesías!, debió parecerle a Pedro algo maravilloso. Pero no le agradó tanto asumir que ser creyente y jefe de los creyentes llevaría consigo sufrimientos; le costó entender que ser Papa más que un privilegio es una carga, una tarea que no siempre resulta agradable. "El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga". Todavía Jesús no había “ofrecido su cuerpo como hostia (ofrenda) viva, santa, agradable a Dios” (Rm 12,1), mostrando así, como dice el prefacio en la fiesta de la Transfiguración, que “la pasión es el camino para la resurrección”, pero avisa de ello. Al final, tras una vida de conflictos y persecuciones, también Pedro pudo finalmente confirmar con el martirio su fe y su vocación de discípulo.
 
El pecado de Pedro, que para bien y para mal, es figura de la Iglesia -de todo discípulo-, nos viene a recordar que aunque seamos cristianos confesos no estamos exentos de ceder terreno al maligno en nuestra vida personal, social y eclesial. En una palabra: no debemos caer en la trampa de creernos convertidos del todo; y por supuesto hemos de evitar caer en la tentación de enmendar la plana al mismo Dios cuando no comprendemos su voluntad o no la queremos comprender porque no responde a nuestros intereses o expectativas.

A este respecto, conviene  revisar nuestra vida cristiana cada día, porque ésta no se da para siempre en el momento del bautismo sino que, como dice san Pablo, se ha de reafirmar día a día “por la renovación de la mente” (Rm 1,2), expresión que encierra una invitación a la conversión, a no huir sino a abrazar la cruz, una llamada propia del tiempo de Cuaresma que resuena para nosotros también en estos días finales del verano. 

El camino cristiano no es de subir y nunca bajar; que lleguemos a un punto de experiencia y a la confesión de fe no implica que ya esté todo hecho. La llamada a conversión es una constante en la vida. Quien crea que ya ha llegado a la "inmovilidad", es decir, a un momento en que no tiene que cambiar nada en su vida, es que está muerto. La tarea de la conversión o cambio de mentalidad  ha de ser una contante en la vida. 
  

La  Roca es Jesucristo

Si miras la historia de la Iglesia verás papas, obispos, sacerdotes y laicos que han proclamado solemnemente la fe: ¡Tú eres el Mesías! Seguramente tú eres uno de ellos. Pero muchos de esos que confesaron la fe -¿tú también?- huyeron al llegar el momento de la prueba. Nadie es perfecto mas que Dios (Mc 10,18). Es la fe católica, que el Papa representa como unidad, lo que la sostiene a la Iglesia a pesar de las dudas y los fracasos. Dice el evangelio de san Mateo: : "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mt 16,18). ¿Cuál es la piedra a la que se refiere Jesús? ¿A Pedro en su humanidad y debilidad, o a la fe que acaba de confesar? 

La piedra sobre la que se edifica la Iglesia es Jesús, el  Mesías (el Cristo): "la piedra que desecharon los arquitectos es la piedra angular" (Mt 21,42); "la roca era Cristo", (1 Cor 10,4). La Iglesia se edifica sobre esta Roca; la firmeza de la fe se confiesa proclamando y viviendo la fe en Cristo Jesús, hijo de Dios, Verbo encarnado; fe que proclama para ti la Iglesia de Pedro, pecadora como él, y también santa. 

Tampoco olvides que tu también eres roca, piedra que edifica la Iglesia. También depende de ti la solidez del edificio. Toca hoy de rezar  por la Iglesia y por el papa Francisco, sucesor de Pedro, débil como él, pero garante del camino que te lleva a Jesucristo. "La fuerza se muestra en la debilidad" (2 Cor 12,9).  

Contempla este domingo cómo en tu debilidad arraiga la fuerza de la fe en el Evangelio. Y cuando asome en el horizonte  la sombra de la cruz no temas, no permitas que Satanás enturbie tu camino. Comulga con Cristo y con su Iglesia en la prosperidad y en la adversidad y sigue adelante. Y cuando te salga al encuentro la adversidad, esfuérzate por que sean las ideas y sentimientos de Cristo (fe),y no tus creencias y tus miedos, los que conduzcan tu vida. 
 
Septiembre 2024
Casto Acedo.

jueves, 5 de septiembre de 2024

"Effetá". ¡Ábrete!. (Domingo 8 de Septiembre)



EVANGELIO 
Marcos (7,31-37)

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua.

Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos.

Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»

Palabra del Señor

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Hacer hablar y oír a un sordomudo es sacarlo del aislamiento social al que se ve sometido.  La experiencia de encuentro del sordomudo con Jesús (Mc 7,31-37) aparece como horizonte deseable para todos, porque todos adolescemos de cierta ceguera y sordera. No puede ser feliz un hombre encerrado en sí mismo, incomunicado, sordo a la Palabra y los signos de Dios, o física, psicológica y espiritualmente aislado de los demás. Jesús actúa eficazmente sobre esas barreras. /  El ritual del Bautismo, tiene un rito denominado Éffetá (ábreteinspirado en la curación del sordomudo: tocando con el dedo pulgar los oídos y la boca del bautizando el ministro dice: “El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda a su tiempo escuchar su palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén". / El bautismo y cualquier sacramento tienen una enorme  carga sacramental (hacen presente y visible lo que parece lejano e invisible). A partir de de ellos, como a partir del milagro que se narra hoy va surgiendo todo un mundo nuevo que cambia la visión y la vida de las personas y da origen a la Iglesia / Todo comienza con una apertura personal de la mente y del corazón a Dios.


Abrir el corazón 

El hecho de que “effetá” sea una invitación a abrir (en este caso los oídos) sugiere que todo cristiano debe ser una persona abierta

Cuando invitamos a alguien a participar en unos días de retiro espiritual o en cualquiera otra experiencia formativa o de oración, solemos recomendarle que tenga una actitud de apertura; sin ella todo será inútil, porque, como dijo san Agustín, “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti” es decir, Dios no fuerza ni violenta la libertad del hombre. Cuando la persona cierra su corazón a Dios, y me atrevo a decir que es una actitud muy común en nuestra cultura de la duda y la sospecha, es como si vistiera un impermeable,  por mucha agua que caiga sobre él no le mojará ni le empapará.
 
¿Qué hacer para “estar abierto” a la fe? Pues primeramente liberarse de los  patrones mentales adquiridos, las sospechas y suspicacias que tenemos frente a Dios. Hay quienes tienen una imagen de Dios poco interesante, y no le presta atención alguna. Otros lo confunden con un ideal, una idea y una palabra preciosas pero vacías de contenido. Y hay quien lo ve como un recurso de ingenuos para consolarse en los sufrimientos. 

Muchos suelen confundir Dios con la experiencia religiosa; no es raro encontrar hombres de Iglesia que nunca hablan de Dios, pero sí te  cuentan aquél momento, aquellos días de retiro, esa vivencia de "Ejercicios espirituales", del "Cursillo de cristiandad" o  del "Retiro de "Emaús", etc., en que les embargó la emoción de la presencia divina.  Escucharon a Dios un momento, sintieron su roce, pero ahí quedó todo. La vuelta a "la normalidad" volvió a cerrar su corazón. Estuvieron atentos al mensaje, pero no vieron al Mensajero.  Al poco volvieron a quedarse sordos y mudos. Ya no escuchan nada más, ya no hablan de otra cosa más que de su experiencia; quedaron atrapados en ella como principiantes y cerraron la puerta de su corazón a la constante novedad  de  Dios. Añoran tanto el pasado que ya no ven a Dios en el presente. Las vivencias espirituales y las ideas  que dichas experiencias de Dios han generado en él se han metamorfoseado en prejuicios, en sentimientos e ídolos hermosos pero inertes; espiritualidad nostálgica.

La condición previa para el encuentro es liberarse de prejuicios, de ideas previas que entorpecen la escucha como cera acumulada en los oídos. Son ideas (ideales) que tematizaron una experiencia de ayer pero que hoy son un obstáculo. El Dios que fue (tu experiencia de ayer) impide ver al Dios que es (su Presencia divina hoy). Se precisa una cura de silencio, un retiro al desierto, para poder oír  y ver a Dios en el susurro de la vida diaria, no en los recuerdos ni en las ensoñaciones sino en los entresijos en los que aquí y ahora se mueve tu corazón.  Es importante minimizar lo que Dios pudo haberte dicho ayer y ponerte en apertura total a lo que Él quiera darte a experimentar y entender hoy. Un consejo:   ¡Ábrete a la Presencia,  Dios presente!.
 
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Effetá , ¨¡ábrete!”.
 
El pasaje de la curación del sordomudo  nos ofrece el ejemplo de un hombre que pasa de la cerrazón del corazón a la apertura, de la mudez a la alabanza, de la oscuridad a la luz. “Le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar” (Mc 7,32).  Se trata de alguien que no oye y a causa de ello no puede hablar con corrección; en su soledad e incomunicación se limita a gritar y hacerse notar. Incapacitado para oír a Jesús no muestra ningún interés en acercarse a Él; su prejuicio: lo mío no tiene remedio. Son otros los que toman la iniciativa y lo presentan. Quieren que Jesús le toque, que le desate de su atadura, que le haga saber que Dios está con él. ¡Qué importante el papel de estos mediadores -sacerdotes, catequistas, animadores- para poder iniciar en la fe a los sordomudos de hoy!
 
Jesús no realiza el milagro enseguida; previamente escenifica unos trámites: “Apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua” (Mc 7,33)Comienza por apartar al que le presentan; no hay prisas; es importante que sepa por qué y para qué lo han llevado allí. Superar prejuicios requiere tiempo. Imagino la expectación reflejada en los ojos de aquel hombre que es llevado ante Jesús; la mirada como única comunicación entre ambos. Inquietud y esperanza en el ciego, paciencia en Jesús. El lenguaje de la mirada lleva al ciego a un grado de confianza y apertura interior que prepara su curación. Luego Jesús, volviendo la mirada  "al cielo suspiró y le dijo: “Effetá”, esto es, ´¡ábrete!´. al momento se le abrieron los oído, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad” (Mc 7,34-35). Se ha producido el milagro. El encuentro con Jesús ha dado un resultado positivo.  

¿Qué hubiera ocurrido si el sordomudo se hubiera resistido a los que querían llevarle a Jesús? ¿Y si ante Jesús le hubiera podido el pánico, o la sensación de estar haciendo el ridículo, y hubiera echado a correr? ¿Y si se hubiera molestado al sentir los dedos de Jesús en sus oídos o se hubiera negado a ofrecer su lengua para el contacto? Cuando la cultura de la sospecha entra en juego no hay milagro. El sordomudo mantuvo una actitud de apertura, de confianza, hubo de apartar sus prejuicios dejándose llevar pacientemente por Jesús.
 


Recuperar nuestra vida sacramental
 
Permíteme un poco de teología para invitar a la práctica de los sacramentos, porque este milagro tiene un claro eco sacramental. Ya hemos apuntado que el "effetá" ha pasado a formar parte del rito bautismal. 

Un sacramento es un “signo visible de la gracia invisible”, así lo define el concilio de Trento, aunque me gusta más la definición de sacramento como "encuentro con Dios". En el pasaje que comentamos se conjuga claramente el significado las dos definiciones. El sacramento por excelencia es Jesucristo, y lo que cura al sordomudo es el cruce de su historia con la de Jesús que le sale al encuentro. Sacramento es también la Iglesia, porque por ella, por aquellos que nos animan y presentan ante Jesús como al sordomudo, también nos viene la sanación; y sacramentos son finalmente  los siete sacramentos de la Iglesia: Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Penitencia, Unción de enfermos, Matrimonio, Orden. En la celebración de éstos encontramos, como en el milagro referido, gestos, oraciones y  palabras que sanan. Y para recibir estos sacramentos se requiere también una preparación, un apartarnos a un lado para dejarnos mirar por el amor de Jesús, pera personalizar nuestra confianza en Dios.
 
Jesús pudo prescindir de trámites para la curación de aquel hombre. Pero no fue así. En este caso, como en otros tantos casos de curaciones, echa mano de gestos y de palabras. Recordemos como unta con barro los ojos del ciego de nacimiento en el evangelio de san Juan  (9,6). Así actúa Jesús; así acerca la gracia de Dios a los hombres; Dios invisible se hace visible y cercano en los signos; y en los mismos signos (sacramentos) el hombre  se puede acercar a Dios.  

Ahora bien, la práctica de los sacramentos no es lo definitivo y último en la vida del cristiano. La vida del sordomudo no se consumó en su curación; el mismo evangelio nos dice que los que vieron el signo lo proclamaron con insistencia, y muchos, entre ellos es de suponer que estaba el ciego curado,  se sumarían a los seguidores del Maestro.
 
Así, partiendo del acontecimiento se produce un cambio en la vida de los afectados que luego se extiende al ambiente. Los testigos se hacen eco del acontecimiento. La fe en Jesús, que “todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7,37), dará lugar a comunidades que supondrán un nuevo milagro para muchos, porque en ellas encontrarán la clave para una visión nueva de sus vidas. 

Repito que la práctica sacramental no es lo definitivo para el cristiano, pero es un paso esencial. Sin encuentro  no hay cambio; los sacramentos son una oportunidad de acercarnos a Dios con la seguridad de que su mano nos tocará, y cambiará nuestro destino.

Dios, que se hizo visible en la historia por la encarnación de Jesucristo, se sigue haciendo presente en sus sacramentos. Cuando se recibe el bautismo, la confirmación, o cualquier otro sacramento, y ponemos como ejemplo eminente el Sacramento de la Eucaristía, tenemos la garantía de que Dios se adentra en nuestra historia.
 
 
Concluyendo.

El Evangelio de hoy te invita a curar tu sordera.

Eres sordo cuando no escuchas la Palabra de Dios incumpliendo así el mandato fundamental del Señor: “¡Escucha, Israel!” (Dt 4,1); lo eres cuando elevas tus ideas preconcebidas (pre-juicios) de Dios a la categoría de ídolo, porque los ídolos  "tienen ojos y no ven, tienen oídos y no oyen"(Sal 115,5); también  eres sordo cuando cierras el oído al grito de los que sufren, algo que Dios nunca hace (Dt 3,9);  o cuando das un rodeo para no ver, como hicieron el sacerdote y el levita de la parábola del samaritano (Lc 10,25-37); sordo eres cuando te aíslas en tu casa, en tus ideas y creencias, en tus esquemas mentales, en tus manías, y no te abres a los signos de los tiempos que te hablan de Dios.

Mudo eres cuando tu boca no proclama la alabanza y gloria de Dios, cuando te sumes  en un silencio cobarde ante la injusticia, o te muestras esquivo ante quien está pidiendo tu comprensión y tu perdón; eres mudo cuando el temor a ser rechazado silencia tu testimonio de fe.

Si eres sordo y mudo acércate a Jesús en la Iglesia, escuchando en ella la palabra y recibiendo con buena disposición de ánimo los sacramentos. Entonces “¡los oídos del sordo se abrirán, la lengua del mundo cantará!” (Is 35,5-6) ¡Proclamarás luego tu alegría y la grandeza de Dios!

Hoy, al acercarte Jesús a ti en la comunión eucarística déjate hacer, siente cómo Jesús toca  tu lengua y te dice: ¡Effetá, ábrete! Déjate llevar por su tacto y su poder. Comulgar no es un rito, es un acto de sanación. Dile a Jesús: ¡No soy digo de Ti, pero sé que una palabra tuya, un toque tuyo, de Tí, Palabra  hecha carne en la Eucaristía, bastará para romper mi sordera y mi mudez!
 
Septiembre 2024
Casto Acedo

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