jueves, 29 de agosto de 2024

Hipocresía y sinceridad del corazón (1 de Septiembre)


EVANGELIO
Mc 7,1-8.14-15.21-23

En aquel tiempo, se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos escribas de Jerusalén, y vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)

Según eso, los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: «¿Por qué comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?»

Él les contestó: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos.» Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.»

Entonces llamó de nuevo a la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.»

Palabra del Señor

* * *


El juego de la hipocresía es como lanzar una flecha, esperar que se clave en algún lugar incierto y luego dibujarle alrededor una diana. Hipócrita es quien vive como le da la gana, pero justifica lo que hace dibujando desde su desidia un mundo adaptado a sus criterios.  / El término hipócrita se utilizó en la  Grecia antigua para definir a los actores de teatro, que  recitando sucesos ficticios pretendían tener verosimilitud. El hipócrita, obsesionado por la buena imagen, tiende a representar su obra ocultando lo real. / Contra hipocresía, sinceridad. Una buena práctica basada en una buena teoría, y una buena teoría verificada con la practica. La una apoya y sostiene a la otra cuando se acompasan bien. Ora et labora, ley y vida, pensar y hacer,... deberían caminar siempre unidas. / Para Jesús de Nazaret no hay nada más detestable que la doble vida; no son los ladrones ni las prostitutas quienes reciben broncas de su parte, son los fariseos, que se creen cumplidores impolutos,  los únicos a quienes Jesús sanciona duramente.  /  A los hipócritas no les llega la Palabra al centro del corazón, y al justificarse descentran y corrompen sus vidas. Cuando revises tu vida hazlo desde los criterios evangélicos, no desde tus hábitos adquiridos o tus  automatismos mentales. No dibujes la diana alrededor de tus actos, sé honrado y reconoce que no siempre das en el blanco   / El remedio contra la hipocresía es  la sanación del corazón

* * *
Teoría y práctica 

En un mundo pragmático y vitalista como el nuestro, donde lo importante son los hechos y las vivencias, tildar a alguien de “teórico” es poco menos que un insulto; lo que importa es la práctica, lo que se hace, decimos; afirmación que tiene sus pros y sus contras. A favor tenemos la valoración de la vida como acción; en contra la posibilidad de un activismo despersonalizante.  
 
Todos presumimos de ser coherentes, de hacer lo que pensamos y creemos que debemos hacer; pero, seamos sinceros, sabemos que no es así. No obstante, nos obstinamos en convencernos de que sí, y  para ello cuando no hacemos el bien que pensamos nos las arreglamos para pensar como un bien todo lo que hacemos. Colocamos la diana adornando la flecha. Maldades como la soberbia, la avaricia y el enriquecimiento desmedido, el aborto, la infidelidad, la marginación, el abandono de ancianos, las envidias, las mentiras, etc. las terminamos justificando cuando se nos hace difícil rechazarlas por lo que suponen de muerte para el  ego. ¡Nos queremos tanto a nosotros mismos!
 
Hay quien ha dicho que cuando se deja de creer en Dios, se acaba  creyendo en cualquier cosa; yo añadiría que cuando se pierde la fe en poder vivir coherentemente (moral objetiva) se termina acomodando la moral al propio ego (moral subjetiva).  
 

 El pecado de la hipocresía

 Amparados en un cómodo “lo importante es actuar” hay quien rehúye la autocrítica acerca de sus actos, haciendo de su propia práctica la única vara de medir; así, el hombre religioso, sin negar a Dios en teoría, tiende a erigirse a sí mismo en dios justificando sus desmanes y exigiendo a los demás lo que él mismo no estaría dispuesto a hacer (ateísmo práctico, moral farisaica,  Mt 23,4). Sordos que no quieren oír la voz de Dios o de su propia conciencia..

Me hago el sordo ante Dios cuando entronizo mi ego como medida de todo. Es este un pecado que se justifica en la sordera voluntaria, y que  se apoya en:


* excusas externas tales como que “no tengo tiempo para leer el evangelio, ni para meditar, ni para hacer silencio y detenerme a escuchar”.  El ruido de los negocios no deja tiempo para abrir el oído; las ambiciones del mundo no dejan lugar para la humildad de y ante Dios. Son obstáculos externos que impiden la escuchaPero por otro lado también hay también 

 * barreras internas que no dejan que la Palabra empape el corazón: aversión a todo lo que me molesta y afición desmedida a lo que me agrada; o sea, aburguesamiento. La Palabra de Dios, que es “viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo” (Hb 4,12), pone en evidencia  la falsedad e incomoda a la insensibilidad evangélica de la vida burguesa; por ello huye de la escucha. “De esto te oiremos hablar en otra ocasión”, le dijeron a Pablo en el Areópago (Hch 17,32). 

El mensaje de fondo de la liturgia de la Palabra de este domingo  invita a huir de la hipocresía acercándonos a  la necesaria coherencia entre teoría y práctica: “Dichoso el que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica” (Lc 11,28).  San Marcos, en línea con  Moisés y con Santiago, viene a decir que la Palabra no puede aparcarse en la superficie, que  no bastan los cumplimientos externos (ritualismo), hay que actuar desde el corazón: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí” (Mc 7,6). ¿Quién está cerca del Señor?, pregunta el salmista; y responde: “El que procede honradamente y practica la justicia” (Sal 14,2).

El vicio ante el que Jesús se muestra más intolerante en los evangelios es sin duda alguna la hipocresía de los fariseos, el delito de presumir que eres oyente y cumplidor de  la Palabra cuando no es cierto. Frente a los que "dicen, pero no hacen" (Mt 1,3) Jesús se muestra como aquel que aúna en su persona la teoría y la práctica, la fe y las obras, el corazón y la lengua, el decir y el hacer.  

 Al hipócrita no le llega la Palabra “al corazón”; no le interesa. Ha hecho de la fe una “estructura” donde todo está organizado, donde todo tiene su explicación y su lugar, donde hay respuesta para todo (¡ay de quienes se las saben todas!),  pero no hay vida. ¿No damos a veces esa sensación los hombres de Iglesia? ¿No tienes a menudo ese sentimiento de que todo está fijado, calculado, estipulado,  y por tanto, muerto? ¿No embota tu mente el Código de Derecho Canónico (normas, cláusulas, prohibiciones) y la obsesión por  las rúbricas litúrgicas (lo importante es “cómo” celebrar más que el “qué” se celebra)? ¿No sientes necesidad de una comunidad que te proporcione el calor de una auténtica familia?. 


Corazón que siente, corazón que ama.
 
Sin negar la validez del Código ni el de las rúbricas litúrgicas, el evangelio de Jesucristo  pone en claro que en las cosas de Dios lo primordial  no son las normas ni las formas, sino el corazón. El corazón es lo más íntimo del hombre, su conciencia, su “sagrario” (GS 16). El encuentro salvador con Dios se da ahí, en el “castillo interior”, en la conciencia. Es ahí donde anida la verdadera maldad y la verdadera bondad. Por eso hemos de orar: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" (Sal 50,12).Y es ahí, a la raíz del corazón, adonde debe llegar la Palabra sanadora de Dios: “Arrancaré de vosotros el corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (Ez 36,26).
 
Cuando la Palabra de Cristo penetra hasta el hondón del alma iluminado la conciencia, sanan las heridas y  cambia  la textura del corazón, que pasa de ser abrupta y fría piedra a ser carne cálida y suave; el corazón regado con el agua que es Cristo se hace más humano, más capaz de sentir la injusticia infligida al prójimo, más preparado para compadecerse de las injusticias, para «visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones, y no mancharse las manos con este mundo» (Sant 1,27). Quien vive desde la bondad del corazón escapa a la superficialidad del activismo y al engaño de la hipocresía. El "corazón sincero" es el centro que unifica una buena teoría con una buena práctica; cuando se dice de alguien que tiene un buen corazón se está diciendo que sabe lo que debe y tiene que hacer, y lo hace. 

* * *


Revisa tu vida, tus "tradiciones personales", tus leyes y costumbres, los automatismos mentales que te llevan a un  activismo irreflexivo. Profundiza en los principios sagrados que pueden sostenerte como hombre de fe: Dios es Padre (Amor), Jesucristo es el mismo Dios amando (mi modelo de excelencia moral), y yo soy criatura de Dios, nacido del Amor y llamado a vivir en Iglesia (comunidad del amor y de la misericordia que se recibe de Dios y se comparte con los hermanos). Llena de esto tu corazón y expulsa de él "
los malos propósitos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad", elementos que lo enferman y pervierten.

Cuando tengas que elegir situado en la encrucijada de caminos diversos quédate con la Palabra y lo pensamientos de Dios relativizando los tuyos.  Deja que Jesucristo sea el Señor de tu vida, el que está en el centro, el que te conduce; y meditando sus bienaventuranzas ponlas en práctica, no contentándote con oírlas engañándote a ti mismo, “porque quien oye la palabra y no la pone en práctica, se parece al hombre que se miraba la cara en un espejo, y apenas se miraba daba media vuelta y se olvidaba de cómo era. Pero el que se concentra en la ley perfecta, la de la libertad, y permanece en ella, no como oyente olvidadizo, sino poniéndola en práctica, ese será dichosos al practicarla” (Sant 1,23-25). Una vida teórica queda desacreditada si no se practica; pero no olvides que la solución no está en despreciar las buenas enseñanzas sino en aprenderlas y ponerlas por obra. ¡Danos, Señor, un corazón grande para amar! El verdadero cristiano no vive desde las normas y los ritos sino desde el corazón.

*


Permíteme una última reflexión. Al leer el texto de la foto que abre esta entrada, "le vi la cara a la hipocresía y les juro que es igualita a alguien que yo conozco", ¿se te ha ocurrido pensar que quien la pronuncia eres tú al mirarte al espejo? Si así ha sido, enhorabuena; si no, ¡estate atento!, vigila, la hipocresía se suele escudar en aquello de ¡qué falso es el mundo!, excepto yo. 

Buen domingo.

Agosto 2024
Casto Acedo.

viernes, 23 de agosto de 2024

Hora de decidir (25 de Agosto)


DEL IBRO DE JOSUÉ (Primera lectura)
24,1-2a.15-17.18b

Josué reunió a las tribus de Israel en Siquén. Convocó a los ancianos de Israel, a los cabezas de familia, jueces y alguaciles, y se presentaron ante el Señor. Josué habló al pueblo: «Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quién queréis servir: a los dioses que sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitáis; yo y mi casa serviremos al Señor.»

El pueblo respondió: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!»

Palabra de Dios
*
EVANGELIO
Jn   6,60-69

Muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?».... y desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?».

Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios.»

Palabra del Señor

*
La vida no se da hecha; la recibimos como un proyecto que se ha de realizar tomando decisiones, o sea, ejerciendo la libertad. Ser cristiano no es algo que recibimos con la nacionalidad, la familia o el bautismo; llega un momento en que hay que hacer una elección consciente, como el Pueblo de Israel en la Asamblea de Siquém o como los discípulos de Jesús tras el discurso del pan de vida. ¿Qué criterios deberíamos tener en cuenta a la hora de decidirnos?  El evangelio apunta que es de sabios fiarse más de la experiencia propia que de teorías o ensoñaciones idílicas. Se trata de mirar la propia vida y discernir si verdaderamente los momentos en que has sentido cerca a Dios te han llenado más que aquellos en que te echaste en brazos de los ídolos. Un buen ejercicio para decidir es pararte, meditar, sopesar cómo andas de fe. Pregúntate:  ¿Qué aporta Jesús a mi vida?  ¿Soy feliz estando con Él? Cuando medito los textos de la Escritura, ¿encuentro en ellas palabras de vida eterna?  Anota, compara, y decide.

* * *


Hay momentos en la vida en que nos vemos forzados a tomar decisiones que pueden variar el curso de nuestra historia personal. Optamos ya en la adolescencia por estudiar o no estudiar, por escoger esta especialidad o aquella; más tarde  habrá que tomar la decisión de casarse y formar una familia, seguir la vida religiosa o simplemente mantenerse célibe; también puede tocarnos elegir en vivir en tal o cual ciudad o país o lanzarse a tal o cual negocio, etc.

Hubo un tiempo en que la religión, el trabajo, el domicilio, e incluso el esposo o la esposa, venían dados por la costumbre o la tradición; generalmente los padres, apoyados en la tradición social y familiar  determinaban la elección. 
Hoy puedes elegir tu religión, tu trabajo, tu modelo de familia,  e incluso algunos  se atreven a afirmar -en el colmo de las opciones- que también puedes elegir tu ser masculino o femenino (?). Sea como sea te encuentras ante la belleza y el riesgo de la libertad. Y a
unque los patrones familiares o sociales pesan bastante a la hora de la decisión, la elección es siempre una tarea muy personal. 

Cuando el pueblo de Israel entró en contacto con los pueblos que habitaban en Canaán, entre ellos los amorreos que cita la lectura,  hubo de  convivir con la cultura y religión propias de esos pueblos; y en ese ambiente muchos israelitas se deslizaron peligrosamente o incluso cayeron en la tentación de seguir los valores y la práctica de sus cultos idolátricos. 

Josué, sucesor de Moisés,  viendo cercana su muerte, y consciente de la situación,  reúne en Siquén “a todas las tribus de Israel, a los ancianos de Israel, a los jefes, a los jueces y a los magistrados” (Jos 24,1).  Es lo que se llama la Asamblea de Siquén. Allí les recuerda todo lo que Dios ha hecho por ellos desde la elección de Abrahán hasta el momento presente (24,2-13), algo que algunos parecían haber olvidado.  Luego pone a los Israelitas en el trance de elegir: “Si os resulta duro servir al Señor, escoged a quién servir: a los dioses a quienes sirvieron vuestros antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos, en cuyo país habitáis. Yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos 24,15).  ¿Dios o los ídolos? Se trata de una decisión importante para cada tribu de Israel, y por tanto para cada persona. De su respuesta dependerá su futuro.

Observa algo importante: ante el riesgo de una pérdida de identidad como Pueblo de Yahvé, Josué invoca la experiencia histórica 
que les ha configurado como tal: “porque el Señor nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud, e hizo ante nuestros ojos grandes prodigios” (Jos 24,17).  Y el pueblo, haciendo memoria de su experiencia, decide: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros!” (Jos 24,16),  "serviremos al Señor, ¡porque él es nuestro Dios!” (24,18), “¡al Señor nuestro Dios serviremos y obedeceremos su voz!” (24,31). 

La experiencia de Dios como liberador y salvador es importante a la hora de tomar una decisión por Él.  

Es hora de decidir

En una situación similar a la de Josué coloca Jesús a sus seguidores. Tras el largo discurso del pan de vida, dice el evangelio que “muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?" (Jn 6,60), ¿Quién está dispuesto a dejarse comer o triturar por amor a la humanidad? ¿Quién va a renunciara a sí mismo por el Padre Dios y los hermanos? La dureza del mensaje de Jesús hace entrar en crisis a sus seguidores.

No es extraño que muchos abandonen a Jesús. No fueron capaces de dar el salto a la fe ante estas palabras que apuntaban directamente a cambiar el modo de vida: “Desde entonces muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con Él” (Jn 6,66).  Otros, que  habían tratado a Jesús más de cerca, deciden dar un paso adelante apoyados en la experiencia de estar con Él: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y sabemos que Tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6,68-69).

Muchos se acercaron a Jesús esperando recibir mucho; y en un principio así fue, recibieron dones abundantes. A todos nos ha pasado: acudimos a Jesús por  lo que nos beneficia.  Pero la relación con Él no se para ahí, su misma dinámica pide un paso más,  el paso  de ser Con el discurso del pan de vida abre Jesús a sus seguidores una visión nueva, les invita a un  cambio  fundamental: pasar de recibir (ser sólo discípulos) a dar (ser apóstoles y mártires, testigos de lo recibido). Este sigue siendo un punto de inflexión en la vida personal de cada discípulo y de cada comunidad, un momento en el que, ante la persona de Jesucristo,  toca decidir si  seguir adelante con Él dándose hasta el final o echarse atrás. No valen términos medios. 
 
* * *

También tú sigues a Jesús; has sabido que Él puede colmar tus anhelos de una vida y un mundo mejores; pero llegan  momentos en que descubres que te estás buscando a ti mismo en Jesús; y te das cuenta de que eso no es lo correcto. Cuando ves eso sabes que debes dar un paso decisivo en tu vida espiritual; deberás renunciar a “tus sueños”, a “tus planes” para servir a los planes de Dios (Reino). Ante tal descubrimiento, que es una gracia de Dios, no es raro entrar en pánico por lo que supone de renuncia. La tentación de echarte atrás no te va a faltar. 
 
Sabes que si quieres crecer en la vida en el Espíritu ya no puedes dejarte llevar por la inercia de una religiosidad tradicional o de costumbre, una religiosidad de intereses y folklores; tienes que “optar”, elegir; hoy más que nunca sabes que no se es cristiano por nacimiento, sino por decisión. Este domingo, en la meditación de la liturgia de la Palabra, el mismo Jesús que provocó a la multitud te pone a ti ante la tesitura de tomarte en serio la fe o retirarte. Dios te está llamando a revisar tu vida y a personalizar tu fe abrazando el compromiso serio de vivir con Él y como Él, diciendo "hasta aquí he llegado", me vuelvo atrás. Y no vale nadar y guardar la ropa.

Es hora de renovar la Alianza, de dotar de sentido tu bautismo. Es tiempo de aligerar tu ego, de desmontar lo que de farisaico hay en tu religiosidad, de vaciarte y decidirte por un seguimiento más auténtico. Esta decisión de seguir a Cristo no es una opción intrascendente ni un mandato imperativo, es una decisión personal. Y sabes que si no te decides por Él, con todas las consecuencias que implica, irás perdiendo fuelle, te irás muriendo interiormente y caminarás sin remedio hacia atrás, hacia una vida gris e insípida.

 * 

Personalizar la fe y orarla

La experiencia y el conocimiento personal de Jesús, la personalización de la fe, es hoy más necesaria que nunca, porque los patrones religiosos familiares y sociales ya no tienen poder de convicción que tuvieron en otros tiempos. 

Es verdad que  el pluralismo cultural y religioso en que estamos inmersos hace complicado el arraigo y desarrollo de la vida cristiana; lo hace más difícil, pero también más apasionante. El hecho de convivir con otras creencias religiosas pone en jaque mi fe y me obliga a profundizar en mi propia identidad si quiero seguir siendo católico. Porque es muy común entre nosotros querer ser  cristianos, pero condicionales, "a condición de" poder mantener la adhesión a Jesús sin renunciar a los ídolos particulares. 

Como a los judíos del tiempo de Jesús, nos escandaliza la pretensión de absoluto que reclama Jesús. Lo pide todo, lo exige todo, y yo sólo estoy dispuesto a darle una parte. Me niego a aceptar que quien me ha dado todo tenga ahora derecho a exigirme el todo.

En tiempos de relativismo tanto “todo” resulta escandaloso. ¿Cómo romper la dinámica del escándalo?

- Primero recurriendo a la experiencia: haz una lista, como hizo Josué, de todo lo que el Señor ha hecho contigo, todo lo que te ha dado, tus  momentos de encuentro con el Señor, las veces que te ha tomado de la mano y te ha librado del dolor y el sinsentido; las veces que ha alegrado tu corazón con su presencia y su amor. Sólo desde la memoria de tu experiencia de Dios podrás decir con Israel: lejos de mí abandonar al Señor, porque Él me sacó de la esclavitud e hizo ante mí  grandes prodigios” (cf Jos 24,16.17). ¡Conecta con tu  tradición cristiana! Rememora tu historia personal de fe. 

En segundo lugar convéncete de lo que dice san Juan de la Cruz: “para venir a poseerlo todo, no quieras poseer algo en nada”. Jesús es el “Todo”. Merece la pena dejarlo "todo" por Él. Decídete por su seguimiento; a fin de cuentas: ¿hay quien dé más que Él?


-Finalmente, reza con Pedro y con toda la Iglesia. A los apóstoles  les mantuvo en fidelidad la experiencia de  vida con Jesús. Pedro nos da una oración magnífica que ensalza los tesoros recibidos de Dios. Una vez que se ha probado la miel ¿merece la pena volver a la hiel?  Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios” (Jn 6,68-69).  Repite estas palabras a Jesús en el silencio de tu meditación y afianza con ellas tu pertenencia a Jesús.
 
Agosto 2024.
Casto Acedo

viernes, 16 de agosto de 2024

Saber, saborear y vivir la Eucaristía (18 de Agosto)

 EVANGELIO Jn 6, 51-5 

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo».

Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?».

Entonces Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».

¡Palabra del Señor!

*

Sigue el discurso del pan de vida. Jesús habla de sí mismo como comida y bebida. Este mensaje de Jesús, que causa escándalo a muchos (¿"como puede este darnos a comer su carne"?) ha calado hondamente en la Iglesia a lo largo de los siglos ("danos siempre de ese pan"). Si el alimento material que tomamos  se transforma en nosotros, con la Eucaristía, dice san León Magno, somos nosotros quienes nos transformamos en lo que recibimos. La eucaristía tiene una  dimensión docente, (nos hace sabios expertos -experimentados- en Dios), una dimensión festiva (hace gozosa nuestra vida: "Gustad y ved que bueno es el Señor") y una dimensión existencial y social-comunitaria (nos induce a encarnar la justicia y la caridad en el mundo: "El que me come vivirá por mí". "El que come de este pan vivirá para siempre",)


Somos lo que comemos

Estamos cada vez más sensibilizados acerca de los alimentos que consumimos.  “Somos lo que comemos”, solemos decir. Algo así ocurre también en  el plano espiritual. Dice san León Magno acerca de la comida eucarística: “La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos”. Observa que no dice que lo que comemos se transforme en lo que somos, como ocurre con el alimento ordinario, sino que  el Pan Eucarístico que comemos nos transforma, nos hace pasar a ser aquello mismo que comemos. Comulgar nos hace ser como Cristo, semejantes y cercanos a Dios; y no comer el Pan de la Vida nos aleja de Dios y nos lleva a la  orfandad. la ausencia y el anhelo del Padre:  "¡Cuántos jornaleros de mi Padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre" (Lc 15,17). 

Comer la carne y beber la sangre. ¿Estamos hablando de canibalismo y vampirismo? No. Hablamos de amor. Si el discurso del pan de vida lo leemos intercambiando las palabras “carne” y “sangre” por las de “amor de Dios manifestado en Cristo Jesús” los elementos eucarísticos adquieren un sentido pleno. Si comemos el “amor de Dios”, si nos llenamos de él, viviremos con Él, por Él y en Él (cf Jn 6,57). Nos transformamos en lo que comemos, en portadores de vida eterna. La comunión eucarística nos nutre del amor de Dios, de su vida inmortal; y cuando se tiene el amor de Dios ¿qué más se necesita? 

Aprender, celebrar y vivir.

La Eucaristía transforma nuestra fe (sabiduría), nuestra esperanza (nos afirma en la experiencia de Dios) y nuestro amor (obramos no según nuestros criterios sino según los de Dios). La vida eucarística nos afecta en una triple dimensión:

1.- Una dimensión docente: Por la participación en Cristo, por la comunión con Dios, nos viene la sabiduría y la vida. Frente a la superficialidad de los que “se emborrachan con vino y se dan al libertinaje” (Ef 5,18), está la profundidad de los que beben la copa de la sabiduría que es Cristo. La participación en el banquete de la Eucaristía, donde se parte también el pan de la Palabra, alimenta nuestra mente y por ella nuestro corazón, y nos hace sensatos y equilibrados. Unidos en comunión con Cristo nos hacemos expertos (experimentados) y seguidores del "camino de la inteligencia" (Prov 9,6)

Para llegar a esta sabiduría de vida no basta la participación rutinaria y ritual en la misa, porque un sacramento no es un acto mágico  sino un encuentro entre dos: Dios y el hombre: “el que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él” (Jn 6,57). La Palabra hecha carne, proclamada en la liturgia y eficaz en el sacramento da sabiduría y prudencia para sopesar las cosas del mundo. 

2.- También tiene la eucaristía una  dimensión celebrativa (experiencial): “Venid a comer el pan y beber el vino ... dejad la inexperiencia y viviréis”. (Prov 9,5-6). “¡Gustad y ved que bueno es el Señor!” (Sal 34,9). La experiencia es la madre de la sabiduría. 

"Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo", dice Jesús. En la última cena identifica con su propio ser el pan y el vino que comparte. Este misterio de  Dios presente en el pan y el vino quiso explicarlo la Iglesia con un concepto filosófico: transubstanciación. Esta  palabra quiere decir que en el momento de la consagración el pan deja de ser pan y pasa a ser cuerpo de Cristo, y el vino deja de ser vino para ser la sangre de Cristo. No se trata de una simple  transformación (“cambiar de forma”, como cuando alguien cambia su imagen y decimos ¡qué transformado estás! pero en el fondo sigue siendo la misma persona, con su misma inteligencia, su misma personalidad; en “esencia”, decimos, es la misma persona); con la palabra transubstanciación ocurre todo lo contrario: cambia la sustancia (la esencia), pero no las apariencias (forma, sabor, color, peso); se ha realizado la promesa de Jesús. “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6,51). 


Nuestra visión histórica de la Eucaristía ha estado muy obsesionada con la doctrina de la "transubstanciación"; y no tanto con la experiencia de la unión (comunión). Más que el ojo de la razón quién ha de mandar en esto es el paladar de la belleza. No es bueno anclarse en la doctrina sin ir al misterio que está en la raíz de la misma; más importante que la razón que intenta explicar el misterio es el corazón que procura vivirlo. No alienta nuestra esperanza el concepto sino la vida; no es la palabra agua la que sacia la sed sino el hecho de beber de ella. Dejad a un lado las ideas, soltad las elucubraciones teológicas, "gustad", "comed", "bebed"... 


3.- Finalmente señalar que también tiene la eucaristía una  dimensión existencial y social: comer la carne y beber  la sangre del Señor es vivir como él vivió ("el que me come vivirá por mi"), participar de su obediencia al Padre y su entrega a los más débiles, vivir sus mismas experiencias de abandono en manos de Dios. El Reino de Dios es  eucarístico (gratitud, ofrenda, liberación); quien participa de la mesa del banquete del Reino da prioridad a la bondad, justicia y caridad de Dios como banderas o estandartes para hacer un mundo nuevo.   

¡No basta con repetir el gesto de la última Cena, hay que vivir lo que ella significó de entrega generosa! "Lo que yo he hecho -lavatorio, hacerme don eucarístico- hacedlo también vosotros". El rito no se puede separar de la misa de la vida que ofrece al Padre con Jesús todo lo que hace y vive; vida  que imita al Maestro  haciéndose comida y bebida para el hermano. Una vida desplegada al modo de la de Jesús de Nazaret garantiza la autenticidad de la fe y la digna participación eucarística.

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“La sabiduría se ha construido su casa… Los inexpertos que vengan aquí: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado; dejad la inexperiencia y viviréis, seguid el camino de la prudencia” (Prov 9,1-2.6). Experto es “el que ha experimentado”. ¿Quién es experto en Jesús?. ¿El que sabe mucho de Él?, ¿el que ha escrito doctos libros de cristología?, ¿quién ha llegado a entender los entresijos filosófico-teológicos de la doctrina de la transubstanciación?  Nada de eso. El verdadero experto en Jesucristo es el que ha gozado y sufrido en su propia carne la sabiduría del Evangelio, el que ha sabido aprovechar el momento y la ocasión para acercarse a Dios demostrando así su sensatez: “No seáis insensatos, sino sensatos. Sabed comprar la ocasión, porque vienen días malos” (Ef 5,15-16). Experto es el que come y bebe la sangre de Jesús discerniendo y encarnando el evangelio en su vida (cf 1 Cor 11,27-29); experto es el que habita en Dios y Dios en él (Jn 6,56).

 Pregúntate hoy: ¿Cuál es tu experiencia eucarística?, ¿Cuáles tus sentimientos hacia Jesús?, ¿Cuál tu experiencia de amor al prójimo con Cristo? ¿Qué emociones, qué sentimientos que estabilizan la vida y mueven a la acción, crean en ti la participación en la misa dominical?  No permitas que misa y vida vayan por caminos diferentes; si es así es que no has entendido nada. En la Eucaristía la sabiduría (saber, enseñanza-testimonio, el gusto (saborear, deleitar) y la vida (vivir unido a Cristo) van al unísono.

Agosto 2024
Casto Acedo 

sábado, 10 de agosto de 2024

¡Levántate! Ten ánimo. (Domingo 10 de Agdosto)


EVANGELIO Jn 6,41-51

En aquel tiempo, los judíos criticaban a Jesús porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo», y decían: «¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?»

Jesús tomó la palabra y les dijo: «No critiquéis. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: «Serán todos discípulos de Dios.» Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre. Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Palabra del Señor.

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El discurso del pan de vida, con su elevado estilo simbólico y místico parece resistirse a una comprensión fácil. Acostumbrados a extraer de los textos conclusiones morales prácticas nos parecen irrelevantes las palabras simplemente indicativas o exclamativas. La identificación de Jesús con el pan, su disposición para ofrecerse como alimento, es decir, su encarnación llevada al límite de la entrega total, escandaliza a sus paisanos. Jesús, sin embargo, desea ser aceptado y seguido en su humillación, y su cuerpo crucificado atrae todo y a todos hacia el Padre. En la Eucaristía Jesús se hace fortaleza y energía invitando a superar el desaliento. La experiencia de Elías (primera lectura) contiene un mensaje claro para los abatidos:  ¡Come y levántate!.


 

He de confesar que cuando me veo en la necesidad de comentar textos como el discurso del pan de vida (Jn 6) me siento un tanto azorado; y sospecho que tal cosa les suele ocurrir a quienes, debido a la educación moralista recibida, tendemos como por inercia a extraer pistas de comportamiento de los pasajes evangélicos, considerando su mayor o menor valor sólo a partir de su funcionalidad moral. Es como si sólo nos interesase extraer pautas sobre qué quiere Dios que hagamos para ganar la vida eterna, minimizando lo que en estos textos se puede aprender sobre Dios y la condición humana.

El pasaje evangélico de hoy parece ser de esos que se prestan menos al consejo moralizante y más a la contemplación espiritual. De fondo está la discusión acerca de si Jesús es Dios o no lo es. Lo que el evangelista pretende es adentrarnos en el misterio de la persona de Jesús, incidir en la importancia de la fe en la Encarnación como condición indispensable para comprender el cristianismo e iniciarse en el seguimiento de Jesús.

A Jesús los judíos le critican porque lo consideran como un maestro o profeta entre muchos, pero no llegan a aceptar el misterio de su divinidad. Sólo conocen de él su origen terreno: “¿No es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo dice ahora que ha bajado del cielo?” (Jn 6,42). 

La pretensión inaudita de Jesús, su insistencia en igualarse a Dios, les resulta escandalosa a los judíos; están dispuestos a transigir con un Jesús profeta de la misericordia pero se muestran reacios y hostiles a postrarse ante Él. Y mucho menos ante su presencia misteriosa en el Pan Eucarístico. Dios no puede caer tan bajo, piensan.

¿Es de cuerdos arrodillarse ante el Sacramento Eucarístico? ¿Está Dios en el pan y el vino? ¡Escándalo también para el hombre contemporáneo! Es una suerte haber sido elegido por Dios para ser introducidos en este misterio del Dios humanado: “Nadie puede venir a mi, si no lo trae el Padre que me ha enviado” (Jn 6,44). Ninguno de nosotros celebraría la Eucaristía si Dios no nos llevara a ella; tampoco creeríamos en la divinidad de Jesús, ni en su presencia en el Sacramento, si él mismo no se nos hubiera revelado, porque “nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. (Mt,11,27; cf Mt 16,17).


¡Levántate, come! (1 Re 19,5)

Tres son los alimentos de los que habla san Juan en su evangelio: la voluntad del Padre (“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” Jn 4,34), la Palabra de Dios ("Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él". Jn 14,23) y la Eucaristía (“Mi carne es verdadera comida” Jn 6,55). Tres realidades tan íntimamente unidas entre sí que no pueden separarse y que cada domingo se actualizan para nosotros en la misa. Se trata de alimentar nuestra vida de fe.

Todos sabemos que una buena teoría sin práctica es fariseísmo, pero también es verdad que una práctica sin buena teoría que la discierna y alimente puede ser nefasta. Decía Sócrates que “una vida sin examen no tiene objeto vivirla”; también una vida cristiana sin inteligencia a la luz de la Palabra y sin el merecido disfrute de la celebración eucarística y los demás sacramentos carece de sentido y está abocada al fracaso.

El creyente necesita alimentar constantemente su espíritu y su inteligencia espiritual. Sin ese ejercicio de manducación (rumia de la Palabra) se le hace imposible el camino y tiende a caer en el desánimo y la desesperación.

Ésa fue la situación a la que llegó Elías en el desierto cuando huía de la reina Jezabel; llegado un punto su interioridad pierde fuerza y confiesa su abatimiento: “Basta ya, Señor, quítame la vida” (1 Re 19,4). Pero aunque el sentimiento de abandono de Dios abata a la persona, la revelación deja entender que Dios no la abandona nunca. Podemos verlo en cómo restaura las fuerzas de Elías ofreciéndole pan y diciéndole: "Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas" (1 Re 19,5).

Son numerosos los textos evangélicos que contienen una invitación a mantenerse en pie. ¡Levántate! Así invitaba Jesús al paralítico que le llevan para ser curado (Lc 5,24), al hombre que tenía la mano seca (Lc 6,8), al ciego Bartimeo (Mc 10,49), al difunto hijo de una viuda (Lc 7,12), al leproso agradecido de su curación (Lc 17,19) o a la fallecida hija de Jairo (Mc 5,41). ¡Levántate! Así nos invita el Señor cuando en la Eucaristía se ofrece a sí mismo como alimento: ¡Levántate!, ten ánimo.

Hay en Jesús  de Nazaret una personalidad excepcional que va más allá de las palabras, un poder que trasciende lo humano, una fuerza que no es de los hombres sino de Dios. “Se levantó Elías, comió y bebió, y con la fuerza de aquel alimento caminó cuarenta días y cuarenta noches, hasta el Horeb, el monte de Dios” (1 Re 19,8). 

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Hoy puedes aprovechar tu oración para afianzar la fe en Jesucristo, "pan vivo que ha bajado del cielo". Para ello relee el texto evangélico subrayando alguna de sus frases, poniendo luego  tu mirada en cada subrayado y repitiendo interiormente las palabras elegidas: “Yo soy el pan bajado del cielo” … “Nadie pude venir a mi si no lo trae el Padre que me ha enviado” … “Yo lo resucitaré en el último día” … “El que cree tiene vida eterna” … “Yo soy el pan de la vida” … “El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41.44.47.48.51).

Feliz  domingo.

Agosto 2024
Casto Acedo.


15º Domingo Ordinario C (13 de Julio)

EVANGELIO  Lc 10,25-37 Un hombre que bajaba de Jerusalén loa Jericó cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y...