sábado, 16 de julio de 2022

Al hilo de la Palabra (17 de Julio)


EVANGELIO
Lc 10,38-42
Entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. 
Esta tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies del Señor, escuchaba su palabra. 
Marta, en cambio, andaba muy afanada con los muchos servicios; hasta que, acercándose, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano». 
Respondiendo, le dijo el Señor: «Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; solo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no le será quitada».
* * *
Sorprende la respuesta de Jesús a Marta en el pasaje evangélico de hoy. Suena como a desprecio por la tarea que realiza. Lo más lógico es que le hubiera dicho: “Llevas razón, Marta, tu hermana se está pasando; ahora mismo la mando a ayudarte en el servicio”. Sin embargo, Jesús, lejos de censurar a María la alaba, porque está haciendo algo que no suele ser habitual: hacerle sitio a Dios, darle un tiempo y un lugar en su vida.

Tenemos tantas cosas que hacer que no encontramos el momento para imitar a María, para entrar en silencio con Dios y hacer oración. 

Es una experiencia común: si nos ponemos a orar, a meditar un texto del evangelio, a silenciar el corazón, inmediatamente nos da la sensación de que estamos perdiendo el tiempo, y acuden con urgencia a nuestra mente multitud de cosas pendientes por hacer. Tenemos tiempo para ver televisión, para navegar sin rumbo por internet, para mirar detenidamente los chismorreos de facebook o wasap, para detenernos a comentar el último chisme sobre el vecino o la vecina (¡qué obsesión esa de meternos en la vida del prójimo!), pero cuando se trata de estar a solas con Dios, no hallamos el lugar ni el momento. O tal vez nos asusta porque nos da miedo mirarnos en los ojos de Jesús.
* * *
Podemos vivir la vida desarrollando dos cualidades que pueden ser complementarias u opuestas: SER y HACER. Lo más normal es que nos identifiquemos más con lo que hacemos que con lo que somos. Escucha esta historia de Toni de Mello:
“Una mujer estaba agonizando. De pronto tuvo la sensación que era llevada al cielo y presentada ante el Tribunal.
-¿Quién eres? -dijo una Voz.
-Soy la mujer del alcalde -respondió ella.
-Te he preguntado quién eres, no con quién estás casada.
-Soy la madre de cuatro hijos.
-Te he preguntado quién eres, no cuántos hijos tienes.
-Soy una maestra de escuela.
-Te he preguntado quién eres, no cuál es tu profesión.
Y así sucesivamente. Respondiera lo que respondiera, no aparecía dar una respuesta satisfactoria a la pregunta ¿quién eres?
-Soy una cristiana.
-No he preguntado cuál es tu religión, sino ¿quién eres?
No consiguió pasar el examen y fue enviada nuevamente a la tierra. Cuando se recuperó de su enfermedad, tomó la determinación de averiguar quién era. Y todo fue diferente”.
María, la hermana de Marta, sentada a los pies de Jesús, buscaba la respuesta adecuada a la pregunta acerca de quién era. Porque si es verdad que tenemos una vida “hacia fuera”, unas actividades que nos definen en parte porque muestran algo de nuestros ser; no menos cierto es que tenemos "dentro" otra vida, un mundo interior tan importante o más que el exterior.

Cuidamos lo de fuera: el cuerpo, el alimento, la salud física, la imagen que damos, el estatus, pero ¿cuánto tiempo dedicamos a cuidarnos por dentro? Si una ecología o cuidado exterior es importante, no menos lo es una ecología de interiores. Es lo que hacía María a los pies de Jesús: cuidarse, sanarse, capacitarse para amar.

El pecado de Marta no es su actividad, su quehacer, sino el modo envenenado de hacerlo. Mírala: afanosa, servicial, eficiente en su labor de tenerlo todo a punto para la comodidad del huésped. Mientras -pensaba- su hermana no mueve un dedo para ayudarla en algo tan necesario. No pudo evitar el juicio sobre Maria que delata la falta de amor en su trabajo: “¿No te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile que me eche una mano”. Hace algo poco elegante: criticar, rebajar a su hermana ante Jesús. Sus palabras muestran algo que desgraciadamente nones raro en el género humano: hacerse valer  desvalorizando al otro. 

La queja de Marta pone al descubierto que lo que hace no lo hace movida por un amor de gratuidad, sino con la intención de llamar la atención, de ganarse el afecto y la consideración de quienes la observan. Se considera el centro de la escena, actúa movida no por humildad sino por soberbia. Más que servir a su prójimo sirve a su propio ego. Está insatisfecha, y de su insatisfacción nace la envidia y la crítica hacia su hermana.

María,  mientras tanto, dedica un tiempo a sanar su corazón, a mirarse en los ojos de Jesús, a entrar desde ellos dentro de sí misma y responder a la pregunta acerca de su verdadera identidad. Jesús la alaba no por su inactividad, sino por su inteligencia al valorar el cultivo espiritual. Luego, de su corazón enamorado brotarán obras de amor.

Dice santa Teresa que “Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor y tenerle siempre consigo, y no le hacer mal hospedaje no le dando de comer”. No se puede decir más claro que oración y acción, contemplación y vida, han de ir unidas. Una vida de oración sin compromiso es una “vida de beato” en el peor sentido de la palabra; una vida separada de su raíz en Cristo, cae fácilmente en un activismo sin sentido y sin reposo, una vida de esclavo.

Aprende del evangelio de hoy a valorar los momentos de descanso y oración tanto como los de trabajo y acción.  “¡Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas!” El mal de Marta no es el trabajo sino la inquietud, el estrés con que realiza las tareas; vive el nerviosismo de no ser reconocida, el "nerviosismo del ego" que le desquicia y le lleva a reaccionar violentamente contra su hermana. Lleva dentro el mal, y sólo entrando en sí misma y dejando entrar dentro de sí el amor del Amado,  hallará el remedio. Y la puerta para entrar en su interior es la oración. "María ha escogido la mejor parte".

* * *

Termino haciéndome evo de un texto que me acompaña mentalmente desde hace años y que me ha ayuda a valorar la oración cuando flaquea mi voluntad de dedicarle tiempo. He descubierto en la práctica de la meditación -oración contemplativa- que, si bien son importantes las cosas y las personas que me envuelven, más importante es mirarlas y amarlas desde Dios, con su misma mirada y su mismo amor.

Me levanté temprano una mañana,
y me lancé a aprovechar el día.
Tenía tantas cosas que hacer,
que no tuve tiempo para rezar.
“¿Por qué no me ayuda Dios?”- me preguntaba.
Y Él me respondió: - “No me los has pedido”.

Quería sentir la alegría y la belleza,
pero el día continuó triste y sombrío.
Me preguntaba por qué Dios no me las había dado.
Y El me dijo: “Es que no me lo has pedido”.

Intenté abrirme paso hasta la presencia de Dios,
y probé todas mis llaves en la cerradura pero no pude abrir.
Y Dios me dijo paciente y amorosamente:
-“Hijo, no has llamado a la puerta”

Pero esta mañana me levanté temprano,
y me tomé una pausa antes de meterme de lleno 
en las tareas del día.
Tenía tantas cosas que hacer, 
que tuve que tomarme tiempo para orar.

(Edwig Lewis, S.J. 
En casa con Dios, pg 88)

¡Feliz domingo!

Julio 2022
Casto Acedo

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