Cuántos sermones dominicales, pláticas religiosas y actos de piedad! ¡Cuántas “catequesis de” -primera comunión, confirmación, adultos, pre-bautismales, prematrimoniales,…-! ¡Cuántos sacramentos administrados!, y ya ves: toda la noche bregando y no hemos pescado nada (cf Lc 5,5).
Seguimos bautizando, celebrando primeras comuniones, confirmando y casando -a cada vez menos-, pero pocos de entre los que reciben nuestra atención se insertan en cuerpo y alma como miembros vivos y activos de la Iglesia. ¿Malos tiempos de pesca?
Un buen pescador no se resigna a la mala suerte; se pregunta por qué su trabajo ha sido tan infructuoso. Sopesa el estado del mar, las condiciones ambientales, el equipo de pesca. También el apóstol debe mirar el mar en que se mueve, las condiciones ambientales en que vive, los métodos usados, etc. Para una buena pesca: ¿basta con una buena edición de los santos evangelios o un bien trabajado directorio de pastoral? ¿basta con las últimas publicaciones sobre técnicas y dinámicas de grupo, y con un ingenioso decálogo del buen misionero y catequista? ¿Es suficiente invertir en locales y medios técnicos y materiales cada vez mejores? ¿No se necesita algo más?
Es importante saber que no somos nosotros los que
tenemos el poder de convertir a alguien; nosotros sólo ponemos la barca y las
redes; la pesca la da Él.
Tres claves para evangelizar
Jesús, antes de elegirlo como jefe, da a Pedro y a los demás apóstoles tres lecciones importantes:
1) “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Y para que no lo olviden, tras una noche de trabajo infructuoso, pone ante sus ojos una “pesca milagrosa”: la que se obtiene con las redes de la fe: “´Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis´. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces” (Jn 21,6).
2) Y Juan dijo: “Es el Señor” (Jn 21,7). La segunda lección es la de confesar la fe. La palabra “confesión” tiene aquí un doble sentido: confesión de los propios pecados ("Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua”) y confesión de fe y de amor a Jesús: "Tú lo sabes todo, tu sabes que te quiero" (Jn 21,16). ¡Qué importante es la experiencia de la propia debilidad y la experiencia del amor! No sólo del amor con que lo amo, que es voluble y deficiente, sino ante todo del exceso y eternidad del amor con que Él me ama.
3) Finalmente: disponibilidad. Pedro se pone a los pies de Jesús,
y Jesús le profetiza: “Te lo aseguro: cuando eras joven tú mismo te
ceñías e ibas a donde querías; pero cuando seas viejo, extenderás las manos,
otro te ceñirá y te llevará a dónde no quieras” (Jn 21,18). Estas palabras auguran a
Pedro un crecimiento espiritual típico caracterizado por dejar progresivamente
paso a la voluntad de Dios como referente primero. La vida del apóstol se ha de configurar cada vez más con el ser del Maestro, hasta sufrir el martirio por
Él: “Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a
Dios” (Jn 21,19).
En tu Palabra echaré la red
La experiencia de la resurrección no puede callarse; la evangelización emana del gozo del encuentro con el Señor; cuando esto se da el apóstol deja de vivir para sí y comienza a vivir para el Señor. Pedro, a pesar del fracaso de la primera redada, se fía de quien le dice: "echad las redes a la derecha de la barca y encontraréis". Y en nombre del Señor echaron las redes y la pesca fue abundante.
¡Qué bien recoge esta lección san Antonio de Padua en sus sermones!:
A quienes vivimos en el pesimismo de la ineficacia o ineficiencia de nuestras catequesis y demás actividades pastorales, Jesús les dice hoy: “echad las redes”. Eso sí, échadlas en mi Nombre. ¿Recuerdas aquella ocasión en que los discípulos quisieron curar a un paralítico y no fueron capaces? Jesús lo cura, y ellos le preguntaron luego: «¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?». El les respondió: «Esta especie solo puede salir con oración»” (Mc 9,28-29). Y hay una oración vocal y gestual que da eficacia a nuestras acciones; es tan sencillo como santiguarse, poner el corazón en Dios y decir: “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, en el nombre de Dios, en nombre de la Santísima Trinidad.. Entonces, sabiéndonos enviados por Él, podemos decir luego: “«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».” (Lc 10,17).
Es el Señor quien tiene todo el poder, y él solo se debe dar gloria.
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