lunes, 31 de marzo de 2025

Prepara tu Celebración Penitencial


Prepara tu celebración del perdón

En estos días están teniendo lugar en las Parroquias las Celebraciones Penitenciales de Cuaresma, con las que nos disponemos  como cristianos a vivir en profundidad los días de Pascua de Resurrección.

Como creyentes nos preguntamos hasta que punto estamos respondiendo con fe y buenas obras al llamamiento que el Señor nos hizo en su momento y que renueva cada día. Una Celebración Penitencial (la “confesión” decíamos antes) debe ser algo más que un rito. Hay dos elementos que no pueden faltar para que sea y signifique algo: Dios y tú. Se trata de celebrar un encuentro de la misericordia, bondad y luz de Dios con tu propio ser, que puede estar dañado por el la dureza de corazón, la malicia y la oscuridad. Dios te interpela estos días y tú respondes (responsabilidad) de tu vida ante Él y la comunidad.

Para celebrar bien la Penitencia lo primero que has de poner ante ti son tus faltas, reconocer tus pecados; y para eso, previamente, los has de conocer. No puedo saber qué es mejorable en mí si primero no sé en qué cosas he empeorado. 

Solemos vivir muy a nuestro aire y nos cuesta ver el daño que nos hacemos y hacemos a otras personas con determinados actos y actitudes. En nuestra cultura, que peca de arrogancia, tendemos a echar balones fuera; nos apuntamos los  éxitos y las bondades, pero tendemos a ocultar y no reconocer los fracasos y las maldades. Nadie cuelga en su cuenta de Facebook o Watsap sus maldades -aunque algunos ingenuamente las dejan ver-, sólo publicamos las bondades. Pero si te detienes a mirar con atención puedes observar que, sin negar que con tu modo de vida y comportamientos haces mucho bien, también salen de ti palabras, obras y omisiones que a veces hacen mucho daño; en algunas ocasiones te das cuenta de ello, pero miras para otro lado; en otras ni siquiera te fijas ni eres consciente del daño que provocan tus actos. Acostumbrados a verlo todo desde nuestro exclusivo punto de vista nos volvemos ciegos para advertir el mal que hacemos; los malos son los otros, no yo.

Cinco pautas 

Tradicionalmente la Iglesia ha considerado cinco pautas para corregir la ceguera a la que nos conducen las maldades. Son cinco puntos que tradicionalmente se enseñan en la catequesis como premisas para que se dé una buena Celebración del perdón. Con estos cinco pasos, a veces entendidos rutinariamente y mal, la Iglesia te invita a trabajarte espiritualmente a fin de dar los pasos adecuados que te lleven a conocer los males que te afligen y a permitir así que sean sanados por Dios y no causen daño a nadie. Veamos esos cinco puntos o pautas.

Primero EXÁMEN DE CONCIENCIA (CATIC. Catecismo de la Iglesia Católica, 454). Algo absolutamente imprescindible es conocer tu realidad. Para ello necesitas pararte, silenciar tu alma y mirar con serenidad su hondura. A veces nos sentimos culpables pero sin saber de qué o por qué; no logramos identificar el mal que nos posee. Mentalmente no asumimos algunos de nuestros actos concretos y tendemos a esconderlos en el trastero del corazón, en un rincón donde creemos que podremos evitarlos y así no nos dañarán. Pero el pecado y la culpa son  obstinados y tarde o temprano afloran, ¿porqué no sacarlos a la luz de la conciencia y sanarlos?. Otras veces nos sentimos culpables de todo, “me arrepiento de todos mis pecados”, decimos al confesor, pero estas palabras son sólo una máscara para no enfrentarnos a lo concreto que de verdad nos hace sentirnos culpables.

¿Bajo qué luz examinamos nuestra conciencia? En tiempos de subjetivismos y de idolatría de la conciencia personal la tentación es la de poner como criterio de juicio moral los parámetros que nosotros mismos hemos establecido. La conciencia es el sagrario del alma, así lo dice el Concilio Vaticano II (GS,16), pero este sagrario requiere un cuidado, una formación espiritual que la eduque y la purifique, porque puede que el dios que la habite no sea el Dios verdadero. Para un buen examen de conciencia la luz propia de la conciencia no es suficiente, ya que ella misma tiende a desterrar en el inconsciente las cosas que nos desagradan.  Hay otra luz que debemos aplicar al examen, la Luz de Dios que alumbra a quien no teme que sus obras sean vistas ( cf Jn 3,21 ). Si no queremos engañarnos a nosotros mismos debemos examinarnos a la luz de Dios,  que es el mismo Jesucristo, “Yo soy la luz del mundo” (Jn 9,5). 

Conviene -dice el CATIC- preparar la recepción de este sacramento mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios. Los textos más adaptados a este respecto se encuentran en la catequesis moral de los evangelios y de las cartas de los apóstoles: Sermón de la montaña y enseñanzas apostólicas: Rm 12–15; 1 Co 12–13; Ga 5; Ef 4–6, etc." (n.1454) Toma nota de estas citas y medítalas.

Un buen examen de conciencia requiere pararte, contemplarte, definir tus insatisfacciones, ¿por qué no soy feliz?, ¿por qué murmuro contra Dios?, ¿por qué existe rencor y odio en mi corazón?, etc. A tus insatisfacciones deberás añadir las reacciones que producen en ti: juicios, violencia, mentiras, desprecio del prójimo, etc. Las malas acciones no nacen por generación espontánea, hay una semilla del mal que facilita su nacimiento; igual que hay una semillas del bien (Espíritu Santo, gracia de Dios) que fructifica en buenas obras.

Analiza pues, tu vida a la luz de Jesucristo y su Palabra. Mírate en Él como si te miraras en un espejo; viendo su humildad -dice santa Teresa- podrás ver tu soberbia, viendo su amor podrás discernir tus odios, viendo su hermosura lograrás ver tu fealdad. Es importante tomar conciencia de las propias maldades a la luz de la infinita bondad de Dios revelada en Jesucristo. ¿Cuánto me falta para ser como Él?

El segundo requisito o pauta para una celebración fructífera de la penitencia es tener DOLOR DE CORAZÓN (CATIC 1451-1453), es decir, que de veras te sientas dolido por tus faltas. Ese dolor puede tener dos causas: una más perfecta, que es cuando el dolor procede de la contemplación del amor de Dios, es decir, te sientes dolido por no responder debidamente al amor que te tiene (contricción); la otra causa, menos perfecta, que llamamos atricción, es que te duela el pecado por temor a las consecuencias negativas para tu paz y salud interior hoy o para tu salvación eterna mañana (miedo al purgatorio o el infierno). Aquí deberías revisarte: ¿sientes tus faltas como una ingratitud al amor de Dios?, ¿o tu dolor es narcisista y te duele el mal solamente por el daño que produce en ti y en los demás?.

Sólo desde el dolor de corazón se puede activar un cambio en tu vida. Si no te duele el pecado, o, peor aún, si ni siquiera tienes conciencia de él, difícilmente podrás dar un giro a tu vida para mejor.  Pasas entonces por el mundo como elefante por cacharrería, rompiendo cosas con indolencia.

El tercer punto para una buena penitencia es PROPÓSITO DE ENMIENDA, que consiste en el esfuerzo de comprometerte en un proceso de cambio personal. No vale querer cambiar de vida teóricamente, algo que de algún modo queremos todos; se trata de decidir un sí comprometido desde dentro, un sí que vaya más allá de las palabras y los propósitos. Si no hay este deseo de mejorar estamos ante un autoengaño penitencial; solo lavarás la fachada para ocultar los defectos y seguir igual.


Nos quedan dos elementos entre los importantes para el Sacramento de la Penitencia; el primero de éstos que quedan es CONFESAR LOS PECADOS (CATIC 1455-1456), que deberíamos entender como algo más que acercarnos al confesionario y recitar unas palabras acusatorias con frecuencia nada sólidas. Aquí se trata de decir interiormente a Dios y explícitamente al confesor la verdad de lo que ocultamos; y esta verdad no la podemos decir a otros si antes no nos la decimos a nosotros mismos.

Nos cuesta reconocer, poner nombre y pronunciar los propios pecados; es triste comprobar que no es fácil atrevernos a decirnos en voz alta a nosotros mismos, a otros y a Dios en el confesor, la verdad de lo que deseamos, sentimos, pensamos o hacemos. Una verdad que a veces avergüenza. Pronunciar tu pecado es ponerle nombre: vivo en la avaricia, mi corazón es adúltero, me domina la ira, la gula me puede, soy incapaz de refrenar mi lujuria, me come la envidia, etc...). Poner nombre al pecado es importante; cualquier psicólogo sabe que lo más importante para la sanación del alma que pide ayuda es descubrir y poner nombre -traer a la consciencia e identificar- el mal que causa su tristeza y no le deja vivir. Así ocurre con el Sacramento del perdón; señalar con nombre la falta nos permite desactivar su poder y echarla fuera.

Finalmente, el quinto y último condicionante para una buena celebración penitencial es CUMPLIR LA PENITENCIA (CATIC 1459.1460). Quien vive un sincero arrepentimiento con dolor de haber obrado el mal no puede evitar el deseo de reparar el daño causado. Es lo que llamamos “hacer penitencia” (satisfacción) que no puede limitarse a rezar un número determinado de padrenuestros, ni a hacer tal o cual acto piadoso, sino asumir las consecuencias de nuestros actos y reparar el daño producido.

Si he robado lo lógico es que la penitencia sea devolver aquello de lo que me apropié, e incluso reparar el perjuicio realizado con ello si lo hubiere; si he difamado deberé devolver la buena fama; si he despreciado a alguien marginándolo es mi tarea penitencial acogerle y servirle de puerta para que se sienta querido y aceptado; si he colaborado a la muerte o mutilación de alguien mi penitencia será tomar sobre mis hombros las responsabilidades de esa persona; por ejemplo, si he provocado la muerte de un padre de familia, y esta se queda sin recursos, deberé asumir de alguna manera en mi cuidado lo que otros han perdido por causa  mi pecado; etc.

Dios perdona gratuitamente al pecador arrepentido que tiene voluntad de reparar. No pide nada a cambio, porque Dios no necesita nada de él. Pero el pecador sí que necesita reparar en lo posible el daño producido:  Para lograr la paz de la conciencia no es suficiente con pedir y recibir perdón; la misma dinámica de la conversión supone aceptar en cierto modo el precio de nuestros actos. Esta es la penitencia a cumplir. 

Pedir perdón y permanecer en la fantasía de la impunidad es un gesto superficial que no lleva a ninguna modificación (conversión) seria. La conversión al bien siempre desemboca en reparación del mal. Tenemos el ejemplo de san Pablo; éste persiguió a los cristianos; y cuando camino de Damasco se vio y se miró a sí mismo a los ojos del Señor (“Soy Jesús, a quien tú persigues”. Hch 26,14) da un giro tal a su vida pasando de perseguidor a perseguido, muriendo finalmente mártir; satisfizo con creces el daño que con su fanatismo farisaico había producido.

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Ahí tienes los cinco puntos. Prepara desde ahí tu Penitencia de Cuaresma. No te plantees la confesión de tus pecados como un trámite sino como un momento importante dentro de un proceso: tu propio camino de crecimiento espiritual. La gracia de Dios, su perdón te ayuda a caminar erguido ahí donde tú pareces zozobrar. No desaproveches la oportunidad de este sacramento.
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Marzo 2025
Casto Acedo

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