lunes, 12 de agosto de 2024

Asunción de María (15 de Agosto)

 

Primera lectura del ddía

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab

"Se abrió en el cielo el santuario de Dios y apareció en su santuario el arca de su alianza.

Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; y está encinta, y grita con dolores de parto y con el tormento de dar a luz.

Y apareció otra signo en el cielo: un gran dragón rojo que tiene siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas, y su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra.

Y el dragón se puso en pie ante la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo cuando lo diera a luz.

Y dio a luz un hijo varón, destinado el que ha de pastorear a todas las naciones con vara de hierro, y fue arrebatado su hijo junto a Dios y junto a su trono; y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios.

Y oí una gran voz en el cielo que decía:

«Ahora se ha establecido la salvación y el poder y el reinado de nuestro Dios, y la potestad de su Cristo»"

Palabra de Dios
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Cf también; : 

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El Apocalipsis describe la lucha del bien contra el mal poniendo de manifiesto que la victoria final es del bien. Anima así este libro a  a la Iglesia naciente que sufría persecución, Aparece en el libro una mujer, que la tradición identifica con María, pero también podemos leer como la Iglesia. La fiesta de la Asunción de María, conectada con la de la Ascensión del Señor, celebra cada año que hay motivos de esperanza de triunfo para todos.  María en su asunción nos muestra que por la humildad (humus, tierra) se llega al cielo. La victoria de Cristo es la  victoria de la Mujer y la garantía de nuestra victoria. Un breve poema de Pedro Casaldáliga sobre la Asunción  cierra este comentario.




El libro del Apocalipsis

Hay quienes consideran el libro del Apocalipsis como libro esotérico que recoge enseñanzas ocultas reservadas sólo a unos pocos. Craso error, porque el Apocalipsis no contiene la revelación de  calamidades futuras de la humanidad; se trata más bien de un libro que, recurriendo a una amplia simbología, narra la lucha del bien y el mal que vivió el cristianismo naciente de forma muy tangible. El libro pretende poner de manifiesto que la victoria final es la del bien, la de los santos.

En el texto que se proclama hoy la lucha y la victoria última se concentra en una figura portentosa, “una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora y gritaba entre los dolores del parto”. ¡Hermosa imagen de la de la mujer en lucha, que entre dolores apunta al nacimiento de algo nuevo! ¿No nos recuerda este dolor a la Cruz?  

Por otra parte, en el mismo texto, se habla de “un dragón rojo... que estaba enfrente de la mujer dispuesto a tragarse al niño en cuanto naciera”, dragón que representa al demonio, al mal, cuya obsesión es devorar el bien, que no es otro que el niño cuyo nacimiento inaugura un tiempo nuevo, figura e imagen del Mesías, “un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos”.

La visión apocalíptica habla de que el niño es “arrebatado y lo llevaron junto al trono de Dios” (ascensión de Jesús a los cielos), “Mientras tanto, la mujer escapaba al desierto”. Otra imagen para interiorizar: el desierto como retiro de la humanidad y lugar para activar la esperanza en la victoria de Cristo, sumo bien:  “Ya llega la victoria, el poder y el reinado de nuestro Dios, y el mando del Mesías”.

Cristo, María y la Iglesia 

Esa mujer de la que habla el Apocalipsis es la Virgen María. Así lo ha reconocido la tradición cristiana. ¡Cuántos artistas la han pintado y esculpido así: nimbada de luz, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas!; tras la ascensión de su Hijo ella espera también su propia asunción.

Pero también podemos ver en la mujer a la Iglesia, que, con dolores y sufrimientos –martirio- testimonia, da a luz, a Jesucristo; la Iglesia  que lucha contra el mal en el mundo, que sigue en el desierto a la espera de la victoria definitiva de nuestro Dios. En la Asunción celebramos la glorificación de María, pero no la celebramos desconectada de nuestra realidad, sino como “primicia de la Iglesia que un día será glorificada” (prefacio de la solemnidad).

Ahora bien, a María hay que contemplarla siempre unida al misterio de Cristo. La carta primera de san Pablo a los Corintios nos viene a recordar que el primero de todos es Cristo “resucitado, primicia de todos los que han muerto”. Que en esta fiesta mariana se proclame tan claramente la resurrección de Cristo es una manera directa de indicarnos que la figura de María, su importancia en la devoción y de la Iglesia no se comprende desligada del del Hijo.

En última instancia, lo que celebramos en la Asunción es la victoria de Nuestro Señor sobre el mal y la muerte. No olvidemos que Cristo “ascendió” a los cielos (Él mismo realiza activamente ese acto, porque tiene poder para ello; en otros textos se dice que “fue elevado” por el Padre; de todas formas es una acción sólo posible por el poder de Dios) mientras que la Virgen María “fue asunta” (asunción; no asciende por su poder sino por el poder de otro: Dios).

En la Asunción de María se nos muestra el destino de la Iglesia. Si ella, la primera cristiana, la Madre de la Iglesia Santa, el modelo de los creyentes, ha llegado a la meta de la salvación, ¡Alegrémonos porque, hacia Cristo y hacia ella también nos dirigimos los creyentes confiados en participar como María de la victoria de Cristo!




Al cielo desde la tierra

La victoria es de nuestro Dios, pero no se realiza sin nosotros. Es gracia actuada por Dios, pero también aceptada y respondida por la persona. Algo que el místico, poeta y obispo Pedro Casaldáliga daba a entender diciendo que "la tierra es el único camino que nos puede llevar al cielo".

María alcanzó la gloria de la incorrupción. Ella fue la elegida del Señor. Pero tuvo conciencia de que no son sus grandezas las que hay que cantar sino las de Dios (cf. Magníficat). Dios es el único que salva. Ella sólo fue elegida y acompañada. ¿Quiere decir esto que María no tuvo que poner nada de su parte para alcanzar el cielo? ¡De ninguna manera! María tuvo que responder con sus actos ante Dios, como tú y como yo. Y mostró una responsabilidad ejemplar. Imitó a su Hijo con una vida de servicio total a Dios en los hombres. Subió al cielo desde la tierra. "Dios ha mirado la humildad de su sierva". No olvidemos que humildad viene de humus, tierra. 

En esto imitó a María, entrega generosa en la pobreza de Belén, en el servicio escondido de Nazaret o en la disponibilidad para atender a Isabel. María entendió perfectamente la predicación de Jesús, que dijo que “no he venido a ser servido sino a servir” (Mt 20,28) y que “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Mt 23,12). No me cabe duda de que estas enseñanzas las aprendió Jesús niño y joven en el libro abierto que fue para Él su Madre. El mismo evangelio lo deja entrever; ante la alabanza a María que surge de la multitud Jesús responde de manera insospechada: “Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”. Bien vista tenía Jesús esta bienaventuranza en el día a día de la madre que le amamantó, acunó y educó en su infancia y juventud. 

María tuvo vocación de tierra, “aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), y por tener los pies bien asentados (encarnados) en la tierra mereció el cielo. No se podría esperar otra cosa de quien llevó en su seno al mismo Verbo , Dios hecho tierra para salvar a la tierra.


Asunción, de Pedro Casaldáliga

María es modelo e imagen de la Iglesia, comunidad de discípulos de Jesús por su actitud oyente (obediente) y comprometida frente al evangelio de Jesús. 

Tú también eres llamado o llamada también a responder a Dios como María, y como ella estás destinado o destinada a la liberación que tiene su culmen en el cielo. Para ello no necesitas elevarte, solo descender a tu realidad, mirarte y sentirte parte de la debilidad del mundo, sentirte tierra. El Dios de los pobres mirará tu humus y te elevará. No te eleves tú, deja que sea Él quien te de alas. El cielo no es para los soberbios y avariciosos que se atan a la gravedad de sus cargos y riquezas. El cielo es para quien asume su fragilidad y se sabe pobre con los pobres, ligero de equipaje, desatado, liberado para volar con los ángeles. Y con María. 

En la fiesta de la Asunción tienes un motivo para alegrarte y alimentar tu esperanza, porque en ella celebras todo lo que ella esperó y mereció alcanzar y todo lo que tú puedes esperar y alcanzar. Tú, hijo o hija de la Iglesia de Jesús, también gozas de su elección y quieres vivir en obediencia y servicio viviendo para los demás antes que para ti; has escogido el camino del descenso y humillación del Hijo y de la Madre; así también, con cuerpo y alma (con todo tu ser) puedes gozar la visión beatífica. 

Qué bien entendió esto el obispo de la Amazonia brasileña que, misionero del Corazón de María (claretiano), amó la tierra haciéndose  humus con los humildes de este mundo. Como misionero del Corazón de María siempre tuvo a la Madre en su trasfondo espiritual. Vaya como ejemplo uno de sus poemas:

ASUNCIÓN

Plenitud de agosto,
vuelo de Asunción.
Bodega con mosto
de tu Corazón.

Rutas de Araguaia,
con mi pueblo en cruz.
Mi «seca» y tu playa:
la Paz de Jesús.

Lograda María,
llegada Asunción,
que reclama y guía
nuestra romería
de Liberación.


Hermoso canto. María de la Asunción, María de la liberación. En otro poema, el autor canta a María como su amor y bandera junto con el Evangelio y el amor al Cielo en la tierra. Amar a María es amar el cielo al que fue asunta, sin dejar de pisar la tierra. Da gracias a Dios por su Hijo Jesucristo, resucitado y ascendido al cielo, y por María, madre de Dios y madre tuya. Su asunción te llene de alegría y esperanza. “Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar y gozar, como tú, las promesas de nuestro Señor Jesucristo”. Amén.

Nota (1), Más poemas marianos de Pedro casaldáliga en 


Agosto 2024
Casto Acedo

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