viernes, 18 de noviembre de 2022

Jesucristo, Rey del Universo (20 de Noviembre)

Aunque con cierta continuidad, en esta entrada hay dos comentarios en uno. Para los amantes de versiones cortas y que prefieran centrarse más en el Evangelio del día les aconsejo que vayan al segundo comentario. Feliz domingo.

  EVANGELIO Lc 23,35-43

En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
- «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
- «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
- «Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
- «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
- «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo».
Y decía:
- «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Palabra del Señor

1

"Pilato le dijo, «entonces, ¿tú eres rey?». Jesús le contestó: «Tú lo dices: soy rey»" (Jn 17,37). Antes Jesús había dicho: «Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí» (Jn 17,36).

Celebramos la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo; Jesucristo es Rey, pero su reino es muy especial; él mismo dice: “mi reino no es de este mundo”, lo cual puede llevarnos a pensar que lo del Reino de Dios es cosa de “otro mundo”, tal vez de ese mundo feliz que esperamos para después del juicio final. ¿Es esto lo que quiso decir Jesús al desmarcarse decir “no es de este mundo”?

Es conveniente aclarar qué se entiende por “mundo” en el evangelio de san Juan, porque en él se encuentran afirmaciones que pueden resultar equívocas. En san Juan el mundo se menciona a veces como sinónimo de la creación, algo bueno en sí, en línea con Gn 1,31: "Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno" . Pero en otras ocasiones aparece la palabra mundo como algo nada bueno. Incluso en un solo versículo se llegan a unir los dos sentidos: “el mundo se hizo por medio de él y el mundo no lo conoció”. Por tanto, el mundo es creación de Dios, y por tanto  bueno; pero también se entiende el mundo como el estado de la creación tras la caída; Adán da la espalda a Dios y se cierra así al conocimiento de sus mandatos.

Según la doctrina tradicional, tres son los enemigos del alma (del ser humano): *el demonio, que podemos definir como el "yo falso", un alter ego que seduce con la atracción del dinero, el poder y la vanidad, *la carne (el cuerpo desligado del Espíritu que se apasiona con la soberbia, la avaricia, la ira, la lujuria, pereza, etc., y *el mundo, que nos es otra cosa que el modo de pensar y vivir opuesto a las virtudes evangélicas recogidas en el sermón del monte, especialmente en las bienaventuranzas (Mt 5-7). En este sentido de opositor a  Jesús y su mensaje, se define al demonio como “el príncipe de este mundo” (Jn 16,10).

No podemos entender el Reino como enemigo de la creación; pero sí hay un antagonismo entre el Reino y el mundo como mentalidad o sistema contrario al evangelio. «Los reyes de las naciones las dominan, y los que ejercen la autoridad se hacen llamar bienhechores. Vosotros no hagáis así, sino que el mayor entre vosotros se ha de hacer como el menor, y el que gobierna, como el que sirve” (Lc  22,25-26). Donde alguien se hace el menor y el servidor de todos, ahí está la felicidad del Reino de Dios; y donde unos dominan, explotan, someten y matan a otros, está el fracaso de los reinos de este mundo

El Reino de Dios está en guerra (cf Mt 10,34-42),  en una lucha que “no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas” (Ef 6,12). 

Es preciso prevenirse ante la entrada del mundo en el corazón de cada uno y en el de la Iglesia. Vivir según el mundo es lo que el Papa Francisco sugiere al hablar de la  “mundanidad espiritual”. 

“El peor daño que puede pasar a la Iglesia: caer en la mundanidad espiritual. En esto estoy citando al cardenal De Lubac. El peor daño que puede pasar a la Iglesia, incluso peor que el de los papas libertinos de una época. Esa mundanidad espiritual de hacer lo que queda bien, de ser como los demás, de esa burguesía del espíritu, de los horarios, de pasarlo bien, del estatus: ‘Soy cristiano, soy consagrado, consagrada, soy clérigo’. No se contaminen con el mundo, dice Santiago. No a la hipocresía. No al clericalismo hipócrita. No a la mundanidad espiritual”.

Estas palabras del Cardenal Jorge Bergoglio antes de su acceso al pontificado previenen sabiamente acerca de cómo el mundo como sistema contrario al evangelio es el mayor enemigo del Reino. La mundanidad consiste en entrar en el sistema, en asimilarse al pensamiento ambiente, en perder la identidad propia para adaptarse a la de la mayoría.  El mantra "ahí o ante esta injusticia no se puede hacer nada" repetido cuando nos desbordan las condiciones sociales, es parte de esa mentalidad mundana que nos lleva a sucumbir en el empeño de un mundo mejor. 

Jesús no desistió ante el estereotipado mundo judío y romano de su tiempo. Donde detectó crímenes y mentiras actuó y no calló. Aunque a algunos les suene a política, apostar por el Reino de Dios es formar parte de un grupo anti-sistema. ¿O a Jesús lo crucificaron por su fidelidad a los poderes mundanos establecidos?

Cuando la mentalidad del sistema liberal-capitalista, socialista, consumista o individualista, entra en la Iglesia, todo va perdido. Es importante abrir los ojos, porque el enemigo no está sólo fuera de la Iglesia, también está dentro; la “mundanidad espiritual” lo delata. Cuando el Papa habla de una "Iglesia en salida" ¿no está refiriéndose a una Iglesia que sale de la mundanidad en busca del Reino de Dios más allá de estructuras acomodadas al mundo? ¿Estamos, como Iglesia, siendo críticos con el sistema imperante en lo que tiene de antievangélico? ¿O hemos tirado la toalla justificándonos en el "no se puede hacer nada"?

* * *
2


Observa la escena del evangelio de hoy. Dos miradas sobre el pobre, el que sufre, el crucificado. Una es la de los que viven dentro del sistema, los magistrados, los soldados y uno de los malhechores: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Como personas mundanas a éstos no les interesa para nada lo que le ocurra a Jesús; ellos viven en su burbuja, salvando sus negocios; y para justificar su impostura dirigen al "justo injustamente perseguido" palabras de desprecio: Idealista: ¿no ha salvado a otros? Que se salve a sí mismo. La "mundanidad" desprecia a quienes creen en la paz, la bondad y la compasión; y lo hacen porque no los soportan, porque los que son fieles a sus principios hasta el final son un bofetón para quienes se han rendido al príncipe de este mundo.

Pero junto a la cruz hay también personas que están fuera de la mentalidad mundana y viven el sufrimiento de los pobres desde la compasión y el amor:  “su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena”, (Jn 19,25), y ese malhechor arrepentido que la tradición llama Dimas; estos fueron capaces de hacer una lectura diferente de lo que pasa ante sus ojos. “Nosotros recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Es un inocente injustamente condenado. Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». 

Dimas la contemplación de aquel justo condenado, le abrió los ojos a la contemplación del Reino. Vio a Dios en el Crucificado. Ahí a su lado, el mismo que predicó las Bienaventuranzas del Reino está dando cumplimiento a su palabra, haciendo ver que el bienaventurado es el pobre, el hombre de corazón humilde, el pacífico, el perseguido  por causa de la justicia, el que llora la ignorancia del pecador. En la Cruz Jesús es bienaventurado, no por sus sufrimientos sino por su fidelidad y amor.  ¿Acaso Dios no saldrá en su socorro?

Se abrieron los ojos de Dimas a la compasión y vio que el Reino de Dios no era otro que Jesús crucificado; y que su cruz no era un fracaso sino un triunfo. Se dio cuenta de la indignidad con la que él había vivido y la dignidad de Jesús que no cede al odio en una situación límite. En ese cruce de experiencias el buen ladrón entra en oración: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Recuerdan mucho sus palabras a la confesión de fe del centurión presente también en el escenario, y que cuenta así san Lucas: "Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo»" (Lc 22,46-47).

Por un lado, la solemnidad de Cristo Rey te obliga a posicionarte en una de las miradas sobre el Crucificado. O estás con el sistema (el boato de los reinos de este mundo: el lujo, el poder, las riqueza, etc.) o estás con Cristo (la compasión y misericordia del Reino: los pobres, los que sufren, los despreciados, etc.). No hay punto intermedio. “El que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama” (Mt 12,30). 

Observa tu vida y pregúntate de qué lado estás. Procura hacerlo sin dejarte engañar por la “mundanidad espiritual”. Para saber si estás atrapado en ella sólo debes hacerte una pregunta muy atrevida: ¿Qué cambiaría en mi vida -ratos de oración y misa aparte- si no creyera en Jesucristo y su Reino? Si crees que no cambiaría nada o muy poco, si todo seguiría igual, tu religiosidad es sólo un barniz que oculta tus escondidos deseos de ser servido y amado;  conviene entonces que empieces a preocuparte.

Y por otro lado, esta solemnidad es una oportunidad para gozar por adelantado el triunfo del Reino de Dios, la victoria de Cristo sobre el mal y la muerte. Esa es la convicción de los santos: «¡La victoria es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero!».(Ap 7,10). Los que apuestan por Dios y su Reino tienen en Jesucristo la garantía del triunfo. En el trono de la Cruz, el Cordero inmolado, coronado de espinas, aparentemente fracasado, ha sido elevado y ensalzado como Rey del Universo. 

Aprovecha para revisar qué tal vasallo de Cristo eres y para afianzarte en la fe de que no  hay Señor más grande al que servir.

¡Feliz Domingo de Cristo Rey!

Otro comentario en:

Noviembre 2022
Casto Acedo

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