jueves, 30 de mayo de 2024

Reflexión sobre el amor (Corpus Christi)

EVANGELIO 

"Mientras comían. Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo.» Cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio, y todos bebieron. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios.»

Después de cantar el salmo, salieron para el monte de los Olivos" (Mc 14,22-26).

Palabra del Señor.

*

 Hablar del amor y hablar de Dios es referirse a realidades que escapan a nuestra inteligencia racional porque pertenecen al ámbito del misterio y la superan. Se han escrito muchos tratados sobre el amor, unos con más éxito que otros, pero ninguno de ellos ha logrado, ni lograrán tratados posteriores, fijar en letra muerta lo que es cambiante y vivo. ¡Gracias a Dios! Porque cuando a Dios o al amor se les reduce y encierra en estructuras mentales o institucionales, lo único que se consigue retener es una mala parodia de los mismos.

El amor, ¿sentimiento o decisión? 

Muchos de los que tratan sobre el amor reducen su esencia a un “sentimiento”, confunden el sentimiento con el objeto o sujeto amado. Ocurre también con Dios; hay quienes lo identifican con sus experiencias sensibles o psicológicas en la meditación o la contemplación o con el disfrute de la belleza que se vive en la liturgia, en la lectura espiritual o incluso en el estudio de la teología. ¿Quién no ha caído nunca en esta trampa? El amor es un sentimiento, decimos, es una experiencia sensible. Y cierto es que el amor genera emociones o sentimientos pero ¿es sólo un sentimiento? Tal vez el amor erótico (eros), entendido como experiencia del amor con que soy amado, sí sea sólo una emoción; pero ¿se puede amar cuando la emoción no acompaña? 

Los estados emotivos que genera el amor no son siempre agradables. Hay momentos y circunstancias en los que el sentimiento gratificante de amar o ser amado no está presente; ayudar a un enfermo contagioso o deforme por las heridas o el deterioro físico, por ejemplo, suele resultar desagradable e incluso doloroso; ¿y qué decir de amar a quien te insulta y te desprecia explícitamente? En estos casos ha de ser la voluntad la que debe imponer el amor como fruto de una sabiduría práctica que invita y mueve a hacer el bien sin el apoyo de sentimiento placentero alguno. Podríamos hablar entonces de amor como “caridad” (ágape), totalmente gratuito, pero no necesariamente acompañado por el premio de la satisfacción afectiva.

En los grupos cristianos de Encuentro Matrimonial aprendí que amar es una decisión radicada más allá del sentimiento espontáneo. Si bien es verdad que la relación de pareja o la vocación a la vida consagrada suele comenzar con un enamoramiento, es decir, con una emotiva atracción, lo que garantiza la perseverancia y perdurabilidad del amor no son los sentimientos, que suelen ser volubles e involuntarios, sino la decisión de amar.

Un texto de J. M. Cabodevilla expresa muy bien la idea de un amor verdaderamente humano y cristiano: 
“No hay otra posible definición del amor: el amor son las obras –no las buenas razones- que acreditan el amor. Lleva razón Sören Kierkegaard, cuando comienza su tratado sobre Las obras del amor diciendo que “estas son reflexiones cristianas, por tanto, no tratan del amor, sino de las obras del amor”. Esta será siempre la naturaleza del amor cristiano, tanto del amor a Dios como del amor al prójimo. 
Amar a Dios pertenece a la voluntad, no al sentimiento: es preferencia por Dios, dedicación a Dios, obediencia a Dios. Nunca la Escritura entiende el amor a Dios como una efusión, sino como una observancia y sometimiento cordial a su ley. 
Al hablar de este amor, en su versión más tierna, la nupcial, san Pablo considera siempre a la esposa en actitud rendida de servicio a su Señor. Nadie deberá sonrojarse de no sentir ningún amor a Dios. Si fe es creer lo que no vemos, ¿no resulta lógico suponer que el amor correlativo a esa fe será amar lo que no se siente? Lo mismo que es posible una ardiente fe con dudas, una exquisita virginidad con tentaciones, una gran intrepidez en medio del temor y del pavor, así es posible también, y frecuente, un amor muy subido acompañado de extrema aridez. Los sentimientos no califican el amor; a menudo lo traicionan; sirven para enmascarar su ausencia, satisfaciendo así al alma y manteniéndola en el engaño y la esterilidad. 
Por el contrario, las obras –no el resultado de las obras, desde luego, que escapa a nuestra voluntad: un samaritano sin cabalgadura, sin vino ni aceite, al cual se le hubiera muerto en los brazos el viajero recogido en la cuneta, hubiera demostrado la misma eminente caridad- las obras son la única prueba fehaciente del amor, y, algo más: su única sustancia, su única viabilidad. En este mundo de aquí abajo, así como el alma no puede tener vida si no es encarnada en un cuerpo, tampoco el amor puede sobrevivir si no es encarnado en obras”. (1) 
Son unas letras que hablan  de amor encarnado en actos; un correctivo necesario para quienes sólo ven en el amor evangélico un sentimentalismo intimista o un misticismo desencarnado. Qué conveniente sería aplicar esta inteligencia del amor al mundo en que vivimos y que muchos definen como tremendamente individualista (se mira todo desde y en función de uno mismo) narcisista (idolatra la propia imagen hasta ser incapaz de ver al otro), hedonista (lo primero y principal es mi propia satisfacción) e insolidario (se valora mucho la solidaridad, pero siempre que sea la del otro; y si es mía a condición de que sea indolora).


Amar en la dimensión de la cruz 

En otro movimiento de Iglesia, en este caso las Comunidades neocatecumenales, oí decir que al amor vivido en la aridez, ya sea en la noche oscura de los sentidos o del espíritu, bien se le puede llamar amor en la dimensión de la cruz. ¡Buena apreciación! Porque ¿quién se atrevería a creer que el amor que Jesucristo muestra en los momentos de la pasión y la cruz es un amor emotivo y gratificante para sus sentidos? Jesús no fue un masoquista. No disfrutó el momento álgido de su entrega, sino que lo sufrió. Su amor fue un amor de decisión: “Padre mío, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Jesús decide ser fiel a la voluntad del Padre sin ignorar que dicha decisión le supondría  pasar por un dolor no deseado. 

En la solemnidad de Corpus Christi la Iglesia nos quiere recordar que el hecho de la Encarnación de Dios en Jesucristo no es un misterio para sólo contemplar, sino también un camino a seguir. El hecho de que Dios se adentre en la historia de los hombres tomando un “cuerpo” (entended cuerpo como palabra abarcadora de toda la realidad del hombre) supone que habrá de pasar por los mismos avatares por los que pasamos nosotros, los humanos. Y en el lote de inconvenientes humanos entra la incertidumbre del futuro, el dolor físico y espiritual, el ocasional vacío de sentido, la muerte, ...

¿Qué sintió Jesús en los momentos de su pasión? ¿Qué le movió a no desertar cuando la lógica sentimental le hablaba de ausencia o no-existencia del Padre? Desde luego no fueron los efluvios místicos de una oración gratificante, ni el apoyo unánime de los suyos (muchos de los cuales le abandonaron). Cuando el sentimiento me falla, cuando todos me abandonan,  cuando incluso Dios parece estar ausente, ¿qué me queda? Sólo la "necedad" de una voluntad que se obstina en ser fiel llevando a cabo la misión para la que en su momento me sentí llamado o llamada y asentí a ello. 

En estos días de crisis social y económica se nos invita a tomar conciencia de la situación de estrechez que viven muchas familias. La mayoría estamos mental y sentimentalmente concienciados del problema, pero falta la decisión firme de actuar. Nuestros pensamientos y emociones son compasivos, pero si no llegan a la voluntad, que es el motor de la acción, ¿de qué sirven nuestras geniales ideas y nuestros golpes de pecho?

¿Quién se está moviendo de verdad ante la indigencia en que viven los pobres? ¿Quién está dando pasos decisivos –“decisivo” viene de “decisión”- hacia un compromiso social serio de compartir partiendo de la propia austeridad personal? Aumentan las familias que acuden a Cáritas solicitando ayuda primaria: pan, leche para los niños, pago de recibos de luz, gas, medicinas, etc. Los voluntarios, personas sencillas y sin grandes recursos, hacen lo que pueden, pero “hacen”. Eso es amar: obrar. 

Sin embargo, aunque imprescindible, no basta la aislada buena voluntad de algunas personas para poner en obra el mandato del amor. La situación está pidiendo una respuesta social general a la situación generada por la cada vez mayor desigualdad y distancia entre ricos y pobres. Se agradece el acceso de los desfavorecidos a la Renta mínima vital. Pero ¿basta con la limosna asistencial estatal? Lo ideal es caminar hacia la erradicación del paro laboral. Trabajo para todos a fin de dignificar a la persona. Y trabajo digno y estable que facilite el derecho a la vivienda y el descanso. Mientras no se hagan realidad estos derechos no cabe duda de que la solidaridad social tiene en el ámbito político un excelente campo de trabajo. Sin detrimento de las ayudas puntuales que presta Caritas, como cristianos no podemos renunciar a la participación en agrupaciones políticas, sindicales, culturales,  o de cualquier orden, desde las que poder actuar el amor en el mundo. 

Vivimos bajo el imperio del individualismo. Parece como si los bancos, las grandes empresas de comunicación y los propagandistas del hedonismo hubiesen anestesiado las conciencias impidiéndoles ver la injusticia de las desigualdades. Es hora de despertar a un cristianismo antisistema cuando el sistema favorece al abstracto estado-nación o al capital en detrimento de las personas.   Amar es actuar; y no sólo como individuos sino también como ciudadanos y como Iglesia, en común. A veces no es muy grato inmiscuirse en el compromiso social, sobre todo por el enfangamiento de la vida política. Aquí se necesita tomar conciencia del  amor como decisión, la decisión de amar. 


Mc Ver, iluminar con el evangelio y actuar. 

De otro movimiento eclesial, la Acción Católica, aprendí que no basta con analizar las causas que están en el origen de los  problemas; tampoco se solucionan éstos simplemente haciendo una crítica evangélica de los mismos. Sólo cuando al ver y al enjuiciar evangélico prosigue una acción adecuada para solucionar las situaciones de injusticia (pecado) habremos cerrado el círculo de la vida cristiana auténtica.

Nuestro mundo ha expulsado de su vocabulario la palabra sacrificio como sinónimo de amor, algo que las viejas generaciones tuvieron siempre muy presente. Nuestros mayores tenían asumido que el amor es algo más que un sentimiento gratificante. El amor supone sacrificios. La capacidad de sacrificio y entrega es lo propio de la madurez humana; se es maduro cuando se comienza a entender que la vida, y todo lo que de bueno trae consigo, no se te da gratis sino que tienes que trabajarlo tú mismo. Una persona alcanza la madurez humana y cristiana cuando abandona el infantilismo de un amor de conveniencia (eros) y empieza de veras a vivir el amor de donación (ágape), a pesar de los inconvenientes, a menudo dolorosos y molestos, que éste tiene.

Cuando en algunos foros se dice que vivimos tiempos de crisis de valores puede que se esté apuntado a esto: que hay crisis de amor maduro. Y puede que la renovación social y también renovación de una Iglesia en crisis dependa de algo tan esencial como adquirir un concepto y una práctica auténtica de amor maduro.

En Jesús de Nazaret tenemos el modelo de ese amor. Los evangelios dan a entender que Jesús nunca usó de su poder a favor suyo, ni en los momentos más críticos de su vida: “Que baje ahora de la cruz y creeremos en él” (Mt 27,42). Vivió desviviéndose por los necesitados, ricos y pobres, sin tener en cuenta su propia comodidad. Su realización personal la puso en juego del único modo posible según los planes del Padre: procurando la realización de los otros. Este amor de donación y gratuidad total es un revulsivo para nuestra cultura de solidaridad indolente que justifica su negativa a ayudar al prójimo amparándose en aquello de "no voy a echar a perder mi vida".

Con su vida entregada al servicio de Dios y del prójimo (amor a Dios y al prójimo) Jesús dio a entender que mientras vivamos preocupados solo por nuestros intereses particulares, no tenemos remedio; hasta que no comprendamos que "quien quiera ganar su vida ha de perderla antes" (cf Lc 17,33), que el bien de los hermanos es nuestro propio bien, que ayudar al otro es ayudarse a sí mismo, hasta que no pongamos en práctica el verdadero amor de donación, no tenemos futuro. El amor es una vocación humana (hemos nacido para amar) que pide decisión, sacrificio y acción; en los hechos se certifica su veracidad. 

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Basten estas reflexiones acerca del amor para iluminar el día del Corpus Christi. Jesús, pan encarnado para alimento del mundo. Día del amor fraterno. Las palabras Jesucristo, Eucaristía y Amor, sólo tienen significado bajo el adjetivo "encarnados". "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (Jn 6,52). Los judíos se escandalizan de la necedad del sacrificio-amor  de Dios en la cruz. "Mi cuerpo entregado, ... Mi sangre derramada por vosotros" (1 Cor 23-25).

Sigue siendo piedra de escándalo quien, despreocupado de sí mismo, hace de su vida alimento para los pobres. Pero éste es el único camino decente para una nueva evangelización y una reforma verdadera de la Iglesia. ¿Qué mejor formación cristiana que ser catecismos vivientes que enseñen la prioridad del Dios-amor sobre todas las cosas? ¿Qué mejor testimonio que transpirar compasión por los poros de nuestro ser?  ¿Qué mayor celebración de la vida que ofrecer el propio cuerpo (ser) en el altar de la voluntad divina? ¿Qué mejor y mayor amor que dar la vida por los hermanos? En esto consiste lo que llamamos vida eucarística: contemplar la Palabra encarnada que me enamora y me mueve a amar, participar de Jesús en el sacramento de su cuerpo y su sangre y vivir entregado al servicio del Cuerpo de Cristo en los más pobres. Todo junto: decisión, valentía y acción. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.

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Nota: (1) (La impaciencia de Job, ed. BAC, -Madrid, 1967- 458-459).
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Otro comentario mío en este día: blog kairós

Mayo 2024
Casto Acedo.

viernes, 24 de mayo de 2024

Colabora con tu Parroquia


COLABORA

CON LA PARROQUIA

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o en efectivo en mano en la Parroquia. 

¡Gracias por tu colaboración!

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Casto Acedo, párroco

Santísima Trinidad (26 de Mayo)


EVANGELIO
Mt 28,16-20

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»

Palabra del Señor

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Orar, reflexionar o predicar acerca del Misterio de la Santísima Trinidad no es fácil. Pero hay que intentarlo. En tiempos de pluralismos religiosos nos jugamos en esto mucho, por no decir el todo, del futuro de nuestra vida personal y eclesial. Tal vez hoy más que en ningún otro tiempo deberíamos poner la mirada, la mente y el corazón en el Dios Trino, esforzarnos en definir y en contemplar a nuestro Dios frente a la tendencia contemporánea a afirmar que "el Dios de todas las religiones es el mismo e igual para todos".

Es cierto que si hay un sólo Dios, que este es único y es buscado por las personas siguiendo cada cual sus tradiciones. Pero nosotros creemos en el único Dios de Jesucristo. Esta es nuestra tradición, la que nos transmitieron los Apóstoles. La fe cristiana, si la miramos en el contexto del mercado de las religiones, tiene unas connotaciones que nos confirman que a nosotros quien nos enamora es un Dios muy concreto,  El Dios que Jesús que se revela p desde la creación en el Antiguo Testamento hasta Pentecostés en el Nuevo; en la historia de la salvación se va dando a conocer paulatinamente como Padre, Hijo y Espíritu Santo, Trinidad Santa.

Digamos algo acerca de nuestro Dios Trinitario.

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Dios es misterio

Como he dicho ya, no es fácil hablar de Dios. Ante misterio tan grande, dicen algunos teólogos que sólo nos queda el silencio. La llamada "teología apofática" nos advierte que para decir algo de Dios conviene más recurrir a las negaciones que a las afirmaciones. ¿Qué quiere decir esto? Pues que si de Dios afirmo, por ejemplo, que "es Padre", o "misericordioso", o "creador", etc., con más certeza puedo decir que "no es Padre", "no es misericordioso", "no es creador", o "no es redentor"...  Las ideas que desde mi experiencia expreso con esos atributos siempre serán limitadas. Porque Dios es mucho más que un padre, por muy alto que sea nuestro concepto de paternidad; y lo mismo podríamos decir de nuestro concepto de misericordia, de creación o de redención. El amor de Dios es siempre inaudito. Por eso, ante su Presencia, tal vez lo mejor sea el silencio reverente.

Entonces, ¿no decimos nada? Tal vez en el ámbito de la oración contemplativa -y hoy celebramos el día Pro-orantibus- sea la mejor opción, pero para dar razón de nuestra esperanza (1 Pe 3,15) a quienes andamos en los ajetreos de la vida necesitamos la palabra. Y es el mismo Dios quien se hace Palabra en Jesucristo acercándonos el misterio de su ser en un lenguaje que, con sus limitaciones y posibles equívocos podemos entender. Ese lenguaje es Jesús de Nazaret, que con su vida y su predicación nos revela un Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. 

Es fácil de entender que Dios se revele como padre, como hijo y como espíritu. Pero el dogma que hoy meditamos no es tan simple para solucionarlo con un simple "como"; porque no decimos que Dios "se da conocer como" Padre, Hijo y Espíritu (modalismo), sino "que es" Padre, Hijo y Espíritu. Tres personas distintas, pero un solo Dios; tres personas en una sola naturaleza divina. Lo único coherente que se puede decir del Dios de Jesucristo es que es misterio, "Misterio Trinitario".


¿Qué es un dogma? 

La Trinidad es para el cristiano un dogma de fe. Pero, ¿qué es un dogma? 

Dice el diccionario que un dogma es "una creencia de carácter indiscutible y obligado para los seguidores de una religión"· Resulta curioso que los dogmas de fe sean considerados por los intelectuales laicistas como una coacción e intromisión en la libertad de pensamiento, cuando en realidad lo único que pretenden es fijar las líneas rojas que alejan de la fe común. 

El dogma preserva al misterio del peligro de banalizaciones, pero no cierra puertas sino que las abre. Decir que en Dios hay tres personas es como decir que estamos ante una realidad indomeñable, imposible de encerrar en conceptos, y por tanto una realidad siempre abierta a nuevas conquistas, a un futuro sin límites tanto para la razón como para la existencia. Es precisamente el desarrollo del dogma de la Santísima Trinidad el que ha propiciado en nuestra cultura el surgimiento del  concepto de "persona" y su dignidad, o el desarrollo de los derechos humanos a partir de la igualdad y la unidad de la humanidad, una y múltiple, imagen de Dios.

Decir de Dios que es Misterio no es concluir que sea algo oscuro, temible, inaccesible, hermético, frustrante. El Misterio de Dios es dogma de fe "ciega” no por falta de luz sino por exceso. La luz de Dios, paradójicamente, ilumina nuestra mente y nuestro corazón para ver la realidad de la vida con mayor amplitud; aunque esa misma luz impide “ver a Dios cara a cara” y aprehenderle con las pupilas de la inteligencia humana. "Nadie puede ver a Dios y seguir viviendo" (Ex 33,20). Podemos decir que de Dios siempre es más lo que desconocemos que lo que conocemos. Y es precisamente este "Dios escondido" (Is 45,15) o desconocido (cf Hch 16,23), Misterio inagotable de conocimiento, vida y amor, el que el dogma de fe pretende definir. ¿Para qué? ¿Para que la razón se someta ante lo inexplicable? No. Para que el pensador cristiano, apoyado en una base sólida, pueda seguir profundizando en el Misterio y sacando de él la sabiduría necesaria para conducirse en la vida. 

No confundas, por tanto, dogma (verdad de fe que te abre a nuevas perspectivas) con dogmatismo (vicio que consiste en hacer del dogma un punto de llegada y no de partida).


Algo práctico a partir del Misterio 
de la Santísima Trinidad. 

Lo que he dicho hasta ahora es muy teórico. ¿Se puede sacar algo práctico de ello? Por supuesto que sí. La Trinidad no es solo la exposición de unos razonamientos abstractos; de esos razonamientos (metafísicos) se pueden sacar enseñanzas que nos sirven para profundizar en nuestra fe personal y eclesial de cara a compromisos muy concretos (físicos). Señalamos algunas de esas deducciones prácticas:

1. Dios es Misterio. Una verdad ésta que nos dice que Dios está incluso por encima de cualquier verdad. No se accede a Él por el conocimiento claro y preciso de la filosofía sino por la “oscuridad de la fe”, es decir, por el silencio de la mente, que con Job ha de decir; “he hablado insensatamente de maravillas que me superan y que ignoro" (Job 42,3). Por tanto, no limitemos el ser de Dios a nuestras pobres ideas acerca de Él, y tengamos cuidado, porque tendemos siempre ha hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios insensato. Por eso, cuando te parezca que de Dios lo tienes todo claro y bien aprendido, sospecha e interioriza: Dios es Misterio.

2. Dios es pluralidad en la Unidad. No decimos que Dios sea tres dioses en uno, sino tres personas distintas y un solo Ser. Hay Unidad porque hay pluralidad. Las personas se definen por su relación: hay un Padre porque hay un Hijo, y viceversa; y hay un Espíritu de amor que no circularía sin un desde dónde y un hacia donde entre las personas. Es la relación lo que hace a las personas ser personas. Hermosa enseñanza. Porque si tú y yo hemos sido creados a imagen de Dios, nuestro ser personal sólo puede crecer en la relación con Dios y con los hermanos. Dios no es un ser solitario encerrado en sí mismo, es relación, es amor.

3. Dios es Comunión. En la trinidad se da un estar y moverse de cada una de las personas en las otras (perijóresis). El Hijo y el Espíritu están en el Padre, el Padre y el Espíritu en el Hijo y el Padre y el Hijo en el Espíritu. ¡Vaya juego de palabras! Están en perfecta comunión y no se anulan sino que su estar y comunicarse mutua y eternamente potencia la identidad propia de cada persona. Un mensaje para quienes piensan que los lazos de unión eternos anulan la personalidad o la libertad. Vivir en Otro y para otros no es renunciar a ti mismo, es encontrarte, porque ¿para qué existes sino para amar a Dios y al prójimo?

4. Dios es comunidad.  La autocomunicación libre y soberana de Dios a los hombres es misterio de comunión. El diálogo de amor que Dios ofrece es comunión, porque Él mismo es comunión de personas. Dios es comunidad. ¿Pueden tres amarse de tal modo que sean al mismo tiempo uno? El libro del Génesis dice que el amor puede hacer de dos -hombre y mujer- uno solo (cf Gn 2,24; Mt 19,5), misterio que san Pablo referirá a Iglesia como diversidad de miembros que forman la unidad de un sólo Cuerpo de Cristo (cf Ef 5,2). Es el misterio del amor: desaparecer en el otro o en los otros y así vivir entrando a formar parte del Otro y de los otros.

5. Dios es misión. Hay quien ve contradicción entre oración y acción, vida contemplativa y vida activa. ¿Se puede ser a la vez profeta y místico, muy espiritual y muy comprometido con la causa del Reino? La respuesta no está en la alternativa de ser una cosa u otra, porque si falta alguna de ellas no se está en el camino correcto. Dios, desde su misma comunión es misión (missio). La Escritura atestigua el envío del Hijo por el Padre (Gal 4,4;) y el envío del Espíritu por el Padre (Gal 4,6) y por el Hijo (Lc 24,49) para la salvación de todos. Un envío que pertenece al ser de Dios. La vocación misionera del cristiano, imagen de Dios, tiene como fin hacer presente al Hijo y al Espíritu en la historia y en el mundo. Ser misionero es esencial a quien entra en la órbita de la Santísima Trinidad.

Creo que bastan estos ejemplos para que podamos sacar algo práctico de la contemplación del  Misterio que hoy nos ocupa:

*apertura del corazón y de la mente al infinito,
*trabajar por la unidad de todos en el Uno,
*procurar la vida familiar y de comunidad respetando la identidad y libertad de cada miembro, no anulando sino animando con empatía amorosa,
*darle importancia a la comunión con Dios (vivir en Cristo) como cada persona de la Trinidad vive en comunión con las otras, hallando ahí la plenitud de mi vida,
*y darle también importancia a mi vocación misionera, no guardando para mí tanto amor como recibo.

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Dia Pro-Orantibus 

Santo Domingo de Guzmán propuso el slogan: "Contemplare, et contemplata alii tradere". Primero, contempla, luego transmite a otros lo contemplado.  En este día  -¡qué bien elegido celebrarlo en la Solemnidad de la Santísima Trinidad!- mis felicitaciones a todos aquellos que dedican su vida a la contemplación, de modo especial a la comunidad de Carmelitas de Talavera la Real (Badajoz) y a la comunidad de Carmelitas del Desierto de san José de las Batuecas (Salamanca).  Ellos y ellas son para mí referentes del valor y la riqueza espiritual cristiana; su vida oculta anima mi tarea misionera en el mundo. 


¡Cuánto amor brota y se expande en los monasterios de vida contemplativa! ¡Gracias a todos por la energía que transmitís al mundo con vuestra oración!

Y, como no: felicitar a mi comunidad de la Santísima Trinidad de Trujillanos (Badajoz), de la que soy párroco, y que con tanta fe celebran este misterio desde una lectura muy teológica: "otros pueblos tienen su santo patrón, nosotros tenemos el más grande, Dios, la Santísima Trinidad! Y cuánta razón llevan.

¡Gloria al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo!

Mayo 2024
Casto Acedo.

jueves, 16 de mayo de 2024

Respira (Pentecostés, 19 de Mayo)



EVANGELIO 
Jn 20,19-23

"Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos"

Palabra del Señor.

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El texto de hoy está inspirado en el que escribí aquí mismo hace dos años por Pentecostés. Me sorprendió entonces que tuviera tanta aceptación. Si quieres volver a ese texto clicka:  https://trujillanos-sanpedro.blogspot.com/2022/06/al-hilo-de-la-palabra-5-de-junio.html



Sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo”. ¡Qué sencillo y qué profundo! Sopló. Un soplo. ¿Has pensado alguna vez  lo simple y gratificante que es el soplo de aire que entra en los pulmones reanimando la vida? Ocurre a cada instante y no sueles darte cuenta; pero cuando lo adviertes te invade una inmensa alegría.

Te invito a revivir esa experiencia ahora. Párate e inspira de modo consciente. Saborea el oxígeno que desde la nariz pasa a la tráquea, los bronquios y a los pulmones  expandiéndose luego por todo tu ser. No hay mayor placer que éste: sentir la presencia de la vida en los átomos que la sangre lleva a cada rincón de tu cuerpo. Si lo haces de modo consciente, advirtiendo su movimiento, vives algo más que una experiencia física; estás palpando la vida espiritual: el soplo de Dios,  su Espíritu Santo que fluye e inunda todas las estancias  del alma. ¡Es tan simple y sencillo orar! Basta despertar, abrir la conciencia, advertir la presencia de Dios en el simple acto de respirar. 

Cuando los problemas abruman decimos que nos ahogamos, que nos falta el aire. Si salimos de un momento de agobio exclamamos: “¡al fin puedo respirar!”. Toda la vida está en  respirar; en dos tiempos: espirar soltando  el veneno de mis problemas, mis cansancios, mis muertes, e inspirar dejando que el Espíritu llene de vida el vacío que ha dejado la espiración.

Buscamos la felicidad en cosas rebuscadas, en caprichos refinados y exquisiteces raras. Sin embargo, la felicidad está en algo tan a nuestro alcance como sentirnos vivos  en la respiración. El simple respirar consciente hace ver que no hay mayor regalo que el don de la vida que se palpa en el aliento de cada día. La respiración es constante aunque no le prestemos atención, la vida de Dios en el alma también. Sin aire no somos nada; sin Dios tampoco. Lo visible se derrumba sin lo invisible que lo sostiene. 

* * *

Soy cuerpo y también soy alma. Digo que “soy” ambas cosas, no que las “tengo”. También soy "espíritu" (cf 1 Ts 5,23). ¡Poca atención prestamos a esta tercera faceta de nuestro ser!  Para vivir en libertad y felicidad cuido con esmero mi cuerpo (salud, alimentación, descanso, deporte) y mi alma (inteligencia, emotividad, impulsividad), pero no suelo prestar mucha atención a la salud de mi espíritu, al centro rector de mi ser que se fortalece en el grado de unión con Dios.

Para que el Espíritu despierte lo que de divino hay en el centro de mi ser me ejercito en espirar soltando las ataduras de mi ego (ira, envidia, soberbia, avaricia, pereza, lujuria, gula) y en inspirar invocando  al Espíritu Santo:  

*inspiro y siento la paz de Dios, espiro y abandono la ira, 

*inspiro y me alegro con los que se alegran, espiro y sale afuera mi envidia, 

*inspiro y me sé débil y pequeño, espiro y suelto los aires de grandeza,

*inspiro y me entrego a Dios con generosidad, espiro y me  libero de apegos, 

*inspiro y crece en mí el deseo de servir, espiro y venzo la pereza, 

*inspiro y pongo sólo en Dios mi corazón, espiro y dejo ir todo afecto desordenado,  

*inspiro y gusto los deleites del ayuno, espiro y vomito mi ansia desmedida de placeres, 

Respirar: inspirar y espirar, soltar cadenas y dejar que el Espíritu de Dios vaya modelando mi ser.

No he recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un Espíritu de hijo de Dios en el que clamo: «¡Abba, Padre!». Este mismo Espíritu da testimonio a mi espíritu de que soy hijo de Dios (Cf Rm 8,15-16).

Pentecostés, la fiesta del Espíritu, viene hoy a recordarme que si dejo entrar el aire de Dios con constancia en mi vida, si dejo que arranque y arroje fuera de mí los ídolos que me seducen, si permito que disuelva las sombras y los miedos que me dominan, encontraré la paz que busco.  Está ahí, en mi interioridad, aguardando.  Hay en mi centro una fuerza vital espiritual por descubrir, conquistar y cultivar. 

La aventura espiritual comienza respirando aire puro, para ello es preciso salir de los lugares donde el medio ambiente está viciado y la oscuridad impide ver; luego se accede  a  la zona luminosa y pura del Reino, donde el bien triunfa sobre el mal, donde el cuerpo-alma-espíritu se goza en una paz y una alegría que impulsará irremediablemente a  llevar a otros la Buena Noticia. Empujada por la fuerza del Viento camina el alma misionera, y por la participación de muchos en el Soplo invisible se hace visible la Iglesia; muchos miembros y un solo cuerpo vivo y unido en una misma respiración. 

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Hoy, solemnidad de Pentecostés, no olvides dedicar un tiempo a ejercitarte en el “respirar consciente”. Siente el aire fresco y puro del Espíritu entrando por tu nariz y expandiéndose hasta henchir de gozo tus pulmones. ... No pienses, déjate llevar por la sensación de plenitud que sientes en el instante. Estás viviendo una experiencia espiritual. Lo que sientes no es como si recibieras el Espíritu; cuando haces una practica  creyente y consciente con ese ejercicio tan simple que es respirar estás llenándote realmente de Dios en el instante. Atrápalo y no le dejes escapar. Ya sea en tiempo de consolación o en tiempo de desolación, respira.
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Nota: Hay un video que no es propiamente religioso aunque sí muy espiritual; el tema que canta parece un divertimento simple, invita a  respirar cuando la noche es oscura y el corazón quiere explotar, es decir, cuando las sombras del mal acosan al alma. “Respira -dice la letra- y deja que, aunque la cabeza (mente) te diga que ya no puedes creer, el viento te enseñe que aún es posible”. Transmite optimismo con una mezcla de nostalgia y esperanza.  Por si tienes tiempo e interés te dejo aquí el enlace y la letra...




RESPIRA 
Natalia Doco

Uuh uh uh ...

Alors, alors je respire,
même si la tête
ne peut plus y croire)
(Entonces...
Respiro, aunque la cabeza
no puede creerlo)

Alors, alors je respire
et même si le cœur
(respiro incluso cuando el corazón)
me quiere explotar, mon cœur
(mi corazón)

Alors, alors je respire
même si ce monde
(respiro aunque este mundo)
no entiende nada

Alors, alors je respire
même si le ciel
(respiro incluso si el cielo)
todavía no aclara

Respira y deja que el viento
te enseñe
qu'il faut encore y croire
(que es  preciso creer todavía)

Respira y deja que el tiempo
te pruebe
qu'il n'est jamais trop tard
(que nunca es demasiado tarde)

Cada armonía que el viento me trae
me pone de nuevo a cantar.
Nunca te olvides que todo es más fácil
y es bueno aprender a confiar

Sí, olvida, respira
Sí,  olvida, respira

La pena, penita, pena, ahora tú respiras

Uuh ....

Alors, alors je respire
Et même si la tête
(respiro incluso 
cuando la cabeza-mente)
me vuelve a atrapar
(Que a veces pasa)

Alors, alors je respire, respire
qu'après la pluie
un nouveau départ
(Entonces respiro
porque tras la lluvia 
hay una nueva salida)

Respira en cualquier momento
y olvida
todo pensamiento

Ay, respira y suelta el lamento.
Respira, ven y vuélvete el viento

Cada promesa que el tiempo me trae
me pone de nuevo a bailar.
Nunca me olvido que todo es más fácil,
que quiero aprender a confiar.

Sí,  olvida, respira
Sí,  olvida, respira

La pena, penita, pena, ahora tú respiras
La pena, penita, pena, ahora tú respiras
Pena, penita, pena, ahora tú respiras

Mayo 2024
Casto Acedo 

viernes, 10 de mayo de 2024

Ascensión del Señor (12 de Mayo)


EVANGELIO
Mc 16, 15-20

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los once y les dijo:

«Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación.

El que crea y sea bautizado se salvará; el que no crea será condenado.

A los que crean, les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos y, si beben un veneno mortal, no les hará daño. Impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos».

Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios.

Ellos se fueron a predicar el Evangelio por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban.

Palabra del Señor.

* * *


No se acaban de enterar, o mejor, ¡no nos acabamos de enterar! Cuando el Señor reúne a los suyos para despedirse, éstos siguen pensando en mesianismos terrenos: “Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?” (Hch 1,6) Seguían esperando un Mesías victorioso según los esquemas imperialistas. Su fe seguía supeditando la religión a las conveniencias terrenas. 

Si seguir a Jesús no sirve para nada práctico en este mundo, si las esperanzas políticas puestas en Él no se cumplen, ¿para qué seguirle? Si se vas y no nos deja en mejor estatus que antes de conocerle, ¡vaya fracaso!  Los discípulos de entonces, como los de hoy, se muestran incapaces de asimilar el hecho de que el mesianismo de Jesús es de otro orden. Como consecuencia de ello caen en el desánimo, la depresión y el abandono; como expresaron en su momento los de Emaús. “Nosotros pensábamos que él sería el salvador de Israel, y ya ves…” (Lc 24,21). Cuesta aceptar que estamos para servir a Dios, no para ser servidos por Él; y nos sorprende el hecho de que, viniendo de Dios Todopoderoso, el Reino no se imponga con la fuerza y la espectacularidad que desearíamos; y ante las expectativas frustradas  el discípulo se asoma al precipicio del desánimo, la desesperación y el abandono. 

La hora de la madurez

Jesús responde: “No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis la fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines del orbe” (Hch 1,7-8), es decir, a vosotros os toca aceptar con docilidad la presencia de Dios en las cosas pequeñas, y anunciar el evangelio, sembrar la Palabra, extender el Reino de la verdad, la bondad y la justicia desde la debilidad; a vosotros os toca continuar mi obra –dice Jesús-, seguir presentes de modo sencillo en medio del mundo.

Ha llegado para vosotros la hora de la madurez, el momento en el que ya no me tenéis físicamente a vuestro lado; el cordón umbilical bien visible que os unía a mí y que os daba seguridad se rompe con mi partida; desde ahora sois vosotros los que habréis de tomar las decisiones importantes; ya no sois niños sino adultos que debéis asumir responsablemente vuestras decisiones y actos. ¡No os quedéis ahí plantados mirando al cielo! -dice Jesús-, yo volveré como el rey que entregó los talentos a sus empleados (cf Lc 19,11-27), o como el dueño de la viña que pide cuentas a los arrendatarios (cf Lc 20,9-18). Volveré para llevaros conmigo; tomaré en peso vuestras vidas y sabré si fuisteis misericordiosos con vuestros hermanos los hombres como yo lo he sido con vosotros (cf Mt 25,31-46).

La fiesta solemne de la Ascensión del Señor no celebra la ausencia del Señor como tragedia sino el paso del Señor a la gloria del Padre como condición para una presencia mucho más conveniente para la humanidad: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros” (Jn 16,7). Cristo ha culminado su obra.

La Ascensión al cielo es la apoteosis de Jesús. Con su partida se establece un antes y un ahora: el tiempo del Jesús histórico y el tiempo de la Iglesia. “Todo lo puso bajo sus pies y lo dio a su Iglesia, como Cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos” (Ef 1,22-23). La Iglesia, tú y yo, somos los continuadores de su misión. Pero no estamos solos en la tarea, porque el Padre y el Hijo nos dan su Espíritu que nos sugerirá en su momento lo habremos de decir o hacer (cf Mt 10,19). Después de la ascensión de Jesús a los cielos nos jugamos mucho en la recepción y escucha del Espíritu. La oración, el silencio meditativo, la reflexión evangélica, la vida espiritual entendida como diálogo interior con Dios, la acción misionera y caritativa, cobran protagonismo en el tiempo que se inaugura con la Ascensión y Pentecostés, el tiempo de la Iglesia.


Tiempo de la Iglesia

Cuando un hijo se marcha de la casa para vivir su vida los padres guardan el recuerdo de todo lo que han vivido con él; también quien se ha marchado lleva en su corazón la memoria de lo que sintió y aprendió en el hogar paterno. Las despedidas son dolorosas, pero también necesarias; sin ellas no seríamos nunca independientes permaneciendo en el estado de infantilismo e inmadurez permanente de quien lo recibe todo sin dar nada.

Pues bien, a pesar de las lágrimas de la despedida, la primera Iglesia, la de aquellos que tuvieron contacto directo con Jesús, logró entender  la necesidad de la partida de su fundador y se embarcó en la tarea de madurar en su fe y en su vida personal y comunitaria. La experiencia del encuentro con Jesús les sirvió de palanca para el anuncio misionero, como hace saber san Pedro en casa de Cornelio: Jesús se manifestó “a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos. Él nos mandó predicar al pueblo y dar testimonio de que Dios lo ha constituido juez de vivos y muertos” (Hch 10,41-42).

Si antes de Jesús el pueblo judío vivía sometido a los mandamientos de la ley y a las promesas de los profetas, y si con Él pudieron escuchar directamente la voz de Dios, en el tiempo nuevo de la Iglesia los discípulos han de vivir en la libertad interior, abiertos al poder del Espíritu que les impulsará al servicio del Reino: "Recibiréis la fuerza y seréis mis testigos” (Hch 1,8) .

No nos alegramos en la Ascensión porque Jesús se vaya, como tampoco un padre se alegra porque un hijo o una hija abandonen el hogar que les vio crecer para buscar su propia vida; estamos alegres porque al marcharse Jesús se cumple nuestro destino de personas  libres que ya no necesitan la tutela paterna. Celebramos la madurez del discípulo, que ha de tomar las riendas de su misión en la vida, y que no quedará totalmente huérfano porque Jesús sigeue estando presente (cf Mt 28,20) y  enviará el Espíritu de la verdad (cf Jn 15,26).

El tiempo de la ley ha pasado. El cristiano adulto y la comunidad cristiana madura no es la que permanece estática mirando al cielo esperando a que la solución a los problemas le caiga del cielo; el cristiano adulto se pone en marcha adentrándose en un mundo que  considera como un  inmenso campo de trabajo donde ejercitarse.  Si Jesús con su llamada -"sígueme"- invita a los suyos a dejarse llevar de su mano,  ahora parece soltarles y empujarles a que busquen y sigan ellos el camino:  “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación” (Mc 16,15).

En la nueva era no se dan las cosas hechas; sería humillante. El Espíritu, con sus dones -“amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre, y dominio de sí mismo” (Gal 5,22-23)- ayuda a tomar decisiones libres que cada cual ha de asumir. Podríamos decir que mientras estuvo entre nosotros físicamente Jesús caminó delante del rebaño y ahora somos empujados hacia adelante por el Espíritu que nos deja. Obramos no por imposición de ley sino por la seducción del amor que nos abre a su Espíritu. 


Con la Ascensión llega el tiempo del Espíritu y tiempo de la Iglesia; toca ahora ser eslabones de transmisión. Pero ¿qué hemos de transmitir? Desde luego no una ley moral, ni los esquemas de una institución eclesiástica, tampoco se trata de ser transmisores de unos ritos y unas instituciones más o menos eficaces; se trata de transmitir la "Buena Nueva" del amor de Dios, ser portadores de un mensaje de misericordia y compasión; al servicio de este fin, que es hacer presente al Dios del amor, han de estar los sacramentos, las normas y los organigramas eclesiales, y sobre todo la propia vida del mensajero.

Si me limito a especular sobre la ausencia del Jesús histórico, o sobre cómo y cuando debería ser la segunda venida del Señor, acabaré poniendo mis esperanzas y mi ánimo en delirios que serán el fruto de mi imaginación interesada, me tallaré un dios a mi medida, y me habré equivocado. A mí no me toca especular con mesianismos de tres al cuarto, ni preguntarme sobre cuándo volverá el Señor; sólo sé que vendrá, eso basta para mantener viva la esperanza.

El tiempo de la Iglesia es tiempo de cultivar las virtudes (fe, esperanza, amor) por la escucha y meditación de  la  Palabra, el gozo de la Presencia y la práctica de la caridad. ¿Qué pide Dios a quien le ama? Simplemente abandonarse al Espíritu fiado en la palabra inspirada, y no quedarse embobado mirando al cielo sino caminar. ¿Hacia dónde? Hay signos o señales que ayudarán al discípulo a saber si están en el camino adecuado:

"A los que crean les acompañarán estos signos: echarán demonios en mi nombre, es decir, serán resilientes a la seducción del mal y podrán liberar a quienes hayan caído en su trampa; hablarán lenguas nuevas, porque su idioma será el lenguaje universal del amor, que todo el mundo entiende;  cogerán serpientes en sus manos, porque no temerán por sus vidas;  y si beben un veneno mortal no les hará daño, porque han sido vacunados en la resurrección, y por mucho que les critiquen y les persigan, por grande que sea la adversidad, su salud no quebrará; impondrán las manos a los enfermos, y quedarán sanos". La fuerza de Dios no les faltará. 

Todas estas promesas garantizan que tras la subida de Jesús a los cielos, la fe en la resurrección dará paso a una vida nueva donde el poder y la misericordia de Dios se sigue haciendo presente en y por los discípulos. Esta es nuestra vocación y nuestra tarea. La Ascensión del Señor pide volver a Galilea, volver a la vida.

Termina diciendo el Evangelio que "después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que les acompañaban". Jesús sigue vivo cooperando y confirmando con sus signos la palabra predicada por la Iglesia. En la misión el discípulo no está solo. Jesús lo ha dicho: "yo estaré con vosotros hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20)

Mayo 2024
Casto Acedo