EVANGELIO Juan 20,19-30
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»
Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»
A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»
Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»
Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»
Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»
¡Palabra del Señor!
"Aprended lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores” ((Mt 9,13). Son palabras de Jesús que pueden muy bien resumir el espíritu de este domingo segundo de Pascua, Domingo de la misericordia divina.
Los cristianos del siglo XXI deberíamos preguntarnos hasta qué punto ha calado en nosotros la misericordia divina, porque la herencia reciente de la espiritualidad común parece seguir siendo la del sacrificio. La herencia judía sigue pesando en nuestro modo de entender la espiritualidad.
Hace un año comentaba en este blog (Domingo de la Divina Misericordia) la riqueza del domingo cristiano partiendo del evangelio de este día en el que se narran dos apariciones de Jesús en el “primer dia de la semana”. Ahí desarrollé las ideas básicas sobre el significado del domingo tomándolas del documento de la Conferencia Episcopal Española Domingo y sociedad sobre el sentido cristiano del domingo. (25-Abril-1995), que se resume en día de la Iglesia, día de la Palabra, de la Eucaristía, de la Caridad, de la misión, de la alegría y de la paz. ¡Qué hermosas referencias para descubrir y refrescar nuestra fe cristiana!
Ahora bien, ¿qué lectura hacemos de esas glorias del domingo? Me temo que seguimos haciendo de ellas una lectura moral, cuando no moralista. Debemos o tenemos que ser Iglesia, decimos; debemos o tenemos que escuchar más la Palabra; debemos o tenemos que ir a misa el domingo; debemos o tenemos que ser caritativos; debemos o tenemos que ser misioneros; debemos o tenemos que estar alegres y trabajar por la paz. “Debemos y tenemos”; obligaciones, normas, imperativos, sacrificios que parecen impuestos por un Dios que pide a sus hijos una perfección que pueden alcanzar por el sufrimiento del esfuerzo.
Pero ¿qué papel le damos a la misericordia de Dios en nuestras vida, ya sea en las reflexiones y momentos de oración cuanto en los trabajos y descansos de cada día? Todas esas maravillas que nos da el domingo son fruto de la misericordia; la misericordia de Dios, no la nuestra. No consiste el amor en que nosotros amemos sino en que Él nos amó primero (1 Jn 4,10.19). ¿No estamos necesitados de una vuelta a la primacía del amor y la misericordia divinas?
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Es muy pobre saberse Iglesia sólo por haber recibido el bautismo, por cumplir ciertos ritos o costumbres o por seguir unos principios morales que no entendemos bien. Se es Iglesia con otros porque se comparte una misma experiencia de Dios misericordioso. Así, ser Iglesia no es una obligación del bautizado, sino un motivo de gozo, la satisfacción de haber encontrado un refugio donde sentir el amor de Dios en familia y donde vivir en comunidad. “Tenían un solo corazón y una sola alma”, se dice de la primitiva Iglesia en los Hechos de los Apóstoles, vivían refugiados en el corazón misericordioso de Cristo, sintiéndose parte de su Cuerpo. No nos une un proyecto religioso y moral sino una persona que nos ama: Jesucristo.
La Eucaristía no es un precepto. Hay quien la reduce a mandato de obligado cumplimiento: “oir misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. Qué pena. Es triste considerar un "cumplimiento" lo que es ante todo una alegría. Los primeros cristianos "se reunían para la fracción del pan. (Hch 2,42), es decir, compartían la misericordia de Dios, se sentía amados y compartían de modo eficaz el sentimiento común del amor divino.
La Palabra de Dios que se proclama en el día del Señor es Palabra de misericordia. No es el evangelio un anuncio del castigo sino del perdón. Si grande es nuestro pecado, más grande es la misericordia de Dios. Este es el mensaje evangélico. Cada domingo el creyente gusta de la misericordia de Dios en su Palabra: "No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (Lc 7,6-7).
El Espíritu del amor de Dios fluye por las venas de la Iglesia naciente, y ese espíritu obra el milagro de la Caridad. La misericordia divina, contemplada y gustada como patrimonio espiritual, afloja la resistencia que el egoísmo opone a la consideración de los otros como uno mismo, a la visión del prójimo como un hermano. Del sentimiento de fraternidad y familiaridad brota espontanea la disposición para vivir la caridad eclesial: "Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2,46), y la caridad social “nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común”. El atractivo de la compasión divina seduce a los creyentes y les mueve a una compasión universal similar a la del Maestro: "Si yo, el Maestro, os he lavado los pies, haced vosotros lo mismo" (cf Jn 13,14-15).
La misión evangelizadora del siglo I no tuvo como centro la organización de congresos misioneros que no fueran más allá de lo organizativo (cf Hch 15); la Misión es el brote del árbol plantado en la senara de la misericordia divina. "Ite missa est", id como enviados. Sentir fuertemente el amor de Dios en Jesucristo impulsa inevitablemente a la acción misionera. “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado”. Misión y testimonio son inseparables. Quien ha experimentado la misericordia divina no puede callarla. Quien no siente la necesidad de hablar del amor de Dios debe preguntarse si de veras lo ha gustado.
Finalmente, la misericordia divina, es la causa primera de la Alegría y de la Paz. Cuando el Apóstol Tomás toca el costado y los agujeros de los clavos, lleno de compunción, y tal vez también de una no disimulada vergüenza, responde con una alegría admirativa “¡Señor mío, y Dios mío!”, expresión que es una proclamación de fe, respuesta a la experiencia de la misericordia divina, que no pide sacrificios sino fe. Creer en el perdón y la victoria de la vida sobre la muerte es el cimiento de la paz. No hay paz sin misericordia; al odio no le derrota la venganza sino el perdón.
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Aprendamos "lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores”, dice Jesús ((Mt 9,13). No ha venido a pedirnos cuentas sino a enseñarnos el camino de la compasión. Él es la encarnación del amor divino, la misericordia divina palpable a nuestras manos y visible a nuestros ojos. Su venida no la motiva el premio a los justos y perfectos, si es que los hay; no ha venido para los sanos sino para los enfermos (Lc 5,32). El día de la resurrección, día del Señor, es día de suerte para los pecadores, para los que viven en la oscuridad y buscan la luz que les permita verse a sí mismos en Dios. No ama Jesús el pecado, lo odia; pero ama intensamente al pecador. Y le ofrece como remedio saludable la misericordia divina.
El amor de Dios no “tenemos que” alcanzarlo con nuestras obras de misericordia; no es algo que debamos conquistar; porque ya lo tenemos. Más que una lista de propósitos propios del judaísmo lo que necesitamos es un despertar a la fe en la misericordia divina, abrirnos a la fe en Jesucristo, admirar su amor, contemplar su rostro amoroso, empaparnos de su sabiduría; todo lo demás se nos dará por añadidura (cf Mt 6,33). Y si nos sentimos satisfechos de hacer algo bien sabemos que que se lo debemos a Él, porque sin Él no podemos hacer nada (Jn 15,5).
Es este un domingo para que soñemos con una Iglesia más centrada en el amor de Dios y su misericordia que en normas y planes pastorales técnicamente valiosos pero con frecuencia espiritualmente tibios. Porque lo que hace vivir a la Iglesia no son sus ideas teológicas, ni sus prácticas litúrgicas y caritativas sino su experiencia de Cristo, el toque de su amor y perdón ilimitados. Quien toca las llagas de Jesús y se deja tocar por su amor aprende a ver por sus ojos. El "toque de amor" marca la diferencia.
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Párate hoy a contemplar a Jesucristo resucitado. Enciende tu alma en sus ojos misericordiosos. Refúgiate en sus llagas, contempla en ellas el amor que Dios te está mostrando. Por ti, todo por ti, por pura gratuidad, por pura misericordia. Abandónate a ese pensamiento y deja que inunde tu alma un sentimiento intenso de gratitud. ... Déjate ahí, abandónate a ese amor. ... Luego, lleno o llena del amor de Dios anota los sentimientos vividos y escucha las llamadas a imitar su misericordia.
Feliz domingo de la misericordia
Abril 2024
Casto Acedo.
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