jueves, 25 de abril de 2024

Permanecer en Dios (28 de Abril)



EVANGELIO
 Jn 15,1-8. 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. 

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. 

Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos.»

Palabra del Señor


Cultura del picoteo

Vivimos la “cultura del picoteo”. Jóvenes y adultos, abrumados por las inmensas posibilidades de información que llegan a través de los medios, especialmente internet, nos dedicamos a picar de aquí y de allí en un no parar estresante, pasando de un periódico digital a otro, de un tema al siguiente, de una información a otra sin apenas digerir lo leído, escuchado o recibido como noticia. Este modo de actuar ocurre también en las relaciones; no es raro hoy pasar de una a otra relación de amistad o incluso de pareja sin apenas degustar lo vivido.

No hace mucho nos concedíamos tiempo para leer reposadamente un periódico o un libro, para escuchar una y otra vez un tema musical hasta hacerlo nuestro, para gozar de la visión repetida de una película, o para cultivar y madurar sin prisas una relación. Hoy apenas pasamos sobre la epidermis de la noticia, la música, la imagen o las personas, como si participáramos en una carrera de obstáculos con obligación de estar  a la moda y no quedar desfasados.

Queda claro que en la cultura de la dispersión no degustamos con paciencia los platos que ofrece la vida. Vivimos como si estuviéramos siempre en la antesala de la plenitud, probando esto y aquello, y pasando sin transición de la fruición al tedio de las cosas y las vivencias. “Cultura del picoteo”, del estrés sistemático, de las prisas, de la angustia obsesiva por estar a la última en el pensar, el aparentar y el disfrutar, aún a sabiendas de que cuando crees alcanzado lo último siempre hay algo más allá que no te deja disfrutar lo presente.

Pues bien, para esta época en la que lo común suele ser la “impermanencia” de todo, Jesús propone la “permanencia”, amarrar la vida a un pilar solido que los vientos de la moda no puedan zarandear a capricho. ¿Dónde encontrar ese amarre seguro?  Aunque  parezca pretencioso, el mismo Jesús se ofrece como tal: “El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn 15,5). Como respuesta a la dispersión: la unidad con Dios en Cristo que garantiza y pasa por la unidad con la Iglesia y procura la unidad con uno mismo.
 
* * *


Unidad con Cristo

Los hombres nos pasamos la vida buscando, yendo para acá y para allá como picaflores a la conquista del néctar perfecto, aquel en que esperamos alcanzar el éxtasis. Como hizo en su momento san Agustín, buscamos la vida en las cosas perecederas: en la sensualidad, en las filosofías, en los afectos humanos; todas ellas realidades importantes, pero incapaces de satisfacer plenamente el anhelo del alma; nuestro corazón anda inquieto y revolotea por la historia esperando encontrar algo que le haga definitivamente feliz.

San Agustín, maestro ejercitado en la búsqueda de la verdad, encontró finalmente aquello (mejor a Aquél) que buscaba con tanto empeño. Dejó el mariposeo, se acogió a la eterna  hermosura de Dios,  y pudo al fin disfrutar del banquete de la vida con plena satisfacción. Su encuentro con la Verdad supuso para él un descanso, el de quien encuentra por fin la estancia donde permanecer sin sobresaltos.  Esa estancia, ese lugar que encontró, no fue otro que Cristo, al que buscaba por fuera y finalmente halló dentro de sí. De este modo también se encontró a sí mismo en Él.

Para muchos a lo largo de la historia conocer a Jesús y aceptarlo como el amor de su vida, entrar en relación con Él y dejar que llenara cada rincón de su casa (alma, corazón) ha sido una experiencia gozosa y plenificante. A partir de entonces su vida fue distinta; vivían secos y dispersos como el sarmiento separado del tronco de la vid y al unirse nuevamente a la cepa han comenzado a verdear y a dar fruto abundante. De vivir estresados y obsesionados por las cosas perecederas pasaron a la serenidad y la  creatividad que da sentirse libre de dependencias mundanas. 

Unirse a Cristo, lejos de ser una atadura es una liberación. “Para ser libres nos libertó Cristo” (Gal 5,1). Desde aquí podemos entender a G. K. Chesterton, converso en su madurez, cuando dice: "el catolicismo me liberó de la esclavitud de ser hijo de mi tiempo", porque quien permanece unido a Cristo está por encima de las modas intrascendentes.

Unidad eclesial

Pero no sólo para vivir con Dios nos libera Cristo. Para un cristiano vivir unido a Dios no es posible ni verdadero sin vivir la unión con los hermanos. ¿No es un poco ridícula una vid con un sólo sarmiento? La imagen de la vid y de la viña, tan recurrente en el Antiguo Testamento, es retomada por Jesucristo no sólo para darnos una imagen de la relación personal con Él sino también para destacar la importancia de la comunidad. Cambiando los términos: para Jesús las cepas o los sarmientos de la viña no son ya el pueblo de Israel sino los que creen en Él.

La vida del discípulo no fructifica solamente porque éste se crea íntimamente unido a Jesús. Es verdad que la experiencia personal de fe, la oración personal, el sentimiento particular de pertenencia y comunión con Dios, son importantes. Pero esa experiencia individual no apaga la ansiedad de la búsqueda. Estar unido a la vid, permanecer en ella, implica también el  sentimiento y la realidad de la permanencia y pertenencia a una comunidad. 

La savia que corre por las venas de la vid es el Espíritu Santo, agente de comunión que está en el origen de la Iglesia, comunidad de unidos por un mismo Espíritu. Cuando san Pablo se encontró con Cristo camino de Damasco, tras su conversión, “trataba de juntarse con los discípulos” (Hch 9,26); sabía que su adhesión a la persona de Cristo no sería completa sin su inserción en una comunidad de creyentes. Permanecer en Cristo no es posible sin abrazar también en un mismo Espíritu a su Iglesia.

Tenemos aquí una enseñanza y una tarea. Sabemos que cada uno de los hombres y mujeres del mundo son llamados a encontrar refugio en el conocimiento de Cristo y a unirse a Él por el Espíritu y la fe; pero también que esto conlleva la tarea de trabajar por la unidad de los cristianos, porque el lugar de refugio que es Cristo no se reduce a una celda solitaria sin referencia a una comunidad universal; “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado”. (Jn 17, 21).  La alegoría de la Vid y los sarmientos, como la del cuerpo que nos aporta la predicación de san Pablo (cf 1 Cor 12,12-31), nos hablan de unidad y comunidad, de la importancia de permanecer en Cristo y sentirnos por y en  Él unidos a  los hermanos.
 

Unidad personal

Y no podemos dejar de mencionar el hecho de que la unión con Dios (fe) y  la unidad eclesial (amor al prójimo, comunidad) es imposible y no es auténtica si la persona no vive unificada en sí misma; es decir, no hay verdadera vida cristiana si el hombre vive disperso y roto interiormente, esclavo de pasiones que le llevan a hacer el mal que no quiere (cf Rm 7,18-20). Quien está en esa situación vive en la mentira. Por eso la primera carta de san Juan apremia: “Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad” (1 Jn 3,18); es decir,  vivamos en transparencia dejándonos empapar por la savia de la Vid,  ser lo que somos: hijos de Dios, sarmiento que reciben su identidad y su vida del mismo Dios.

Quien así lo hace vive con una conciencia unificada, y consecuentemente una conciencia tranquila. Si leemos detenidamente el texto de Jn 3,18-24 vemos que aparece por cuatro veces la palabra conciencia;  a decir del Concilio Vaticano II la conciencia “es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto mas intimo de aquélla”. (GS 16). La conciencia del hombre es el núcleo de su libertad, de su grandeza, de su dignidad, la clave de su realización personal. 

Cuando un hombre es sensato, leal, cabal, decimos que tiene conciencia; cuando no es así le llamamos inconsciente. Podríamos decir que cuando uno vive dejándose guiar por una conciencia recta y bien formada es feliz, pero cuando se deja llevar por las veleidades de una conciencia acomodaticia no encuentra la paz.
 
Una vida unificada por la conciencia es una vida plena que facilita el acceso al encuentro con los hermanos y con Dios: “Si la conciencia no nos condena podemos acercarnos a Dios con confianza” (1 Jn 3,21). Tener la conciencia tranquila es el mayor premio de  la vida; nos hace sentir la cercanía de Dios, del prójimo y de toda la creación. ¿No has sentido nunca esa experiencia? Pues a eso se llega por la permanencia en la Vid, y desde ahí viviendo en sinceridad y honestidad, con una práctica vital consecuente con la fe (Cristo) que se abraza.
 
* * *

 

Si vives disperso, roto, desmalazado, y no acabas de encontrar tu sitio. Si estás enganchado a la “cultura del picoteo”, del individualismo, de las relaciones epidérmicas, si buscas a Dios y no acabas de dar con Él, ¡párate! 

San Agustín, tras su conversión, reconoce que Dios siempre estuvo a su lado, pero fue incapaz de verlo porque vivía descentrado: “Tú estabas dentro de mí y yo afuera, y por fuera te buscaba … Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí  -dispersaban mi mente, mi corazón y mi conciencia- aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti”. Así cuenta su conversión este gran santo

 Ahora te toca a ti pararte, procurar sentir la unidad fundante que es Dios, la unidad militante que es la comunidad y la unidad personal que es tu conciencia unificada. ¡Que el espíritu de Jesucristo te conceda vivir y sentir estas cosas!

Abril 2024
Casto Acedo

miércoles, 17 de abril de 2024

Jesucristo, el Buen Pastor (21 de Abril)



EVANGELIO
Jn 10, 11-18

En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por sus ovejas. En cambio, el asalariado, el que no es el pastor ni el dueño de las ovejas, cuando ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; el lobo se arroja sobre ellas y las dispersa, porque a un asalariado no le importan las ovejas.

Yo soy el buen pastor, porque conozco a mis ovejas y ellas me conocen a mí, así como el Padre me conoce a mí y yo conozco al Padre. Yo doy la vida por mis ovejas. Tengo además otras ovejas que no son de este redil y es necesario que las traiga también a ellas; escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo pastor.

El Padre me ama porque doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita; yo la doy porque quiero. Tengo poder para darla y lo tengo también para volverla a tomar. Éste es el mandato que he recibido de mi Padre’’.

Palabra del Señor.

*

La esencia del cristianismo

No hace mucho, un amigo me invitó a leer un artículo de una revista de teología en el que se aborda la pregunta acerca de “la esencia del cristianismo”.[1] Creo que cualquier persona que tenga interés por los evangelios se ha preguntado alguna vez por su esencia, sobre qué elemento es irrenunciable en la fe cristiana. Ya hubo intentos más o menos acertados de responder a esa pregunta por parte de intelectuales de talla que se pueden consultar en el citado artículo. Pero el tema publicado me interesó porque la pregunta la hace a los cristianos del siglo I, es decir, a los que escribieron el Nuevo Testamento.

Indagando en ello se extrae que lo esencial del cristianismo no es una doctrina, unos ritos o unas normas morales, sino una persona: Jesucristo, a quien la liturgia de hoy describe como “Buen Pastor”. Lo que nos admira a los discípulos de Jesús no son tanto sus enseñanzas como su persona; para ellos ser cristiano fue esencialmente entrar en relación con Dios en Jesucristo. 

En dicha relación podemos destacar primeramente la admiración por el amor de Jesús, que, lejos de servirse de las ovejas las sirve, hasta dar su vida por ellas. ¿Cómo no admirar y sentirse atraído por tanto amor bondadoso? “Pastor bueno”, le llamamos, porque es más que justo con nosotros. No nos paga según nuestras acciones sino que es misericordioso hasta el límite de entregar su vida para que no se pierda ninguna de las ovejas que el Padre le ha encomendado.

La relación personal entre Pastor y oveja, Maestro y discípulo es descrita así por Jesús: “Yo soy el buen Pastor que conozco a mis ovejas, y las mías me conocen; igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre”. Desde luego, ese conocimiento no es un simple conocer superficial sino algo más profundo, un conocimiento accesible sólo desde el amor. Podría decir Jesús “Yo amo a mis ovejas y las mías me aman, como el Padre me ama y yo amo al Padre”. Ciertamente sólo el amor da el verdadero conocimiento. Nadie puede conocer a quien no ama; quien cierra su corazón a alguien no puede llegar a captarle en su intimidad ni conectar con Él.

Podemos decir desde aquí que la esencia de la fe es el conocimiento-amor del Dios Padre de Jesús, la comunión íntima con el buen Pastor Jesucristo. La Pascua de Resurrección nos va narrando los encuentros de Jesús, sus apariciones a los discípulos. "Se presentó en medio de ellos y les dijo: ´paz a vosotros´" (Lc 24,36). Desde la fe en el Resucitado quedará grabado en el corazón de la Iglesia primitiva que la clave de todo está en Él. Como reza la primera lectura y el salmo de hoy, “la piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular” (Sal 117,22), la humildad que despreciaron en la cruz los sumos sacerdotes es ahora la joya de Dios. "No hay salvación en ningún otro, pues bajo el cielo no se nos ha dado a los hombres otro nombre por el que debamos salvarnos" (Hch 4,12), Jesucristo; Él sostiene el edificio del mundo, es la pieza fundamental. Quita la piedra que culmina y cierra la construcción del arco y todo él se derrumbará. Porque todo se apoya y sostiene en Él.

* * *


Basta con el amor de Dios

Tendemos a considerar nuestra vida de fe como un conjunto de creencias y prácticas, un camino concreto a seguir para llevar una vida decente. Nos esforzamos en vivir las virtudes y procuramos ser fieles a los compromisos adquiridos en el bautismo y renovados en las celebraciones y en la oración. No obstante, vivimos como si aún nos faltase algo. A pesar de los esfuerzos por vivir acordes con el evangelio la alegría parece no brillar en nuestra alma.

Si esto es así me atrevería a decir que en realidad la incompleción que vivimos a pesar de nuestras prácticas religiosas es debida a que  nos falta algo que aún no ha entrado a formar parte de nuestra vida. Me refiero al conocimiento de Dios, o, dicho de otro modo, el amor de Dios, a la relación personal con Jesucristo. Vivimos centrados en la importancia de lo que hacemos, en el valor nuestro amor, en nuestras prácticas ascéticas. Aún no hemos entrado de lleno en el ámbito del amor de Dios, la inmersión en el Misterio, la vida mística.

Cuando Jesús dice “Yo soy el Buen Pastor” te está haciendo un guiño; te está invitando a mirarle, está echando las redes para que te dejes capturar, te dejes seducir por su personalidad de "buen amante". Lo que primeramente atrae de Jesús es su modo de ser, su mirada de amor, su acogida incondicional. En The Chosen (los elegidos), la serie de televisión sobre la vida de Jesús, se deja ver eso en cada capítulo; los personajes quedan fascinados por la personalidad del Maestro; todos le han conocido dejándose conocer por Él; han sentido su amor, su respeto, su comprensión, y este amor les ha arrastrado hacia su círculo de influencia.

Mira que Jesús se preocupa por ti; le importas; conoce tus contradicciones y tus sufrimientos, también conoce tus valores. Mirándole, contemplándole, entras en relación con Él, y encuentras una seguridad que nada ni nadie te había proporcionado antes. Es lo que hace exclamar al salmista:
“El Señor es mi Pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre. Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. (Sal 23,1-4)
Referido a Jesús este salmo, me pregunto: ¿se pueden expresar mejor las excelencias de su amor? Quien ha entrado en el conocimiento y el ámbito del amor de Dios lo tiene todo; “nada me falta” dice el salmo, “sólo Dios basta” dirá santa Teresa. Su amor permite vivir en calma porque las inquietudes de la vida dejan de zarandearle; Él es refugio y en él descansa toda esperanza (salmo 16,1.9); el Buen Pastor sacia las sequedades en la fuente de la Palabra y los sacramentos,  con su Palabra da a conocer al Padre y enseña el camino de la compasión dando la energía necesaria para vivirlo; y cuando vienen momentos de tristeza u oscuridad, que no faltarán, el Buen Pastor quita el miedo porque se tiene la seguridad de que en ningún momento abandona a su rebaño. La vara y el callado del Pastor, su cruz de  amor infinito, afloja las angustias y sosiega el alma (Sal 114,7).


*
Si observas los textos evangélicos que hablan del Buen Pastor verás que en ellos no se habla apenas de cómo deben ser las ovejas, a las que se les permite ser como ellas quieran; de hecho se habla de la oveja perdida sin ni siquiera emitir un juicio sobre ella; lo importante es la alegría del Pastor que la encuentra (Mt 18,10-14). Lo que obsesiona al evangelio no es enseñar a las ovejas a ser buenas ovejas, sino mostrar cómo es el Pastor: bueno, paciente, protector, valiente, generoso, etc.  

No intentes hoy sacar conclusiones morales para tu vida. ¿Qué debo hacer? No. No te preguntes tanto cómo tienes que ser o actuar, hasta qué punto eres un cobarde o qué lejos estás de dar tu vida por nadie. ¿No hiciste estas reflexiones en Cuaresma? Ahora estamos en Pascua. Cristo ha resucitado. Él es el centro de tus días. Por eso, suelta  y echa  fuera tus pensamientos y sentimientos de impotencia y desorden, vacíate de todo lo tuyo y pon al Buen Pastor en el centro de tu ser. Jesucristo es lo esencial, lo único necesario, la piedra angular que todo sostiene.  Contémplalo resucitado y aparecido en medio de la Iglesia. Deja que ocupe tu corazón por entero. En el silencio, tú y Él, déjate acariciar por su abrazo de Pastor. Te conoce. Sabe de tus dudas y tus aciertos. Di: “Nada temo, porque tú estás conmigo, tu vara y tu cayado me sosiegan”. ...  Date un tiempo para orar. 

* * *


So pena de alargarme transcribo para ti la oración que san Gregorio de Nisa (siglo IV) dirige al Buen Pastor en su Comentario al Cantar de los Cantares, 2.  

Oración al Buen Pastor

"¿Dónde pastoreas, pastor bueno, tú que cargas sobre hombros a toda la grey?; (toda la humanidad, que cargaste sobre tus hombros, es, en efecto, como una sola oveja). Muéstrame el lugar de reposo, guíame hasta el pasto nutritivo, llámame por mi nombre para que yo, oveja tuya, escuche tu voz, y tu voz me dé la vida eterna: Avísame, amor de mi alma, dónde pastoreas.

Te nombro de este modo, porque tu nombre supera cualquier otro nombre y cualquier inteligencia, de tal manera que ningún ser racional es capaz de pronunciarlo o de comprenderlo. Este nombre, expresión de tu bondad, expresa el amor de mi alma hacia ti. ¿Cómo puedo dejar de amarte, a ti que de tal manera me has amado, a pesar de mi negrura, que has entregado tu vida por las ovejas de tu rebaño? No puede imaginarse un amor superior a éste, el de dar tu vida a trueque de mi salvación.

Enséñame, pues -dice el texto sagrado-, dónde pastoreas, para que pueda hallar los pastos saludables y saciarme del alimento celestial, que es necesario comer para entrar en la vida eterna; para que pueda asimismo acudir a la fuente y aplicar mis labios a la bebida divina que tú, como de una fuente, proporcionas a los sedientos con el agua que brota de tu costado, venero de agua abierto por la lanza, que se convierte para todos los que de ella beben en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna.

Si de tal modo me pastoreas, me harás recostar al mediodía, sestearé en paz y descansaré bajo la luz sin mezcla de sombra; durante el mediodía, en efecto, no hay sombra alguna, ya que el sol está en su vértice; bajo esta luz meridiana haces recostar a los que has pastoreado, cuando haces entrar contigo en tu refugio a tus ayudantes. Nadie es considerado digno de este reposo meridiano si no es hijo de la luz y del día. Pero el que se aparta de las tinieblas, tanto de las vespertinas como de las matutinas, que significan el comienzo y el fin del mal, es colocado por el sol de justicia en la luz del mediodía, para que se recueste bajo ella.

Enséñame, pues, cómo tengo que recostarme y pacer, y cuál sea el camino del reposo meridiano, no sea que por ignorancia me sustraiga de tu dirección y me junte a un rebaño que no sea el tuyo.

Esto dice la esposa del Cantar, solícita por la belleza que le viene de Dios y con el deseo de saber cómo alcanzar la felicidad eterna"

*
Feliz domingo del Buen Pastor.
___________

[1] SANTIAGO GUIJARRO, “La esencia del Cristianismo, en los comienzos. Una reflexión". Rev Estudios Eclesiásticos, vol. 96, núm. 378, septiembre 2021, 469-485.

Abril 2024
Casto Acedo

viernes, 12 de abril de 2024

Contar la experiencia de Jesús (14 de Abril)

  


"¿Quién nos hará ver la dicha,
si la luz de tu rostro ha huido de nosotros?
Por eso, haz brillar sobre nosotros
el resplandor de tu rostro" (Sal 4,7-8).

Una de las imágenes más bellas de la Pascua es la que la define como paso de las tinieblas a la luz. Vivir la Pascua es eso: abandonar la ceguera, salir de la ignorancia, despertar, descubrir el velo que cubre la verdad, y contemplar a Dios cara a cara, verlo, sentirlo; “entrar en su relación” como un tú (yo) frente a otro Tú (Él). La Pascua es contemplar el resplandor del rostro del Otro (Dios), verlo en la esencial de su luz cegadora,  porque a Dios no le vemos por falta de luz sino por exceso.

Eso es lo que vieron los discípulos: el rostro resplandeciente de Dios en Jesús resucitado; y tanta luz les cegó en un principio. ¡Cómo es posible esto! Tuvieron miedo, pero su temor se transformó en gozo cuando el mismo Dios iluminó con la Palabra su experiencia, cuando les enseñó a mirar con ojos de fe lo que estaban viendo y oyendo.

Contar la experiencia Pascual

"Contaron los discípulos lo que les había acontecido por el camino y cómo lo reconocieron al partir el pan" (Lc 24,35). Así comienza el evangelio de este día y así termina la narración del encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús. Ellos iban de vuelta de Jerusalén y tuvieron la dicha de que Jesús les saliera al paso iluminándoles con la palabra y dándoles el golpe definitivo de conversión con la Eucaristía: “Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24,30-31).

Relato y Celebración, Palabra y Sacramento abrieron la puerta de la fe a quienes buscaban respuesta a sus preguntas. Habían interpretado la muerte de Jesús con unos parámetros mentales que identificaban muerte y fracaso, y Jesús resucitado, saliéndoles al paso, cambió su percepción de las cosas. La muerte es sólo parte del proceso necesario para que el grano de trigo fructifique en espiga, "era necesario que se cumpliera todo lo escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y Salmos sobre mi". 

Con la nueva perspectiva, al mirar los de Emaús su historia con Jesús no desde ellos mismos sino desde el mismo Dios, no desde la filosofía mundana sino desde la Escritura, los sentimientos de frustración y tristeza dieron un vuelco a  su percepción de la realidad, hasta el punto de que su  "ir de vuelta" (desconfianza-descreimiento) se convirtió en "regreso" (alegría, fe).  Antes no veían, ahora ven. Inexplicable, pero cierto. No sabemos si vieron a Jesús porque se les abrieron los ojos o si se les abrieron los ojos al ver a Jesús. Experiencia y fe van tan unidas que no se entienden la una sin la otra. 

Todo el cambio vino provocado por el relato de Jesús sobre su muerte.  La Palabra de Jesús les abre a la visión del Resucitado. Y, al contar los de Emaús su experiencia a los demás, se vuelve a repetir el milagro:  “mientras hablaban, se presentó Jesús en medio de ellos, y les dijo: Paz a vosotros” (Lc 24,36). La narración de la experiencia del encuentro  vuelve a hacer presente al mismo Resucitado a la comunidad: “mientras hablaban se presentó Jesús”. La Palabra es performativa, cambia la realidad a la que se dirige. más que memoria es memorial, porque hace presente lo que proclama. ¿Qué son los Evangelios sino relatos de resurrección que hacen presente el hecho a quien se acerca a ellos con fe?  La Palabra no es simple anécdota, es fuerza de Dios. Al contar su experiencia de fe los conversos hacen presente a Aquel del que hablan.


Contar mi experiencia de Jesús

Las apariciones del resucitado apuntan al anuncio de la Pascua a todos los pueblos: “Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día, y en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén” (Lc 24,46-47). Hermosa y difícil tarea, que exige de los discípulos la misma entrega del Maestro. Éste habló del amor de su Padre; quien predica a Jesús cuenta además el testimonio de  amor del Hijo. Testimoniar es contar lo visto, oído o vivido.

¡Qué importante es contar lo que nos ha sucedido con Jesús! Tú, ¿a quien lo has contado? A quién has hablado de tu experiencia de Dios.  Cuando decimos  que hay que "evangelizar" no  nos referimos a enseñar doctrinas teológicas o morales; hablamos de otra cosa: evangelizar es narrar la "experiencia personal" del encuentro. No  negamos que también haya una "experiencia eclesial", pero insostenible sin el contacto personal de quienes se sienten Iglesia. Cuando en el bautismo o su renovación te preguntan en plural: "¿Creéis en Dios, Padre Todopoderoso, etc...?"; no respondes "sí, creemos" (¡creerás tú! -puede decirte alguien-, yo no creo), sino en singular: "sí creo". 

La fe es una experiencia personal, y cuando es compartida entre muchos también eclesial.  ¿Se puede hablar de experiencia o fe eclesial sin experiencia o fe personal? Lo dudo. Cuando Jesús se encuentra con la comunidad lo hace también con cada uno de sus miembros; sin respuesta personal la fe comunitaria es una abstracción. 

Andamos hoy sobrados de doctrinas, y de documentos que las explican. Pero todo ello, ¿en qué queda sin un fondo de experiencia? La conversión no consiste en un cambio de ideas sino en un cambio de paradigma vital, un modo nuevo de ver la vida. Quien se enamora descubre que sus ideas sobre el amor eran pobres, deficientes; ahora que ama y es correspondido en su amor, piensa poco y vive mucho. No consigue explicar su cambio, no encuentra palabras, pero quienes le oyen hablar de su amado o amada y de lo que siente o vive con él o con ella, desean vivir lo que transmite.

Las doctrinas son ilustrativas, el amor es atractivo. La evangelización, más que preparación teórica está pidiendo experiencia, y a esta se llega, por la narración del paso de Dios por el alma de la persona. ¿Cuándo me encontré con Jesús? ¿Qué ocurrió? ¿Qué ha cambiado en mi vida desde entonces? ¿Por qué merece la pena fiarme de esa experiencia? Contar esto ya es evangelizar.

Unas preguntas para meditar  este domingo: 

A nivel personal: ¿Cuánto tiempo dedico a "estar con el Amado"? ¿Qué interés muestro por descansar y alimentarme en su Palabra? ¿Cómo anda mi vida de oración? ¿Qué tiempo dedico a buscarle, vivirle y gozarle en el silencio?

A nivel eclesial: ¿Suelo compartir con mis hermanos de fe mi experiencia del Resucitado? ¿Solemos hablar de ella en nuestro más cercano círculo de creyentes? La misa dominical ¿tiene para mí un carácter más de "encuentro" que de "cumplimiento"?

A nivel social: ¿Creo de verdad que el mundo está necesitado de Jesús? ¿Suelo hablar explícitamente de Él a personas que no le conocen? ¿Puede Jesús añadir algo bueno a nuestra sociedad? ¿Por qué Jesús es atractivo para muchos que no son muy de iglesia y sin embargo los que son de iglesia no les resultan atractivos?

* * *

Palabra y Eucaristía definen el encuentro con el Resucitado. En la Misa la Palabra pronunciada por el sacerdote sobre el pan: "Tomad, comed todos de él", hace presente al Resucitado. Es el memorial (presencia) de Jesús. Si miras desde Dios podrás ver que Jesús sigue Resucitado y presente ante ti en la celebración dominical:  lo puedes ver en el pan y el vino consagrados, en el sacerdote que preside la mesa, en la Palabra proclamada, en la comunidad reunida, en la vida compartida en la colecta. Si lo ves, cuéntalo a otros.

Abril 2021
Casto Acedo

lunes, 8 de abril de 2024

Novena a la Virgen de la Albuera (8º día. Torre)

Dia 8º : TORRE
Vos sois fortísima Torre de David, de quien penden mil escudos para la defensa de los mortales contra las invasiones de los tres poderosos enemigos de sus almas y en vos encuentran todas las armas para vences sus contrarios. Pero donde singularmente os habéis mostrado Torre fortísima ha sido en vuestra imagen de LA ALBUERA, librando a vuestros devotos de los enemigos visibles e invisibles que les han hecho y les hacen continua guerra.
No desmerezca mi pobre alma vuestra misericordia, ya veis que por todas partes, Señora, se ve combatida, asaltada uy circuida de sus contrarios; le hacen fuertes tiros para rendirla; si vos no la defendéis seguramente quedará vencida.
Huyendo, pues e sus baterías me entro presuroso dentro de la Torre de vuestra protección, seguro que en ella lograré no sólo las armas defensivas para no quedar vencido, sino ofensivas para salir victorioso en la continua guerra que me hacen. Amparadme, asistidme, Madre mía, en este combate y concededme la gracia que os pido en esta Novena, si así conviene para lograr la eterna corona de gloria. Amén.
* * *
Uno de títulos reconocidos a la Virgen María en las letanías del rosario es el de “Torre de marfil”, que parece una hacer referencia al juego del ajedrez, cuya torre con el movimiento del enroque sirve al rey para cambiar su posición a un lugar más ventajoso.

Ajedrez aparte, nosotros la contemplamos hoy como Torre de David, que es para el judaísmo un símbolo vinculado a la idea de fortaleza y defensa, una de las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). Y así lo expone nuestra novena: “Torre de David, de quien penden mil escudos para la defensa”.

Espiritualmente la figura del rey David asociada a la Torre sugiere la idea de garantía de la protección divina de Dios sobre el pueblo de Israel, garantizada hasta en el tiempo por su relación con Dios. Dios es, en último término, la auténtica fortaleza. 

Decir que la Virgen María es “fuerte como la torre de David” es afirmar su confianza en Dios que le garantiza una fortaleza espiritual excepcional. Y al mismo tiempo, la idea de la Torre que dentro de las murallas del castillo, o en el caso de la ciudad de Jerusalén, es el reducto más seguro donde resguardarse en caso de ataque. Así se destaca también de María como Torre la protección y refugio seguros en caso de crisis materia o espiritual.

Este sentido conecta directamente con el Salmo 18, 2-3.

El Señor es mi roca, mi fortaleza y mi salvador;
mi Dios es mi roca, en quien encuentro protección.
Él es mi escudo, el poder que me salva
y mi lugar seguro.
Clamé al Señor, quien es digno de alabanza,
y me salvó de mis enemigos.

Salvando las distancias podemos leer este salmo en clave mariana, no tanto por ensalzar su fortaleza hasta considerarla una diosa cuanto para destacar que la fuerza a ella le viene de Dios “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes” (Lc 1,52).

Hace referencia la novena a los tres enemigos del alma, a los cuales hay que combatir. No se mencionan en el octavo día cuáles son los enemigos a los que se refiere el autor, pero sí  en la oración final para todos los días, donde se dice: “Mi flaqueza acude a vuestra clemencia, pidiéndoos me alcancéis de vuestro hijo gracia para resistir a las tentaciones del Mundo, Demonio y Carne”.


La vida es “combate espiritual”. Nuestra alma (pensamientos, emociones y deseos) se ve acosada por estos tres enemigos:

a) El primer enemigo es el Mundo, que no es la creación, que es buena y amiga, sino la “mentalidad ambiental” que justifica la avaricia, el poder y la gloria del hombre. El mundo es un modo de pensar que considera la vida como una carrera para tener dinero, ser alabado por todos y alcanzar altos puestos políticos o económicos. Sin que el alma se de cuenta el Mundo impregna a la persona de egoísmo y ceguera que no le dejan ver a Dios, verse a sí misma o ver al prójimo. El mundo es lo opuesto al Reino de Dios, donde la bondad, la justicia y la paz son la tónica.

b) El segundo enemigo es el Demonio, personificación del mal, que seduce al alma haciéndole ver como atractivas cosas que a la postre destruyen a las personas: avaricia, ira, soberbia, etc. Es importante ser conscientes del atractivo del mal. El demonio es el padre de la mentira y sabe cómo atar al alma ofreciéndole males bajo forma de bienes. ¿No es tractivo tener dinero, poder o gloria? No son malas estas aspiraciones, pero sí lo son cuando el precio para alcanzarlas es el servicio al mal.

c) Y finalmente, la Carne, que no debemos confundir con el cuerpo, que, como todo lo creado, es bueno. La Carne es el apetito desordenado de placeres, gustos y deseos que hacen que cosas que son buenas en sí, como el comer, el beber, el descansar o la práctica sexual, terminen dominando la vida de las personas. No está el mal en las cosas; Dios nos es enemigo del disfrute de la vida; pero ¡cuidado con el apetito obsesivo de ellas!.

No es fácil mantenerse libre de la esclavitud a la que pueden someternos estos enemigos. El remedio ante nuestra flaqueza está en buscar fortaleza refugiándonos en la Torre de David, a ir a ella nos invita nuestra Virgen de la Albuera. Acudiendo a ella “ lograré no sólo las armas defensivas para no quedar vencido, sino ofensivas para salir victorioso en la continua guerra que me hacen”; es decir, no sólo no caeré en las asechanzas del mal porque pasivamente me dejo en brazos de mi Madre de la Albuera sino que además trabajaré activamente para que desaparezcan los sufrimientos que trae consigo la injustica de servir al Mundo, al Demonio o a la Carne.

* * *

Termina hoy tu novena acogiéndote a la misericordia divina y a la intercesión de la Virgen, cuya fortaleza y belleza le hacen merecedora del título de “Torre de David” y “Torre de Marfíl”.

Abril 2024
Casto Acedo 

sábado, 6 de abril de 2024

La misericordia divina (7 de Abril)


EVANGELIO Juan 20,19-30

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros.»

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.

Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.»Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados! quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor.»

Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.»

A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros.»

Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.»

Contestó Tomás: «¡Señor Mío y Dios Mío!»

Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto.»

¡Palabra del Señor!


"Aprended lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores” ((Mt 9,13). Son palabras de Jesús que pueden muy bien resumir el espíritu de este domingo segundo de Pascua, Domingo de la misericordia divina.

Los cristianos del siglo XXI deberíamos preguntarnos hasta qué punto ha calado en nosotros la misericordia divina, porque la herencia reciente de la espiritualidad común parece seguir siendo la del sacrificio. La herencia judía sigue pesando en nuestro modo de entender la espiritualidad.

Hace un año comentaba en este blog (Domingo de la Divina Misericordia) la riqueza del domingo cristiano partiendo del evangelio de este día en el que se narran dos apariciones de Jesús en el “primer dia de la semana”. Ahí desarrollé las ideas básicas sobre el significado del domingo tomándolas del documento de la Conferencia Episcopal Española Domingo y sociedad sobre el sentido cristiano del domingo. (25-Abril-1995), que se resume en día de la Iglesia, día de la Palabra, de la Eucaristía, de la Caridad, de la misión, de la alegría y de la paz. ¡Qué hermosas referencias para descubrir y refrescar nuestra fe  cristiana!

Ahora bien, ¿qué lectura hacemos de esas glorias del domingo? Me temo que seguimos haciendo de ellas una lectura moral, cuando no moralista. Debemos o tenemos que ser Iglesia, decimos;  debemos o tenemos que escuchar más la Palabra; debemos o tenemos que ir a misa el domingo; debemos o tenemos que ser caritativos; debemos o tenemos que ser misioneros; debemos o tenemos que estar alegres y trabajar por la paz. “Debemos y tenemos”; obligaciones,  normas, imperativos, sacrificios que parecen impuestos por un Dios que pide a sus hijos una perfección que pueden alcanzar por el sufrimiento del esfuerzo.

Pero ¿qué papel le damos a la misericordia de Dios en nuestras vida, ya sea en las reflexiones y momentos de oración cuanto en los trabajos y descansos de cada día? Todas esas maravillas que nos da el domingo son fruto de la misericordia; la misericordia de Dios, no la nuestra. No consiste el amor en que nosotros amemos sino en que Él nos amó primero (1 Jn 4,10.19). ¿No estamos necesitados de una vuelta a la primacía del amor y la misericordia divinas?

* * *

Es muy pobre saberse Iglesia sólo por haber recibido el bautismo, por cumplir ciertos ritos o costumbres o por seguir unos principios morales que no entendemos bien. Se es Iglesia con otros porque se comparte una misma experiencia de Dios misericordioso. Así, ser Iglesia no es una obligación del bautizado, sino un motivo de gozo, la satisfacción de haber encontrado un refugio donde sentir el amor de Dios en familia y donde  vivir en comunidad. “Tenían un solo corazón y una sola alma”, se dice de la primitiva Iglesia en los Hechos de los Apóstoles, vivían refugiados en el corazón misericordioso de Cristo, sintiéndose parte de su Cuerpo. No nos une un proyecto religioso y moral sino una persona que nos ama: Jesucristo.

La Eucaristía no es un precepto. Hay quien la reduce a mandato de obligado cumplimiento: “oir misa entera todos los domingos y fiestas de guardar”. Qué pena. Es triste considerar un "cumplimiento" lo que es ante todo una alegría. Los primeros cristianos "se reunían para la fracción del pan. (Hch 2,42), es decir, compartían la misericordia de Dios, se sentía amados y compartían de modo eficaz el sentimiento común del amor divino.

La Palabra de Dios que se proclama en el día del Señor es Palabra de misericordia. No es el evangelio un anuncio del  castigo sino del perdón. Si grande es nuestro pecado, más grande es la misericordia de Dios. Este es el mensaje evangélico. Cada domingo el creyente gusta de la misericordia de Dios en su Palabra: "No soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme" (Lc 7,6-7).

El Espíritu del amor de Dios fluye por las venas de la Iglesia naciente, y ese espíritu obra  el milagro de la Caridad. La misericordia divina, contemplada y gustada como patrimonio espiritual, afloja la resistencia que el egoísmo opone a la consideración de los otros como uno mismo, a la visión del prójimo como un hermano.  Del sentimiento de fraternidad y familiaridad brota espontanea  la disposición para vivir la caridad eclesial: "Partían el pan en las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón” (Hch 2,46), y la caridad social “nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo en común”. El atractivo de la compasión divina  seduce a los creyentes y les mueve a una compasión universal similar a la del Maestro: "Si yo, el Maestro, os he lavado los pies, haced vosotros lo mismo" (cf Jn 13,14-15).

La misión evangelizadora del siglo I no tuvo como centro la organización de congresos misioneros que no fueran más allá de lo organizativo (cf Hch 15); la Misión es el brote del árbol plantado en la senara de la misericordia divina. "Ite missa est", id como enviados. Sentir fuertemente el amor de Dios en Jesucristo impulsa inevitablemente a la acción misionera. “Los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor con mucho valor. Y se los miraba a todos con mucho agrado”. Misión y testimonio son inseparables. Quien ha experimentado la misericordia divina no puede callarla. Quien no siente la necesidad de hablar del amor de Dios debe preguntarse si de veras lo ha gustado.

Finalmente, la misericordia divina, es la causa primera de la Alegría y de la Paz. Cuando el Apóstol Tomás toca el costado y los agujeros de los clavos, lleno de compunción, y  tal vez también de una no disimulada vergüenza, responde con una alegría admirativa “¡Señor mío, y Dios mío!”, expresión que es una proclamación de fe, respuesta a la experiencia  de la misericordia divina, que no pide sacrificios sino fe. Creer en el perdón y la victoria de la vida sobre la muerte es el cimiento de la paz. No hay paz sin misericordia; al odio no le derrota la venganza sino el perdón.


* * *
Aprendamos  "lo que significa "misericordia quiero y no sacrificios": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores”, dice Jesús ((Mt 9,13). No ha venido a pedirnos cuentas sino a enseñarnos el camino de la compasión. Él es la encarnación del amor divino, la misericordia divina palpable a nuestras manos y visible a nuestros ojos.  Su venida no la motiva el premio a los justos y perfectos, si es que los hay; no ha venido para los sanos sino para los enfermos (Lc 5,32). El día de la resurrección, día del Señor, es día de suerte para los pecadores, para los que viven en la oscuridad y buscan la luz que les permita verse a sí mismos en Dios. No ama Jesús el pecado, lo odia; pero ama intensamente al pecador. Y le ofrece como remedio saludable la misericordia divina

El amor de Dios no “tenemos que” alcanzarlo con nuestras obras de misericordia; no es algo que debamos conquistar; porque ya lo tenemos. Más que una lista de propósitos propios del judaísmo lo que necesitamos es un despertar a la fe en la misericordia divina, abrirnos a la fe en Jesucristo, admirar su amor, contemplar su rostro amoroso, empaparnos de su sabiduría; todo lo demás se nos dará por añadidura (cf Mt 6,33). Y si nos sentimos satisfechos de hacer algo bien sabemos que que se lo debemos a Él, porque sin Él no podemos hacer nada (Jn 15,5).

Es este un domingo para que soñemos con una Iglesia más centrada en el amor de Dios y su misericordia que en normas y planes pastorales técnicamente valiosos pero con frecuencia espiritualmente tibios. Porque lo que hace vivir a la Iglesia no son sus ideas teológicas, ni sus prácticas litúrgicas y caritativas sino su experiencia de Cristo, el toque de su amor y perdón ilimitados. Quien toca las llagas de Jesús y se deja tocar por su amor aprende a ver por sus ojos. El "toque de amor" marca la diferencia. 

*

Párate hoy a contemplar a Jesucristo resucitado. Enciende tu alma en sus ojos misericordiosos. Refúgiate en sus llagas, contempla en ellas el amor que Dios te está mostrando. Por ti, todo por ti, por pura gratuidad, por pura misericordia. Abandónate a ese pensamiento y deja que inunde tu alma un sentimiento intenso de gratitud. ... Déjate ahí, abandónate a ese amor. ... Luego, lleno o llena del amor de Dios anota los sentimientos vividos y escucha las llamadas a imitar su misericordia.

Feliz domingo de la misericordia

Abril 2024
Casto Acedo.

lunes, 1 de abril de 2024

Virgen de la Albuera (1 de Abril)

 Podéis ver la misa del día de la Virgen de la Albuera 2024 clickando en la foto o en el enlace: 



TEXTO DE LA HOMILÍA 

Hermanos sacerdote, Andrés, miembros de la hermandad de Nuestra Señora de la Albuera, Sr Alcalde y demás autoridades, fieles todos de la comunidad parroquial de San Pedro Apóstol, personas de fuera que hoy os acercáis a esta misa, de modo presencial o a través de las redes sociales,  amigos todos.

Hoy estamos de fiesta. Es la fiesta de Nuestra Madre de la Albuera . Y hemos venido a venerarla y  contemplarla en su ser lleno de gracia, de belleza y de ternura.

* * *

Antes de decir unas palabras me gustaría comenzar  haciendo un momento de silencio contemplativo. Cuando nuestra sociedad quiere concienciarnos de algo recurre al minuto de silencio. Para interiorizar, para fijar en el corazón aquello que deseamos.  Silencio para contemplar. 

Contemplar es más que mirar, contemplar es traspasar lo que se ve y se palpa para entrar en lo profundo de las cosas. Contemplar a Nuestra Virgen de la Albuera es entrar con ella en el templo de su alma y permitir que ella entre al la tuya.

Para contemplar necesitamos silencio. Silencio exterior, sí. Pero también silencio interior. No pienses, aleja de ti toda elucubración mental, simplemente mira. Deja que la imagen de la Virgen, en su nuevo trono hable en el silencio. ,¡Vamos a hacer durante un momento (treinta segundos) ese silencio! Acallamos la inquietud del momento y dejamos que la Virgen entre en nuestro interior, vamos a sentirnos en ella y a sentirla a ella en nuestro ser. “Tú corazón en ella y ella en tu corazón”....

(Silencio)

En un pueblo pequeño había un monje que vivía entre sus habitantes y que cada año se retiraba a la montaña unos días a hacer oración.

Sus paisanos, que no eran muy creyentes, cuando volvía de su retiro le ridiculizaban: ¿Para qué te apartas esos días? ¿Acaso sirve para algo? ¿Ha cambiado algo? ¿Has aprendido algo que ya no sepas? Todo sigue igual. Dinos, ¿qué te ha dicho Dios en ese tiempo?

El monje no respondía nunca. Pero en una ocasión decidió darles una palabra:

Me preguntáis para qué sirve mi retiro; qué saco de mi silencio; pues mirad: “cada mañana, cuando me levanto, siento que puede ser el último día de mi vida”.

Los paisanos comenzaron a burlarse de semejante ocurrencia. Uno de ellos le dijo: “¿Y para eso tanto? Eso ya lo sabemos”.

“Lo sabéis, respondió el monje, pero no lo sentís”. Ahí está la diferencia.

“Lo sabéis, pero no lo sentís”. Lo que cuenta en la vida no es el saber sino el sentir; lo que da la felicidad no es la ciencia sino los sentimientos. Todos saben que la Virgen de la Albuera es patrona de san Pedro de Mérida, pero no todos lo sienten, no todos disfrutan de ella. No todos los sampedreños estamos aquí.

* * *

Dice un libro espiritual del siglo XIV que “los hombres y los ángeles poseen dos facultades principales: la facultad de conocer y la facultad de amar. Nadie puede comprender totalmente a Dios con su entendimiento; pero cada uno de maneras diferentes, puede captarle plenamente por el amor”. ... Nadie puede comprender el misterio de la Virgen Madre, pero cada uno de maneras diferentes puede captarle plenamente por el amor. Quien haya entrado verdaderamente en su corazón en el momento de silencio que hemos hecho y haya conectado su amor con el amor de la Virgen, habrá comprendido algo que no se puede aprender con los estudios. “El corazón tiene razones que la razón no comprende” (B. Pascal).

Muchos dirán, ¿para qué o de qué sirve acudir al templo para estar con la Virgen? ¿Para qué sirve hacer una novena? ¿Para qué esta misa solemne en este día? Todo esto tiene un “para qué” que sólo se puede entender desde el sentimiento, desde la experiencia de fe, desde la interioridad de un corazón enamorado.

La Virgen de la Albuera para nosotros no es una simple imagen (no reduzcamos la virgen a un objeto material), tampoco es un simple símbolo cultural (así la pueden ver los antropólogos culturales, los sociólogos y los demás estudiosos). Para nosotros la Virgen de la Albuera es algo más, es el sentimiento de amor de un pueblo. Así la siente el creyente y el devoto. La llamamos “Madre” con toda propiedad, porque la sentimos así, como madre amorosa. Dios la ha puesto entre nosotros para darnos por ella su ternura y su amor. En la Cruz, por boca de Jesús habló el Padre: “Mujer -dijo dirigiéndose al discípulo-  ahí tienes a tu hijo... hijo, ahí tienes a tu Madre”, ... y desde aquel momento el discípulo, el creyente, la recibe en su casa, la acoge en su corazón y se siente acogido o acogida por ella.

Va mucho de pensar a sentir;... tanto como de saber ( o creer saber)  a creer. Las ideas nos hacen diferentes y la fe nos iguala. Es necesaria la pluralidad de ideas, cualidades y oficios a la hora de vivir los aspectos prácticos de la vida.

Somos muchos y somos distintos. Hay entre los sampedreños hombres y mujeres, niños, jóvenes, adultos y ancianos, sacerdotes, religiosos y laicos, personas con la piel más clara  y más oscura; hay quienes tienen costumbres  más tradicionales y otros más progresista, personas políticamente de derechas y de izquierdas, también de centro... Gracias a Dios vivimos en democracia y socialmente podemos dar cabida a todos, a pesar de las diferencias.

Pensaba hace unos días en ese título tan de nuestra Virgen: “Remanso de aguas puras”. Imagino nuestro pueblo queriendo hallar luz y puntos de encuentro en aguas turbulentas, en corrientes de juicios rápidos, maledicencias, desconfianzas, miedos... ; es difícil contemplarte en esas aguas; pero si miras en la serenidad de las aguas remansadas puedes ver cómo el paisaje que rodea la  lagunas se refleja en ella; también te puedes mirar tú mismo en ella, como en un espejo. Nuestra Madre de la Albuera es ese espejo, ese espacio de las aguas remansadas; podemos definir lo que se ve en ella: transparencia, pureza, serenidad, limpieza, ... Mirar esas aguas da paz, y te permite ver el mundo de manera diferente: un mundo amigo, pacífico, alegre, apetecible... Mirarte en la Virgen de la Albuera es mirar en aguas remansadas; y abandonarse a la contemplación de esas aguas es aprender a vivir en paz, armonía y transparencia.

Las ideas nos hacen diferentes, pero ¡y esto es maravilloso! la fe y el amor a la Virgen de la Albuera, la contemplación de su ser en transparencia, sin mentiras ni engaños, nos une; la diversidad no impide la unidad; al contrario, la hace posible. Si fuéramos todos iguales no podría haber unidad sino uniformidad, monotonía, aburrimiento.

* * *

La fiesta es una oportunidad para adentrarnos en el corazón del hermano. Nadie puede comprender ni explicar la complejidad de cada persona. Cada cual tiene un modo de ser, de vivir, de servir y de llegar a Dios ... Pero, a pesar de las diferencias estamos llamados a hacer un San Pedro y un mundo cada vez más próspero y amable. Nos ayuda a ello nuestra madre la Virgen: maestra en amor, respeto,  perdón, concordia y comunidad.

Todos estos valores los vemos en ella. No cabe duda de que la Virgen es un tesoro para nuestro pueblo. No es un tesoro material, por mucho que nos esforcemos en dignificar su casa y en adornar  con esmero y joyas todo lo que rodea a su imagen; más que material, la Virgen es un tesoro espiritual universal. Cualquier persona que escuche las palabras Madre, amor, familia, comunión de hermanos, ... es capaz de entenderlo.

* * *

Termino con una exhortación y una petición dirigida a quienes nos sentimos enamorados de la Virgen y de su valor simbólico para San Pedro.

Primero la exhortación: que quienes hemos descubierto este tesoro lo cuidemos. Que cultivemos el significado de la hermandad que la Virgen genera en nosotros. No olvidemos la tradición que recibimos, que nos son unos ritos sino un espíritu de fondo: fraternidad, compasión, ayuda mutua, ...

Segundo la petición: no basta cuidar la tradición, hay que transmitirla (eso significa tradere, transmitir, que es a palabra de la que viene tradición). A las nuevas generaciones, propensas a moverse en el mundo de la rapidación de las aguas turbulentas hay q e ayudarles a mirarse en el “remanso de aguas puras”, en el espejo de Dios y de la vida, en el la transparencia, honradez y paz  que es la Virgen de la Albuera.

* * *

Puede que, como los paisanos del monje de la parábola que narramos al principio, te pregunten hoy: ¿Qué te ha dicho hoy la Virgen? ¿Qué sacas de tanto rezar y procesionar? ¿Qué te ha dicho la Virgen hoy en la misa?  Respóndeles que te ha dicho que tienes por delante un día maravilloso para ser más humano, más hermano de todos; diles que viendo a tantos  alrededor de Ella has sentido y aprendido lo simple que es la felicidad: sólo se necesita una Madre en quien descansar y unos hermanos a los que amar. 

No lo olvides: “Tenemos dos facultades: la facultad de pensar y la facultad de amar”. Que en estos días de fiesta sea la segunda facultad, la de amar, la que crezca, la que ocupe el primer lugar. Nuestra Madre de la Albuera se alegrará de ver que sus hijos, tan diferentes entre ellos, son capaces de vivir con honestidad y transparencia,  felices y unidos entre ellos a pesar de la diversidad de sus modos de ser y de pensar..

Que así sea.

1 Abril 2024

Casto Acedo